Rruk acababa de entrar en Celdas y Cámaras, tal como le correspondía. Su voz carecía de potencia, pero era una cantora dulce y gustaba a todos los que la escuchaban. Celdas y Cámaras era un paso hacia adelante para aquellos que estaban entre Gemido y Campana o Campana y Brisa. Aquí era una de las más jóvenes, y en su cámara era la más joven. Sólo una cosa la ayudaba a olvidar su timidez: la séptima cámara. La cámara de Ansset.
—¿Vendrá Ansset? —le preguntó a un niño que estaba sentado cerca de ella.
—Hoy no.
Rruk no mostró su desilusión; la cantó.
—Lo sé —repuso el niño—. Pero eso apenas importa. De todas formas, nunca canta aquí.
Rruk había oído rumores al respecto, pero no los había creído. ¿No dejaban cantar a Ansset? Pero era cierto. Y murmuró una canción sobre la injusticia de la prohibición.
—No sé por qué —dijo el niño—. Una vez canté lo mismo en la Cámara. Me llamo Ller.
—Rruk.
—He oído hablar de ti. Fuiste la primera que le cantó a Ansset la canción del amor.
Era un vínculo: los dos habían dado algo, incluso se habían preocupado un poco por Ansset. La Cámara empezó entonces, y la conversación cesó. Ller formaba parte de un trío aquel día. Se encargaba de los tonos altos, y emitió un zumbido agudo y débil que sólo cambiaba de vez en cuando. Sin embargo, seguía siendo la voz que controlaba al trío, el centro al que las otras dos voces regresaban siempre. Al subordinar su propio virtuosismo, había logrado que la canción fuese inusitadamente buena. A Rruk le gustaba cada vez más, no sólo por Ansset, sino por sus propias cualidades.
Después de la clase, sin decidirlo de un modo particular, fueron a visitar a Ansset.
—Tuvo que presentarse al Maestro Cantor de la Sala Alta antes de la Cámara. Tal vez ya haya regresado. Normalmente Esste acude a él como maestra, así que es posible que le haya llamado para revocar la prohibición.
—Eso espero —dijo Rruk.
Llamaron a la puerta de Ansset. Cuando se abrió, él estaba allí, observándoles con aire ausente.
—Ansset —dijo Ller, y entonces guardó silencio. Con cualquier otro niño habrían hablado directamente. Pero el largo aislamiento de Ansset, su expresión en absoluto infantil y su aparente falta de interés… eran obstáculos difíciles de superar.
Cuando el silencio empezó a prolongarse demasiado, Rruk dijo bruscamente:
—Hemos oído que fuiste a la Sala Alta.
—Sí —dijo Ansset.
—¿Ha terminado la prohibición?
Ansset volvió a mirarlos en silencio.
—Oh —dijo Rruk—. Lo siento —su voz indicaba cuánto lo sentía.
Fue entonces cuando Ller advirtió que las mantas de Ansset estaban enrolladas.
—¿Te marchas? —preguntó Ller.
—Sí.
—¿Adónde? —insistió Ller.
Ansset se dirigió a las mantas, las cogió y regresó junto a la puerta.
—A la Sala Alta —dijo. Pasó junto a ellos y se encaminó corredor abajo.
—¿Para vivir allí? —preguntó Ller.
Ansset no respondió.