Imagino que a estas alturas debes de haberte instalado ya en la nueva escuela, Leo. Seguramente ya habrás empezado a ir a clases de baile con los mejores profesores y saldrás por ahí con otras personas talentosas. Seguro que estás disfrutando de cada minuto.
He estado trabajando en la nueva Kaelyn. Ayer debí de saludar por lo menos a diez personas distintas en el instituto, mientras esperábamos a que nos pasaran los nuevos horarios. Pero todo el mundo se muestra distante conmigo, como si creyeran que la persona a la que conocieron hace cinco años fue reemplazada por un alienígena mientras vivía en Toronto. De momento no he logrado pasar de un «hola»; pero, oye, por algo se empieza.
Hoy, después del instituto, les he puesto la correa a mis hurones (Mowat y Fossey) y los he llevado a pasear por Thompson Park en lugar de hacerlo por el patio de casa. No sé si la gente de la isla ha visto un hurón de compañía antes; siempre me ha puesto algo nerviosa pensar que todo el mundo me está mirando. Sin embargo, al cabo de unos minutos se han acercado unos niños y han empezado a hacerme preguntas, como: «¿Saben nadar?» o «¿Y qué comen?». Ha sido divertido. Y, desde luego, Mowat y Fossey han disfrutado siendo el centro de atención.
En cuanto he llegado a casa, mi madre ha subido a mi cuarto.
—Hoy vamos a cenar un poco tarde —ha dicho—. En el hospital se les ha presentado un caso extraño y le han pedido a tu padre que fuera a echar un vistazo.
—¿Extraño? ¿Por qué? —he preguntado.
—No me lo ha contado —ha respondido mamá—. Ha llamado justo antes de salir del centro de investigaciones, pero ha dicho que llegaría a las siete como muy tarde.
Mi madre se ha quedado en la puerta mientras yo sacaba los libros de la mochila. Finalmente, cuando ya estaba a punto de decirle si quería algo, me ha preguntado:
—¿Cómo estás, Kaelyn?
—Bien —he respondido.
—Sé que mudarnos primero a Toronto y luego volver aquí no ha sido nada fácil para ti. Si necesitas hablar, sabes que estaré encantada de escucharte, ¿verdad? Para eso estoy aquí.
Se le han llenado los ojos de lágrimas, probablemente porque de pronto ha pensado en Nana y en que le dio el ataque al corazón justo cuando ella no estaba aquí.
Pero ¿qué podría haber hecho mi madre si le hubiera contado lo de la pelea contigo, lo sola que me había sentido en Toronto y lo fuera de lugar que me siento ahora aquí? No mucho; o sea, que le he contestado:
—Ya lo sé, mamá. No pasa nada, en serio.
—Vale —ha dicho ella. Entonces me ha mirado como si quisiera añadir algo más, pero al final se ha ido.
Espero que papá vuelva pronto. Son casi las siete y estoy muerta de hambre.