He intentado olvidar la conversación con Gav. Me he repetido una y otra vez que ya tengo bastantes cosas de las que preocuparme, pero cada vez me da más la sensación de que tenía razón.
El primer cargamento procedente del continente ha llegado hoy. Se suponía que el Gobierno iba a asegurarse de que el reparto fuera justo y transcurriera sin incidentes, y que iban a pasar puerta por puerta para que todo el mundo recibiera lo que le tocaba sin tener que exponerse al virus. Me pareció un detalle por su parte. Podrían haberse limitado a dejar las provisiones en el puerto y largarse, pero parecía que estaban dispuestos a hacer un esfuerzo.
Así pues, mamá, Drew y yo estábamos en casa, esperando a que llamaran al timbre. Yo cavilaba sobre qué criterios iba a utilizar el Gobierno para determinar qué alimentos eran esenciales y me preguntaba si en la tienda quedarían Cheetos o si iba a tener que esperar a que levantasen la cuarentena para volver a probarlos (como si los snacks de queso importaran mucho ahora mismo); entonces han llamado a la puerta.
Pero no eran los del reparto de alimentos, sino el tío Emmett. Mi madre ha abierto y él la ha saludado con el ceño fruncido. He visto a Meredith sentada en la parte trasera de la furgoneta, mirándonos por la ventanilla. Estaba encorvada y se mordía una uña.
—Sé que Gordon te ha lavado el cerebro con lo de la cuarentena —ha dicho el tío Emmett—, pero me ha parecido que valía la pena intentarlo. Hay una manifestación en el puerto. Queremos que se den cuenta de cuántas personas están condenando a la muerte. Si salimos ahora, aún llegaremos a tiempo.
—Emmett, eres más inteligente que eso —ha dicho mamá—. Pasa y come con nosotros. A saber lo que puede pasar en esta manifestación. ¡Piensa en Meredith!
Mi tío ha asentido con gesto triste.
—Ya pienso en Meredith —ha contestado—. ¡Piensa en lo que pasará con ella, y con tus hijos, si permitimos que estos cabrones del Gobierno nos abandonen!
Mamá ha intentado detenerlo, pero el tío Emmett se ha metido en el coche hecho una furia y se ha marchado. Mi madre ha torcido la boca.
—No puedo dejar que vaya —ha advertido—. Y menos aún si está de ese humor.
He imaginado a mamá rodeada por una multitud de manifestantes.
—Voy contigo —he dicho—. Por si alguien tiene que cuidar de Meredith.
Aunque en realidad iba por si tenía que cuidar de ella.
Mamá ni siquiera ha llamado a Drew. Ha cogido una mascarilla para ella, me ha puesto una a mí y ha salido corriendo hacia el coche.
Por primera vez desde ya ni me acuerdo cuándo, había gente por la calle; todo el mundo quería ver la llegada del cargamento. Algunos llevaban pancartas con mensajes como: «BASTA YA DE CUARENTENAS», como si el Gobierno fuera a cambiar de opinión por eso.
Las calles de alrededor del puerto estaban atestadas de coches aparcados, de modo que hemos dejado el nuestro en la acera y hemos hecho el resto del trayecto a pie. La mascarilla no me dejaba respirar bien. He oído toses entre la multitud y hemos pasado junto a una mujer que se había detenido para rascarse la rodilla. Me han empezado a arder los pulmones. Yo solo quería que volviéramos al coche y nos largáramos de ahí, pero entonces mamá ha visto la furgoneta del tío Emmett y ha acelerado el paso. Yo temía que si la perdía de vista un momento, ya no volvería a encontrarla.
Entonces ha llegado un barco; era nuestro ferry. Varios hombres y unas pocas mujeres con uniformes militares han formado un semicírculo en el asfalto, entre la multitud y el muelle. Había varios más apoyados en la barandilla del ferry. Llevaban unas voluminosas máscaras como las que ya había visto en las noticias, y también un fusil. Me he preguntado si estarían allí para escoltar a los representantes del Gobierno y asegurarse de que nadie se apropiaba de la comida. O a lo mejor los soldados eran los representantes del Gobierno que iban a encargarse del reparto.
El barco ha atracado y la multitud se ha abalanzado hacia el muelle. Había tal griterío que no he logrado distinguir ni una sola palabra. Los manifestantes agitaban las pancartas y los brazos, pero cuando los soldados les han indicado que se apartaran se han hecho a un lado.
