Creo que puede decirse que el día de hoy ha supuesto un paso hacia delante para la nueva Kaelyn y un paso hacia atrás en la relación con mi padre.
Papá ya me ha parecido estresado por la mañana, cuando iba de un lado a otro de la cocina, esperando a que el agua hirviera, pero no le he dado mayor importancia. Meredith ha llegado poco después del desayuno, como suele hacer los domingos. Se ha pasado la mañana haciendo pulseras de hilo con mamá, y la tarde conmigo.
No me importa estar con ella, es mucho menos revoltosa que la mayoría de los niños de siete años que he visto. Y desde que la tía Lillian se marchó, el año pasado, está aún más callada.
¿Te imaginas abandonar a tu marido y a tu hija sin dar la menor explicación? Para mí no tiene sentido, pero también es cierto que no conocía muy bien a la tía Lillian. El que siempre hablaba era el tío Emmett.
Sé que no puedo compensar la ausencia de la madre de Meredith, pero me siento como una superheroína cada vez que consigo hacerla reír con algún vídeo tonto que encuentro en Internet, o enseñándole cómo se persiguen los hurones.
Estábamos sentadas en mi habitación, y Fossey y Mowat saltaban de aquí para allá, como de costumbre, cuando de pronto Fossey ha golpeado mi libreta de los coyotes, que ha caído al suelo. Meredith la ha recogido y la ha empezado a hojear.
—¡Qué guay! —ha dicho al ver mis esbozos—. ¿Escribes sobre perros?
—Hay una familia de coyotes que vive en una zona boscosa al norte del puerto —le he explicado—. He estado observándolos y tomando nota de todo lo que hacen.
—¿Y son peligrosos? —ha preguntado.
—No, qué va. Si quiero observarlos tengo que andarme con mucho ojo, porque yo les doy mucho miedo.
Meredith me ha mirado con ojos como platos.
—¿Puedo verlos yo también? —ha preguntado—. ¿Me llevas contigo?
La verdad es que siempre he ido sola, pero a lo mejor iba siendo hora de que compartiera las cosas que me importan con otras personas. Meredith estaba tan excitada como si nos fuéramos a ir de expedición. ¿Cómo podía decirle que no?
Al final todo ha salido perfecto. Hemos ido hasta el bosque y le he enseñado el lugar de la colina desde donde suelo observar a los coyotes, entre dos abetos, porque desde allí la brisa se lleva mi olor lejos de la guarida. Hacía un sol radiante y la hierba olía a verde y a calor, como si aún faltara mucho para el otoño. Nos hemos tendido boca abajo, en el suelo, y después de hacer unas cuantas preguntas, Meredith se ha quedado tan callada que habría podido olvidarme de que estaba ahí.
Durante un momento he temido que no viéramos nada, pero entonces los coyotes y sus cachorros, que ya son casi adultos, han regresado trotando a la guarida, tras pasar el día cazando y revolviendo basuras. Los cachorros han empezado a pelearse jugando. He visto más cosas de las que suelo ver cuando voy sola. Me he maldecido por no haber cogido el bloc de notas, pero lo cierto es que no estábamos ahí por mí.
Mientras volvíamos a casa le he hablado a Meredith de la primera vez que vi un coyote. Supongo que te acordarás, Leo. Fue un día en que tú, Drew y yo fuimos con mamá a buscar arándanos; nosotros teníamos cinco años, y mi hermano, seis. De pronto levanté la vista y vi un coyote a unos pocos metros de nosotros, mirándome. Aún me acuerdo de aquellos ojos de color amarillo oscuro.
Con el tiempo se ha convertido en un buen recuerdo, pero en su momento me morí de miedo. Pensé que el coyote se me iba a comer. Me volví hacia mi madre y el coyote dio un respingo y salió corriendo.
—Pero ¿por qué va a tener miedo un coyote? —ha preguntado Meredith.
—Porque los seres humanos les hacemos daño mucho más a menudo que ellos a nosotros —le he respondido—. Asumimos que lo sabemos todo sobre los animales, por ejemplo que hay algunos que son malos, pero basta con prestar un poco de atención para comprender que solo cuidan de los suyos, lo mismo que hacemos nosotros.
Al llegar a casa, Meredith no podía dejar de hablar de coyotes, como si verlos hubiera sido la cosa más increíble que le hubiera pasado en la vida. No me he dado cuenta de que papá estaba enfadado hasta que el tío Emmett la ha pasado a recoger. Entonces me ha llamado al salón, donde lo he encontrado con la expresión seria que Drew y yo hemos bautizado como su «cara de científico».
—Creo que no deberías volver a llevar a Meredith a la guarida de los coyotes —me ha dicho.
—¿Qué? —he preguntado. Después de ver lo contenta que se había puesto, no me podía creer lo que estaba oyendo.
—Tiene nueve años menos que tú. Aún no puede comprender que uno debe andarse con cuidado cuando está cerca de animales salvajes. Ya sabes que ha habido coyotes que han atacado a niños en otras partes.
—Pero eran niños mucho más pequeños que Meredith —he protestado—. Además, ya le he enseñado que debe tener cuidado. Es una…
Pero mi padre me ha cortado.
—No hay nada más que debatir —ha dicho, como si aquello en algún momento hubiera sido un debate—. Podéis hacer muchas otras cosas juntas.
Y entonces se ha encerrado en su despacho.
Ya conoces a mi padre: siempre que he querido estudiar animales me ha apoyado. Además, cuando empecé a observar coyotes sola no era mucho mayor que Meredith. No entiendo qué mosca le ha picado de repente.
Pero a lo mejor no tiene nada que ver con los coyotes. A lo mejor sigue estresado por lo mismo que esta mañana. Tendré que hablar con él más tarde, cuando esté de mejor humor.