Leo:
A veces te envidio por haber podido salir de aquí antes de que empezara todo esto. Pero imagino que para ti debe de ser igual de horrible estar ahí, incomunicado, sin poder saber nada de tus padres, tu novia y tus amigos.
Me pregunto si alguna vez pensarás en mí.
Espero que por lo menos estés bien en Nueva York. Me he enterado por la tele de que ha habido varias muertes fuera de la isla; los periodistas aseguran que están relacionadas con el virus. También he visto que en cada informativo añaden un bloque dedicado a las medidas de precaución, pero el Gobierno no ha intentado poner Halifax ni Ottawa en cuarentena, de modo que imagino que la situación aún no es grave. En cualquier caso, seguro que no lo es tanto como aquí.
Hoy tengo buenas noticias. Esta mañana ha aterrizado otro helicóptero con provisiones. Y papá llegó tarde a la cena de Acción de Gracias porque el equipo en el que trabaja ha encontrado por fin una vacuna potencialmente útil. Algunos miembros de la OMS han abandonado ya la isla para probarla y, si funciona, empezar a producirla en masa. Y eso está muy bien, pero la vacuna no le servirá de nada a alguien que ya esté enfermo. Como mamá.
Ayer papá se llevó una muestra de sangre suya al hospital, para confirmar si tiene el virus. Mamá sigue sin salir de su cuarto; no la he vuelto a ver desde ayer, mientras preparábamos la cena de Acción de Gracias. Pero la oigo toser y estornudar a través de la pared. Papá le dio parte de la emulsión que han preparado con las plantas de Tessa y nos contó que los síntomas habían remitido un poco.
He estado hablando con ella a través de la puerta.
—Tú cuida de ti y de Meredith —me ha dicho—, y yo haré todo lo posible por curarme. Saldremos adelante.
Sin embargo, si habla durante demasiado rato le dan unos accesos de tos tan fuertes que no puede seguir, o sea, que no hemos hablado tanto como me habría gustado.
¿Y si no puedo volver a abrazarla nunca más?
Pero no puedo pensar esas cosas o me voy a volver loca.
Por lo menos hoy he hecho algo útil. Ayer papá me contó que habían extraído todo lo que habían podido de las dos plantas que trajo Tessa, de modo que hoy la he llamado. Tessa me ha contado que el resto de las plantas que habían brotado tenían buena pinta y esta tarde he ido a su casa a buscarlas.
Cuando me ha abierto la puerta me he sentido un poco incómoda, pues era la primera vez que la veía desde que encontré a aquella mujer en la casa de verano. A lo mejor se ha dado cuenta, porque ha dicho:
—Iba a llamarte, pero entonces he pensado que si yo fuera tú no querría que me recordaran nada de aquello. Aunque si quieres que volvamos a salir…
Solo de pensar en volver a pisar una de esas casas se me ha hecho un nudo en el estómago.
—No —le he dicho—. No creo que quiera volver a ir.
Y, sin embargo, me ha gustado saber que había estado pensando en mí. También me he sentido culpable por no haberme preocupado lo suficiente por ella, pero es que tengo la sensación de que Tessa nunca necesita ayuda.
Hemos llevado una docena de macetas al coche y de pronto hemos visto a un chico joven, de unos veinte años, que se acercaba por la calle, paseando como si tal cosa.
—¡Chicas guapas! —ha exclamado—. Justo lo que andaba buscando.
Entonces ha estornudado, pero la verdad es que nos habríamos metido en casa y habríamos cerrado la puerta aunque no hubiera estado enfermo.
—Y ese es el motivo por el que paso la mayor parte del tiempo aquí dentro o en el jardín —ha afirmado Tessa.
Entonces ha empezado a preparar el almuerzo para las dos. Yo he protestado, pero Tessa me ha asegurado que sola no conseguirá terminarse toda la comida que tiene antes de que se pase.
—Normalmente les daría lo que me sobra del huerto a los vecinos —me ha explicado—. Si quieres puedes llevarte algo a tu casa. Tengo varias lechugas que hay que arrancar ya o se echarán a perder, un montón de tomates a punto de reventar…, y creo que las judías también están maduras.
