Al parecer ayer forcé demasiado la máquina y me quedé roque a media frase. Papá dice que el virus me ha dejado hecha polvo.
Esta mañana me han desconectado del gota a gota. Es mucho más fácil escribir sin la cánula en el brazo.
Papá me ha hecho tomar unas cuantas pastillas más. No sé qué serían, pero me he quedado grogui otra vez, aunque no lo suficiente como para que no pudiera preguntarle todas las cosas que me rondaban por la cabeza. A lo mejor papá lo habría preferido.
—Ya hablaremos más tarde, cuando estés mejor —ha dicho, y a continuación ha empezado a hablar de equilibrios precarios y del estrés añadido de la situación, hasta que lo he agarrado por la muñeca.
—Papá —lo he cortado—, no puedo estar más estresada de lo que ya estoy, imaginando lo peor. Hablar me ayudará, ¿vale? Necesito saber lo que ha pasado. —Pero antes de poder seguir he tenido que tragar saliva—. ¿Cómo está mamá?
Papá ha bajado la mirada; esa era la única respuesta que necesitaba.
—Tu madre nos ha dejado —ha dicho.
Mis dedos han soltado su muñeca, pero él me ha cogido la mano y me ha acariciado el dorso con el pulgar mientras yo miraba fijamente el techo.
Lo sabía. Quiero decir: si mamá hubiera mejorado, ahora estaría aquí conmigo. Sabía lo que había sucedido. Pero, aun así, oírlo ha sido como si alguien me arrancara el corazón de cuajo. He respirado hondo una vez, dos veces, hasta que he notado como si me fueran a estallar los pulmones. Ni siquiera la vi, ni siquiera he tenido ocasión de verla por última vez. Debería haber estado ahí.
He sido incapaz de hablar durante un rato. Finalmente me he secado los ojos, he cogido el pañuelo que me ofrecía papá:
—¿Y Meredith?
Me he preparado para lo peor.
—Está bien —ha respondido papá—. Se ha instalado en casa de tu amiga Tessa. No sabía qué iba a hacer, porque en casa no había nadie, y justo en ese momento tu amiga pasó preguntando por ti y se ofreció a encargarse de ella. Me pareció la mejor solución.
Me ha dado un vuelco el corazón.
—¿Cómo que en casa no hay nadie? —he preguntado—. ¿Dónde está Drew?
Papá ha bajado la mirada.
—No lo sé exactamente —ha admitido—. Cuando regresé a casa después de traerte a ti al hospital, había desaparecido. Dejó una nota en la que decía que se iba al continente, que seguro que allí alguien tiene algo que puede resultarnos útil y que nos lo va a traer. Luego descubrí que parte de mi equipo de submarinismo había desaparecido… Seguramente lo habrá utilizado para evitar a las patrulleras.
—Se supone que debía cuidar de los hurones. —Es lo primero que se me ha ocurrido decir, por absurdo que parezca.
—Creo que decidió que era más importante hacer todo lo posible para salvaros a ti y a tu madre, Kae —ha contestado papá—. Los últimos días que pasaste con nosotros…, estaba hecho un manojo de nervios. No quiso hablar conmigo, pero me di cuenta de que cada vez se sentía más frustrado por no poder ayudar. Creo que, si no me necesitaran aquí, yo habría hecho lo mismo.
Esperaba que mi padre se cabreara, pero en cambio parecía tan solo preocupado y tal vez también un poco arrepentido, como si pensara que si él hubiera podido hacer un poco más, Drew no habría asumido ese riesgo. Pero aunque papá hubiera podido ir al continente a buscar ayuda, dudo mucho que Drew se hubiera conformado con aguardar sentado.
Espero que esté bien. Por favor, que esté bien y que vuelva sano y salvo.
—Pero ¿han encontrado un tratamiento eficaz en el continente? —le he preguntado—. ¿Por qué no nos han mandado la vacuna, o nuevos medicamentos si disponen de ellos?
