18 de noviembre

En el hospital hay cada día más jaleo. Papá y Nell no han dicho nada al respecto, pero sospecho que ya casi se les han terminado los sedantes. Es posible seguir el curso de la enfermedad desde los pasillos: toses y estornudos, cháchara exageradamente amistosa y gritos de pánico. Ayer tuve que llamar a una enfermera tres veces antes de que me prestara atención, aunque cuando se quitó los tapones que le protegían los oídos lo entendí todo.

El virus ha cobrado voz y no parece que esté muy contento.

Tenía previsto pasar la tarde en el archivo, pero tras una hora repasando todos los detalles de los tratamientos y comparando a los supervivientes con las víctimas, he vuelto a dejar los historiales donde estaban y me he marchado. Llevo días cotejándolo todo una y otra vez, y no hay nada. Ninguno de los seis tenemos nada especial que nos distinga del resto. No hay una solución milagrosa que estuviera esperando a que me tropezara con ella.

Al salir al frío exterior, he oído el zumbido de un helicóptero que ha pasado sobre mi cabeza, rumbo al continente de nuevo. ¿Periodistas grabando imágenes? ¿O tal vez otro envío del que la banda se habrá vuelto a apropiar? Los he imaginado tirando los medicamentos que el hospital necesita desesperadamente en la parte trasera de su furgoneta robada. De forma instintiva, he cerrado los puños de rabia.

He ido directamente a casa de Tessa. La he encontrado en el invernadero, podando uno de los arbustos, arrodillada en el suelo.

—Tenemos que volver a salir —le he dicho—. A rescatar medicamentos. La otra vez nos quedaron varias casas de verano.

—Fui yo sola —ha contestado Tessa.

—¿Y qué pasa con las casas normales? —he dicho—. Podemos empezar por nuestra calle.

—¿Quieres entrar a robar? —ha preguntado Tessa, enarcando una ceja.

«¿Por qué no?», he estado a punto de decir. La banda esa ya se dedica a saquear casas por motivos egoístas, ¿por qué no íbamos a hacerlo nosotras, que solo queremos ayudar al hospital? Pero al pensar en la banda me he acordado del día en que aquel tío de la furgoneta le disparó a una mujer delante de mí y se me ha revuelto el estómago. No quiero parecerme a ellos en nada.

—No —he dicho entonces—. No nos hace falta. Sé qué casas están vacías de cuando hice el reparto con Gav. Llamaremos a la puerta y solo entraremos si está abierta.

Así pues, ayer y esta tarde hemos dejado a Meredith viendo uno de sus DVD y hemos salido. Tessa me ha esperado fuera mientras yo echaba un vistazo rápido para asegurarme de que las casas en cuestión estaban vacías. Las dos primeras veces me han entrado sudores mientras cruzaba los pasillos y miraba en los dormitorios, pero aún no me he topado con nadie, ni sano ni enfermo, ni vivo ni muerto. Al cabo de un rato, el recuerdo de la mujer y el niño muertos de la casa de verano ha empezado a desvanecerse.

Aunque eso no significa que entrar en esas casas no sea horrible. Las casas de verano eran tan impolutas y asépticas que podía llegar a convencerme de que allí no había vivido nunca nadie. Las casas que estamos saqueando ahora, en cambio, pertenecían a personas a las que no hace tanto me cruzaba por la calle y saludaba en la cola del colmado, personas cuya presencia permanece aún en las fotos de las mesitas de noche, las notas de las cocinas, los juguetes esparcidos en las salas de estar y los pósteres que cuelgan en las paredes de los dormitorios. Pero ninguna de ellas va a volver.

He aprendido a concentrarme visual y mentalmente en el siguiente cajón, en el siguiente armario, y a desconectar del resto en la medida de lo posible.

No hemos encontrado gran cosa más allá de productos básicos como aspirinas y tiritas, pero algo es algo. Esta vez también nos llevamos la comida aprovechable. Es posible que por el momento baste con la que Gav tiene almacenada, pero nadie sabe cuánto tiempo pasará antes de que logremos hacernos con otro de los envíos procedentes del continente. Tessa y yo lo hemos llevado todo al hospital y hemos guardado la comida en la cocina.

Gav vino anoche para enseñarle movimientos de autodefensa a Tessa y para asegurarse de que Meredith y yo nos acordábamos de lo que nos había enseñado, y esta mañana lo he vuelto a ver durante el reparto, pero no le he contado lo que hacemos. No es que me preocupe que pudiera no aprobarlo; de hecho, estoy convencida de que lo aprobaría. Es más bien que se emocionaría y querría convertirlo en una parte más de su reparto de alimentos. Y entonces ya no sería algo mío.

A lo mejor debería involucrar a más personas, pero, por algún motivo, ahora mismo necesito tener algo que sea mío y de nadie más.