Ahora sé cómo debió de sentirse mamá. Al principio parecía que estaba bien, pero en realidad notaba cómo el virus iba abriéndose camino bajo su piel, hasta que no pudo ignorar que algo iba mal. Por eso se encerró en su cuarto, lejos de nosotros, antes de que empeorara.
Ayer, después de escribir aquí, bajé a preparar la cena, tal como tenía pensado, pero entonces vi a Drew y a Meredith jugando al Conecta Cuatro en la mesa de la cocina y pensé: «¿Y si estoy infectada? Soy la persona menos indicada para tocar la comida de los demás». Aún notaba el picor en el estómago. Durante uno o dos minutos remitía, pero en cuanto empezaba a sentirme aliviada, el hormigueo reaparecía, aún más intenso que antes.
Decidí darle una hora (me pareció una medida científica) y entonces me puse la mascarilla y unos guantes de la caja que papá dejó en el pasillo. Incluso con la máscara puesta, intenté no respirar mientras sacaba las cosas de Meredith de mi dormitorio. Arrastré la cama plegable al pasillo, pero no supe dónde ponerla. A lo mejor decidían instalarla en la sala, no lo sabía. Al final la dejé en lo alto de las escaleras y que lo decidieran ellos. Entonces cogí las maletas de Meredith, que aún no había deshecho, aunque yo le había dicho que había sitio en el armario, así como varios libros y juguetes que había tirados por la habitación, y los amontoné junto a la cama plegable.
El picor me estaba matando. Cuando iba a coger una camiseta que Meredith había dejado encima del respaldo de la silla del ordenador, mi mano ignoró mis órdenes y empecé a rascarme. Tuve que desechar el guante y coger otro.
Pero no era más que un picor y una parte de mí creía aún que podía haber otra explicación, por ejemplo que yo era la única persona en la historia del universo que había contraído la viruela dos veces, o que había pillado una forma rara de sarampión. Cualquiera de los casos habría sido preferible, la verdad.
Mi puerta no tiene cerrojo, así que me senté en la cama, atenta por si oía crujir la escalera. Entonces oí que se acercaba alguien y me apoyé en la puerta, por si intentaban abrir. Por suerte, la primera persona que subió y vio la cama en las escaleras fue Drew y no Meredith. Estoy segura de que comprendió inmediatamente qué pasaba.
—¿Kaelyn? —preguntó mi hermano desde el otro lado de la puerta.
—Sí —contesté—. Creo… —empecé a explicar, pero no quería decirlo en voz alta—. Estoy preocupada —dije al final—. ¿Puedes asegurarte de que Meredith no entra? Y cuando papá llegue a casa quiero hablar con él.
Drew contestó que se lo diría a Meredith, pero aun así decidí mover la cama y colocarla delante de la puerta, por si acaso. Entonces me eché e intenté dormir, pero no podía dejar de pensar. Además, el picor se había trasladado a la axila y tenía calor con la manta y frío sin ella. En algún momento debí de adormilarme.
Hacia la medianoche alguien llamó a la puerta.
—¿Kae? —susurró papá—. ¿Estás despierta?
Me incorporé y contesté:
—Sí, un momento.
Aparté la cama. Papá entró con la mascarilla en la mano en lugar de encima de la boca, así que yo me puse la mía. A lo mejor él creía que si no tosía no podía contagiarlo, pero yo no pensaba asumir ese riesgo.
Se sentó en la silla del ordenador, juntó las manos y dijo:
—Drew me ha contado que no te encuentras bien.
Sonaba muy cansado y se notaba que estaba haciendo un gran esfuerzo para que su voz sonara tranquila y optimista. Yo sabía que lo que deseaba, en realidad, era decirme que estaba equivocada, o que estaba siendo paranoica. De pronto me sentí culpable por hacerlo pasar por esto, como si no tuviera bastante ya con lo de mamá; como si fuera algo que he decidido. Pero no habría servido de nada mentir.
Le dije que tenía un picor que no se me pasaba por mucho que me rascara y que no podía dormir. Él asintió con la cabeza y dijo que era aún demasiado pronto para saber nada de cierto, que por la mañana me sacaría una muestra de sangre para estar seguros. Entonces salió y regresó con un vaso de agua y un somnífero. Cuando me levanté a cogerlos, él los dejó encima de la mesa y me abrazó.
No fue una decisión particularmente sensata, pero en aquel momento me dio igual. Le devolví el abrazo hasta que el picor se hizo tan insoportable que tuve que apartarme para rascarme.
Durante todo el rato tuve la sensación de que estaba siendo muy sensata, muy madura. Creo que pensaba que si conservaba la calma se me iba a pasar.
Sin embargo, esta mañana, justo después de que papá saliera hacia el hospital, me ha empezado a picar la garganta. He llamado a Drew para que me trajera otro vaso de agua. Le he pedido que lo dejara junto a la puerta y lo he cogido después de que él se marchara. De eso hace media hora y sigo tosiendo de vez en cuando.
Tengo el virus, ¿qué otra cosa puede ser?
No puedo ver ni a Meredith, ni a Drew, ni a nadie. Solo a papá.
Voy a quedarme encerrada en este cuarto hasta que me ponga tan enferma que papá tenga que llevarme al hospital a rastras.
El virus va a consumirme progresivamente el cerebro, hasta que ya no pueda controlar lo que digo y empiece a soltar todo tipo de disparates horribles, como mamá, hasta que empiece a gritarle a gente que no está ahí, y ni siquiera me dé cuenta de lo chiflada que estoy. Dios, tengo que
Leo, si llegas a leer esto, si has vuelto a la isla y has encontrado este diario mientras intentabas comprender lo que ha pasado, quémalo. Quémalo ahora mismo. Acabo de toserle encima y llevo no sé cuánto tiempo echándole el aliento, seguramente no habrá una sola página que no esté impregnada de virus.
Además, tampoco creo que vaya a poder seguir escribiendo mucho tiempo más.