Estoy viva, Leo.

No lo entiendo. Me he despertado y quería volver a acostarme inmediatamente, porque estaba cansadísima, pero no he reconocido la habitación: era demasiado ancha para ser mi dormitorio, y además yo llevaba algo raro en el brazo. He abierto los ojos y me he dado cuenta de que estaba conectada a un gota a gota. Papá estaba sentado en mi cama. En cuanto lo he mirado, me ha cogido la mano y ha dicho:

—¿Kaelyn?

He estado a punto de preguntarle quién iba a ser sino yo, pero entonces me he acordado de que estaba enferma. Me he acordado de cuando estaba en mi cuarto y no dejaba entrar a nadie. El resto es confuso.

«Se acabó. Me han dado algo para detener las alucinaciones un momento, para que pueda despedirme», he pensado. Estaba preparada para morir, me sentía como si un tiburón me hubiera destrozado por dentro. En el fondo supongo que es más o menos lo que ha pasado: me ha atacado un enorme banco de diminutos tiburones.

—¿Cuánto tiempo? —le he preguntado a papá.

Entonces Nell, su amiga, ha entrado en la habitación y ha sonreído.

—Más de una semana —ha contestado papá.

A mí me ha parecido muchísimo tiempo.

—¿Me queda una semana? —he preguntado.

Nell me ha mirado como si fuera a echarse a llorar, aunque seguía sonriendo. Entonces, con voz tierna, ha dicho:

—Cree que aún está enferma…

Mi padre me ha apretado la mano aún más fuerte.

—Has estado más de una semana en el hospital —ha explicado—, pero ahora estás bien. Te estás recuperando.

Aún no termino de creérmelo. A lo mejor dicen que estoy bien solo para que pueda vivir feliz el tiempo que me queda, pero la verdad es que también ellos parecen contentos. Y aunque me siento de pena, ya no toso ni estornudo. Aún me duele un poco la garganta. ¿Habré estado gritando mucho? Y aún tengo picores, pero muchos menos. Papá ha empezado a hablar de daños neurológicos residuales que irían corrigiéndose con el tiempo, pero yo estaba demasiado grogui para seguir todo lo que decía.

Sé que hay otras personas en la sala porque las oigo respirar y susurrar, pero me han instalado en un rincón, con las cortinas echadas. Supongo que me han dado espacio extra porque mi estado estaba mejorando y querían asegurarse de que seguía siendo así, ¿no? ¿O es porque soy la hija de mi padre?

Mientras estaba echando un vistazo a la habitación, papá me ha dado este diario.

—He imaginado que querrías tenerlo en cuanto te despertaras —ha dicho—. Cuando te traje aquí te negaste a soltarlo durante todo el trayecto.

Entonces me ha aconsejado que duerma un poco más. Supongo que es buena idea, porque, aunque he estado durmiendo hasta hace apenas media hora, los ojos me pesan como si llevara toda la noche de fiesta.

De todos modos, me ha parecido importante escribir algo primero. He visto que había un bolígrafo en la tablilla sujetapapeles que hay a los pies de la cama. Como llevo el gota a gota, he tenido que cogerlo con los pies. Ha sido divertido.

He tardado un buen rato en escribir estas líneas. No sé ni qué día es. No ha venido nadie más a verme. ¿Cómo debo interpretarlo? Ojalá me acordara de más cosas. Las últimas entradas del diario son un caos y no tengo ni idea de lo que dije estando enferma. ¿Y si ofendí tanto a Drew que ha decidido que no quiere hablar más conmigo?

Oh, Dios. ¿Y si no ha venido a verme nadie porque menos papá todos están enfermos? ¿Y si los ruidos que oigo al otro lado de la cortina corresponden a Drew, o a Meredith o vete a saber