13 de noviembre

¡Soy libre!

Hoy papá ha decidido que ya estoy lo bastante bien como para salir del hospital. Gav ha pasado a verme justo después de recibir la noticia y se ha ofrecido a acompañarme a casa de Tessa.

No me había dado cuenta de hasta qué punto me había acostumbrado al silencio casi absoluto de mi habitación. Los pasillos del hospital están llenos de gente sentada en mantas, almohadas o cualquier otra cosa que los voluntarios hayan encontrado, tosiendo y estornudando, con las mascarillas puestas. Cuando he pasado ante ellos, con Gav pegado a mí como si fuera mi sombra, me han seguido con la mirada. Mi mascarilla solo filtraba en parte el olor agrio que flotaba en el aire, un ambiente denso y húmedo que me llenaba los pulmones. Al salir al exterior me la he quitado y he inspirado profundamente.

En la calle volvía a reinar el silencio. Los coches del aparcamiento, que ya nadie va a reclamar, estaban cubiertos de hojas muertas. Casi todos los árboles están desnudos; la basura se arremolinaba por la calle y las ventanas del otro lado de la calle estaban a oscuras.

He notado un escalofrío y me he cerrado la chaqueta. Es imposible echar un vistazo a la ciudad y creer que algún día nuestras vidas volverán a ser lo que eran hace dos meses.

Gav también se ha quitado la mascarilla.

—¿Estás bien? —ha preguntado.

«Las cosas mejorarán —me he dicho—. Vamos a hacer que mejoren».

—Sí —he contestado—. Es solo que…, en fin, llevaba varias semanas sin salir.

El coche de Gav (o, según me ha contado más tarde, el de sus padres) es un Ford con portón trasero que en su día fue blanco, pero que hoy es tirando a gris, con la estructura cubierta por el óxido, como si fueran líquenes. Dentro apestaba a humo de cigarrillo. He fruncido la nariz instintivamente y Gav se ha dado cuenta.

—Es culpa de mi madre —ha dicho—. He intentado ventilarlo, pero imagino que no es tan fácil cuando el olor ha tenido quince años para asentarse.

—¿Y no le importa que lo uses?

—No está en condiciones de protestar.

El día que vino a casa y nos enseñó técnicas de defensa personal a Meredith y a mí me contó que su madre estaba enferma. O sea, que, probablemente, cuando desperté en el hospital, ya estaba muerta. No me había comentado nada.

—¿Y tu padre? —le he preguntado.

—Igual que ella —ha contestado Gav en un tono de voz que daba a entender que prefería no hablar del tema. Ha accionado el contacto.

El motor ha arrancado con un sonido mucho más suave de lo que yo esperaba, sobre todo teniendo en cuenta el aspecto del coche. Sin embargo, mientras nos dirigíamos a casa de Tessa nos rodeaba un silencio tan profundo que parecía que el coche hacía un ruido espantoso. El único signo de vida que he visto ha sido un gato que ha salido de una gatera.

—No parece que necesitara escolta —he dicho, no porque me importara estar acompañada, sino porque he pensado que hablar haría que la situación fuera un poco más normal—. Todo parece muy tranquilo.

—Parece, sí —ha respondido Gav—, pero debes tener cuidado. Los de la banda de Quentin son bastante violentos. Se han apoderado de los dos últimos suministros que han enviado en helicóptero, he oído que incluso dispararon contra los voluntarios del hospital que habían ido a recoger las medicinas y…

Ha dudado un momento, pero al final ha cerrado la boca. Al parecer ha preferido no contármelo. ¿Habrán hecho algo aún peor?

De pronto he tenido la sensación de que hacía más frío que fuera, con el viento.

—¿Se quedan con toda la comida y los medicamentos? —he preguntado—. ¿Y cómo nos las apañamos?

—Tu padre dice que en el hospital aún les quedan medicamentos del último suministro que les llegó. En cuanto a la comida, tenemos la parte que logramos salvar de nuestras reservas. Además…, tampoco quedan demasiadas personas a las que alimentar.

