Dellapelle llevó a Perlmutter al sótano. Aunque había bastante luz, Dellapelle usó la linterna. La apuntó hacia el suelo.
—Allí.
Perlmutter se quedó mirando el cemento y sintió un escalofrío.
—¿Estás pensando lo mismo que yo? —preguntó Dellapelle.
—Que es posible… —Perlmutter se interrumpió, intentando encajar aquello en la ecuación—… que es posible que Jack Lawson no fuera el único retenido aquí.
Dellapelle asintió.
—¿Y dónde está la otra persona?
Perlmutter no dijo nada. Simplemente se quedó mirando el suelo. Efectivamente, alguien había estado retenido. Alguien que encontró un guijarro y trazó dos palabras en el suelo, ambas en mayúsculas. De hecho era un hombre, otra persona de esa foto extraña, un nombre que acababa de oír de labios de Grace Lawson: SHANE ALWORTH.
Charlaine Swain se quedó para ayudar a Grace a volver a su habitación. El silencio no las incomodaba. A Grace le extrañó. Le extrañaban muchas cosas. Se preguntaba por qué Jack había huido a Francia hacía tantos años. Se preguntaba por qué nunca había tocado el fondo fiduciario, por qué dejó que su hermana y su padre controlaran su porcentaje. Se preguntaba por qué había huido poco después de la Matanza de Boston. Se preguntaba por qué Geri Duncan había acabado muerta dos meses después. Y se preguntaba, quizá por encima de todo, si conocer a Jack ese día, si enamorarse de él, había sido algo más que una simple coincidencia.
Ya no se preguntaba si estaba todo relacionado. Sabía que sí. Cuando llegaron a la habitación de Grace, Charlaine la ayudó a acostarse. Se volvió para irse.
—¿Quieres quedarte unos minutos? —preguntó Grace.
Charlaine asintió.
—Me gustaría.
Conversaron. Empezaron por lo que tenían en común —los niños—, pero era evidente que ninguna de las dos quería seguir con ese tema mucho tiempo. Les pasó una hora volando. Grace ni siquiera sabía muy bien de qué habían hablado. Sólo sabía que se sentía agradecida.
A eso de las dos de la mañana sonó el teléfono al lado de Grace. Por un instante las dos se quedaron mirándolo. A continuación Grace tendió la mano y lo cogió.
—¿Diga?
—Recibí tu mensaje. Sobre Allaw y Still Night.
Grace reconoció la voz. Era Jimmy X.
—¿Dónde estás?
—En el hospital, abajo. No me dejan subir.
—Bajo enseguida.
El vestíbulo del hospital estaba en silencio.
Grace no sabía muy bien cómo manejar la situación. Jimmy X estaba sentado con los antebrazos apoyados en los muslos. No alzó la vista cuando ella se acercó a él cojeando. La recepcionista leía una revista. El guardia de seguridad silbaba suavemente. Grace se preguntó si el guardia podría protegerla. De pronto echó de menos la pistola.
Se detuvo delante de Jimmy X y aguardó inmóvil. Él levantó la vista. Sus miradas se cruzaron y en ese momento Grace lo supo. No conocía los detalles. Apenas conocía los hechos a grandes rasgos. Pero lo supo.
Su voz era casi una súplica.
—¿Cómo te has enterado de lo de Allaw?
—Por mi marido.
Jimmy se mostró confuso.
—Mi marido es Jack Lawson.
Él se quedó boquiabierto.
—¿John?
—Así se llamaba entonces, supongo. Ahora mismo está aquí, arriba. Es posible que muera.
—Dios mío. —Jimmy se tapó la cara con las manos.
—¿Sabes qué me ha molestado siempre?
Él no contestó.
—Que huyeras. No suele ocurrir que una estrella del rock lo deje todo así. Corren rumores sobre Elvis o Jim Morrison, pero eso es porque están muertos. Hubo la película, Eddie and the Cruisers, pero eso era una película. En realidad, bueno, como ya te dije, los Who no huyeron después de lo de Cincinnati. Los Stones tampoco después de lo de Altamont Speedway. Así que, ¿por qué, Jimmy? ¿Por qué huiste?
