20

Ansset parecía un loco, sus pelos estaban aún mojados, la túnica todavía se le pegaba al cuerpo. Pero no estaba preparado para ver a Mikal, al Chambelán y Riktors Ashen, los únicos que había en la habitación. Mikal sonreía jovialmente. Saludó a Ansset con un apretón de manos, algo que nunca había hecho antes y aparecía increíblemente alegre mientras decía:

—Ansset, hijo mío, todo está aclarado. Fuimos unos ilusos al creer que era necesario que te marcharas. El Capitán era el único miembro del complot que estaba lo suficientemente cerca de ti como para haberte dado la señal. Cuando murió, quedé inmediatamente a salvo. ¡En realidad, como has demostrado hoy, mi niño, eres el mejor guardaespaldas que podría tener nunca!

Mikal se echó a reír, y el Chambelán y Riktors Ashen se le unieron como si no tuvieran ninguna otra preocupación en el mundo, como si no pudieran estar más complacidos con el cambio de los acontecimientos. Pero todo era increíble. Ansset conocía demasiado bien la voz de Mikal. Había señales de aviso en todo lo que hablaba y decía. Pasaba algo malo.

Bien, pasaba algo malo, y Ansset inmediatamente le dijo a Mikal lo que había advertido.

—Mikal, cuando me tuvieron prisionero en el barco, podía oír a los pájaros en el exterior. Pájaros, y eso era todo. Nada más. ¡Pero cuando fuimos al barco que había en el río Delaware oímos niños riendo y pasó un deslizador! ¡Nunca estuve allí! ¡Fue un engaño, y el Capitán murió por ello!

Pero Mikal simplemente sacudió la cabeza y se echó a reír. La risa era enloquecedora. Ansset quiso saltar hacia él, advertirle de que quién había planeado aquello era más listo de lo que habían pensado y estaba aún en libertad…

Pero el Chambelán se le acercó con una botella de vino en la mano, riéndose igual que Mikal, con canciones de traición en la voz.

—Nada de eso importa —dijo el Chambelán—. Éste es un momento de celebración. ¡Salvaste la vida de Mikal, chiquillo! He traído vino. Ansset, ¿por qué no lo sirves?

Ansset tembló con recuerdos que no pudo retener.

—¿Yo? —preguntó al principio sorprendido. El Chambelán le tendió la botella y la copa.

—Por nuestro señor Mikal —dijo el Chambelán.

Ansset gritó y tiró la botella al suelo.

—¡Hazle callar!

La repentina acción violenta de Ansset hizo que Riktors empuñara el láser. Ansset advirtió con alivio que el nuevo Capitán había entrado armado en la habitación privada de Mikal.

—¡No dejes hablar al Chambelán! —gritó.

—¿Por qué no? —preguntó Mikal inocentemente, y el láser se hundió en la mano de Riktors; pero Ansset supo que no había inocencia tras las palabras. Mikal hacía como que no comprendía. Ansset quiso volar a través del techo y escapar.

Pero el Chambelán no se había detenido.

—¿Por qué has hecho eso? —dijo rápidamente, casi con urgencia—. Tengo otra botella. ¡Dulce Pájaro Cantor, deja que Mikal beba profusamente!

Las palabras martillearon en el cerebro de Ansset, y por reflejo se dio la vuelta y encaró a Mikal. Sabía lo que estaba pasando, lo sabía y gritó en contra de aquello en el interior de su mente. Pero sus manos se alzaron en contra de su voluntad, sus piernas se arquearon, se dispuso a saltar, y sucedió todo tan rápidamente que no pudo detenerse. Sabía que dentro de menos de un segundo su mano estaría enterrada en la cara de Mikal, en la amada cara de Mikal, en la sonriente cara de Mikal…

Mikal le sonreía, amablemente y sin miedo. Durante años, el Control había ayudado a Ansset a contener la emoción. Ahora le ayudaba a expresarla. No podía, no podía, no podía herir a Mikal, y sin embargo estaba obligado a hacerlo, y saltó, y su mano golpeó…

Pero no se hundió en la cara de Mikal. En cambio, lo hizo en el suelo, rompió la superficie y se manchó del gel que eructó de éste. El impacto rasgó la piel del brazo de Ansset; el gel hizo que el dolor fuera insoportable; el hueso experimentó dolor ante la fuerza del golpe. Pero Ansset no sintió aquel dolor. Todo lo que sentía era el dolor en su mente mientras luchaba con la compulsión que aún le ordenaba matar a Mikal, matar a Mikal.