Ha dicho esa última parte con voz muy tranquila, como si por ello fuera a ser menos verdad. Entonces me he acordado de la lista de Warren, con todas esas direcciones. ¿A cuántas seguirán yendo? ¿En cuántas quedará alguien en condiciones de abrir la puerta?

—Ya lo sé —ha añadido al ver que yo no contestaba—, debería haber prestado más atención. Debería haber detenido a Quentin y a los demás antes de que se llevaran nuestra parte. Entonces tendríamos por lo menos el doble de comida. Además, si no tuvieran la furgoneta a lo mejor no podrían llevarse todo lo que llega con los suministros.

—No es culpa tuya —le he contestado—. Tenías muchas cosas entre manos.

—Sí, sí lo es —ha dicho Gav—. Yo estaba al mando. Se suponía que debía controlar a todo el mundo. Y ya ves cómo ha terminado todo. Gestionábamos toda la operación nosotros solos y ahora, en cambio, tenemos que ir por ahí pidiendo ayuda porque metí la pata.

Ha girado bruscamente el volante y ha aparcado delante de la casa de Tessa. A continuación se ha quedado mirando a través del parabrisas, con las manos agarrotadas y la mirada sombría.

—No tiene sentido que pienses que has metido la pata… —he empezado a decir.

—Pues claro que la he metido —me ha cortado él—. Si no hubiera…

—¡Escúchame! —he gritado, tan fuerte que los dos nos hemos asustado. Gav ha cerrado la boca y finalmente me ha mirado—. Quentin es un capullo, lo ha sido desde de que lo conozco. Y me apuesto lo que quieras a que, por mucho que hubieras hecho, no habrías podido evitar que se uniera a esa banda. Además, si él no les hubiera dado la llave habrían asaltado el almacén de todos modos; y entonces, como nadie os habría puesto sobre aviso, se lo habrían llevado todo, no solo la mitad. Es que incluso si ignoramos por completo todas las cosas buenas que has hecho, incluso si fingimos que nada de eso cuenta porque no ha salido exactamente como tenías planeado, ¿en qué universo podrías haberte asegurado de que no robaban ni un poco de comida?

No tenía intención de soltarle un discurso, pero en cuanto he empezado ya no he podido parar hasta desembucharlo todo. Es que me parece ridículo que Gav, que no ha hecho más que ayudar, se mortifique por la única cosa que, de todos modos, no habría podido evitar. ¡Que se mortifique Quentin por ser tan capullo!

Cuando he terminado, Gav seguía mirándome como si aún no se le hubiera pasado el susto.

—No lo sé —ha admitido finalmente.

—Pues eso. No lo sabes porque no podrías haber hecho nada por detenerlos. O sea, que deja ya de echarte las culpas.

Gav ha soltado un suspiro, largo y lento, y entonces ha sonreído por primera vez desde que hemos subido al coche. Parecía que la conversación había terminado, así que me he inclinado para abrir la puerta.

—Kaelyn —ha dicho entonces, y, cuando me he girado hacia él, algo en su expresión ha hecho que el corazón empezara a latirme a cien por hora.

Me estaba mirando, pero eso no era nuevo: hacía ya un buen rato que me observaba. Era como si de pronto su mirada fuera mucho más concentrada, como si hasta entonces parte de su atención hubiera estado pendiente de otras cosas y ahora, en cambio, todos sus pensamientos se concentraran en mí. Entonces se ha inclinado hacia delante y ha apoyado la mano en el lateral del asiento del acompañante, a pocos centímetros de mi hombro. Tenía los labios entreabiertos, como si quisiera decir algo en cuanto encontrara las palabras.

No sé qué he pensado que iba a hacer.

No, eso no es cierto. He pensado que iba a besarme. Creo que en ese momento no me he dado cuenta y tampoco sé si quería que lo hiciera, pero me he preparado para ello, con el corazón aún desbocado.

Pero al final nada de eso ha importado, porque no lo ha hecho. Ha bajado la mano, ha mirado por la ventana y, cuando se ha vuelto de nuevo hacia mí, su expresión no era ni la mitad de intensa que hacía un momento.

