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El rostro de Ansset estaba rígido cuando se despertó. Ya no tenía frío. Le dolía la cabeza, y donde las astillas habían penetrado en su cara, el picor era un hormigueo constante. Pero sentía algo de frío en la cara, y dondequiera que tocaba, el escozor desaparecía. Abrió un poco los ojos. Esste se encontraba inclinada sobre él, extendiendo bálsamo sobre su rostro. Por un momento Ansset olvidó todas las cosas malas y le dijo muy despacio:

—No salté. Me dijeron que saltara, pero no lo hice.

Esste guardó silencio. No dijo nada, ni una palabra, y su silencio fue un golpe que volvió a impresionar a Ansset, y su lucha se reanudó. El agua subía a encontrarle, un vasto remolino que subía y subía y Ansset estaba en lo alto y no había ningún sitio para poder escapar. Miró en su interior y no había escapatoria, y cuando el agua le alcanzó, cubrió sus pies, le derribó y le hizo girar en círculos, chilló. Su grito llenó la Sala Alta y se repitió en las paredes y conmovió la quietud de la niebla exterior.

Ya no estaba en la Sala Alta. El remolino lo succionaba. El agua se cerraba sobre su cabeza. Girando más y más deprisa, se hundía cada vez más hacia las bocas abiertas y los horrores que le esperaban abajo. Una tras otra, las bocas lo engulleron. Sintió cómo lo tragaban, los poderosos movimientos de peristalsis le llevaban de un esófago a otro, a lugares calientes donde no podía respirar.

Y paseaba por una habitación. Caminaba y caminaba pero no llegaba a ninguna parte. Y en solitario, sin ningún otro sonido, oyó la canción que había estado buscando. Oyó la canción y vio al cantor, pero en realidad no podía oír ni ver, porque el cantor no tenía una cara que pudiera reconocer, y la canción, no importara cuánta atención prestara, se escapaba al instante después de oírla. No podía escuchar la melodía en su memoria, sólo en el momento, y cuando miraba a un ojo, el otro ojo desaparecía, y cuando buscaba la boca, el ojo que había visto antes desaparecía también.

Ya no estaba caminando, aunque no tenía recuerdo alguno de haber llegado junto a la mujer que yacía en la cama. Tendió la mano. Estaba tocando su cara. Acariciaba su rostro muy suavemente, siguiendo las facciones, los ojos, la boca, y la voz cantaba: adiós-mor-adiós, adiós-mor-adiós, pero perdía las palabras en cuanto las entendía. Las perdía y la niebla aparecía y engullía la cara. Él trataba de aferrarla, la agarraba con todas sus fuerzas. La mujer no podía desaparecer de él en la niebla que era toda caras invisibles que la engullían. Esta vez Ansset se aferró con todas sus fuerzas y nada podría hacer que se soltase. Oyó de nuevo la canción, oyó la canción y era exactamente la misma, y esta vez las palabras eran:

Nunca te lastimaré.

Siempre te ayudaré.

Si tienes hambre

te daré mi comida.

Si estás asustado

yo soy tu amigo.

Te amo ahora

y el amor no tiene fin.

Ahora supo dónde se encontraba. De alguna manera, le habían sacado del lago. Estaba tendido en la orilla, seco y a salvo y había encontrado por fin la canción que había estado buscando. Seguía agarrado a la cara, asiendo el pelo, apretando el rostro muy cerca del suyo propio mientras yacía allí, y supo por fin quién era la mujer, y lloró de alegría.