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Los alrededores de Caldwell se componían de granjas y bosques y las granjas se dividían a su vez en dos variedades: granjas lecheras o cultivos de maíz, aunque predominaban las granjas lecheras, dada la brevedad del periodo en que se podía cultivar. Los bosques también eran de dos tipos y podías elegir entre los pinos que poblaban las laderas de las montañas o los robles que llevaban a los pantanos del río Hudson.

Sin importar el paisaje, ya fuera campestre o industrializado, había cientos de carreteras poco transitadas, casas que distaban muchos kilómetros unas de otras y vecinos que eran tan solitarios y huraños como los que más.

Lash, el hijo del Omega, estaba sentado frente a la gastada mesa de una cocina, en una cabaña de cacería de una sola habitación, ubicada en uno de esos bosques. Frente a él, sobre la superficie de pino de la desgastada mesa, había extendido todos los registros financieros de la Sociedad Restrictiva que había podido encontrar o imprimir, o recuperar en el ordenador.

Y era una mierda.

Lash se inclinó para alcanzar un extracto del Banco Evergreen que había leído una docena de veces. La cuenta más grande de la Sociedad tenía ciento veintisiete mil quinientos cuarenta y dos dólares con quince centavos. Las otras, que estaban repartidas en seis bancos más, entre otros el Glens Falls National y Farrell Bank & Trust, tenían extractos que oscilaban entre veinte dólares y veinte mil.

Si eso era todo lo que tenía la Sociedad, estaban a punto de quedar en bancarrota.

Gracias a los ataques del verano habían adquirido una buena cantidad de mercancías que podían vender, representadas en lotes de antigüedades y objetos de plata, pero hacer efectivo ese dinero resultaba complicado pues implicaba mucho contacto con humanos. Y también se habían apoderado de algunas cuentas pero, nuevamente, sacar el dinero de los bancos humanos era difícil. Tal como había aprendido en la práctica.

—¿Quieres más café?

Lash levantó la vista para mirar a su segundo al mando y pensó que era un milagro que el señor D todavía anduviera por ahí. Cuando Lash entró en ese mundo, después de renacer como hijo de su verdadero padre, el Omega, se sintió perdido. Todo había cambiado para él, su familia se había convertido en el enemigo… Lógicamente, se sintió un poco despistado al principio, aunque gracias al señor D había podido superarlo. El señor D fue su guía durante algún tiempo y Lash se lo permitió, pensando que el bastardo dejaría de serle útil cuando aprendiera a moverse en ese nuevo mundo. Entonces tendría que destruirlo.

Pero no lo había hecho. El pequeño tejano que había sido su guía era ahora su discípulo.

—Sí —dijo Lash—, ¿y qué tal algo de comer?

—Sí, señor. Te tengo un poco de tocino y ese queso que te gusta.

Un chorro de café cayó enseguida en la taza de Lash. Luego siguió el azúcar y la cuchara que usó para removerlo produjo un suave tintineo. El señor D habría estado encantado de limpiarle el culo a Lash, pero la verdad era que no era ningún mariquita. El desgraciado mataba como ningún otro, era el muñeco Chucky de los asesinos. También era un gran cocinero. Hacía unas exquisitas tortitas, gruesas y esponjosas como una almohada.

Lash miró su reloj. El Jacob & Co. tenía diamantes alrededor y con la luz de la pantalla del ordenador parecía que tuviera miles de puntos de luz. Pero en realidad se trataba de una imitación que había comprado a través de eBay. Lash quería otro de verdad, excepto que… Por Dios… no se lo podía pagar. Claro, había conservado todas las cuentas de sus «padres» después de que asesinó al par de vampiros que lo criaron como si fuera su hijo, pero aunque había una buena cantidad de dinero en esas cuentas, no quería gastárselo en frivolidades.

Tenía muchas facturas que pagar. Cuentas de hipotecas, armas y munición, ropa, el alquiler de la casa y alquiler de coches. Los restrictores no comían, pero consumían muchos recursos y al Omega no le preocupaba el dinero. Pero, claro, él vivía en el infierno y tenía la capacidad de producir cualquier cosa de la nada, desde una comida caliente hasta esos abrigos estilo Liberace con los que le gustaba cubrir su sombrío cuerpo.

Lash odiaba admitirlo, pero tenía la sensación de que su verdadero padre era un poco maricón. Ningún hombre de verdad se pondría esa ropa tan estrafalaria.

Mientras levantaba la taza de café, su reloj brilló y Lash frunció el ceño.

