Primer temporal de nieve del invierno. En realidad solo ha sido aguanieve, una lluvia grisácea y medio derretida que golpea las ventanas desde esta mañana.
Después de cenar, Meredith y yo estábamos viendo La sirenita por octava vez cuando las luces y el televisor han parpadeado un momento y se han apagado.
No sé si el apagón es temporal o definitivo. Espero que sea temporal. No tener electricidad significa que nos hemos quedado sin nevera, sin horno y sin microondas. Y a lo mejor también sin calefacción.
Gav ha llamado poco después de que se fuera la luz. Me he dado cuenta de que estaba en el hospital por el barullo de voces que se oían de fondo.
—El hospital entero se ha quedado a oscuras mientras estaba con Warren —ha anunciado—. Ahora funcionan solo con el generador. He oído que toda la ciudad se ha quedado sin luz. ¿Estás bien?
Había tenido que buscar el teléfono a tientas. Meredith estaba en el sofá, respirando entrecortadamente. Me he acurrucado pegada a la pared y he cerrado los ojos.
—Sí —he contestado—. Tessa está buscando las velas que sus padres guardan para casos de emergencia. Da un poco de miedo, pero sobreviviré.
—Pasaré a veros dentro de un rato —ha dicho Gav—. Tengo que despedirme de Warren.
Quería verle, tenía tantas ganas de estar con él que me dolía el estómago solo de pensar que no estaba aquí. He pasado ratos con él y con Warren en el hospital, pero me siento incómoda, como si me estuviera entrometiendo en su amistad, de modo que no lo he visto demasiado durante los últimos días. Sin embargo, cuando ya iba a abrir la boca, la ventana ha traqueteado por el viento y el aguanieve, y he imaginado las calles resbaladizas que atraviesan la oscuridad que nos separa. El recuerdo de los cristales rotos del invernadero ha acudido a mi mente y se ha transformado en el parabrisas del Ford, hecho pedazos; he oído mi voz antes incluso de saber qué iba a decir:
—No, quédate en el hospital —le he pedido.
—No me necesitan —ha dicho Gav—. Dentro de media hora van a apagar las luces de todos modos. Solo…
—Gav —lo he cortado, intentando que mi voz sonara severa, aunque el dolor del estómago se había convertido en un nudo—. No vengas. No quiero que vengas. Estamos bien.
Ha habido una pausa. Entonces Gav ha respirado hondo:
—Vale. Como quieras. No pasa nada. —Aunque sí pasaba—. Pues ya nos veremos —ha añadido.
—Hasta luego —me he limitado a decir, aunque en realidad quería explicarle lo que pasaba.
—¿Kaelyn? —ha dicho Meredith, mientras el tono del teléfono resonaba aún en mis oídos.
Cuando he vuelto al sofá, Tessa ya había encontrado las velas y nos hemos ido a los dormitorios.
Meredith se ha dormido hace unos minutos. Los hurones están en la plataforma superior de la jaula y sus cabecitas oscilan mientras contemplan el parpadeo de la luz de la vela. Probablemente no debería gastarla escribiendo; en la caja que Tessa ha encontrado quedaban tan solo unas pocas.
Además, parece un momento de lo más apropiado para andar a la deriva, en la oscuridad.