16 de octubre

Últimamente es como si se hubiera alzado un muro de niebla cada vez más denso entre nosotros y el continente. Lo que dicen en la tele no es de fiar. Hay gato encerrado, como le gusta decir a Drew. En Internet sabes que estás leyendo a personas de verdad, hablando de lo que realmente les pasa. Tenía la esperanza de que cuando el helicóptero del Gobierno regresara, nos traería también las piezas necesarias para restablecer las comunicaciones de larga distancia y la conexión a Internet, pero imagino que el jaleo es tan tremendo que el mensaje se perdió por el camino. Sea como sea, las piezas que necesitamos no llegaron con el último envío.

Cuando se lo pregunté a papá, él se mostró casi sorprendido, como si se le hubiera olvidado que un día tuvimos Internet en casa. Probablemente sea porque el hospital tiene una antena parabólica que nunca ha dejado de funcionar.

—He hablado varias veces con vuestros abuelos y están bien —dijo—. No puedo llamarles más a menudo porque el hospital quiere mantener las líneas abiertas por si llega algo importante.

Tiene sentido. Durante un segundo me pregunté si el hospital tendría las mismas restricciones en lo tocante a Internet, aunque dudo mucho que papá me dejara ir allí para navegar por la Red.

Últimamente pasa casi todo el tiempo en el dormitorio, con mamá, vestido con una de esas batas de plástico que lleva el personal del hospital; la lleva para evitar que el virus se propague cuando sale del cuarto. Por tal motivo, aunque esté en casa no he tenido ocasión de hablar demasiado con él.

Mamá no ha empeorado. Hoy papá ha salido un momento para ir al hospital y yo me he sentado junto a la puerta de su cuarto y le he estado contando algunas de las historias de Mackenzie sobre gente famosa. Mamá no tosía tanto como hace un par de días e incluso se ha reído un par de veces, como si se encontrara mejor. Eso tiene que ser buena señal, ¿no?

Al cabo de un rato ha dicho que le estaba entrando fiebre y que quería echarse.

—Te quiero, Kaelyn —ha añadido antes de que me marchara—. Recuérdalo siempre, ¿vale?

Es algo que mamá dice a menudo, pero ahora es distinto. Le he contestado que yo también la quiero y se me ha hecho un nudo en la garganta.

El resto del tiempo he estado encargándome de Meredith. Los hurones están agotados de tanto jugar y ya hemos visto la mitad de los DVD de Los Simpson de Drew. Como mostró interés por los coyotes, he decidido ponerle una de mis series de documentales de animales, pero después del primer capítulo me he dado cuenta de que no era una buena idea. Nunca antes me había fijado en lo deprimentes que pueden llegar a ser esos documentales: siempre hay algún animal al que quieren cazar, o que tiene que luchar contra los elementos. Me ha recordado demasiado la situación en la que nos encontramos ahora mismo.

Esta tarde, mientras la preparaba para acostarla, hemos oído un chillido horrible fuera de casa. Por suerte esta vez sí se trataba de mapaches: eran dos y estaban peleándose junto al seto.

—¿Por qué están tan enfadados? —ha preguntado Meredith.

—No lo sé —he contestado—. Probablemente uno de ellos esté defendiendo lo que considera su territorio. A veces también suenan así cuando buscan…, ehhh…, novia. Aunque es un poco pronto para eso.

Los hemos estado observando hasta que han dado la vuelta al seto y hemos dejado de verlos. Se me hace extraño pensar que para los mapaches el mundo sigue como siempre.