—No tengo tiempo para esto —dijo Esste, permitiendo que su voz sonara irritada.
—Ni yo —respondió Kya-Kya desafiante.
—Los colegios de Tew son excelentes. Tu sueldo es más que adecuado.
—He sido aceptada por el Instituto Gubernamental de Princeton.
—Mantenerte en la Tierra costará diez veces más. Eso sin tener en cuenta el coste de llevarte hasta allí. Y el inconveniente de tener que darte una suma global.
—Ganas diez veces esa cantidad con lo que pagan a un Pájaro Cantor en un año.
Muy cierto. Esste suspiró para sí. Demasiados problemas hoy. No estaba preparada para enfrentarse a aquella muchacha. Lo que no me ha quitado Ansset lo hace el cansancio.
—¿Por qué a la Tierra? —preguntó, sabiendo que Kya-Kya reconocería la cuestión como el último jadeo de resistencia.
—Porque en mi terreno soy un Pájaro Cantor. Sé que te cuesta trabajo admitir que alguien pueda hacer algo de manera excelente y que no sea cantar, pero…
—Puedes ir. Pagaremos.
El tono de voz indicaba despedida. La misma brusquedad y despreocupación hizo que la victoria de Kya-Kya pareciera una desilusión. La muchacha aguardó unos instantes y luego se dirigió a la puerta. Se detuvo, dio la vuelta y preguntó:
—¿Cuándo?
—Mañana. Haz que el tesorero venga a verme.
Esste volvió a concentrarse en los papeles que tenía sobre la mesa. Kya-Kya aprovechó su falta de atención para echar un vistazo a la Sala Alta. Yo te elegí para este cargo, pensó, intentando sentirse superior. No sirvió de nada. Era como había dicho Hrrai: había hecho la elección obvia. Cualquiera que conociera la Casa del Canto habría nombrado a Esste para el cargo.
La habitación estaba fría, y todos los postigos estaban cerrados. Había corrientes de aire, pero no viento. Al parecer, Esste no tenía intención de morir pronto. Kya-Kya miró la ventana por la que estuvo a punto de caerse. Con los postigos cerrados, era sólo otra ventana, una parte del muro. La habitación no estaba a kilómetros del suelo, sino tan baja como cualquier otro edificio. La Casa del Canto era sólo un edificio; no le importaba si volvía a verla o no. No sentía ningún amor hacia sus piedras, se negaba a soñar con ella, ni siquiera se rebajaba a despreciarla ante sus amigos de la universidad.
Sus dedos rozaron las paredes de piedra al marcharse.
Esste alzó la mirada ante el sonido que hizo Kya-Kya al irse. Por fin. Recogió el papel que le preocupaba mucho más que los problemas de una Sorda que intentaba vengar su fracaso.
Maestra Cantora Esste:
Mikal me ha llamado a la Tierra para que sirva en su guardia de palacio. También me ha ordenado que me lleve conmigo a su Pájaro Cantor. Tengo entendido que el niño tiene nueve años. No me queda más alternativa que obedecer. Sin embargo, he dispuesto mi ruta para que Tew sea mi última parada. Dispones de veintidós días a partir de la fecha de este mensaje. Lamento la brusquedad, pero debo cumplir mis órdenes.
Riktors Ashen
La carta había sido transmitida aquella misma mañana. Veintidós días. Y lo peor es que Ansset está preparado. Preparado. Preparado.
Yo no.
Veintidós días. Apretó un botón que había debajo de su mesa.
—Que venga Ansset.