Entonces el tío Emmett ha aparecido en la cabeza de la manifestación, arrastrando a Meredith de la mano. Mamá ha empezado a abrirse paso aún más rápido por entre la muchedumbre. A medida que avanzábamos, los cuerpos estaban cada vez más apretujados. Soplaba una brisa fría procedente del mar, pero notaba el sudor que me caía por la espalda.
El griterío me ha impedido oír lo que decía el tío Emmett. Con una mano se ha señalado a sí mismo, luego hacia el continente y luego a Meredith, que parecía aterrorizada. Los soldados han negado con la cabeza y le han contestado algo. Estaba claro que querían que el tío Emmett se apartara, pero él se ha mantenido firme y ha alzado la voz. Entonces he logrado cazar algunas frases como «matando a niños» o «cómo podéis vivir con eso» y cosas por el estilo.
Sin embargo, a los soldados les daba igual lo que dijera. Uno de ellos lo ha agarrado por el brazo para apartarlo, pero mi tío Emmett se ha soltado y le ha pegado un fuerte empujón al soldado, que se ha tambaleado.
Un disparo ha travesado el aire, tan estridente que me han empezado a zumbar los oídos. Y el tío Emmett ha caído al suelo.
Mamá ha ahogado un grito y se ha precipitado hacia él. Al mismo tiempo, la gente de nuestro alrededor ha empezado a avanzar, al tiempo que gritaban con más fuerza y con voces más furiosas. La multitud ha engullido al tío Emmett y a Meredith, y los he perdido de vista. Entonces se ha oído otro disparo, o tal vez dos: solo guardo recuerdos borrosos de aquel momento.
Cuando hemos llegado a su lado, a mamá le ha faltado poco para tropezarse con la pierna del tío Emmett, que yacía tendido en el suelo. Tenía la camisa manchada de sangre. Meredith estaba acurrucada a su lado, con la cabeza pegada a la suya, diciendo «papá, papá, papá», una y otra vez. La piel negra de mi tío había empezado a adoptar ya un tono grisáceo y tenía una temblorosa burbuja de saliva entre los labios.
Durante un segundo he tenido la sensación de que el mundo daba vueltas a mi alrededor. He cerrado los ojos y los he vuelto a abrir, pero la escena que tenía enfrente era igual de horrible que hacía un momento.
Mamá ha agarrado al tío Emmett por los hombros.
—Ayúdame a levantarlo —me ha dicho con voz temblorosa—. Tenemos que llevarlo al hospital.
Me he agachado para ayudarla, pero entonces dos hombres que había cerca de nosotros se han dado cuenta de lo que hacíamos y se han acercado rápidamente.
—¿Dónde tienen el coche? —ha preguntado uno de ellos al tiempo que agarraba al tío Emmett por los pies.
Le he pasado un brazo por los hombros a Meredith y hemos empezado a abrirnos paso por entre los manifestantes, que oscilaban hacia delante y hacia atrás, dudando entre acercarse al ferry y distanciarse de las armas.
He vuelto la vista atrás solo en una ocasión y he comprobado que el ferry ya se alejaba del muelle.
La furgoneta del tío Emmett estaba encajonada entre varios vehículos más, de modo que hemos tenido que llevarlo hasta nuestro coche. Los hombres que nos han ayudado a cargar con él lo han dejado encima del asiento trasero. Mi tío resollaba y Meredith temblaba, pegada a mi pierna. Mamá nos ha mirado a las dos y ha dicho:
—¿Te la puedes llevar a casa, Kae? Llamaré en cuanto sepa cómo está tu tío.
He vuelto a casa presa de una sensación de aturdimiento tal que me sorprende que hayamos logrado llegar tan deprisa. Una vez aquí, he hecho todo lo posible por distraerla. Ahora está jugando al último juego de Mario, aunque mira la pantalla con ojos vacíos, como si no viera nada, y a veces deja que los goombas la maten sin más. No sé qué decirle. Alguien en el puerto, en nuestro puerto, uno de los soldados que se suponía que nos traía comida y medicamentos para que podamos seguir viviendo, ha disparado al tío Emmett. Y también a otras personas, creo.
Y entonces nos han abandonado.
Por favor, por favor, por favor, que no le pase nada al tío Emmett.