Fuera como fuera, era un signo de estatus.

—Tus chicos se están retrasando —farfulló.

—Ya vendrán. —El señor D se dirigió al refrigerador y lo abrió. Era un refrigerador de los años setenta, tan viejo que no sólo le chirriaba la puerta y era color verde oliva, sino que babeaba como un perro.

Eso era ridículo. Necesitaban modernizar sus guaridas. O, si no, al menos tener un sitio decente para establecer su cuartel general.

Al menos el café era perfecto, aunque se reservó los elogios.

—No me gusta esperar.

—Ya vendrán, no te preocupes. ¿Tres huevos para la tortilla?

—Cuatro.

Lash volvió a concentrarse en las cuentas. Los gastos de la Sociedad, incluyendo las facturas de telefonía móvil, las conexiones a Internet, los alquileres y las hipotecas, las armas, la ropa y los coches llegaban fácilmente a cincuenta mil al mes.

Cuando comenzó a desempeñar su nuevo papel pensó que había alguien en las filas que se estaba quedando con parte del dinero. Pero llevaba meses revisando cuidadosamente los movimientos y no había podido encontrar ningún fraude. Nadie estaba manipulando las cifras ni estafando a nadie, era un asunto de simple contabilidad: los gastos eran mayores que los ingresos. Punto.

Estaba esforzándose para armar a sus tropas, incluso había llegado tan bajo que les había comprado cuatro cajas de armas a unos moteros que había conocido en la cárcel durante el verano. Pero eso no era suficiente. Sus hombres necesitaban algo mejor que armas de segunda para ganarle a la Hermandad.

Y ya que estaba pensando en las cosas que necesitaba, también necesitaba más hombres. Había pensado que los moteros podían ser un buen grupo donde encontrar reclutas, pero estaban demostrando estar demasiado unidos. Su intuición le decía que tenía que reclutarlos a todos o a ninguno, porque estaba seguro de que si elegía sólo a algunos, los elegidos les hablarían a sus amigos de su nuevo empleo de cazavampiros. Pero si los reclutaba a todos, correría el riesgo de que se rebelaran.

Seguir reclutando soldados uno por uno iba a ser la mejor estrategia, pero no es que tuviera mucho tiempo para eso. Entre las sesiones de entrenamiento con el Omega —que, para su propia sorpresa, estaban resultando monstruosamente útiles— la supervisión de los campos de persuasión y los depósitos donde tenían los objetos robados y tratar de lograr que sus hombres se concentraran en el trabajo, la verdad era que no le quedaba ni una hora libre.

Así que la situación se estaba volviendo crítica: para tener éxito en su labor de jefe militar necesitaba tres cosas y los recursos y los hombres eran dos de ellas. Y aunque ser el hijo del Omega le representaba muchas ventajas, el tiempo era el tiempo, y no se detenía ni para los hombres ni para los vampiros, ni para el engendro del mal.

Al ver el estado de las cuentas, Lash reconoció que tendría que empezar por los recursos. Luego podría tratar de conseguir las otras dos.

El ruido de un coche que se detenía frente a la cabaña lo hizo empuñar su calibre cuarenta, mientras el señor D tomaba su Magnum 375. Lash mantuvo la pistola debajo de la mesa, pero el señor D salió con ella en la mano, apuntando al frente, con los brazos extendidos.

Cuando se oyó un golpecito en la puerta, Lash dijo con voz tajante:

—Será mejor que sea quien creo que es.

La respuesta del asesino fue la esperada:

—Soy yo. Y el señor A.

—Pasad —dijo el señor D, con tono de buen anfitrión, aunque todavía tenía la pistola en la mano.

Los dos asesinos que entraron por la puerta eran los últimos descoloridos que quedaban en el grupo, el último par de veteranos que llevaban suficiente tiempo en la Sociedad como para haber perdido el color de los ojos y el pelo.

El humano que arrastraban era un tipo de uno ochenta que no tenía nada particularmente interesante, un chico blanco de unos veintitantos años, con una cara común y una cabellera que comenzaría a disminuir en otro par de años. La cara de blanco presumido explicaba sin lugar a dudas la manera como se vestía: llevaba una chaqueta de cuero con un águila bordada en la espalda, una camiseta Fender Rock & Roll Religion, cadenas que colgaban de sus jeans y zapatillas de Ed Hardy.

Qué tristeza. Realmente triste. Como ponerle llantas de lujo a un Toyota Camry. ¿Y si iba armado? Sin duda debía de llevar una navaja suiza que usaba principalmente como mondadientes.

