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—Sois afortunados —les dijo el guía, y Kya-Kya suspiró. Esperaba tener la suerte de salir de Susquehanna después de hacer únicamente el recorrido normal de cinco horas. Pero estaba segura de que eso no era lo que el guía tenía en mente.

—El emperador —continuó diciendo el guía—, quiere reunirse con vosotros. Esto supone un gran honor. Pero, como me dijo el Chambelán hace sólo unos instantes, los estudiantes de la Universidad Gubernamental de Princeton son los futuros administradores de este gran imperio. Es justo que Mikal quiera conocer a sus futuros auxiliares y ayudantes.

Auxiliares y ayudantes, demonios, pensó Kya-Kya. El viejo morirá antes de que me gradúe, y entonces seré la ayudante de alguien más… Probablemente del bastardo que le mate.

Tenía trabajo que hacer. Algunos viajes y excursiones merecían la pena: los cuatro días que pasaron en el centro de ordenadores de Tegucigalpa, la semana observando el funcionamiento de los módulos de servicio en Rúen. Pero aquí en Susquehanna no habían visto nada de importancia, sólo formulismos. La ciudad existía para mantener a Mikal vivo y a salvo. El gobierno real trabajaba en otra parte. Aún peor, el palacio había sido diseñado por un loco (probablemente, pensaba Kya-Kya, por el propio Mikal), y los corredores eran un laberinto que se retorcía constantemente. Se elevaban y se hundían a través de interminables rampas y escaleras sin sentido. El edificio parecía ser una enorme barrera, y las piernas le dolían por la larga caminata entre una exhibición y otra. Habría jurado que habían recorrido varias veces un pasillo que tenía puertas a la izquierda, y luego girado ciento ochenta grados y caminado por un pasillo paralelo que conducía al mismo pasillo que acababan de recorrer. Enloquecedor. Absurdo.

—Y lo que es más —decía el guía—, el Chambelán incluso dejó entrever que podríais asistir a un acontecimiento que solamente contemplan los visitantes más distinguidos. Es posible que tengáis oportunidad de oír al Pájaro Cantor de Mikal.

Hubo un murmullo de interés entre los estudiantes. Por supuesto, todos habían oído hablar del Pájaro Cantor de Mikal. Al principio, la escandalosa noticia de que Mikal había forzado incluso a la Casa del Canto para que se doblegara a su voluntad, y luego el rumor de aquellos pocos privilegiados que habían oído cantar al niño: que el Pájaro Cantor de Mikal era el mejor Pájaro Cantor que había habido nunca, que ninguna voz humana podía hacer lo que hacía él.

Kya-Kya, sin embargo, sintió algo totalmente diferente. Ninguno de sus compañeros estudiantes sabía que era de la Casa del Canto, ni siquiera de Tew. Había sido discreta hasta el extremo del aislamiento. Y no quería ver de nuevo a Ansset, a ese niño que había sido el favorito de Esste, a ese niño que era su opuesto.

Pero no había manera de escaparse del grupo. Kya-Kya había sido sistemáticamente una estudiante modelo: creativa pero complaciente, a veces aquello estuvo a punto de matarla, pensaba, pero estaba segura de que habría encarecidas recomendaciones por parte de cada uno de sus profesores, un perfecto historial de logros. Era duro para una mujer conseguir un puesto en el gobierno de Mikal. Y el tipo de trabajo que deseaba sólo lo conseguían las mujeres al final de su carrera, no al principio.

Por tanto Kya-Kya no dijo nada mientras ocupaban los asientos que formaban una herradura cuyo extremo abierto rodeaba el trono de Mikal.

Kya-Kya se sentó cerca de un extremo, de modo que pudiera ver a Mikal de perfil. Prefería estudiar a alguien sin mirarle directamente a los ojos. Una mirada directa le permitía mentir.

—En pie —dijo el guía con deferencia, y por supuesto todos aceptaron la sugerencia y se incorporaron. Una docena de guardias uniformados entró en la sala y se distribuyó en abanico a lo largo de las paredes. Entonces el Chambelán entró y anunció con voz lenta y ceremoniosa:

—Mikal Imperator ha venido a verles.

Y Mikal entró.

