17 de noviembre

Han atacado el barrio del tío Emmett. Ha sido la banda a la que, según Gav, se ha unido Quentin. Esta mañana he ido a la casa a echar un último vistazo y he encontrado la puerta abierta de par en par. Se habían cargado el pomo con una palanca.

He tenido un breve ataque de pánico y me ha faltado poco para volver corriendo al coche, pero entonces me he dado cuenta de que posiblemente me encontraba en uno de los lugares más seguros de toda la ciudad. Ya se habían llevado de allí todo lo que querían, ¿para qué iban a volver? Las opciones de que saqueen la casa por segunda vez son las mismas, más o menos, que de que yo vuelva a coger el virus.

No creo que encontraran demasiadas cosas de interés. El mueble bar estaba vacío y parecía que habían revuelto los dormitorios en busca de objetos de valor. Pero estoy segura de que cuando la tía Lillian se marchó no dejó su joyero, así que debieron de llevarse una decepción.

Por un momento he temido que hubieran robado los prismáticos, que tenía intención de recuperar, pero al final los he encontrado entre las sábanas desordenadas de la cama de Meredith.

Las patrulleras siguen ancladas en el estrecho, montando guardia. Al fondo, el continente tenía el mismo aspecto de siempre. Me ha parecido atisbar movimientos y destellos de luz a través de la bruma.

Cuesta imaginar que la vida allí pueda seguir su curso habitual: que la gente vaya al colegio, compre comida en las tiendas y salga por ahí con los amigos sin mascarillas. Es como si en lugar de una ciudad situada al otro lado de una franja de agua se tratara de un planeta completamente distinto, separado por un espacio insondable.

Y sé que parecerá pesimista, pero, sinceramente, esa hipótesis es mucho mejor que la alternativa. Porque la alternativa es que la vida allí no siga su curso habitual, que también estén cayendo como moscas, como nosotros.

He intentado imaginar qué estarás haciendo en estos momentos, Leo. A veces te imagino en clase, girando y saltando mientras los profesores te observan asombrados. Es un pensamiento agradable, pero sé que no es cierto. Porque tienes que haberte enterado de cuál es la situación aquí y sé que te sería imposible actuar como si no pasara nada. Es posible que en este preciso instante estés al otro lado del canal, intentando negociar con quienquiera que esté al mando para que te dejen volver a casa.

Me pregunto si Drew estará contigo. A lo mejor logró llegar al otro lado, pero su equipo de submarinismo quedó dañado y, aunque hubiera encontrado algo que pudiera ayudarnos, no tendría forma de regresar. Pero un día, cuando la isla vuelva a ser un lugar seguro, volveréis con nosotros.

Ojalá esa posibilidad no me pareciera tan remota.

Al salir de casa de mi tío me he llevado los prismáticos. No quiero tener que volver. Mientras cruzaba el caminito de acceso, de vuelta al coche, me ha parecido ver movimiento en la calle y me he detenido en seco. Cuatro casas más abajo había un cuerpo en el suelo, mitad sobre la acera, mitad en la calzada. Era alguien que había muerto por culpa del virus, o del agua, o de un disparo. No estaba lo bastante cerca como para asegurarlo. Un coyote le estaba tirando del brazo. He mirado hacia el otro lado y me he metido en el coche.

En realidad no lo puedo juzgar, los coyotes también tienen que comer para vivir.

De vuelta a casa de Tessa he dado un pequeño rodeo por el puerto. No me he acercado demasiado, pues aún tengo muy presente lo que me contó papá sobre lo poco que les cuesta a los soldados disparar, pero sí lo suficiente para poder ver lo que pasaba con los prismáticos.

No he visto a nadie en los muelles. Entonces he mirado hacia los botes y me ha dado un escalofrío. Todos los que llenaban mi línea de visión estaban medio hundidos; las proas sobresalían del agua, aún atadas a los diques, y a algunas embarcaciones les faltaban fragmentos de cubierta, o tenían agujeros en el casco. Parecía como si un gigante se hubiera paseado por ahí blandiendo su maza. He seguido las líneas irregulares de los muelles intentando localizar el amarradero de la lancha del tío Emmett. La destrucción no me ha permitido distinguir los detalles, pero por lo que he podido ver no ha sobrevivido ni un solo barco.

La tormenta que mencionó papá no pudo provocar tantos daños; nunca he visto ningún viento del noreste que se cargue los barcos de esta forma. Así pues, tiene que haber sido una persona. O varias.

Ha empezado a darme vueltas la cabeza, hasta el punto de tener que apartar los prismáticos y cerrar los ojos. Cada vez que miro a mi alrededor descubro que hay otra cosa rota.