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Riktors Ashen estaba furioso cuando llegó a la Sala Alta.

—Escucha, mujer, ¿sabes qué es esto?

—No —respondió Esste, y su voz estaba calculada para apaciguarle.

—Es una orden de entrada. Del emperador.

—Y has entrado. ¿Por qué estás tan molesto?

—¡He esperado cuatro días! Soy el enviado personal del emperador, y tengo una misión muy importante…

—Riktors Ashen —interrumpió Esste (aunque suave, calmadamente)—, tienes una misión importante, pero no se trata de eso. Esto es sólo un alto en el camino…

—¡Maldita sea, y este pequeño asunto me ha hecho perder cuatro días!

—Tal vez, Riktors Ashen, deberías haber solicitado verme.

—No tengo que solicitar nada. Tengo la orden de entrada del emperador.

—Hasta el emperador solicita poder entrar aquí.

—Lo dudo.

—Es un hecho histórico, amigo mío. Yo misma le conduje a esta sala.

Riktors estaba ahora menos agitado. En realidad, estaba avergonzado por su estallido de cólera. No es que no tuviera derecho… Esste sabía que era un hombre que podía usar la cólera con buenos efectos. No había ascendido sin motivo hasta un rango tan elevado en la flota. Estaba avergonzado porque la furia había sido real, y por una cuestión de orgullo. Era un joven que estaba aprendiendo. A Esste le gustaba, a pesar de que también fuera capaz de matar a cualquiera con tal de conseguir lo que quería. La muerte aguardaba en sus manos tranquilas, detrás de su rostro infantil.

—La historia es una bazofia —dijo Riktors suavemente—. He venido a informarme sobre el Pájaro Cantor de Mikal.

—El emperador no tiene ningún Pájaro Cantor.

—Ése es precisamente el problema —contestó Riktors, no sin cierta diversión—. ¿Te das cuenta de los años que han pasado desde que le prometisteis un Pájaro Cantor? Mikal va a cumplir este año los ciento dieciocho. Por supuesto, es muy amable suponer que el emperador vivirá eternamente, pero el propio Mikal me ha dicho que es consciente de su mortalidad, y que espera no morir sin haber oído su Pájaro Cantor.

—Ya sabes que los Pájaros Cantores se eligen con mucho cuidado para que sean adecuados a sus dueños. A menudo tenemos el Pájaro Cantor y trabajamos para hacer que encaje adecuadamente. Este caso era poco común, y hasta ahora no hemos tenido el Pájaro Cantor apropiado.

—¿Hasta ahora?

—Creo que disponemos del Pájaro Cantor adecuado para Mikal.

—Quiero verle ahora.

Esste decidió sonreír. Riktors Ashen le devolvió la sonrisa.

—Con tu permiso, por supuesto —añadió.

—El niño sólo tiene seis años —contestó Esste—. Su instrucción dista mucho de estar completa.

—Quiero verle para saber que existe.

—Te conduciré hasta él.

Se pusieron en camino y recorrieron escaleras y atravesaron corredores y pasadizos.

—Hay tantos pasillos que no comprendo cómo queda espacio para las habitaciones —dijo Riktors.

Esste guardó silencio hasta que llegaron a los corredores de las Celdas, donde se detuvo un momento y cantó una nota larga y alta. Las puertas se cerraron en la distancia. Entonces condujo al enviado personal del emperador ante la puerta de Ansset y cantó unas cuantas notas sin palabras.

La puerta se abrió y Riktors Ashen quedó boquiabierto. Ansset era delgado, pero su piel clara y el pelo rubio le daban un aspecto translúcido a través del sol que entraba por la ventana. Y las facciones del niño eran maravillosas, no sólo regulares; era el tipo de rostro que enternecía tanto los corazones de los hombres como los de las mujeres. Con más facilidad.

—¿Fue elegido por su voz, o por su rostro? —preguntó Riktors Ashen.

—Cuando un niño tiene tres años —respondió Esste—, su futuro rostro es un misterio. Su voz se despliega con más facilidad. Ansset, he traído a este hombre para que te oiga cantar.

Ansset miró inexpresivamente a Esste, como si no comprendiera, pero rehusaba pedir explicaciones. Esste supo inmediatamente lo que Ansset planeaba. Riktors no.

—Quiere decir que cantes para mí —dijo servicialmente.

—No hace falta repetirle las cosas. Ha oído mi petición y prefiere no cantar.

La cara de Ansset no reveló nada.

—¿Es sordo? —preguntó Riktors.

—Ahora nos iremos —contestó Esste. Y se fueron. Pero Riktors se retrasó hasta el último momento para mirar la cara de Ansset.

—Precioso —repetía Riktors una y otra vez mientras recorrían los pasillos hacia la puerta.

—Va a ser el Pájaro Cantor del emperador, Riktors Ashen, no su efebo.

—Mikal tiene un montón de hijos. Sus gustos no son tan eclécticos como para incluir a los niños pequeños. ¿Por qué no quiso cantar?

—Porque prefirió no hacerlo.

—¿Siempre es tan testarudo?

—A menudo.

—La hipnoterapia se encargará de eso. Un buen experto podría implantar un bloqueo mental que prohibiera la resistencia…

Esste cantó una melodía que, de pronto, detuvo a Riktors. La miró, preguntándose por qué de repente tenía miedo de aquella mujer.

—Riktors Ashen, yo no te digo cómo tienes que desplegar en el espacio tus flotas de naves estelares.

—Por supuesto. Era sólo una sugerencia…

—Vives en un mundo donde todo lo que se espera de la gente es que obedezca, y para eso vuestros hipnoterapeutas y bloqueos mentales cumplen todos vuestros propósitos. Pero en la Casa del Canto creamos belleza. No se puede forzar a un niño a que encuentre su voz.

Riktors Ashen había recuperado la compostura.

—Sois buenos en eso. A mí me cuesta más trabajo hacer que la gente me escuche.

Esste abrió la puerta de entrada.

—Madre Esste —dijo Riktors—, le diré al emperador que he visto a su Pájaro Cantor, y que el niño es hermoso. ¿Pero cuándo le digo que le enviarán el niño?

—El niño será enviado cuando yo esté lista.

—Tal vez sería mejor que el niño fuera enviado cuando él esté listo.

—Cuando yo esté lista —repitió Esste, y su voz fue toda deleite y gracia.

—El emperador tendrá su Pájaro Cantor antes de que muera.

Esste siseó suavemente, lo que obligó a Riktors a acercarse más para poder oír lo que la mujer decía a continuación.

Ambos tenemos mucho que hacer antes de que el emperador muera, ¿no es cierto?

Riktors Ashen se marchó, entonces, rápidamente a concluir su misión para el emperador.