Ayer la vida casi pareció otra vez normal. Papá volvió a trabajar hasta muy tarde, pero en el instituto todo fue casi como de costumbre. Shauna intentó convencer a Tessa de que organizara una fiesta en su casa, porque según parece sus padres se han ido de viaje a no sé dónde. Yo superé las pruebas del jueves y también las del viernes y, cuando me iba, la señora Reese me levantó el pulgar, o sea, que creo que estoy en el equipo. Y anoche Mackenzie y yo fuimos al continente para ver la nueva película de Christopher Nolan en el cine.
El chico de la taquilla era mono. Hablé con él después de la peli, pero Mackenzie se puso nerviosa y dijo que nos teníamos que ir.
No pude dejar de sonreír durante todo el camino de vuelta. No porque esté loca por él: casi no lo conozco. Pero estaría bien colarme por alguien. Por alguien que también se colara por mí.
Sin embargo, esta mañana (a las cinco de la madrugada de un sábado), papá ha recibido una llamada urgente y ha salido corriendo. He intentado no ponerme nerviosa, pero al final me he despertado igual. En cuanto nos hemos dado cuenta de que se había marchado, todos hemos sido incapaces de volver a conciliar el sueño. Así pues, Drew y yo nos hemos sentado a la mesa de la cocina, aún medio dormidos, mientras mamá preparaba unas croquetas de patata y cebolla.
Es un plato que solo cocina en ocasiones especiales, o cuando quiere hacernos sentir mejor, pues dice que es mucho trabajo para una comida que, además, no le gusta. La última vez que había preparado croquetas de patata fue cuando ella y papá nos anunciaron que nos mudábamos, así que he supuesto que esperaba malas noticias.
—A lo mejor le han llamado porque alguien ha mejorado en plena noche —he dicho, como si por decirlo fuera más fácil creerlo.
—Esperemos que sea eso —ha contestado mamá.
Aunque el exterior crujiente de las croquetas combina a la perfección con la masa tierna del interior, no es fácil tragar cuando estás desayunando dos horas antes de la hora a la que sueles despertarte y encima tienes un nudo en el estómago. Yo solo he logrado comerme unas pocas. Drew se ha terminado el plato, pero antes de tragarse la última croqueta se ha pasado un minuto entero masticando. Mamá no ha comido ni una. Al final se ha encogido de hombros y ha guardado el resto en una fiambrera, para más tarde.
Nos hemos quedado en la mesa hasta que ha salido el sol, sin perder el teléfono de vista. Entonces Drew ha exclamado:
—Vamos, que es sábado por la mañana. A ver que dan por la tele.
Mamá ha dicho que prefería intentar dormir un poco más. Los sábados alternos mamá hace un turno extra en la cafetería de la gasolinera, aunque dudo mucho que hoy vaya a trabajar.
Drew y yo hemos ido a la sala de estar. Ha empezado a pasar canales. Solo daban dibujos animados. Al final ha dejado un capítulo de Looney Tunes y hemos pasado un rato viendo como Bugs Bunny se burlaba de Elmer Fudd.
A veces ese tipo de dibujos me hacen gracia, pero hoy los chistes me parecían estúpidos. Además, no lograba quitarle el ojo de encima al reloj. ¿El hecho de que papá tardara tanto en llamar era una buena señal, porque quería decir que no regresaba corriendo para salvarnos de alguna catástrofe? ¿O significaba que había pasado algo muy grave y por eso le llevaba tanto tiempo resolverlo?
Debía de haber digerido las cuatro croquetas que me he comido ya hacía rato, pero aun así no paraba de roncarme el estómago. Drew estaba tirado en el sofá, con los pies encima de la otomana, como si no hubiera nada más importante en el mundo que un conejo parlanchín. Al cabo de un rato no he podido aguantarme más.
—¿No estás preocupado? —le he preguntado.
—Sí, claro —ha contestado él, sin apartar los ojos de la tele.
—Pues nadie lo diría —le he espetado.
Entonces ha cogido el mando a distancia, ha bajado el volumen y se ha vuelto hacia mí.
—Creo que en mi clase hay un par de chicas enfermas —ha dicho en voz baja, supongo que para que mamá no lo oyera si aún estaba despierta. Si lo hubiera oído, seguramente habría reaccionado peor aún que yo.