El hombre era viejo, y su rostro estaba arrugado, ajado y hundido, pero sus pasos eran ligeros y rápidos y su sonrisa parecía provenir de un corazón alegre. Kya-Kya, por supuesto, rechazó aquella primera impresión, pues era obviamente la expresión de relaciones públicas que adoptaba Mikal para impresionar a los visitantes. No obstante, parecía gozar de una incuestionable buena salud.

Mikal se dirigió al trono y tomó asiento, y fue entonces cuando Kya-Kya se dio cuenta de que Ansset había entrado en la sala con él. La presencia de Mikal era tan arrebatadora que incluso el hermoso Pájaro Cantor no había podido distraer la atención de ella. Mikal tomó la mano del niño y gentilmente tiró de él, dirigiéndole a unos pocos pasos ante el trono, donde se quedó de pie, solo, mirando a cada uno de los componentes de la pequeña audiencia.

Kya-Kya, sin embargo, no miró a Ansset. Observó a los otros estudiantes que le estaban observando. Todos se preguntaban, por supuesto, si un niño de tanta belleza había encontrado un hueco en la cama de Mikal. Kya-Kya lo sabía bien. La Casa del Canto nunca habría tolerado una cosa así. Nunca enviarían a un Pájaro Cantor a alguien que intentara algo semejante.

Ansset se dio la vuelta por completo para mirar el extremo de la fila de sillas, y sus ojos encontraron los de Kya-Kya. Si la reconoció, no dio muestra de ello. Pero Kya-Kya sabía lo suficiente sobre el Control para saber que muy bien podría haberla reconocido… que, probablemente, lo había hecho.

Y entonces el niño cantó. La canción fue potente. Trataba de las esperanzas y ambiciones de los estudiantes que había en la sala, una canción que hablaba de servir a la humanidad y ser honrados por ello. Las palabras eran simples, pero la melodía hizo que todos ellos quisieran gritar de excitación ante su propio futuro. Todos excepto Kya-Kya, que recordaba las reuniones en la gran sala de la Casa del Canto. Recordaba haber oído cantar allí a otros, y cómo se sintió en la primera reunión después de que la declararan Sorda. No había esperanza para ella en la canción. Y, en cierto sentido, su propia amargura ante la canción de Ansset era un placer. El niño cantaba obviamente, lo que los estudiantes deseaban oír, intentaba impresionar a todos los que formaban la audiencia. Pero nunca la impresionaría a ella.

Cuando Ansset acabó, los estudiantes se pusieron en pie aplaudieron y vitorearon. Ansset se inclinó tímidamente y luego se apartó del lugar que ocupaba ante el trono de Mikal y se colocó cerca de la pared, a un par de metros escasos de Kya-Kya. Ella le miró cuando se acercaba. Le lastimó ver de cerca lo hermoso que era el niño, lo agradable y feliz que parecía su rostro en reposo. Ansset simuló, y por eso ella desvió también la mirada.

Mikal empezó a hablar entonces, acerca de las cosas de costumbre, sobre lo importante que era el hecho de que estudiaran duro y aprendieran a enfrentarse con todos los problemas conocidos, y así como desarrollarse en su interior para que pudieran tener profundos recursos con los que poder enfrentarse a lo inesperado. Y etcétera, etcétera, etcétera, pensó Kya-Kya.

—Escucha —le dijo una voz al oído. Kya-Kya se giró y sólo vio a Ansset, que seguía estando a un par de metros de distancia, sin mirarle. Pero había sido forzada a salir de su ensimismamiento; escuchó a Mikal.

—Ocuparéis rápidamente puestos importantes con mucha gente bajo vuestras órdenes. A menudo os sentiréis impacientes por la lentitud de vuestros subordinados. Los insignificantes burócratas que parecen querer poseer todos y cada uno de los trozos de papeles que cruzan por sus despachos y conservarlos para sí todo el tiempo posible. Parecen tener mentes pequeñas, ninguna ambición, ninguna visión de cómo debería gobernarse. Ansiaréis coger una buena escoba y barrer a esos bastardos. Dios sabe que yo mismo he querido hacerlo muy a menudo.

Los estudiantes se rieron, no por lo que Mikal había dicho sino porque se sentían inmensamente adulados por el hecho de que Mikal Imperator les hablara tan francamente.