Él seguía con la cabeza gacha.
—Conozco la conexión entre tú y Allaw. Sólo es cuestión de tiempo que alguien ate cabos.
Grace esperó. Él se apartó las manos de la cara y se las frotó. Miró al guardia de seguridad. Grace estuvo a punto de retroceder un paso, pero se mantuvo firme.
—¿Sabes por qué los conciertos de rock empezaban tan tarde? —preguntó Jimmy.
La pregunta la desconcertó.
—¿Qué?
—He dicho…
—Ya he oído lo que has dicho. No, no sé por qué.
—Es porque estamos tan ciegos… borrachos, drogados, lo que sea… que nuestros representantes necesitan tiempo para que nos despejemos lo suficiente y podamos actuar.
—¿Y con eso qué quieres decir?
—Esa noche iba pasadísimo de cocaína y alcohol. —Desvió la mirada, con los ojos inyectados en sangre—. Por eso nos retrasamos tanto. Por eso la multitud se impacientó tanto. Si hubiese estado sobrio, si hubiese salido al escenario puntualmente… —Calló y se encogió de hombros como diciendo «¿Quién sabe?».
Grace no quería más excusas.
—Háblame de Allaw.
—No me lo puedo creer. —Meneó la cabeza—. ¿John Lawson es tu marido? ¿Y eso cómo fue?
Grace no tenía una respuesta. Se preguntó si la tendría alguna vez. El corazón, lo sabía, era un territorio extraño. ¿Podía ser eso parte de la atracción inicial, algo inconsciente, saber que los dos habían sobrevivido a esa terrible noche? Recordó el momento en que conoció a Jack en la playa. ¿Había sido el destino, algo predeterminado, o algo planeado? ¿Quiso Jack conocer a la mujer que había acabado encarnando la Matanza de Boston?
—¿Estuvo mi marido en el concierto esa noche? —preguntó ella.
—¿Cómo? ¿No lo sabías?
—Mira, Jimmy, podemos jugar a esto de dos maneras distintas. Una es que yo pretenda saberlo todo y quiera sólo una confirmación. Pero no es así. Es posible que nunca sepa la verdad si no me la cuentas tú. Tal vez puedas mantener tu secreto. Pero yo seguiré indagando. También Carl Vespa y los Garrison y los Reed y los Weider.
Él alzó la vista, su cara como la de un niño.
—Pero la otra manera, y creo que esto es lo más importante, se reduce a que tú ya no puedes convivir contigo mismo. Fuiste a mi casa en busca de una absolución. Sabes que ya ha llegado el momento.
Él agachó la cabeza. Grace oyó los sollozos. Se le sacudía todo el cuerpo. Grace no dijo nada. No apoyó una mano en su hombro. El guardia de seguridad los observó. La recepcionista apartó la mirada de la revista. Pero eso fue todo. Era un hospital. En ese ambiente no resultaba extraño ver llorar a adultos. Ambos desviaron la mirada. Al cabo de un minuto los sollozos de Jimmy empezaron a remitir. Ya no le temblaban los hombros.
—Nos conocimos en un bolo en Manchester —explicó Jimmy, frotándose la nariz con la manga—. Yo iba con un grupo que se llamaba Still Night. Tocaban cuatro bandas. Una de ellas era Allaw. Así conocí a tu marido. Estuvimos juntos en los camerinos, colocándonos. Él era encantador, pero tienes que entenderlo: la música lo era todo para mí. Yo quería componer Born to Run, ¿sabes? Quería cambiar todo el panorama musical. Comía, dormía, soñaba, cagaba música. Lawson no se lo tomaba muy en serio. Simplemente se lo pasaba bien con el grupo, y nada más. Tenían unas cuantas canciones decentes, pero las voces y los arreglos eran de aficionados. Lawson no se hacía grandes ilusiones con el éxito y esas cosas.
El guardia de seguridad volvió a silbar. La recepcionista se enfrascó de nuevo en la lectura de la revista. Un coche se detuvo ante la puerta. El guardia salió y señaló la entrada de urgencias.
