4 de octubre

Por lo menos algunos de esos animales no murieron en vano. Papá ha llamado esta tarde para decirnos que los de la OMS han logrado aislar el virus, lo que significa que pueden empezar a trabajar en la vacuna. Cuando mamá nos lo ha contado, lo hemos celebrado a gritos.

La mala noticia es que al parecer la cuarentena no ha tenido el efecto esperado. He estado viendo la tele más de lo que seguramente es recomendable para mi salud mental; repiten una y otra vez las imágenes de la isla tomadas desde los helicópteros. Un par de emisoras han informado de un «virulento brote de gripe» en el continente. A lo mejor no se trata de la misma enfermedad: por lo que sé, de momento aún no ha provocado ninguna víctima. Pero con que uno solo de los habitantes de la isla que logró salir antes de que impusieran la cuarentena estuviera contagiado por el virus, los del continente no estarán más a salvo que nosotros.

«Si tiene la sensación de que está incubando un resfriado, actúe con responsabilidad, pida la baja y quédese en casa», recomiendan en la tele. Como si no ir a trabajar resultara muy útil cuando los afectados entran en la fase extremadamente extrovertida. Nuestro virus es mucho más listo que los de las pelis de zombis: sus víctimas no van por ahí tambaleándose y gimiendo, para que cualquiera en su sano juicio se quite de en medio, sino que las empuja a acercarse más a la gente para poder toserles y estornudarles en la cara.

Necesitamos una vacuna, nada más. Y todo se habrá arreglado.

Quería mandarle un e-mail a Mackenzie para enterarme de qué pasa en Los Ángeles, pero cuando he intentado conectarme a Internet el navegador me ha dado un mensaje de error. Ninguno de los ordenadores de casa funcionaba.

Entonces he ido a ver a Drew. Lo he encontrado sentado delante del monitor.

—No puedo conectarme a Internet —le he dicho—. ¿A ti te funciona?

—Nos hemos quedado sin señal esta mañana —ha contestado—. El problema no es nuestro, pero estoy trabajando en ello.

No entiendo qué pretende conseguir si el problema no es nuestro, pero, teniendo en cuenta sus habilidades informáticas, ¿quién sabe?

Entonces se me ha ocurrido que podía llamar a Mackenzie por teléfono, pues antes de marcharse en verano me dio el número de su apartamento, pero tampoco he tenido suerte. He llamado dos veces al número de Los Ángeles y luego he intentado hablar con la abuela y el abuelo en Ottawa, pero todo el rato me salía una grabación que decía: «Este servicio no está disponible en estos momentos».

Los números de la isla, en cambio, sí funcionan. He llamado a casa del tío Emmett y he esperado hasta que ha saltado el contestador.

No es la primera vez que nos quedamos sin Internet y sin teléfono, pero las veces anteriores sucedió siempre después de una gran tormenta. Sin embargo, durante los últimos días hemos tenido buen tiempo y no se me ocurre qué otra cosa puede haber provocado el problema.

¿Por qué ha tenido que estropearse justo ahora? Mientras no podamos llamar a larga distancia o conectarnos a Internet, no tendremos forma de saber cómo les va a Mackenzie, a los abuelos o a cualquier otra persona que se encuentre fuera de la isla.

Y ellos tampoco tendrán modo de saber cómo estamos nosotros.

A lo mejor cuando papá vuelva a casa podrá contarme qué está pasando. A lo mejor los técnicos están trabajando ahora mismo para solucionar el problema.

Dios, espero que así sea.