Su cuerpo se tensó hacia arriba, su mano voló por el aire y el respaldo de la silla de Mikal se resquebrajó y se rompió bajo el impacto. La silla tembló y luego se reparó a sí misma. Pero la mano de Ansset sangraba; la sangre manaba y salpicaba la superficie del gel que se esparcía por el suelo. Pero era su propia sangre, no la de Mikal, y Ansset gritó de alegría. Sonó como un grito de agonía.

En la distancia, oyó la voz de Mikal que decía:

—No le dispares.

Y, tan repentinamente como había llegado, la compulsión cesó. Su mente giró cuando oyó las lejanas palabras del Chambelán:

Pájaro Cantor, ¿qué has hecho?

Aquéllas eran las palabras que le liberaban.

Exhausto y sangrante, Ansset se tumbó en el suelo. Tenía el brazo derecho cubierto de sangre. Sintió entonces el dolor y rugió, aunque su canción era tanto de triunfo como de dolor. De alguna manera, Ansset había tenido fuerza suficiente, había soportado lo suficiente para no matar al Padre Mikal.

Finalmente se dio la vuelta y se sentó, sosteniéndose el brazo. La sangre quedó reducida a un lento goteo.

Mikal aún estaba sentado en la silla, que se había reparado sola. El Chambelán permanecía de pie en el mismo sitio que antes, sosteniendo ridículamente la copa en la mano. El láser de Riktors apuntaba al Chambelán.

—Llama a los guardias, Capitán —dijo Mikal.

—Ya lo he hecho —respondió Riktors. Los guardias entraron rápidamente en la habitación.

—Llevad al Chambelán a una celda —les ordenó Riktors—. Si se le hace el menor daño, todos vosotros moriréis. Y también vuestras familias. ¿Comprendido?

Los guardias comprendieron. Eran hombres de Riktors, no del Chambelán. No sentían ningún amor hacia su prisionero.

Ansset se agarró el brazo. Mikal y Riktors Ashen esperaron mientras acudía un médico y lo trataba. El dolor amainó. El doctor se marchó.

Riktors habló primero.

—Naturalmente, sabías que era el Chambelán, mi Señor.

Mikal sonrió débilmente.

—Por eso le dejé persuadirte de que llamaras a Ansset. Para hacerle mostrar su juego.

La sonrisa de Mikal se agrandó.

—Pero, mi Señor, sólo tú podías saber que el Pájaro Cantor sería lo suficientemente fuerte para resistir una compulsión que tardó cinco meses en ser implantada.

Mikal se echó a reír. Y esta vez Ansset oyó verdadera alegría en la risa.

—Riktors Ashen —dijo Mikal—. ¿Te llamarán Riktors el Grande? ¿O Riktors el Usurpador?

Riktors tardó un instante en advertir lo que había dicho el emperador. Sólo un instante. Pero antes de que su mano pudiera alcanzar su láser, que había reintegrado a su cinturón, Mikal sacó una pistola que apuntaba a su corazón.

—Ansset, hijo mío, ¿quieres quitarle al Capitán su láser?

Ansset se levantó y así lo hizo. Podía oír la canción de triunfo en la voz de Mikal. Pero no comprendía. ¿Qué había hecho Riktors? Éste era el hombre que según Esste era el más parecido a Mikal que ninguna otra persona viva…

Y Mikal había conquistado la galaxia. ¡Oh, Esste le había advertido, y sólo se había reafirmado en ello!

—Sólo un error, Riktors Ashen —dijo Mikal—. Brillantemente ejecutado, por otra parte. Y la verdad es que no veo cómo podrías haber evitado ese error.

—¿Te refieres a la fortaleza de Ansset? —preguntó Riktors. Su voz aún intentaba parecer tranquila y lo conseguía bastante bien.

—Ni siquiera yo contaba con eso. Estaba preparado para matarle si era necesario.

Las palabras no lastimaron a Ansset. Habría preferido morir antes que herir a Mikal, y era consciente de que Mikal lo sabía.

—Entonces no cometí errores —dijo Riktors—. ¿Cómo lo supiste?

—Porque mi Chambelán, a menos que estuviera bajo algún tipo de obligación, nunca habría tenido el valor de discutir conmigo, de insistir en llevar a Ansset a aquella estúpida expedición militar, de atreverse a sugerirme tu nombre cuando le pregunté quién debería convertirse en nuevo Capitán de la guardia. Pero tú necesitabas que diera tu nombre, porque a menos que fueras Capitán no estarías en un puesto desde el que tomar el Control cuando yo muriera. El Chambelán sería obviamente el culpable, mientras que tú serías el héroe que podría mantener el imperio unido. El mejor comienzo posible para tu reinado. Ninguna sospecha de asesinato te habría alcanzado. Por supuesto, la mitad del imperio se habría rebelado inmediatamente. Pero eres un buen estratega y popular entre la flota y los ciudadanos. Te había dado una oportunidad entre cuatro de conseguirlo. Y eso es más de lo que puede hacer ningún otro hombre en el imperio.