—Allaw se separó pocos meses después, creo. También Still Night. Pero Lawson y yo seguimos en contacto. Cuando creé la banda de Jimmy X, casi pensé en invitarlo a formar parte del grupo.
—¿Y por qué no lo hiciste?
—Pensé que, como músico, no era bastante bueno.
Jimmy se puso en pie de una manera tan repentina que sobresaltó a Grace. Ella retrocedió. Mantenía la vista fija en él, intentando mirarlo a los ojos, como si sólo así pudiera obligarlo a permanecer inmóvil.
—Sí, tu marido estaba en el concierto esa noche. Le conseguí cinco entradas para el foso. Fue con antiguos miembros de su grupo. Incluso llevó a un par de ellos a los camerinos.
En ese momento se interrumpió. Los dos se quedaron quietos. Él apartó la mirada y por un momento Grace temió perderlo.
—¿Te acuerdas de quiénes eran? —preguntó ella.
—¿Los antiguos miembros del grupo?
—Sí.
—Dos chicas. Una era pelirroja.
Sheila Lambert.
—¿Y la otra era Geri Duncan?
—Nunca supe cómo se llamaba.
—¿Y Shane Alworth? ¿Estaba él allí?
—¿Ese era el de los teclados?
—Sí.
—No en los camerinos. Sólo vi a Lawson y a las dos chicas.
Cerró los ojos.
—¿Y qué pasó, Jimmy?
Se le ensombreció el rostro; de pronto parecía mayor.
—Yo iba muy ciego. Oía el gentío. Veinte mil personas. Coreaban mi nombre. Aplaudían. Cualquier cosa con tal de que empezara el concierto. Pero yo apenas podía moverme. Entró mi representante. Le dije que necesitaba más tiempo. Salió. Me quedé solo. Y entonces aparecieron Lawson y las dos chicas.
Jimmy parpadeó y miró a Grace.
—¿Hay una cafetería por aquí?
—Está cerrada.
—Me iría bien un café.
—Lástima.
Jimmy empezó a caminar de un lado al otro.
—¿Qué pasó cuando entraron en el camerino? —preguntó Grace.
—No sé cómo los dejaron pasar. Yo no les di pases. Pero de pronto apareció Lawson en plan «Oye, ¿qué tal?». Yo me alegré de verlo, supongo. Pero entonces, no sé, algo se torció.
—¿Qué fue?
—Lawson. Enloqueció. No sé, igual iba más colocado que yo. Empezó a empujarme, a amenazarme. Me acusó de ladrón a gritos.
—¿De ladrón?
Jimmy asintió.
—Era todo absurdo. Dijo… —Por fin se detuvo y la miró a los ojos—. Dijo que yo había robado su canción.
—¿Qué canción?
—Pale Ink.
Grace no podía moverse. El temblor empezó a recorrerle el lado izquierdo. Sintió una palpitación en el pecho.
—Lawson y el otro tío, Alworth, compusieron una canción para Allaw titulada Invisible Ink. Básicamente ese era el único parecido entre las dos canciones, el título. Ya conoces la letra de Pale Ink, ¿no?
Ella asintió. Ni siquiera intentó hablar.
—Supongo que el tema de Invisible Ink era parecido. Las dos canciones trataban de lo frágil que era la memoria. Pero nada más. Se lo dije a John. Pero él estaba como loco. Todo cuanto decía lo enfurecía más. No paraba de empujarme. Además, una de las chicas, una muy morena, lo incitaba. Empezó a decir que me romperían las piernas o algo así. Grité para pedir ayuda. Lawson me dio un puñetazo. ¿Recuerdas que se dijo que yo había resultado herido en medio del tumulto?
Ella volvió a asentir.
—Pues no era verdad. Fue tu marido. Me golpeó en la mandíbula, y luego se abalanzó sobre mí. Intenté quitármelo de encima. A gritos, empezó a decir que iba a matarme. Era, no sé, era todo como surrealista. Amenazó con rajarme.