Pero no tenía que ser un guerrero para ser útil. Lash ya tenía guerreros. Lo que necesitaba de ese desgraciado era otra cosa.

El tipo miró la Magnum del señor D y luego miró de reojo hacia la puerta, como si se estuviera preguntando si podría ganarle la carrera a una bala. El señor A resolvió el problema cerrando la puerta y plantándose frente a la salida.

El humano miró a Lash y frunció el ceño.

—Oye… Yo te conozco. De la cárcel.

—Sí, así es. —Lash se quedó sentado y sonrió un poco—. Entonces, ¿quieres saber cuáles son los pros y los contras de esta reunión?

El humano tragó saliva y volvió a fijar la mirada en el cañón de la pistola del señor D.

—Sí. Claro.

—Fue muy fácil encontrarte. Lo único que tuvieron que hacer mis hombres fue ir a Screamer’s y esperar un rato y… ahí estabas. —Lash se recostó contra el respaldo y la silla crujió. Al ver que el humano parpadeaba con el ruido, Lash tuvo la tentación de decirle al tipo que se olvidara del crujido y se preocupara por la pistola que tenía debajo de la mesa, apuntándole a sus joyas más preciadas—. ¿Te has mantenido lejos de los problemas desde que te vi en la cárcel?

El humano negó con la cabeza y dijo:

—Sí.

Lash soltó una carcajada.

—¿Quieres volver a intentarlo? No estás sincronizado.

—Quiero decir que sigo con mi negocio, pero no me han vuelto a detener.

—Bien. —Al ver que los ojos del humano volvían a fijarse en el señor D, Lash se rió de nuevo—: Si yo fuera tú, querría saber qué hago aquí.

—Ah… sí. Eso sería genial.

—Mis tropas te han estado vigilando.

—¿Tropas?

—Tienes un negocio regular en el centro.

—Me va bien.

—¿No te gustaría ganar más?

Ahora el humano se quedó mirando a Lash y una expresión de adulación y codicia cruzó por sus ojos.

—¿Cuánto más?

El dinero… Siempre el dinero…

—Te va bien para ser un vendedor al menudeo, pero eres insignificante. Por fortuna para ti, estoy dispuesto a hacer una inversión en alguien como tú, alguien que necesita respaldo para acceder al siguiente nivel. Quiero que te conviertas no sólo en un distribuidor, sino en un intermediario, al mismo nivel de los tipos duros.

El humano se llevó una mano a la barbilla y la bajó por el cuello, como si tuviera que poner en marchas su cerebro dándose masajes en la garganta. En medio del silencio, Lash frunció el ceño. El tipo tenía los nudillos pelados y a su anillo de graduación de la Secundaria Caldwell le faltaba la piedra.

—Eso parece interesante —murmuró el humano—. Pero… necesito perderme por un tiempo.

—¿Por qué? —Joder, si esto era una táctica de negociación, Lash estaba más que dispuesto a señalar que había cientos de vendedores de droga que estarían felices de que les plantearan un trato así.

Luego le haría una seña al señor D y el asesino procedería a meterle una bala en la cabeza a Chaqueta de Águila, justo debajo de las entradas.

—Yo… verás, necesito pasar desapercibido en Caldie. Por un tiempo.

—¿Por qué?

—No tiene nada que ver con las drogas.

—¿Tiene algo que ver con esos nudillos lastimados? —El humano escondió enseguida el brazo detrás de la espalda—. Eso pensé. Pregunta. Si tienes que estar en la clandestinidad, ¿qué demonios hacías en Screamer’s hoy?

—Sólo digamos que quería hacer una compra para mí.

—Eres un idiota si te metes lo que vendes. —Y por supuesto, no era un buen candidato para lo que Lash había planeado. No quería hacer negocios con un yonqui.

—No iba a comprar drogas.

—Entonces, ¿una nueva identificación?

—Tal vez.

—¿Conseguiste lo que estabas buscando? ¿En el club?

—No.

—Yo puedo echarte una mano con eso. —Eso no era problema para la Sociedad—. Y aquí va mi propuesta. Mis hombres, los que están a tu izquierda y detrás de ti, trabajarán contigo. Si no puedes estar en la calle, puedes conseguir la mercancía y ellos la moverán cuando tú les enseñes cómo funciona. —Lash miró de reojo al señor D—. ¿Y mi desayuno?

