Riktors Ashen llegó sin anunciarse al planeta Garibali, su última parada antes de Tew. Prefería llegar de esta manera en las misiones que Mikal le encomendaba. Sin embargo, no hubo señal de que hubiera agitado a nadie; no hubo pánico cuando presentó sus credenciales en la aduana. El oficial a cargo simplemente se inclinó, le preguntó si tenía alguna preferencia en cuanto a hoteles y envió un coche privado a recogerle. Aquello preocupó a Riktors porque indicaba que las cosas en este lugar eran aún peores de lo que habían mostrado los informes. El problema podía darse sólo en la nación de Escala, donde había aterrizado, o en todo el mundo, pero habían estado esperando a un mensajero imperial… y en un mundo libre de nombre, eso significaba que sabían que había alguna razón para que tuviera que venir uno.
Alguien se había pasado un buen rato avisando por teléfono. El personal del hotel estaba preparado cuando él llegó. Riktors observó con diversión cómo la elaborada cortesía daba paso ocasionalmente al terror. En el hotel, al menos, el emisario de Mikal no había sido buscado.
Había una mujer esperándole en su habitación.
Riktors cerró la puerta.
—¿Eres un oficial o una puta? —preguntó.
Ella se encogió de hombros.
—¿Una puta oficial, tal vez? —sonrió. Estaba desnuda.
Riktors no se impresionó. Por muy eficientes que fueran en Escala, desde luego no tenían gusto.
—Talaso —dijo.
—¿Sí? —preguntó ella, sorprendida.
—Quiero verle.
—Oh, no —contestó ella, indefensa—. No puedo hacer eso.
—Creo que puedes y lo harás.
—Pero nadie le ve sin cita previa…
—Tengo una cita —extendió la mano y la tocó en el cuello de una manera casi afectiva. Pero había un pequeño dardo entre sus dedos, y aunque ella dio un respingo ante el repentino aguijonazo, la droga surtió efecto con rapidez.
—¿Talaso? —preguntó, soñolienta.
—Inmediatamente.
—No sé.
—Pero sabes quién sabe.
La mujer le condujo fuera del hotel. Riktors no se molestó en vestirla; era incapaz de sentir vergüenza bajo la droga, y a él le parecía apropiado, e incluso simbólico: el mundo entero desnudo ante él.
Hizo falta drogar a otro confundido oficial antes de que Riktors Ashen se plantara ante la puerta del despacho de Talaso. La recepcionista llamó, como es natural, a la guardia, y tres soldados con las armas alzadas se presentaron rápidamente, dispuestos a matar a Riktors antes de que se le dejara entrar. Pero entonces la puerta se abrió y apareció Talaso en persona, tranquilo y confiado.
—Dejad que pase el señor Ashen, por favor. Tenía intención de verle mañana, pero ya que es tan impaciente, le atenderé ahora.
Los guardias, reacios, le dejaron ir, y Riktors entró en la habitación. Inmediatamente dio comienzo a la acusación formal.
—Es sabido que está usted construyendo naves estelares capaces de actividad militar. Se sabe que sus impuestos son demasiado elevados. Se sospecha que su fuerza policial es tres veces superior al máximo legal, y se le acusa de dominar y pedir tributos al menos a otras cuatro naciones de Garibali. Los hechos, las sospechas y las acusaciones son suficientes para llevarle a juicio ante el emperador. Si se resiste al arresto, estoy autorizado a convertirme en juez y ejecutar yo mismo la sentencia. El cargo que se le imputa es traición; queda arrestado.
Talaso no perdió la sonrisa. Tal vez, pensó Riktors, no se da cuenta del peligro. Quizá cree que, puesto que mi tono es tan casual, puede resistirse, o retrasarme, o discutir.
—Señor Ashen, los cargos son serios.
—Tiene que venir conmigo de inmediato —dijo Riktors.
—Por supuesto que obedezco al emperador, pero…
—Éste no es un juicio, no tengo tiempo para escuchar sus protestas, y no le servirán de nada. Venga conmigo, Talaso.
—Señor Ashen, tengo responsabilidades aquí. No puedo marcharme ahora mismo.
Riktors miró su reloj.
—Cualquier retraso o intento de retraso constituirá un crimen de traición por resistirse al arresto del emperador. La pena para semejante delito es la muerte.
—No se olvide de que tengo tres guardias detrás de usted y que ha cometido el error de venir a mi nación, a mi ciudad, solo.
—¿De dónde ha sacado la idea de que estoy solo? —preguntó Riktors.
Talaso parecía irritado; Riktors sabía que ahora él se daba cuenta por primera vez de que se había mostrado demasiado confiado.
—Es el único pasajero que desembarcó de su nave.
—Los soldados del emperador ya han tomado completo control del aeropuerto, Talaso.
—¡Es una nave de pasajeros! —dijo furioso Talaso—. No puede engañarme. ¡Los sellos identificadores la declaran como nave de pasajeros! Los identificadores están absolutamente a prueba de entrometidos.
