25 de octubre

Hace un rato Drew me ha traído sopa de pollo para comer, pero en lugar de dejar el cuenco en el suelo y marcharse, se ha quedado dudando delante de la puerta. He esperado a oír el crujido de las tablas del suelo para estar segura de que se había marchado, pero no lo he oído.

—No pienso dejarte entrar —le he advertido.

—Ya lo sé —ha contestado él—, solo quería…

Ha dejado la frase colgada y durante un minuto ha guardado un silencio incómodo. Notaba su presencia al otro lado de la puerta. Casi podía verlo, con la cabeza inclinada hacia delante y la mandíbula tensa.

—He actuado como si no estuviera bien tener miedo —ha dicho finalmente—. Te he animado a involucrarte, a salir…

Se me ha hecho un nudo en la garganta.

—No hagas eso —le he soltado.

—¿Que no haga qué? —ha preguntado él.

—Intentar que parezca que es culpa tuya —he contestado—. Porque no lo es.

—Pero… —ha intentado protestar, pero lo he cortado de golpe.

—¿Sabes cómo ha sido? —le he preguntado—. ¿Cómo debo de haberlo pillado? He estado pensando en ello. Cuando mamá se puso enferma fui al hospital a buscar a papá sin la mascarilla. Y el otro día, cuando mamá bajó de su habitación y ya no estaba en sus cabales, tampoco llevaba la mascarilla puesta. Son las únicas veces en que he estado en contacto con alguien enfermo desde hace semanas. En ninguno de los casos fue por nada que tú dijeras, Drew.

Se ha quedado un rato en silencio y finalmente ha dicho:

—Yo solo quería que nos largáramos todos de aquí, sanos y salvos. Nada más.

—Ya lo sé —he contestado—. Yo también.

Entonces se ha ido. He cogido la sopa, pero ya no tengo hambre. Está encima de la mesa, enfriándose.

Si hubiera cogido la mascarilla antes de ir al hospital… Si a papá se le hubiera ocurrido encerrar a mamá en su cuarto antes de que le diera por salir… Podría echarle la culpa a cualquiera, pero ¿de qué serviría? Mi situación seguiría siendo la misma.