Las palpitaciones se extendieron por su cuerpo y se enfriaron. Grace contenía el aliento. No podía ser. Por favor, simplemente no podía ser.
—Llegó un momento en que estaba tan descontrolado que una de las chicas, la pelirroja, le dijo que se tranquilizara. No vale la pena, dijo. Le pidió que lo dejara. Pero él no le hizo caso. Simplemente me sonrió y luego… luego sacó una navaja.
Grace meneó la cabeza.
—Dijo que iba a clavármela en el corazón. He dicho que estaba cieguísimo, ¿recuerdas? Pues al oír eso se me pasó el colocón por completo. ¿Quieres que a alguien se le pase un colocón? Pues amenázalo con clavarle una navaja en el pecho. —Volvió a callar.
—¿Y qué hiciste?
¿Había hablado ella? Grace no estaba segura. La voz sonaba igual que la suya, pero parecía venir de otro lugar, de un lugar metálico y lejano.
A Jimmy, absorto en los recuerdos, se le desencajó la cara.
—No iba a permitir que me apuñalara así como así. De modo que me abalancé sobre él. Se le cayó la navaja. Empezamos a forcejear. Las chicas gritaron. Se acercaron e intentaron separarnos. Y entonces, cuando estábamos en el suelo, oí un disparo.
Grace seguía meneando la cabeza. Jack no. Jack no estaba allí esa noche, imposible, de ninguna manera…
—Se oyó tan fuerte, ¿sabes? Como si la pistola estuviera detrás de mi oreja o algo así. Entonces se lio todo. Hubo gritos. Y luego se oyeron dos, tal vez tres, disparos más. No en la habitación. Venían de lejos. Y más gritos. Lawson paró de moverse. Había sangre en el suelo. Le habían dado en la espalda. Lo aparté y entonces vi a aquel guardia de seguridad, Gordon MacKenzie, que seguía apuntando con su pistola.
Grace cerró los ojos.
—Espera un momento. ¿Estás diciéndome que Gordon MacKenzie disparó el primer tiro?
Jimmy asintió.
—Oyó el jaleo, me oyó pedir ayuda y… —De nuevo se le apagó la voz—. Nos quedamos un momento mirándonos fijamente. Las chicas chillaban, pero para entonces la multitud ahogaba sus gritos. Ese sonido, no sé, la gente habla del sonido más terrible, dicen que tal vez sea el de un animal herido; pero nunca he oído nada que se acerque tanto al sonido del miedo y el pánico. Aunque eso tú ya lo sabes.
No lo sabía. El traumatismo cerebral le había borrado el recuerdo. Pero ella asintió para que él siguiera hablando.
—El caso es que MacKenzie se quedó allí un momento, atónito. Y luego echó a correr. Las dos chicas cogieron a Lawson y empezaron a sacarlo a rastras. —Se encogió de hombros—. El resto ya lo sabes, Grace.
Grace intentó asimilarlo todo. Intentó entender las implicaciones, encajarlo en su realidad. Ella había estado a unos cuantos metros de todo eso, del otro lado del escenario. Jack. Su marido. Él había estado allí mismo. ¿Cómo era posible?
—No —dijo ella.
—No ¿qué?
—No, no sé el resto, Jimmy.
Él no dijo nada.
—La historia no acabó ahí. Allaw tenía cuatro miembros. He estado comprobando las fechas. Dos meses después de la desbandada, alguien contrató a un asesino a sueldo para matar a una de las chicas del grupo, Geri Duncan. Mi marido, el que dices que te atacó, huyó al extranjero, se afeitó la barba y empezó a llamarse Jack. Según su madre, Shane Alworth también está en el extranjero, pero creo que miente. Sheila Lambert, la pelirroja, se cambió de nombre. Su marido fue asesinado hace poco y ella volvió a desaparecer.
Jimmy meneó la cabeza.
—De eso yo no sé nada.
—¿Crees que es todo simple casualidad?