—Por decreto del propio emperador —dijo Riktors.
—Disparadle —ordenó Talaso a los guardias, quienes permanecían con los lásers en la mano. Sin embargo, ya empezaban a sentir los efectos de la droga que Riktors había liberado al tensar los músculos de sus nalgas mientras golpeaba la bota contra el suelo. El terror de Talaso súbitamente le venció y empezó a temblar y a gritar, pidiendo ayuda mientras buscaba un arma en su mesa.
—Talaso, es culpable de traición. Se le sentencia a muerte. Míreme.
Talaso intentó esconderse tras el escritorio; pero miró a Riktors por un momento, el suficiente como para que el dardo del enviado del emperador le alcanzara en el ojo.
Talaso se llevó las manos a la cara; entonces el veneno hizo efecto. Vomitó violentamente, hasta que la mandíbula se le dislocó. Cayó sobre la mesa, empezaron los espasmos. Sus músculos se contrajeron bruscamente. Saltó y se retorció como un pez que busca aire, hasta que uno de sus espasmos lo hizo retorcerse con tanta fuerza que le rompió el cuello. Entonces se quedó quieto, con el pelo manchado de su propio vómito y la cara vuelta en un ángulo que nunca habría podido alcanzar en vida.
Riktors sonrió. Servir como emisario de Mikal era un trabajo desagradable. Sin embargo, lo había desempeñado bien durante los últimos años, y por fin había sido ascendido a la guardia de palacio. Podría haber ejercido el oficio de asesino, un feo empleo de cautelas y muertes naturales bien simuladas, una tarea sin futuro. Riktors estaba seguro de que habría sido un buen asesino, y tenía buenos amigos entre aquel grupo exclusivo…, pero era mucho mejor gobernar. Aquella era, en realidad, la parte del trabajo que a Riktors le gustaba, y gracias a Dios el emperador le había escogido para recorrer ese camino y no el otro.
Se dio la vuelta y abrió la puerta. Habían llegado más guardias. Riktors los mató a todos, así como a la recepcionista de Talaso, a la prostituta oficial y al confundido oficial que lo había traído hasta aquí.
Entonces llamó a los otros burócratas de las habitaciones colindantes. Los llevó a la oficina de Talaso y les mostró el cadáver.
—Supongo que un equipo holográfico estará rodando —dijo. Era cierto—. Duplíquenlo y emítanlo inmediatamente a Escala y a todo el mundo.
El oficial al que estaba mirando parecía confuso.
—Amigo mío —dijo Riktors—. No me importa cuál ha sido su trabajo antes. Ahora soy el gobernador de Escala, en nombre del emperador Mikal, y hará lo que le digo o morirá.
Los cadáveres que había a su alrededor eran una prueba suficiente de su poder. El oficial se marchó rápidamente, y Riktors continuó dando órdenes, poniendo ya en funcionamiento los cambios que había que completar en una semana para mantener su calendario previsto, de forma que ningún otro dictador pudiera aparecer en Garibali durante siglos. Cogió el teléfono y llamó al aeropuerto. Su lugarteniente había estado esperando su llamada.
—Procedan —dijo Riktors—. Tengo a Talaso aquí. Muerto, por supuesto, y nos estamos desenvolviendo bien.
—Tengo un mensaje del emperador para usted. Sus agentes en Clike han descubierto que los rumores eran infundados y su visita allí ha sido cancelada. Le ordena que se dirija a Tew en cuanto este trabajo esté terminado.
Tew. La Casa del Canto y el Pájaro Cantor de Mikal.
—Entonces informa a la Casa del Canto de que llegaremos una semana antes de lo previsto.
No había que olvidar la cortesía si se pretendía que la maquinaria de gobierno avanzara sin problemas. La Casa del Canto. Aquella mujer fría y aterradora, Esste, y el hermoso niño que no quiso cantar para él. Politicastros y aventureros como Talaso eran fáciles de manejar. Pero cómo ganarle a los cantores, cómo obtener un regalo que sólo se podía dar libremente: aquéllas eran cuestiones cuyas respuestas no podían encontrarse. Era una misión que no se podía manejar de modo rutinario, y si tenía éxito sería porque ellos lo permitirían. Si fracasaba, sería el final de su carrera, el freno definitivo a su ambición, porque una vez fue el soldado más próximo a Tew, en quien el emperador Mikal podía confiar.
Maldita mala suerte.
Se sentó ante la mesa de la recepcionista y empezó a reorganizar el gobierno de Escala mientras sus soldados tomaban el control de todos los otros gobiernos de Garibali, uno a uno, y colocaban el destino de dos mil millones de personas en las manos de Riktors. Con el placer del poder, Riktors pronto puso al Pájaro Cantor en el fondo de su mente, en un lugar donde no necesitaba preocuparse. Aunque no lo olvidó del todo.