El señor D dejó la pistola junto al sombrero de vaquero que sólo se quitaba cuando estaba en casa y luego encendió el fogón debajo de una sartén.

—¿De cuánto estamos hablando? —preguntó el humano.

—De cien grandes para la primera inversión.

Los ojos del tipo parecían un par de máquinas tragaperras y comenzaron a tintinear de la excitación.

—Bueno… mierda, eso es suficiente para empezar. Pero ¿qué saco yo de todo eso?

—Compartiremos las ganancias. Setenta para mí. Treinta para ti. De todas las ventas.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti?

—No lo sabes.

Cuando el señor D puso sobre la sartén un poco de tocino, el chisporroteo llenó la habitación y Lash sonrió al oír ese sonido.

El humano miró a su alrededor; se podían leer sus pensamientos como si los tuviera escritos en la frente: una cabaña en la mitad de la nada, cuatro tipos contra él, al menos uno de los cuales tenía un arma capaz de convertir una vaca en hamburguesas.

—Está bien. Sí. De acuerdo.

Lo cual era, desde luego, la única respuesta posible.

Lash le puso el seguro a su pistola y cuando la dejó sobre la mesa, los ojos del humano casi se le salen de las órbitas.

—Vamos, ¿acaso no pensaste que te tenía cubierto? Por favor.

—Sí. Claro. Vale.

Lash se puso de pie y se acercó al tipo. Cuando le tendió la mano, dijo:

—¿Cómo te llamas, Chaqueta de Águila?

—Nick Carter.

Lash soltó una carcajada.

—Vuelve a intentarlo, idiota. Quiero tu verdadero nombre.

—Bob Grady. Pero me dicen Bobby G.

Entonces se estrecharon las manos y Lash se la apretó con fuerza, aplastando esos nudillos magullados.

—Me alegra hacer negocios contigo, Bobby. Yo soy Lash. Pero me puedes decir Dios.

‡ ‡ ‡

John Matthew pasó revista con los ojos a toda la gente que estaba en la sección VIP de ZeroSum, pero no porque estuviera buscando ligue, como era el caso de Qhuinn, ni porque se estuviera preguntando con quién se iría a ir Qhuinn, como era el caso de Blay.

No, John tenía sus propias fijaciones.

Por lo general, Xhex solía salir y recorrer el local cada media hora, pero después de que el gorila se le acercara y ella se marchara apresuradamente hacía un rato, no había vuelto a aparecer.

Cuando una pelirroja pasó junto a ellos, Qhuinn se movió en el asiento con nerviosismo y sus botas de combate golpearon la mesa. La mujer medía cerca de uno setenta y cinco y tenía las piernas de una gacela, largas, frágiles y adorables. Y no era profesional, iba del brazo de un tipo con cara de empresario. Lo cual no significaba que no se estuviera entregando por dinero, pero lo hacía de una manera más legal llamada relación.

—Mierda —susurró Qhuinn, mientras observaba el lugar con sus ojos dispares de depredador.

John le dio un golpecito a su amigo en la pierna y con lenguaje de señas dijo:

—Oye, ¿por qué no te vas al fondo con alguien? Me estás volviendo loco con esos nervios.

Qhuinn señaló la lágrima que tenía tatuada debajo del ojo.

—Se supone que no debo dejarte solo. Nunca. Ése es el propósito de tener un ahstrux nohtrum.

—Y si no tienes sexo pronto, no vas a servir para nada.

Qhuinn observó a la pelirroja mientras se arreglaba la minifalda para poderse sentar sin mostrar lo que, sin duda, debía ser un tanga.

La mujer miró a su alrededor sin ningún interés… hasta que vio a Qhuinn. Tan pronto como lo vio, sus ojos relampaguearon, como si acabara de encontrar una ganga en la tienda más exclusiva de la ciudad. Eso no era ninguna sorpresa. A la mayor parte de las mujeres y las hembras les pasaba lo mismo y era comprensible. Qhuinn se vestía con sencillez, pero tenía todas las características de un tipo duro: camisa negra de botones, metida entre unos vaqueros oscuros Z-Brand. Con botas de combate negras. Piercings de metal negro que le subían por toda una oreja. El pelo peinado en picos negros. Y hacía poco se había perforado el labio inferior en el centro para ponerse un aro negro.

Qhuinn tenía todo el aspecto de quien mantiene la chaqueta de cuero sobre las piernas porque ahí tiene las armas.

Lo cual era cierto.

—Nah, estoy bien —musitó Qhuinn antes de terminarse la cerveza—. No me gustan las pelirrojas.