—Pero no lo he hecho. No lo he hecho a menos que haya sido absolutamente necesario. Los burócratas son nuestros tesoros, la parte más valiosa del gobierno. Los que tenéis grandes habilidades ascenderéis, cambiaréis, os aburriréis, saltaréis de un empleo a otro. Si tuvierais otro tipo de emperador, algunos serían despedidos de vez en cuando y enviados a… Bueno, no tengo tanta imaginación para hacerme la idea del tipo de lugares a los que podrían ser enviados los administradores ofensivos.

Rieron de nuevo. Kya-Kya se sintió disgustada.

—Escucha —repitió la voz, y esta vez Kya-Kya se dio la vuelta y vio que Ansset la estaba mirando.

—Sé que es traición hablar del tema, pero dudo que haya ninguno entre vosotros que no se haya dado cuenta de que soy viejo. He gobernado mucho tiempo. He sobrepasado las expectativas de vida normal del hombre. Tengo razones para creer que algún día moriré.

Los estudiantes se estiraron en sus asientos, inseguros de lo que tenía que ver con ellos, pero seguros de que preferían no oír ese tipo de cosas.

—Cuando eso suceda, alguien ocupará mi puesto. No procedo de ninguna dinastía particularmente larga, y podría haber algunas cuestiones sobre quién es mi heredero legítimo. Puede que el tema resulte incluso molesto. Algunos os sentiréis tentados a tomar partido. Y los que elijan el bando equivocado pagarán su error. Pero mientras estalle la tormenta, esos burócratas amasadores de papeles seguirán dirigiendo el gobierno a su modo insípido e incompetente. Ya tienen tal inercia que ni siquiera yo podría cambiarlos aunque quisiera. Unos pocos cambios, aquí y allá. Una mejora aquí y allá, o un burócrata brillante que merece un ascenso. Pero la mayoría seguirán haciendo las cosas de la misma manera infinitamente lenta. Y eso, mis jóvenes amigos, será la salvación y la conservación de este imperio. Apoyaos en la burocracia. Depended de ella. Conservadla, si podéis, bajo control. Pero no la debilitéis nunca. Salvará a la humanidad cuando todos los visionarios hayan fracasado, cuando todas las utopías se hayan derrumbado. La burocracia es lo único que ha creado la humanidad.

Y entonces Mikal sonrió, y todos los estudiantes volvieron a reírse, porque se dieron cuenta de que él sabía que estaba exagerando. Pero eran conscientes también que gran parte de lo que decía era en serio, y comprendieron su visión de futuro: Que no importaba quién estuviera al mando, siempre que la tripulación supiera cómo gobernar el barco.

Sin embargo nadie le comprendía tan bien como Kya-Kya. No había ningún sistema honorable de sucesión al trono, como lo había habido en la Casa del Canto, donde la elección del Maestro Cantor de la Sala Alta quedaba recomendada a un Sordo, cuya decisión no rebatía nadie. El gobierno del imperio, en cambio, pasaría al que fuera más fuerte y más determinado cuando Mikal muriera. A lo largo de la historia, demasiados soberanos habían destruido sus imperios intentando promover a un favorito o a un pariente como sucesor. Mikal no tenía esa intención. Estaba anunciando a los estudiantes del Instituto Gubernamental de Princeton que iba a dejar el asunto de su sucesión a la ley de la selección natural mientras intentaba construir instituciones que sobrevivieran los tumultos.

Los primeros años tras la muerte de Mikal serán interesantes, pensó Kya-Kya, y se preguntó por qué se sentía tan alegre de saber que estaría viva y trabajando en el gobierno durante ese tiempo cuando iba a ser un período triste y se producirían numerosas matanzas.

Mikal se puso en pie y lo mismo hicieron todos los demás, y cuando se marchó los estudiantes estallaron en docenas de conversaciones diferentes. A Kya-Kya le hacía gracia la manera tan efectiva con que Mikal los había embaucado a todos con su calor y su modo casual. ¿Habían olvidado que este hombre había matado a cientos de millones de personas en mundos arrasados, que sólo la fuerza bruta y una total falta de escrúpulos le había hecho acceder al poder? Y sin embargo, también ella tuvo que admirar el hecho que después de haber vivido una vida como la que Mikal había vivido, todavía fuera capaz de ocultar su naturaleza maligna de tal manera que todos en la sala excepto ella (no, seamos honestos, todos en la sala) pensaran en él como en un abuelo paternal. Amable. Un caballero y además un hombre amable. Y sabio.

