Hoy le he dicho a Gav que no vuelva.
Yo acababa de comer con Meredith en su cuarto y bajaba a la cocina con los platos. Él había estado rebuscando en el sótano para ver si el tío Emmett guardaba algo ahí que pueda resultarnos útil. He entrado en la cocina y en ese preciso instante Gav ha soltado un estornudo tan fuerte que se debe de haber oído desde el jardín.
Me he quedado petrificada. Los platos me han temblado en las manos y el vaso de plástico de Meredith ha caído al suelo. Las escaleras del sótano han crujido.
—No pasa nada —ha dicho Gav, asomando la cabeza por la escotilla del suelo—. Es por el polvo, estoy bien.
Se ha abierto de brazos, como si eso demostrara algo. No ha vuelto a estornudar ni a toser, y tampoco me ha parecido que resistiera al impulso de hacerlo. Además, realmente en el sótano hay mucho polvo; Gav tenía la camiseta cubierta de manchas de color gris.
He recogido el vaso y he dejado los platos en el fregadero. No me he dado cuenta de que estaba llorando hasta que he empezado a verlo todo borroso.
Gav se me ha acercado.
—¡Para! —he exclamado.
Me he vuelto hacia él al tiempo que retrocedía y me he cruzado de brazos.
—Kaelyn… —ha empezado él, dando un paso hacia delante.
—¡He dicho que pares! —he gritado.
Esta vez me ha hecho caso y se me ha quedado mirando, confuso.
—Acabo de estar arriba, con Meredith. He tocado sus platos y ni siquiera me he lavado aún las manos.
De repente me he acordado de todas las veces que Gav se ha sentado a mi lado y me ha tocado desde que Meredith se puso enferma, y me han entrado ganas de vomitar. ¿Cómo he podido ser tan descuidada? ¿De qué sirve el traje protector? ¿De qué sirve que me lave las manos cuando podía tener el virus en los pies o en el pelo? Llevamos varias semanas sin poder lavarnos como es debido. He estado reutilizando la ropa que está menos sucia porque cada vez que ponemos una lavadora tengo miedo de que el generador tenga un cortocircuito. Y he estado tan obsesionada con esta horrible situación que no me he parado a pensar en lo peligrosa que puede resultar para otras personas. Lo único que pensaba era que me gustaba tener a Gav cerca. ¿Cómo he podido ser tan egoísta?
No debería haber dejado que entrara en casa después de que Meredith contrajera la enfermedad.
—Tienes que irte —le he soltado.
—Kaelyn —ha respondido con voz calmada, como si su vida no pendiera de un hilo—. Llevo meses hablando con personas enfermas durante el reparto, y entrando y saliendo del hospital. Meses. Si hubiera tenido que pillar el virus, ya lo habría hecho.
—Eso no puedes saberlo —he contestado—. Meredith también estuvo bien durante meses y ahora está enferma. Tú te has mantenido sano porque has sido precavido. No puedes bajar la guardia y pensar que ya no te va a pasar nada. En esta casa corres peligro. Y estando conmigo también.
—He decidido correr el riesgo.
—Pues yo no quiero que lo corras —le he soltado con voz temblorosa—. Quiero que te vayas. Ahora.
Gav ha abierto la boca para protestar, pero por mi expresión debe de haberse dado cuenta de que no pensaba cambiar de opinión.
—Vale, me iré —ha cedido finalmente—. Pero mañana volveré.
—No te abriré la puerta.
—Pues hablaré contigo a través de la puerta hasta que abras —ha contestado—. Así empezamos, ¿no?
Al verlo en el vestíbulo, calzándose las botas, he notado un intenso pinchazo en el pecho. Porque hablaba en serio. Iba a volver las veces que hiciera falta. Como si yo fuera… alguien por quien merezca la pena correr ese riesgo.
—Gav… —he empezado a decirle.
—Ya me voy, ya me voy —ha contestado, levantando las manos—. Te veo mañana.
—No —he insistido—. Cuando Meredith… Cuando todo esto haya terminado. Pero no antes. Y menos aquí. ¿De acuerdo?
No ha contestado. Se ha limitado a dirigirme una última mirada y se ha marchado.
He hecho lo correcto, lo sé. Precisamente por eso no entiendo por qué me siento tan… tan mal.
Después de que Gav se hubiera marchado he dudado unos segundos y entonces he cerrado la puerta. Cuando me he vuelto, Tessa estaba mirándome desde el umbral de la sala de estar.
—Yo no pienso irme —ha dicho en el mismo tono que empleó cuando amenazó a Quentin.
Ni me lo había planteado. No sé si debería haberlo hecho. Llevamos tanto tiempo viviendo con Tessa (demonios, ¡si prácticamente nos cedió su propia casa!) que no me imagino echándola. Además, ¿adónde iba a ir?
—Ya lo sé —he contestado—. Claro que no.
¿Soy una mala amiga por estar más dispuesta a proteger a Gav que a Tessa? ¿O soy buena amiga por dejarla decidir por sí misma?