29 de noviembre

Anoche volví al archivo. A lo mejor había algo que se nos había pasado por alto tanto a papá como a mí. Saqué los historiales de los seis supervivientes, incluido el mío, y cogí diez más para compararlos. Mientras sacaba el último me fijé en los nombres de los que venían a continuación: ahí estaban tu historial, el de tu madre y el de tu padre.

No había visto a tus padres mientras hacía la ronda, repartiendo comida. Esperaba que estuvieran bien, pero no podía estar segura. Podría haberle preguntado a Tessa si había hablado con ellos, habría podido pasarme por su casa, habría podido echar un vistazo a sus historiales antes… Pero en realidad prefería no saberlo, pues mientras no lo supiera aún había lugar para las buenas noticias. Sin embargo, ayer, sin pensar demasiado, dejé el historial que había cogido y saqué el suyo.

Lo siento mucho, Leo.

Existe un motivo por el que no los he visto desde que empecé a trabajar de voluntaria. Tu madre ingresó con los primeros síntomas una semana después de que se declarase la cuarentena; tu padre la siguió unos días más tarde. Los dos murieron antes incluso de que yo enfermara.

En el archivo hay una carpeta correspondiente a cada habitante de la isla. Mirándolos, me he dado cuenta de que podía saber cuántos de nuestros vecinos se ha llevado el virus, cuántos de nuestros profesores no han logrado sobrevivir, cuántos alumnos del instituto ingresaron en el hospital antes que Shauna y ya nunca volvieron a salir.

No sé por qué, pero en aquel momento tomé conciencia de la gravedad de la situación como aún no lo había hecho. Cinco segundos más tarde crucé el pasillo y me arrodillé en el baño, al tiempo que intentaba retener la cena en el estómago. Aunque al final este dejó de revolverse, no logré desembarazarme de un desagradable sabor ácido que me cubría el paladar.

La cantera debe de estar atestada de cadáveres. Tanta y tanta gente, personas con quienes hemos pasado la mayor parte de nuestras vidas. Esto se tiene que terminar.

Cuando pude levantarme, regresé al archivo, cerré el archivador y me obligué a ponerme manos a la obra.

Resultaría mucho más sencillo organizar toda la información en un ordenador. Drew podría haber creado un programa para ello, como hizo cuando tuve que llamar a la gente… ¿Es posible que hayan pasado menos de dos meses?

Si Drew estuviera aquí…

Pero, por otro lado, si se cortara la electricidad, como ha pasado con casi todo, perdería toda la información. Así pues, empecé a elaborar tablas en una libreta de hojas cuadriculadas que encontré en una estantería y me puse a comparar fechas y medicaciones: cuánto tardó cada persona en llegar a cada fase de la enfermedad; cuántos y qué medicamentos les administraron y a qué hora del día. Tiene que haber alguna pauta, alguna coincidencia, aunque la respuesta sea tan recóndita que resulte imposible encontrarla sin un estudio realmente pormenorizado.

Hay tantos datos, tantos factores que tener en cuenta… Llené seis hojas de papel en tres horas y no hallé nada que pareciera ni siquiera remotamente relevante. Entonces Nell me encontró.

—Pero ¿qué haces aquí, Kaelyn? —preguntó—. Es casi medianoche.

Me la quedé mirando, aturdida. Tenía la cabeza inundada de conceptos médicos que apenas comprendo.

Al ver que no respondía se le suavizó la mirada al tiempo que su voz se volvía más firme.

—Ya vale —dijo entonces—. Vamos. Como doctora, te ordeno que te vayas a casa y descanses.

Como si me sintiera mucho mejor aquí, en la misma habitación que Meredith, consciente de que si ahora mismo se despertara estornudando no podría hacer nada por ella.

Hoy pienso volver al hospital. Y mañana, y al día siguiente, hasta que haya estudiado todos los detalles. Tiene que haber una conexión y no pienso parar hasta encontrarla.