—Gracias —ha dicho.

He tardado un par de segundos en acordarme de por qué me daba las gracias, y entonces me he encogido de hombros y he sonreído como si no acabáramos de vivir un momento potencialmente incómodo.

—¡No hay de qué! —le he contestado en un tono excesivamente jovial.

En ese momento uno de nosotros ha dicho «hasta luego», el otro ha contestado que sí, que claro, y al cabo de un momento estaba ante la puerta de Tessa y oía el rugido del motor del Ford de Gav mientras se alejaba.

Tessa es probablemente la única persona capaz de mantener la compostura mientras todo se desmorona a su alrededor. Cuando ha abierto la puerta llevaba el pelo recogido en una pulcra coleta y, aparte de unas ligeras manchas de tierra en las rodillas de los vaqueros, su ropa parecía limpia y planchada.

—Tu padre ha llamado antes para avisarme de que venías —ha dicho—. Estamos preparando la comida. ¿Tienes hambre? —ha preguntado, tranquilísima, como si desde la última vez que nos vimos yo no hubiera estado a punto de morir.

Me ha gustado bastante que no me tratara como si yo fuera un milagro.

La sensación ha durado unos cinco segundos, el tiempo que ha transcurrido hasta que se han oído unos pasos por el vestíbulo y Meredith se me ha echado encima.

—¡Es verdad, estás curada! —ha exclamado—. Estaba superpreocupada, Kaelyn. ¿Vas a quedarte aquí con nosotras? Tessa dice que puedes quedarte. Yo quería traer tus cosas para que pudieras instalarte ya, pero el tío Gordon no me ha dejado entrar en tu cuarto. Lo siento.

No la había oído pronunciar tantas frases seguidas desde que la tía Lillian se marchó. Se me ha hecho un nudo en la garganta y durante un minuto he sido incapaz de decir nada, de modo que la he abrazado y le he dado un beso en la frente.

—Me alegro de que tú también estés bien —le he dicho al cabo de un momento—. Mi padre tenía razón: debemos tener cuidado. Quiero que te mantengas sana.

Meredith ha asentido.

—Ya lo sé —ha respondido—. No salgo de casa, aquí estoy segura. ¡Y he estado cuidando de tus hurones!

Entonces me ha cogido de la mano y me ha llevado hasta el cuarto de los invitados, donde estaban amontonadas sus maletas, sus juguetes y la jaula de los hurones. Al verme, Mowat y Fossey han empezado a trepar por los barrotes y a frotarse el hocico en mis dedos. Su aspecto no ha empeorado nada durante mi ausencia. He abierto la puerta de la jaula y he dejado que treparan sobre mí.

—A Tessa no le gustan —ha susurrado Meredith. Superada la excitación inicial, volvía a estar tan callada como de costumbre.

—¿Por qué no? —le he preguntado.

Meredith ha bajado los ojos.

—Pensé que sería divertido soltarlos por el invernadero —ha explicado—. Pero Fossey intentó escarbar un agujero debajo de una de las plantas y Mowat rompió un tiesto.

—No te preocupes —le he dicho—. Estoy segura de que Tessa no está enfadada contigo.

Tessa nos ha llamado a comer; había preparado raviolis de lata. Meredith no ha dicho casi nada en toda la comida y Tessa se ha mostrado tan cortés que casi resultaba incómodo; hablaba con la niña tal como yo lo habría hecho con un amigo de mis padres a quien no conociera muy bien. Supongo que es solo que no está acostumbrada a tratar con críos. Pero que conste que lo intenta, no me malinterpretes.

Y, en fin, así están las cosas. Las tres formamos una especie de familia extraña. Casi me sentía feliz, pero entonces me he fijado en las tres sillas vacías y he pensado que Drew debería de haber estar sentado en una y mamá en otra. Un dolor familiar me ha llenado el pecho.

Tres semanas enferma y tengo la sensación de haberme perdido un siglo.