Era la tarde del decimocuarto día. La luz del sol fluía a través de las rendijas de los postigos occidentales. Ansset y Esste permanecían sentados en el suelo de la Sala Alta, cantándose mutuamente.
La canción del niño era insegura, aunque la melodía era aguda y fina, y sus palabras eran toda la agonía de la pérdida y la soledad mientras crecía, pero la agonía había sido transformada, estaba siendo transformada incluso mientras cantaba, por la armonía y la contramelodía de la canción sin palabras de Esste que decía no tengas miedo, no tengas miedo, no tengas miedo. Las manos de Ansset bailaban mientras cantaba, jugueteaban con los brazos, la cara, los hombros de Esste, capturaban sus manos y las dejaban ir. Su cara estaba iluminada mientras cantaba, sus ojos estaban vivos, y su cuerpo decía tanto como su voz. Pues mientras su voz hablaba del recuerdo del miedo, su cuerpo hablaba de la presencia del amor.