Ayer por la tarde Drew transfirió la base de datos que ha creado a mi ordenador. Alucino con la facilidad que tiene para explotar los programas y conseguir que hagan lo que él quiere. Estoy segura de que podría ganar mucho dinero trabajando de informático nada más terminar el instituto, pero él sigue convencido de que va a ser abogado.
—Uno de los pocos que no será un corrupto —puntualiza siempre.
Eso asumiendo que podamos acabar el instituto, claro.
—¿Estás segura de que puedes encargarte de esto? —me preguntó mientras yo introducía los números de teléfono.
—Sí, desde luego —contesté—. Lo único que tengo que hacer es leer el guion.
—Sí, bueno… —dijo—. Pero no todo el mundo va a alegrarse de oír lo que tienes que decirles. Hay muchas personas cabreadas con la cuarentena. Si los llamas y das a entender que eres en parte responsable de la situación, es posible que se te tiren a la yugular.
No se me había ocurrido, pero tiene razón. ¿Y si cogía el teléfono alguien que se estaba volviendo loco, como le había pasado a la señora Campbell? Noté una presión en el pecho y respiré hondo.
—Bueno, por lo menos estarán al otro lado de la línea telefónica y no a mi lado —dije.
—Vale —contestó él—. Si necesitas que te releve durante un rato me lo dices. —Entonces hizo una pausa—. Oye —añadió finalmente—, me alegro mucho de ver que te involucras, Kae. Me preocupaba que pudieras encerrarte en tu cuarto y dejar que pasara lo que tuviera que pasar. Supongo que eres más valiente de lo que imaginaba.
Esta última parte la dijo con una sonrisa y, a continuación, me hizo cosquillas; no paró ni cuando intenté apartarle la mano, como si quisiera recordarme que aunque me estuviera halagando, yo seguía siendo su hermana pequeña. En cualquier caso me gustó mucho oír aquellas palabras. Drew tiene unos estándares muy altos y, por lo general, no suelo tener la sensación de estar a la altura.
Entre ayer por la noche y esta mañana ha habido ya por lo menos una decena de veces en las que habría querido romper el teléfono, pero aún no le he pedido a Drew que venga a rescatarme.
Algunas personas se alegran de que alguien se preocupe por ellas. Me dan las gracias y prometen tomar precauciones. Pero la mayoría de ellas se dedican a despotricar contra la cuarentena, como si hubiera sido idea mía.
Los peores, sin embargo, son los que no paran de toser y estornudar mientras hablan por teléfono conmigo. Los que llevan poco tiempo enfermos me preguntan si tienen que preocuparse y qué medicamentos deben tomar, pero yo tan solo puedo decirles que pronto pasará alguien del hospital a recogerlos. Los que llevan más tiempo enfermos hablan sin parar, cotillean sobre personas a las que ni siquiera conozco y me dan todo tipo de detalles sobre sus vidas, hasta que, después de decirles cinco veces que tengo que seguir llamando a otra gente, termino colgándoles el teléfono.
Bueno, en realidad esos no son los peores, porque también hay veces en que nadie responde al teléfono. Se trata de personas que, o bien lograron marcharse de la isla antes de la cuarentena o bien están tan enfermas que ni siquiera pueden contestar.
Intento no pensar mucho en ello.