Blay desvió rápidamente la mirada y pareció interesarse de repente en una morena. La verdad era que sólo estaba interesado en una persona, pero esa persona lo había rechazado con tanta delicadeza y firmeza como sólo podía hacerlo tu mejor amigo.

Era cierto que a Qhuinn, evidentemente, no le gustaban los pelirrojos.

—¿Cuándo fue la última vez que estuviste con alguien? —preguntó John por señas.

—No sé. —Qhuinn le hizo señas a la camarera para que les sirviera otra ronda de cervezas—. Hace mucho tiempo.

John trató de recordar y se dio cuenta de que la última vez había sido… Por Dios, en el verano, con esa chica de Abercrombie & Finch. Teniendo en cuenta que Qhuinn solía tirarse al menos a tres personas en una noche, era una abstinencia demasiado larga y era difícil imaginarse que pudiera mantenerse sólo a base de hacerse pajas. Mierda, incluso cuando se alimentaba de las Elegidas, había mantenido la distancia, a pesar de que la polla se le ponía tan dura que sudaba frío. Pero, claro, los tres se alimentaban de la misma hembra al mismo tiempo, y a pesar de que a Qhuinn no le importaba tener público, mantenía los pantalones en su lugar por respeto a Blay y a John.

—De verdad, Qhuinn, ¿qué demonios me puede pasar? Blay está aquí.

—Wrath dijo que estuviera siempre contigo. Así que tengo que hacerlo. Siempre. Contigo.

—Creo que te lo estás tomando demasiado en serio. Estás exagerando.

Al otro lado de la sección VIP, la gacela pelirroja se movió en la silla de manera que los preciosos tesoros que tenía debajo de la cintura quedaron totalmente a la vista, mientras estiraba sus piernas suaves bajo de la mesa para que Qhuinn observara todo el panorama.

Esta vez, cuando Qhuinn se movió, fue evidente que se estaba arreglando algo entre las piernas. Y no era una de sus armas.

—Por Dios santo, Qhuinn, no estoy diciendo que tengas que irte con ella. Pero alguien tiene que ocuparse de ti…

—Ya te ha dicho que está bien —lo interrumpió Blay—. Déjalo en paz.

—Hay una forma. —Los ojos dispares de Qhuinn se clavaron en John—. Podrías venir conmigo. No para que hagamos nada, porque sé que eso no te gusta. Pero tú también podrías estar con alguien. Si quieres. Podríamos hacerlo en uno de los baños privados y tú podrías quedarte en el reservado, donde yo no podría verte. Sólo tienes que decirme si quieres, ¿vale? No lo volveré a mencionar.

Mientras Qhuinn miraba hacia otro lado, con actitud totalmente despreocupada, era difícil no sentir aprecio por él. Al igual que la agresividad, la consideración tenía muchas variaciones distintas y la oferta de una agradable sesión de sexo doble era una especie de amabilidad: Qhuinn y Blay sabían por qué no había estado John con ninguna hembra, a pesar de que ya hacía ocho meses que había pasado la transición. Lo sabían y aun así querían seguir con él.

La última trastada que había hecho Lash antes de morir había sido revelar el secreto de John.

Por eso lo había matado Qhuinn.

Cuando la camarera sirvió las cervezas, John miró de reojo a la pelirroja que, para su sorpresa, le sonrió cuando lo vio mirándola.

Qhuinn se rió entre dientes.

—Creo que no soy yo el único que le gusta.

John levantó su jarra de cerveza y le dio un sorbo para ocultar que se había puesto rojo. La cuestión era que sí quería tener sexo pero, al igual que Blay, quería estar con alguien en particular. Y después de haberse acobardado frente a una hembra desnuda y dispuesta, no tenía ningún afán de volverlo a intentar, en especial con la persona que más le interesaba.

Demonios. No. Xhex no era el tipo de hembra frente a la cual quieres atragantarte. Si no estaba a la altura de las circunstancias porque era demasiado cobarde para hacer lo que tenía que hacer, su ego nunca se repondría…

Una oleada de inquietud entre la concurrencia lo hizo dejar de compadecerse y enderezarse en la silla.

Un tipo de ojos desorbitados estaba siendo escoltado por dos Moros enormes a través de la sección VIP, y cada uno lo llevaba agarrado de un brazo. El tipo iba pataleando con sus zapatos caros y sus pies apenas tocaban el suelo, mientras que su boca también se movía incesantemente, como si estuviera representando un número de Fred Astaire, aunque John no podía oír lo que decía por el estruendo de la música.

