Esta mañana, cuando he ido a ducharme, el agua del grifo salía marrón, tanto que casi parecía fangosa dentro de la bañera impoluta de Tessa. He intentado llamar al hospital pero comunicaba, como casi siempre. Así pues, les he dicho a Tessa y a Meredith que no bebieran agua y he salido. Por suerte papá trajo el coche ayer por la noche.
Nada más entrar en el hospital he visto a Nell.
—El sistema de filtrado debe de haberse roto —ha anunciado—. Intentaremos encontrar a alguien que pueda arreglarlo, aunque en realidad creo que hemos tenido suerte de que no sucediera antes. Los sistemas mecánicos terminan estropeándose por falta de mantenimiento. Lo que me sorprende es que la electricidad haya aguantado tanto.
Así pues, ahora tenemos que hervir el agua antes de poder beberla. Me he pasado la mañana llenando las ollas más grandes que he encontrado en el hospital, colocándolas al fuego y luego vertiendo el agua (que sigue siendo marrón, pero que, por lo menos, es potable) en unas jarras que ha traído uno de los voluntarios. Cuanta más tengan disponible, mejor. Me ha parecido una forma sencilla de ayudar.
Después de llenar la última jarra he ido a buscar a Nell para preguntarle qué quería hacer con ellas. La he visto desde lejos, en el vestíbulo, y la he llamado, pero justo en aquel momento las puertas del ascensor se han abierto y de dentro ha salido un hombre con el pelo canoso y enmarañado, empujando una enorme camilla. Esta estaba cubierta con una sábana que, no obstante, no lograba ocultar los bultos y las protuberancias que había debajo: pies y codos, hombros y frentes. Una montaña de cuerpos. Ha pasado ante mí, con las ruedecitas chirriando, y se me ha revuelto el estómago. Los pacientes del pasillo se han callado de golpe. Cuando he logrado apartar la vista, me he dado cuenta de que tenía a Nell a mi lado.
—¿Adónde los lleva? —le he preguntado.
Ella me ha puesto una mano encima del hombro, que temblaba, y de pronto me he dado cuenta de que lo que le estaba preguntando realmente era: ¿dónde está mi madre?
—Ojalá pudiéramos enterrarlos con el debido respeto —ha contestado en voz baja—. Pero después de la primera oleada… No disponemos ni de los voluntarios ni del tiempo necesarios. Hemos tenido que utilizar la vieja cantera.
La cantera. Recuerdo explorarla de niña, resbalando y hundiendo las manos en la gravilla. Era como un inmenso lago vacío. Solo que ahora ya no está vacío.
He notado una opresión en el pecho y he tenido que resistir la tentación de marcharme del hospital y no parar de correr hasta llegar a la cantera y encontrar a mamá entre la montaña de cadáveres. Para verla por última vez. Sé que suena malsano, pero creo que hay una parte de la pena que no se puede superar tan solo mediante las palabras ajenas. Si no has podido ver el cuerpo, o por lo menos cómo enterraban el ataúd, con tus propios ojos, es muy difícil desprenderse de la sensación de que ha habido un terrible error, que se han equivocado y que en realidad no ha muerto nadie.
Incluso los animales rinden homenaje a sus muertos. Los elefantes velan a sus amigos y familiares fallecidos. Los gorilas rugen y se golpean el pecho. Mamá ni siquiera tuvo eso. La echaron en una fosa con un montón de gente más, como si fueran víctimas de un genocidio. Como si fuera basura. ¿Cómo hemos podido hacerle eso?
En el fondo, no es tan distinto de lo que vi ayer: basta un virus microscópico para que las personas que no están enfermas empiecen a actuar como asesinos de masas.
He cerrado los ojos, los he vuelto a abrir y me he tragado las lágrimas amargas y las duras palabras que habría podido decir. No es culpa de Nell, no lo es. Y hay cosas mucho peores por las que preocuparse. Por ejemplo, que Drew podría estar flotando en el estrecho, o desmoronado en la costa del continente, muerto y olvidado. En cuanto a mamá, por lo menos sé dónde está.
Me he quedado mirando al hombre de la camilla hasta que ha salido por la puerta del hospital.
—¿No le preocupa ponerse enfermo? —he preguntado al cabo de un rato, desesperada por encontrar otro tema de conversación.
El tipo llevaba una mascarilla y un traje protector, como todos, pero estar tan cerca de esa montaña de cuerpos debía de tener sus riesgos.
Nell ha esbozado una sonrisa triste.
—Howard es como tú, cariño —ha dicho—. Contrajo el virus al principio y fue el primero en sobrevivir. Por eso es él quien se encarga de este trabajo.
Papá me dijo que yo era la quinta superviviente y que seguramente la mujer de mi habitación sería la sexta, pero hasta aquel momento no me había hecho a la idea. Hay otras personas en la isla que han vencido el virus, que han demostrado que podemos conseguirlo.
Papá dijo también que habíamos tenido suerte, pero eso es eludir la responsabilidad. Cuando se trata de ciencia, hablar de suerte es lo mismo que decir que aún no has encontrado el motivo.
De pronto he experimentado una súbita excitación, como un fogonazo en la oscuridad.
—Nell, guardáis los historiales de todos los pacientes, ¿verdad?
—Sí, claro —ha contestado la doctora—. Aunque no los tenemos tan organizados como antes. El archivo está junto a la recepción, ¿por qué?
—¿Podrías anotarme los nombres de todas las personas que se han curado?
Nell ha fruncido el ceño.
—Kaelyn, tu padre ha repasado ya esos historiales una decena de veces y no ha encontrado nada.
—Ya lo sé —he contestado—, pero puede resultar útil que otra persona les eche un vistazo. No tenemos nada que perder.
Nell me ha proporcionado el código de la puerta y los nombres de los otros cinco supervivientes, y se ha marchado a trabajar. Tenía razón en lo de la falta de organización: los armarios están desbordados y hay expedientes amontonados por todas partes, almacenados donde no les corresponde. Pero al cabo de media hora había conseguido ya localizar los historiales de las seis personas que nos hemos recuperado. Me he sentado en el suelo y he empezado a leer, pero la letra es tan pequeña que pronto ha empezado a dolerme la cabeza. Entonces los he metido entre dos armarios, para que me resulte más fácil encontrarlos la próxima vez que venga.
Hoy no he hallado nada que los seis supervivientes compartamos y que permita explicar por qué precisamente nosotros hemos sobrevivido, cuando el resto de los afectados han muerto, pero pienso seguir buscando. Tiene que haber algo.