11 de noviembre

Imaginaba que tener un plan de acción haría que el dolor resultara más llevadero, pero me he despertado en plena noche y he echado mucho de menos a mamá, notar su mano en mi mejilla y oír su voz, calmada y segura. Y durante un momento no me acordaba, pero entonces me ha venido todo: lo de mamá, que Drew ha desaparecido y tal vez también haya muerto, y que no tuve ocasión de despedirme de ninguno de los dos. He empezado a sollozar tan fuerte que debo de haber despertado a la mujer con la que comparto habitación, pero es que no podía parar. He llorado y llorado hasta que me ha dolido el pecho. Cuando papá ha llegado esta mañana aún estaba congestionada.

Pero aun así he hecho lo que tenía planeado y le he contado lo que Gav ha estado haciendo (a juzgar por sus comentarios creo que ya estaba vagamente al corriente) y que necesitaba voluntarios que lo ayudaran a repartir comida entre las personas enfermas y los niños.

Cuando he terminado de hablar, papá se me ha quedado mirado fijamente y ha dicho:

—Eso es mucho trabajo, Kae.

—Claro —le he contestado—, pero Gav lo tiene bien montado y su amigo Warren es un genio organizándolo todo. Y yo también les echaré una mano.

Mi padre ha sonreído débilmente y yo he empezado a pensar que todo se iba a arreglar. Pero media hora más tarde ha llegado Gav y enseguida me he dado cuenta de que es probable que las cosas fueran un poco más difíciles de lo previsto.

Gav ha entrado en la habitación, pero al ver a papá trabajando en su portátil se ha puesto muy tenso.

—Creo que volveré más tarde —ha dicho al tiempo que empezaba a retroceder.

—¡Espera! —he exclamado—. Gav, te presento a mi padre; quería que hablaras con él.

Gav se ha detenido y le ha dirigido una mirada recelosa a papá. Entonces me he dado cuenta de que seguramente ya lo tendría encasillado con las personas del Gobierno, del Ayuntamiento y demás que nos han abandonado. Papá es un científico, un especialista que no logró derrotar al virus a tiempo.

Pero Gav confía en mí; por eso me vino a ver cuando quería saber qué pasaba, cuando necesitaba ayuda.

Papá se ha levantado lentamente y lo ha saludado con un gesto de cabeza.

—Gav —ha dicho—, me he enterado de lo que has estado haciendo en la ciudad. Estoy impresionado.

—Se hace lo que se puede —ha contestado Gav. Aún tenía los hombros tensos, pero no se ha movido de donde estaba, en el umbral.

—Hay muchos voluntarios colaborando en el hospital —he intervenido, convencida de que cuanto antes comprendiera lo que intentaba decirle, mejor—. Seguro que algunos de ellos estarán encantados de ayudarte a distribuir la comida de vez en cuando.

—También te podemos conseguir más vehículos —ha anunciado papá—. Tantos como necesites.

—¿Así de fácil? —ha preguntado Gav, en tono escéptico—. ¿Sin contrapartidas?

—Todo el mundo aquí en el hospital está tan preocupado por el resto de la isla como tú. El único motivo por el que no hemos hecho más es porque estamos hasta arriba de trabajo. Pero si podemos hacer algo por ayudar, estaremos más que encantados.

—Tú y Warren seguiríais estando al cargo de todo —he dicho—. Solo tendríais que decirle a la gente qué puede hacer para ayudar.

Gav ha entrado poco a poco en la habitación y nos ha mirado alternativamente a mí y a papá.

—¿En serio? —le ha preguntado a mi padre—. ¿Me promete que a nadie se le va a ocurrir de pronto que, como nos prestaron un par de coches, pueden empezar a tomar las decisiones por nosotros? Llevamos semanas con esto… Tenemos un sistema que funciona.

—Es posible que te den algunos consejos —ha dicho papá—, si el personal del hospital cree que algo podría hacerse de forma más eficiente. Pero, vamos, aunque quisiéramos tampoco tenemos tiempo para asumir una tarea de tal magnitud.

Durante un momento se han mirado fijamente; Gav tenía la mandíbula apretada y papá lo observaba con expresión tranquila, pero al final el chico se ha relajado y ha esbozado una versión incómoda de su sonrisita habitual.

—Vale —ha contestado—. Me parece bien.

He sonreído de oreja a oreja.

Hemos hablado un rato más sobre qué podemos hacer con las personas infectadas que siguen en sus casas y con los niños que han perdido a sus padres. Aunque el hospital está hasta los topes, lo mejor, si queremos detener la propagación del virus, es traer a toda la gente infectada.

—Con los coches extra podríamos trasladar aquí a toda la gente que encontrásemos —ha dicho Gav.

—No podemos traer a los niños sanos al hospital —he añadido—. Pero si los juntáramos a todos, necesitaríamos menos gente que cuidara de ellos.

—Es posible que conozca a una persona dispuesta a organizar un hogar para niños huérfanos —ha intervenido papá.

Al final, Gav estaba cómodamente sentado con nosotros, como si no hubiera albergado suspicacias en ningún momento. Cuando hemos terminado de hablar, se ha levantado, le ha hecho un gesto con la cabeza a mi padre y ha dicho:

—Bueno, pues ya podemos empezar a trabajar, ¿no?

Entonces me ha puesto una mano en el hombro y me ha dado un apretón; por la cara que ha puesto me ha parecido que quería darme las gracias, pero que no encontraba las palabras.

—Hasta luego, Kaelyn —ha dicho.

Papá lo ha seguido con la mirada mientras se iba; entonces se ha dado la vuelta y ha cogido su portátil.

—Papá, ¿voy a tener que quedarme mucho más tiempo? No me gusta nada estar aquí tumbada mientras todo el mundo hace cosas.

—Tenemos que ver cómo evolucionas durante los próximos días. No quiero que te precipites.

—Pero estoy curada del todo, ¿no? —le he preguntado, y de repente una idea espantosa me ha cruzado la mente—. No puedo volver a ponerme enferma, ¿verdad?

Papá se ha sentado en la cama, junto a mí.

—Bueno —ha dicho—, tu sistema inmunológico debería ser capaz de plantarle cara al virus si vuelve a encontrarse con él, pero no sabemos qué puede pasar en el futuro. El virus puede mutar y en ese caso existe la posibilidad de que tus defensas no basten, de modo que seguiremos actuando con cautela, ¿de acuerdo? Tomaremos las mismas precauciones que antes.

O sea, que ahora mismo estoy a salvo o, cuando menos, todo lo a salvo que se puede estar. A lo mejor no soy invencible, pero tengo que preocuparme menos que cualquier otra persona. El paciente más enfermo del hospital podría estornudarme en la cara y no me pasaría nada.

Tengo que considerar el haber sobrevivido como un don, merecido o no. Y pienso aprovecharlo al máximo. Hoy ha estado bien, pero no ha sido más que un principio.