Bien, le concedía aquello al viejo bastardo. Era lo suficientemente listo para permanecer vivo siendo el blanco número uno de la galaxia. Probablemente moriría en la cama.

—Es muy fácil sentir desprecio —dijo a su lado la voz de Ansset.

Kya-Kya se dio la vuelta para mirarle.

—Pensé que te habías ido. ¿Qué querías decir con que le escuchara? —se sorprendió al ver que le hablaba con tanta furia.

—Porque no lo estabas haciendo —la voz del niño era amable, pero Kya-Kya detectó en ella los semitonos del hablacanción.

—No lo intentes conmigo. No podrás engañarme.

—Sólo los tontos no pueden ser engañados —respondió Ansset. Kya-Kya se dio cuenta que había crecido—. Haces ver que no te gusta Mikal. Pero de todas las personas que hay aquí, eres quien más se parece a él.

¿Qué pretendía? Kya-Kya se sintió furiosa. Se sintió halagada.

—¿Tengo aspecto de asesina? —preguntó.

—Conseguirás lo que quieras —replicó Ansset—. Y matarás para hacerlo, si es necesario.

—No sólo canciones, sino también psicología, ¿eh? Tu entrenamiento debe de haber sido muy intenso.

—Conozco tus canciones, Kya-Kya —dijo Ansset—. Te oí cantar cuando fuiste aquel día a ver a Esste a mi celda.

—Nunca he cantado.

—No, Kya-Kya. Has cantado siempre. Simplemente, no has escuchado nunca la canción.

Ansset se dio la vuelta, y su aire de confianza, de superioridad, enfureció a Kya-Kya.

—¡Ansset! —llamó, y el niño se detuvo y la miró a la cara—. Te están utilizando —dijo—. Crees que se preocupan por ti, pero sólo te están utilizando. Eres una herramienta. ¡Una herramienta estúpida e ignorante!

Kya-Kya no había hablado en voz alta, pero cuando se giró se dio cuenta de que muchos estudiantes les estaban mirando. Se separó del niño y se abrió camino entre los estudiantes que sabían lo suficiente para no decir nada, pero que sin duda se preguntarían cómo había entablado conversación con el Pájaro Cantor de Mikal y se maravillarían de que hubiera sido capaz de enfurecerse con él.

Eso habría sido suficiente para hacer que los estudiantes chismorrearan durante varios días. Pero cuando Kya-Kya alcanzó la puerta, oyó que todas las conversaciones se detenían y la voz de Ansset se elevaba por encima del charloteo que se desvanecía, y cantaba una canción sin palabras que ella sola, entre todos los otros estudiantes, conocía como una canción de esperanza, amistad y honestos buenos deseos. Cerró la mente a los trucos de la Casa del Canto que empleaba el niño y salió de la sala, donde esperó afuera, en silencio, junto a los guardias, hasta que llegó el guía para conducirlos a la salida.

Los vehículos de transporte, todos deslizadores del Instituto, los llevaron de vuelta a Princeton con sólo una parada en la antigua ciudad de Philadelphia, donde uno de los estudiantes mayores fue secuestrado y encontrado más tarde, terriblemente mutilado, cerca del río Delaware. Era el decimoquinto en una ola de asesinatos que mantenía aterrorizada a Philadelphia y a otras ciudades de la zona. El resto de los estudiantes regresó a Princeton completamente deprimido y reemprendió sus estudios. Pero Kya-Kya no olvidó a Ansset. No podía olvidarle. La muerte estaba en el aire, y aunque Mikal no podía ser responsable de los locos asesinatos de Philadelphia, Kya-Kya no dejaba de creer que también él moriría mutilado. Sin embargo, las mutilaciones llevaban años, y pensó en Ansset, y en cómo él, también, podía ser hallado mutilado y deforme, y aunque no le importaba nada la Casa del Canto y aún menos el Pájaro Cantor de Mikal, no podía dejar de esperar que el hermoso niño que la había recordado, tras todos los años, pudiera salir ileso de Susquehanna y regresar sano y salvo a la Casa del Canto.

Y se impacientó, porque estaba en la universidad y el mundo se movía rápidamente hacia grandes sucesos que serían parte de ella a menos que se apresurara o el mundo se detuviera para que pudiera darle alcance. Tenía veinte años y era brillante e impaciente, pero se sentía completamente frustrada. Una noche lloró por la Casa del Canto cuando se fue a la cama especialmente cansada.