—Yo también me daba esa misma oportunidad —dijo Riktors, pero ahora Ansset podía oír claramente el miedo cantando en el fondo de sus valientes palabras. Bien, ¿por qué no? La muerte era ahora algo seguro, y Ansset no sabía de nadie, excepto tal vez el viejo Mikal, que pudiera mirar a la muerte, especialmente cuando también significaba fracaso, sin sentir un poco de miedo.

Pero Mikal no presionó el botón del láser. Ni llamó a los guardias.

—Mátame ahora y acabemos —dijo Riktors, suplicando una muerte honorable, aunque sabía que no la merecía.

Mikal retiró el láser.

—¿Con esto? No tiene carga. El Chambelán instaló un detector de carga en cada una de las puertas de mis habitaciones hace más de quince años. Habría sabido si estaba armado.

Inmediatamente, Riktors dio un paso hacia adelante, el principio de un conato de ataque al emperador. Con la misma rapidez, Ansset se puso en pie, a pesar de su brazo vendado, dispuesto a matar con la otra mano, con los pies, con los dientes. Riktors se detuvo en seco.

—Ah —dijo Mikal—. Nunca llegaste a aprender del hombre que enseñó a Ansset. Qué magnífico guardaespaldas me diste, Riktors.

Ansset apenas le oía. Todo lo que oía era la voz de Mikal diciendo: No tiene carga. Mikal había confiado en él. Mikal había arriesgado su vida confiando en la habilidad de Ansset para resistir la compulsión. Ansset quería llorar de gratitud hacia aquella confianza, de miedo por el terrible peligro que apenas había sido advertido. En cambio, permaneció inmóvil, con un Control férreo, y observó a Riktors Ashen a la espera del menor movimiento.

—Riktors —continuó Mikal—, tus errores fueron muy leves. Espero que hayas aprendido de ellos. Así, cuando un asesino tan brillante como tú intente quitarte la vida, sabrás todos los enemigos que tienes y todos los aliados a los que puedes llamar y qué se puede esperar exactamente de cada uno.

Ansset miró a la cara de Riktors y recordó lo alegre que se había sentido cuando el alto soldado había sido nombrado Capitán.

—Deja que le mate ahora —dijo.

Mikal suspiró.

—No mates por placer, hijo mío. Si alguna vez matas por placer, llegarás a odiarte. Además, ¿no estabas escuchando? Voy a nombrar a Riktors Ashen mi heredero.

—No te creo —dijo Riktors, pero Ansset oyó esperanza en su voz.

—Llamaré a mis hijos… están por aquí, cerca de la corte, esperando ser los que estén más cerca del palacio cuando muera. Les haré firmar un juramento para que te respeten como mi heredero. Por supuesto, lo firmarán, y por supuesto todos lo romperán, y por supuesto tú los matarás a todos al momento siguiente de que ocupes el trono. Si alguno de ellos es suficientemente listo, estará en el otro extremo de la galaxia entonces. Pero dudo que sean tan inteligentes. ¿Cuándo te coronaremos? Tres semanas a partir de mañana es suficiente. Abdicaré en tu favor, firmaré todos los papeles. Será noticia de cabecera en los periódicos durante días. Casi puedo ver a todos los rebeldes potenciales tirándose de los pelos llenos de rabia. Qué agradable es retirarse a tiempo.

Ansset no comprendía.

—¿Por qué? Intentó matarte.

Mikal simplemente se echó a reír. Fue Riktors quien contestó.

—Cree que puedo mantener unido al imperio. Pero quiero saber el precio.

—¿Precio? ¿Qué podrías darme, Riktors, que no pudieras tomar como un regalo para ti de todas formas? Te he esperado durante setenta años. Setenta años, Riktors. Pensaba que tenía que haber alguien que ansiara mi poder y tuviera agallas y cerebro suficiente para venir y conseguirlo. Por fin apareciste tú. Verás que no he edificado mi imperio para nada. Que el viento no lo romperá todo en pedazos en el momento en que yo no esté para sujetarlo. Todo lo que quiero después de que ocupes el trono es una casa para mí y mi Pájaro Cantor hasta que muera. En la Tierra, para que puedas vigilarme, por supuesto. Y con un nombre diferente, para que no me molesten los bastardos que intenten conseguir mi ayuda para derrocarte. Y cuando yo muera, envía a Ansset a casa. ¿Es lo bastante simple?

—Estoy de acuerdo —dijo Riktors.

—Qué prudente.

Y Mikal se echó a reír de nuevo.