Las cosas no han resultado como esperaba.
He salido hacia casa de Tessa después de desayunar. Se me ha hecho extraño ir en coche, teniendo en cuenta que vive a diez minutos a pie, pero estar rodeada por aquellas paredes de acero ha provocado que me sintiera más segura, como si tuviera un escudo impenetrable contra el virus. En todo caso, no creo que mamá tenga de qué preocuparse. Tan solo he visto a una persona en todo el trayecto, un hombre que estaba sentado en el porche de una casa y que al pasar yo ha sonreído y me ha saludado.
Y casi estaba en su casa cuando un helicóptero ha cruzado el cielo con estruendo. Seguramente era de una cadena de noticias: con la introducción de la cuarentena, esa es la única forma que tienen de lograr información exclusiva. He imaginado a un periodista o un cámara observándonos desde las alturas y, de repente, me he sentido muy pequeña, como una hormiga en el hormiguero artificial de un niño. Me he dado cuenta de que tenía las manos agarrotadas al volante y no me he relajado hasta que el zumbido de las aspas se ha ido alejando.
Tessa ha abierto la puerta cuando yo estaba aún en el caminito de acceso y me ha invitado a entrar precipitadamente. Me ha acompañado a través de la casa hasta el patio trasero hablando sobre tipos de tierra, la ratio de horas de sol y otros conceptos de jardinería que no he logrado retener. Al llegar al jardín, Tessa se ha detenido y las dos nos hemos quedado mirando el invernadero.
No esperaba que fuera tan grande. Tienen un jardín considerable, ocupado en gran parte por el invernadero, con la única excepción de unos pocos metros cuadrados junto a la casa.
Aunque, claro, tú eso ya lo sabes, Leo.
—Uau —he dicho.
Una parte de mí estaba impresionada, pero la otra ya se estaba preguntando cuál debe de haber sido el impacto en la población local de pájaros: el invernadero es como una ventana gigante.
—Al principio teníamos uno más pequeño —ha explicado Tessa—, pero cada vez estaba más abarrotado. Este me lo regalaron mis padres cuando cumplí los dieciséis.
Ha sonreído como si fuera un Ferrari o un viaje a Cancún. Entonces me he dado cuenta de que al final he terminado dando con la persona apropiada. Los jardineros no son los padres de Tessa, sino que la experta es ella.
Dentro del invernadero reinaba un ambiente húmedo y pesado, y el sol parecía más brillante, como si los cristales lo amplificaran. La combinación entre el calor, la luz y los olores de las plantas me ha provocado un leve mareo. Pero en realidad me ha gustado. Era como un espacio cálido y tranquilo, aislado de la locura que tiene lugar en el exterior.
—¿Has logrado hablar con tus padres? —le he preguntado mientras ella preparaba lo que ha denominado un semillero.
—Llaman cada día —ha contestado—. Están intentando obtener un permiso especial para poder regresar.
Parecía mucho más tranquila de lo que yo habría estado en su situación. He echado un vistazo a mi alrededor y he visto un banco en la parte trasera del invernadero, junto a un arbusto con flores rosas. De pronto os he visto a los dos ahí sentados, tu brazo alrededor de su cintura, y no he podido evitar preguntar:
—¿Y Leo?
—Pues nos escribimos e-mails un par de veces por semana —ha contestado ella—. Está muy ocupado y le he dicho que prefiero dos buenos mensajes a la semana que uno corto cada día.
Aún me acuerdo de que cuando me mudé de la isla por primera vez, tú y yo nos mandábamos fotos, chistes y otras tonterías, lo normal entre dos niños de once años. Por un segundo se me ha hecho un nudo en la garganta. Entonces he tragado saliva y le he preguntado:
—¿Le has contado lo que está pasando?
—Pues claro que no —ha contestado Tessa—. Él tampoco ha preguntado nada; o las noticias estadounidenses no hablan del tema, o no ha tenido tiempo de mirarlas. En cualquier caso, ¿por qué iba a contárselo? No tiene forma de ayudarnos. Leo quería entrar en esa escuela más que nada en el mundo. No quiero distraerlo.
En parte tenía razón. Pero si tus padres tampoco te han contado nada… Y lo más probable es que tu madre no lo haya hecho, ¿verdad? Seguro que piensa que insistirás en volver a la isla y quiere asegurarse de que no te pasa nada.
Creo que no está bien mantenerte en la ignorancia cuando las personas a las que quieres corren peligro. ¿No deberías ser tú quien tomara la decisión?
Piensen lo que piensen Tessa o tus padres, yo sé que tú querrías saberlo. Por eso hace unos minutos, aunque me he sentido ridícula y como una chivata al mismo tiempo, te he mandado un breve mensaje a tu vieja dirección de correo. Pero el servidor me lo ha devuelto. Supongo que te has creado una dirección nueva durante los últimos años. ¡Pero por lo menos lo he intentado! A lo mejor se me ocurre alguna excusa para pedirle tu dirección actual a Tessa; estoy segura de que volveré a verla.
Después de plantar las semillas, Tessa me ha invitado a volver a entrar en casa y ha servido dos vasos de gaseosa.
—Imagino que las plantas tardarán aún un par de semanas en brotar —ha afirmado—. Pero puedes venir a echar un vistazo cuando quieras.
—Primero llamaré —he respondido—. Así sabrás que no estoy enferma.
Pero Tessa se ha encogido de hombros.
—No hace falta que llames —ha dicho—. Ya sé que no vendrías si lo estuvieras. Al fin y al cabo, fuiste tú quien el otro día quiso asegurarse de que yo no corría riesgos innecesarios.
Lo ha soltado como si nada, pero a mí me ha dado tal apuro que me he ruborizado y he apartado la vista. Entonces he visto un montón de llaves colgadas de unos ganchos junto a la nevera. Tessa debe de haber seguido mis ojos.
—Mi padre se encarga del mantenimiento de varias casas de verano; comprueba que no haya escapes y otros problemas durante el invierno —ha comentado. Entonces se le han iluminado los ojos—. Oye, seguro que los propietarios de esas casas guardan todo tipo de medicamentos. Siempre están hablando de todas las pastillas que se toman para los nervios y para la presión. Si el hospital empieza a quedarse sin material, yo podría entrar en esas casas sin problemas.
—El Gobierno ha prometido enviar todo lo que necesitemos desde el continente —he dicho—. No deberíamos tener problemas.
—Bueno, pero si las cosas se tuercen, acuérdate de esto —ha respondido—. Los que vienen a la isla solo en verano no necesitan lo que dejaron al marcharse.
Al llegar a casa le he preguntado a mamá si papá ha mencionado algo sobre el inventario del hospital. Según parece, llegó un importante envío de medicamentos antes del inicio de la cuarentena, por lo que me ha respondido que no me preocupe. Si ni siquiera papá considera que la situación es desesperada, supongo que todo va bien.
Pero voy a recordar la idea de Tessa. A lo mejor ahora estamos bien, pero ¿quién sabe qué puede pasar mañana?