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Riktors murió tres años después, en primavera, y en su testamento pidió al imperio que aceptase a Ansset como su heredero. Parecía lo natural, ya que Riktors no tenía hijos y su amor mutuo era legendario. Así, Ansset fue coronado y reinó durante sesenta años, hasta que tuvo ochenta y dos, siempre con la ayuda de Kyaren y el Mayordomo. En privado, se consideraban iguales, aunque era la cabeza de Ansset la que llevaba la corona.

Fueron amados, todos ellos, como nunca habían sido amados Mikal y Riktors, que tenían muchos enemigos. Las historias fueron apareciendo gradualmente, sobre Ansset, Mikal, Riktors, Josif, Kyaren y el Mayordomo; se convirtieron en mitos a los que la gente podía aferrarse, porque eran verdad. Las historias se contaban no en reuniones públicas, donde podía ser un acto político alabar a los gobernantes del imperio, sino en privado, en las casas donde la gente se maravillaba de las cosas por las que sufrían los poderosos, mientras los niños soñaban con ser Pájaros Cantores, amados por todo el mundo, y poder así convertirse algún día en emperadores del dorado trono de Susquehanna.

Las leyendas divertían a Ansset, porque había crecido en el relato, y emocionaban a Kyaren, porque sabía que eran un reflejo del amor del pueblo. Pero aquello no cambiaba nada. En medio del acto de gobierno, rodeados del trabajo por atender a cien mil mundos, consiguieron levantar una familia. Cada noche regresaban juntos a casa, Mayordomo y Kyaren como marido y mujer, con Efrim como su primogénito, y Ansset era el tío que nunca se casó, que actuaba más como el hermano mayor de todo el mundo, que jugaba con los niños y hablaba con los padres, pero, al final, se iba solo a la cama, donde el rumor de la familia penetraba suavemente, como si procediera de muy lejos.

Sois míos, pero no sois míos, decía Ansset. Yo soy vuestro, pero apenas lo sabéis.

No era desgraciado.

Pero tampoco era feliz.