—No estamos seguros de cuál es la situación fuera de la isla —ha respondido papá—. El día después de traerte al hospital tuvimos vientos del noreste, y ya sabes lo que pasa en esas ocasiones. El cable se estropeó y las parabólicas quedaron dañadas. No hemos logrado contactar con nadie que pueda arreglarlas. Lo único que sigue funcionando es la línea telefónica interna.
—De modo que estamos totalmente aislados —he dicho.
No podemos llamar a nadie del continente ni conectarnos a Internet. Ni siquiera tenemos televisión.
Papá ha asentido con la cabeza.
—Intentamos establecer contacto a través del ejército. Un tipo que había estado echando una mano en el hospital, como voluntario, se ofreció a ir a hablar con ellos. Pero un par de soldados estacionados en el puerto se han puesto enfermos y a los demás debió de entrarles un ataque de pánico. —Papá ha dudado un momento antes de seguir—. Le dispararon antes de que pudiera acercarse a menos de cincuenta metros del muelle.
—Como al tío Emmett.
El peso de toda esa información nueva me ha obligado a recostarme en la cama.
—Aún tenemos a un par de médicos del Departamento de Sanidad y de la OMS trabajando con nosotros —ha dicho papá—, pero la mayoría de ellos se marcharon antes de que empeorase el tiempo… Supongo que trabajan sobre la premisa de que la isla ya está controlada, por lo menos geográficamente, por lo que es mejor concentrar los esfuerzos en el continente. A lo mejor ahí han logrado avances y pronto nos mandarán una vacuna… Aunque no tenemos forma de saber cuándo será eso. Uno de nuestros voluntarios ha estado usando la mejor radio que hemos logrado encontrar, pero, de momento, no ha podido contactar con nadie.
—¿Y los suministros? —he preguntado—. ¿Siguen viniendo los helicópteros?
—Ha habido dificultades —ha respondido papá—. Estamos trabajando en ello. Tenemos comida suficiente, pero empiezan a escasear los medicamentos. La verdad es que la mayoría no parecía surtir ningún efecto, de modo que no creo que los vayamos a echar mucho de menos. Y lo mismo puede decirse de las plantas experimentales que Tessa ha estado cultivando para nosotros. Lo que más nos urge es conseguir sedantes para calmar a los pacientes durante la última fase de la enfermedad.
—Hasta que se mueran —he dicho. Entonces he vuelto a acordarme de mamá y se me han llenado los ojos de lágrimas. Me he cruzado de brazos.
—No siempre —ha intervenido papá en un tono que intentaba ser alentador, pero que ha sonado afligido—. Tú eres el quinto paciente que se recupera completamente. Y todo apunta a que la mujer que comparte habitación contigo será la sexta.
Pero ¿cuántos no se han recuperado? Me he acordado de la multitud que había en el vestíbulo del hospital el día que vine buscando a papá, los pacientes que abarrotaban los pasillos… Aunque se lo hubiera preguntado, dudo que me hubiera contado la verdad. Además, no quería ver la cara que pondría si sacaba el tema.
—Pero ¿por qué nosotras? —he preferido preguntar—. ¿Qué nos hace distintas?
—De momento, lo único que podemos decir es que habéis tenido suerte —ha contestado.
Cuando papá se ha ido me he quedado un rato en silencio, intentando asimilarlo todo. Esta es la parte en la que se supone que debería estar celebrando que he sobrevivido, pero lo único que quiero es esconderme dentro del colchón hasta que la devastación haya terminado.
¿Qué cambia que yo haya sobrevivido? Todo lo demás sigue empeorando cada día que pasa. ¿Por qué yo y no mamá, o Rachel, o la señora Campbell? ¿Qué he hecho yo para merecerme seguir viviendo cuando todos los demás están muertos y ya nunca
No he hecho nada de nada.