—No sabía que cultivabas verduras —le he dicho. No sé por qué, pero el día que vi el huerto solo me pareció ver plantas exóticas.
—Ah, pues sí —ha contestado Tessa—. Las flores y las plantas llamativas son de mi madre. Dijo que, si tenía que ocupar la mayor parte del jardín, por lo menos que el invernadero fuera bonito. Pero mi principal interés son las verduras corrientes. ¿Sabías que las grandes empresas agrícolas han reducido la diversidad del acervo genético de casi todas? Eso significa que si una plaga atacara una variedad concreta de cereal, de brócoli o lo que sea, podríamos quedarnos sin esa verdura para siempre.
Mientras volvíamos al invernadero a recoger algunas verduras, Tessa me ha contado muchas más de sus opiniones sobre las grandes empresas agrícolas y la genética de las plantas. Me ha resultado extraño oírla hablar en términos tan vehementes. Ver un niño muerto no la afecta, pero no veas cómo se exalta hablando de maíz y brócoli.
—Caray —he dicho finalmente—, debes de haberte documentado un montón.
Tessa ha asentido con la cabeza.
—Quiero ayudar a revertir el proceso. He estado trabajando en distintas variedades de una serie de verduras. Algún día tendré mi propia plantación, tal vez aquí, en la isla, y me dedicaré a proporcionar semillas nuevas a los demás agricultores.
Y mientras la escuchaba he entendido por qué te enamoraste de ella, Leo. La forma en que Tessa habla de su invernadero me ha recordado tu modo de hablar de la danza. Los dos tenéis una pasión que casi nadie comprende.
Mi gran objetivo es salir a la naturaleza y estudiar los lobos árticos y los pumas. Tessa, en cambio, planea salvar el mundo entero.
Supongo que eso es lo que le permite conservar la cordura mientras vive aquí a solas, sin saber cuándo podrá volver a ver a sus padres. Sin embargo, más tarde, ya en el vestíbulo (mientras yo hacía malabarismos con todas las verduras que llevaba en brazos), me ha mirado con sus ojos azulísimos, y por un momento he tenido la sensación de que se sentía perdida. Me ha parecido que tenía que hablar.
—Oye —le he dicho—, estoy segura de que a mis padres no les importaría que vinieras a vivir con nosotros. En casa no hay demasiado espacio, pero por lo menos…
«Por lo menos no estarás siempre sola», iba a decir, pero en el último momento me he parecido que si insinuaba que no era capaz de cuidar de sí misma a lo mejor se lo tomaba mal. Y entonces me he acordado (pues había logrado olvidarme) de mamá.
—Bueno —he añadido—. El único problema es que mi madre se ha puesto enferma, o sea, que… No sale de su cuarto, quiero decir que no te va a toser en la cara ni nada parecido…, pero si crees que no es seguro…
Me ha sorprendido que fuera capaz de seguir mi razonamiento, pues me ha costado incluso a mí. Tessa ha esperado hasta que me he quedado sin palabras, y entonces ha dicho:
—Gracias, Kaelyn. En serio. Pero prefiero quedarme aquí. No es por tu madre ni por nada de eso. Tengo que encargarme del invernadero y quiero que mis padres me encuentren en casa cuando los teléfonos vuelvan a funcionar, o si les dan permiso para volver a casa. —Ha hecho una pausa—. Tu madre… ¿va a ponerse bien?
Han bastado esas palabras para que se me llenaran los ojos de lágrimas. Los he cerrado un momento y he respirado hondo.
—No lo sé —he respondido.
Tessa ha mirado al suelo, luego a mí y finalmente ha dicho:
—Bueno, espero que las plantas sirvan de algo. Tu madre tiene más posibilidades de curarse que nadie, ¿no? Tendrá a tu padre como médico particular y, además, sois tan precavidos que seguro que detectasteis los síntomas y empezasteis el tratamiento enseguida. Si alguien puede curarse, es ella.
No ha sido un abrazo, ni tampoco un alud de solidaridad, pero ese tampoco habría sido el estilo de Tessa, ¿verdad? He vuelto a casa en coche, dándole vueltas a sus palabras; no me había sentido tan serena desde que mamá se encerró en su cuarto. Si Tessa, la Eternamente Racional, puede concebir esperanzas, imagino que yo también puedo.