—No, supongo que no —contestó Jimmy—. Tal vez les daba miedo lo que sucedería si la verdad salía a la luz. ¿Te acuerdas de esos primeros meses? Todo el mundo quería sangre. Habrían podido ir a la cárcel, o algo peor.
Grace movió la cabeza en un gesto de negación.
—¿Y tú, Jimmy?
—Y yo ¿qué?
—¿Por qué has mantenido eso en secreto tantos años?
No contestó.
—Si lo que me has dicho es verdad, tú no hiciste nada malo. Tú fuiste el agredido. ¿Por qué no se lo contaste a la policía?
Él abrió la boca, la cerró, volvió a intentarlo.
—Todo aquello me superó. También tuvo algo que ver Gordon MacKenzie. Quedó como el héroe, ¿no te acuerdas? Si el mundo se enteraba de que él disparó el primer tiro, ¿qué crees que le habría sucedido?
—¿Me estarás diciendo que has mentido todos estos años para proteger a Gordon MacKenzie?
No contestó.
—¿Por qué, Jimmy? ¿Por qué no dijiste nada? ¿Por qué huiste?
Empezó a mirar a derecha e izquierda.
—Oye, te he contado todo lo que sé. Ahora me marcho a mi casa.
Grace se acercó.
—Es verdad que robaste esa canción, ¿eh?
—¿Qué? No.
Pero Grace lo sabía.
—Por eso te sentiste responsable. Robaste esa canción. Si no lo hubieras hecho, no habría ocurrido nada.
Él siguió negando con la cabeza.
—No es eso.
—Por eso huiste. No fue sólo porque estuvieras colocado. Robaste esa canción con la que te hiciste famoso. Fue así como empezó todo. Oíste a Allaw tocar en Manchester. Te gustó la canción y la robaste.
Él negó con la cabeza, pero era un gesto vacío de contenido.
—Se parecía un poco…
Y otra idea asaltó a Grace con una punzada profunda y dura.
—¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar para mantener tu secreto, Jimmy?
Él la miró.
—Pale Ink se hizo todavía más famosa tras la desbandada. Se vendieron millones de discos. ¿Quién se ha quedado con ese dinero?
Él meneó la cabeza.
—Te equivocas, Grace.
—¿Sabías que yo estaba casada con Jack Lawson?
—¿Qué? Claro que no.
—¿Por eso viniste a casa esa noche? ¿Intentabas averiguar qué sabía yo?
Él siguió negando con la cabeza. Le resbalaban las lágrimas por las mejillas.
—Eso no es verdad. Yo nunca quise hacer daño a nadie.
—¿Quién mató a Geri Duncan?
—De eso yo no sé nada.
—¿Acaso iba a hablar? ¿Fue eso lo que pasó? Y después, al cabo de quince años, alguien fue a por Sheila Lambert, alias Jillian Dodd, pero su marido se interpuso. ¿Fue porque ella iba a hablar, Jimmy? ¿Porque sabía que habías vuelto?
—Tengo que irme.
Ella le interceptó el paso.
—No puedes volver a huir. Ya has huido bastante.
—Lo sé —dijo con voz suplicante—. Lo sé mejor que nadie.
La apartó de un empujón y se fue corriendo. Grace estuvo a punto de gritar «¡Párenlo! ¡Cójanlo!», pero dudó que el guardia pudiera hacer gran cosa. Jimmy ya estaba fuera y Grace casi lo había perdido de vista. Fue tras él cojeando.
Unos disparos —tres— resonaron en la noche. Se oyó un chirrido de neumáticos. La recepcionista soltó la revista y cogió el teléfono. El guardia de seguridad paró de silbar y se abalanzó hacia la puerta. Grace corrió tras él.
Cuando Grace salió, vio un coche que circulaba a toda velocidad por la vía de salida y desaparecía en la oscuridad. Grace no había visto quién iba en el coche. Pero creyó saberlo. El guardia de seguridad se agachó junto al cuerpo. Dos médicos salieron corriendo y casi derribaron a Grace. Pero era demasiado tarde.
Quince años después de la desbandada, la Matanza de Boston se cobraba a su víctima más escurridiza.