El trío entró en la oficina privada que había al fondo.

John terminó su cerveza y se quedó mirando la puerta, mientras se cerraba. A la gente que llevaban allí le pasaban cosas malas. En especial si eran arrastrados por un par de guardias privados.

De repente, un susurro acalló todas las conversaciones en la sección VIP, lo cual hizo que la música pareciera más fuerte.

Antes de volverse a mirar, John sabía qué estaba pasando.

Rehvenge acababa de entrar por una puerta lateral y aunque había entrado sin hacer ruido, su llegada era tan obvia como la explosión de una granada: en medio de todos esos clientes superbien vestidos, que llevaban a sus muñecas del brazo, de las prostitutas que exhibían sus atributos y los ofrecían a la venta, y de las camareras que llevaban y traían bandejas, el tipo parecía reducir el espacio y no sólo porque era un macho gigantesco, vestido con un abrigo de piel, sino por la manera en que miraba a su alrededor.

Sus brillantes ojos color amatista miraban a todo el mundo pero nadie le importaba.

Rehv, o el Reverendo, como lo llamaban los clientes humanos, era un gran distribuidor de droga y un proxeneta al que la gran mayoría de la gente le importaba un bledo. Lo cual significaba que era capaz de hacer lo que le viniera en gana, y con frecuencia lo hacía.

En especial a tipos como el bailarín que acababa de pasar.

Joder, la noche no iba a terminar muy bien para ese desgraciado.

Cuando pasó junto a ellos, Rehv saludó con un gesto de la cabeza a John y sus amigos y ellos le devolvieron el saludo y levantaron sus Coronas en señal de deferencia. La cosa era que Rehv era una especie de aliado de la Hermandad, después de que lo convirtieran en leahdyre del consejo de la glymera tras los ataques; porque era el único aristócrata con los cojones suficientes para quedarse en Caldwell.

Así que el tipo al que no le importaba casi nada estaba encargado de muchas cosas.

John se volvió hacia la cuerda de terciopelo, sin preocuparse siquiera por disimular. Con seguridad eso significaba que Xhex debía de estar…

Xhex apareció a la entrada de la sección VIP y, en opinión de John, estaba espectacular: cuando se inclinó junto a uno de los gorilas para que él pudiera susurrarle algo al oído, todo su cuerpo se tensó; John casi pudo ver los músculos de su estómago a través de la segunda piel que formaba su camiseta sin mangas.

Hablando de moverse nerviosamente en la silla. Ahora era él quien tenía que arreglarse algo entre los pantalones.

Al pasar hacia la oficina privada de Rehv, sin embargo, John sintió que su libido se congelaba. Aunque Xhex nunca había sido exactamente risueña, cuando pasó por su lado parecía triste. Al igual que Rehv.

Era evidente que algo estaba ocurriendo y John no pudo evitar el impulso de caballero andante que se encendió en su pecho. Pero, vamos, Xhex no necesitaba un salvador. Si acaso, ella sería la que estaría en el caballo, luchando contra el dragón.

—Pareces nervioso —dijo Qhuinn en voz baja, mientras Xhex entraba a la oficina—. No olvides mi oferta, John. Yo no soy el único necesitado aquí, ¿no crees?

—¿Me disculpáis un momento? —dijo Blay, al tiempo que se ponía de pie y agarraba su paquete de Dunhill rojo y su mechero de oro—. Necesito un poco de aire fresco.

El macho había comenzado a fumar recientemente, un hábito que Qhuinn despreciaba a pesar de que a los vampiros no les daba cáncer. John lo entendía. Había que combatir la frustración de alguna manera y no eran muchas las cosas que uno podía hacer a solas en su habitación, o con los amigos en el cuarto de entrenamiento.

Demonios, los tres habían desarrollado una gran masa muscular en los últimos tres meses; los hombros, los brazos y las piernas ya no les cabían en la ropa. Eso hacía que uno pensara que los luchadores realmente tenían razón en evitar el sexo antes de los torneos. Si seguían ganando músculo a ese ritmo, iban a parecer un grupo de luchadores profesionales.

Qhuinn bajó la vista hacia su jarra de cerveza.

—¿Quieres irte de aquí? Por favor, dime que te quieres ir.

John miró de reojo la puerta de Rehv.

—Nos quedamos —masculló Qhuinn, al tiempo que le hacía señas a la camarera, que se acercó enseguida—. Voy a necesitar otra de éstas. O tal vez una caja entera.