—¿Que qué? —he exclamado; he tenido que hacer un esfuerzo por no levantar la voz—. ¿Estás seguro? ¿Qué ha pasado?
—No ha pasado nada. Pero ayer, en la clase de Física, había una chica que no paraba de estornudar. Y en mitad de la clase de Derecho, Amy ha tenido que salir durante diez minutos porque le ha dado un ataque de tos. Lo más probable es que sean resfriados comunes; siempre hay alguien que pilla uno en esta época del año.
—¿Se lo has contado a papá?
Drew ha puesto los ojos en blanco.
—Pues claro que no. Nos encerraría en casa. ¿De qué serviría?
—Serviría para que no estuviéramos expuestos a la enfermedad —le he contestado—. ¿De verdad quieres ponerte enfermo? También se habría asegurado de que ingresaran a esas chicas en el hospital, por si acaso.
—Si vamos a ponernos enfermos —ha dicho Drew—, quedarnos en casa no nos va a servir de nada. Lo pillaremos de papá, que es quien se pasa doce horas al día con personas que sabemos positivamente que están enfermas. Conozco a un tío del equipo de fútbol cuya tía es enfermera… Pues bien, el otro día me contó que su tía ha tenido que ingresar en el hospital porque ayudó a tratar a los pacientes y ahora tiene los síntomas.
Soy consciente de que no le falta razón, pero no sé por qué eso me ha hecho enfadar aún más. Para él es muy fácil decir que la reacción de papá es exagerada. Él no vio a Rachel ni a su padre, no tiene ni idea de lo grave que es esta enfermedad y de cómo puede convertirte en una persona completamente distinta. Da mucho miedo que cada vez haya más gente afectada y que los médicos aún no hayan encontrado ningún tratamiento.
—Pues por lo menos me lo podrías haber contado a mí —he dicho.
—Porque tú habrías actuado de forma distinta, ¿no? —ha preguntado Drew—. Además, ¿es así cómo quieres afrontar la situación? ¿Escondiéndote en casa?
—¡No lo sé! —he gritado—. ¡Pero por lo menos podría haber tomado la decisión yo misma!
He logrado contenerme antes de seguir gritando; entonces nos hemos quedado en silencio y hemos aguzado el oído. Por suerte no hemos despertado a mamá.
—Lo siento —ha dicho Drew al cabo de un rato—. Tendría que habértelo contado. Es que detesto la forma que tiene papá de enfrentarse a los problemas, construyendo una pared aun sin saber de qué intenta «protegernos». Además…
Al ver que no seguía hablando, he intentado incitarlo a hablar.
—¿Además qué?
—Además, últimamente estoy aún más cabreado con papá de lo habitual, por otros motivos —ha soltado, frunciendo el ceño—. Hace unas semanas, Aaron dijo que no tenía ningún sentido que siguiéramos juntos, porque papá no parece estar más cerca de aceptar el hecho de que yo tenga novio. Supongo que a Aaron no le gusta el «drama», ni siquiera a larga distancia. Aunque en realidad quien tiene que lidiar con papá soy yo…
—Bueno… —No se me ha ocurrido cómo seguir. Mi hermano y yo nunca hemos hablado de nuestras relaciones, porque yo nunca he tenido nada serio y porque Drew siempre ha sido reservado con su vida privada—. Lo siento. Es un rollo.
—Pues sí. Estoy bastante harto, la verdad.
Entonces se ha levantado y se ha marchado. A mí no me apetecía mirar la tele sola, o sea, que me he ido a mi cuarto. Estaba muy cansada, pero, en cuanto me he echado en la cama y he intentado dormir, no podía parar de pensar. Entonces me he puesto a escribir, a ver si así me lo quitaba todo de la cabeza.
Pero no, cada vez pienso más en ello. Pienso demasiado.
Hace unos minutos he oído a mamá en el baño, o sea, que supongo que ya estará despierta. A lo mejor le pregunto si
Papá ha llamado. Ella aún está al teléfono con él, o sea, que aún no he podido escucharlo todo, pero no hay buenas noticias: el padre de Rachel acaba de morir.