74
Cuando Wrath oyó que llamaban a la puerta de su estudio, se puso de pie detrás del escritorio. Beth y él habían tardado más de una hora en vaciarlo, lo cual había sido toda una sorpresa. El maldito mueble parecía capaz de albergar un montón de cosas en esos cajones tan ridículos.
—¿Ya están aquí? —le preguntó a su shellan—. ¿Son ellos?
—Esperemos que sí. —Beth salió corriendo y Wrath oyó sus pasos mientras se alejaba. Luego oyó su voz, parecía emocionada—. ¡Ay… es precioso!
—Sería mejor decir que pesa como un condenado —refunfuñó Rhage—. Milord, ¿no pudiste encontrar un término medio?
—¿Y tú me lo dices? —dijo Wrath, mientras George y él daban dos pasos hacia la izquierda y uno hacia atrás. Wrath tanteó con la mano hasta sentir las cortinas y se plantó en ese lugar.
Luego oyó cómo aumentaba el ruido de botas pesadas que se movían a su alrededor, acompañadas de cantidades de maldiciones y obscenidades. Y gente refunfuñando. Y más gruñidos. Así como algunas bromas pesadas acerca de los reyes y su tendencia a ser como una patada en el trasero.
Luego se oyeron un par de golpes, al tiempo que dos cosas pesadas aterrizaban sobre el suelo, y el estruendo fue algo similar a lo que se oiría al lanzar un par de cajas fuertes por un precipicio.
—¿Podemos quemar todas estas mariconadas? —murmuró Butch—. Me refiero a los sofás y la…
—Ah, no, todo lo demás se queda —dijo Wrath, al tiempo que se preguntaba si estaría despejado el camino hacia su nueva pieza de mobiliario—. Sólo necesitaba un pequeño ascenso.
—Entonces, ¿vas a seguir jodiéndonos?
—Ya hice que reforzaran el sofá para que pueda soportar vuestros malditos traseros, así que no me jodáis.
—Vaya escritorio, tío… —dijo Vishous—. Esa mierda… es bastante imponente.
Wrath siguió de pie junto a la cortina, mientras Beth les decía a sus hermanos dónde poner exactamente el mueble nuevo.
—Muy bien, ¿quieres probarlo, milord? —dijo Rhage—. Creo que ya está listo.
Wrath se aclaró la garganta.
—Sí. Sí, quiero probarlo.
George y él se acercaron y Wrath estiró la mano hasta que sintió…
El escritorio de su padre, un hermoso escritorio tallado a mano en madera de ébano, cuyo fino trabajo de filigrana alrededor del borde era una verdadera obra maestra.
Wrath se inclinó, mientras lo recorría con las manos y trataba de visualizarlo, tal como lo recordaba de sus épocas de infancia, pensando que todos esos siglos sólo habían aumentado su imponente estampa. Las patas enormes eran en realidad estatuas talladas que representaban las cuatro etapas de la vida y la superficie lisa que soportaban estaba marcada con los mismos símbolos de su linaje que tenía tatuados en la parte interior de los antebrazos. Entonces siguió avanzando y encontró los tres cajones inmensos y recordó a su padre, sentado detrás de ese escritorio, rodeado de papeles y edictos y plumas.
—Es extraordinario —dijo Beth en voz baja—. Por Dios es…
—Del tamaño de mi coche —anotó Hollywood—. ¡Y dos veces más pesado!
—… el escritorio más hermoso que he visto en la vida —terminó de decir Beth.
—Era el escritorio de mi padre —dijo Wrath, con voz temblorosa—. También habéis traído la silla, ¿verdad? ¿Dónde está?
Butch refunfuñó y luego se oyó algo que se movía pesadamente sobre la alfombra.
—Y… espera… yo que pensé… que… era… un elefante. —El estruendo que produjeron las patas de la silla al caer sobre la alfombra fue atronador—. ¿De qué demonios está hecha esta mierda? ¿De hormigón reforzado y pintada para que parezca de madera?
Vishous exhaló una bocanada de tabaco turco.
—Te dije que no la llevaras solo, policía. ¿Acaso quieres quedar lisiado?
—No me ha costado nada de trabajo. La he subido por las escaleras como si nada.
—Ah, ¿de verdad? Entonces, ¿por qué estás agachado y te estás masajeando la espalda?
Se oyó otro gruñido, y luego el policía dijo:
—No estoy agachado.
—Ya no.
Wrath deslizó sus manos por los brazos del trono y sintió los símbolos escritos en Lengua Antigua que lo identificaban no sólo como una silla sino como el trono del líder. Era exactamente igual a como lo recordaba… y, sí, en la parte superior del alto respaldo encontró las incrustaciones en metal y piedra, y recordó el brillo del oro, el platino, los diamantes… y un rubí sin tallar del tamaño de un puño.
El escritorio y el trono eran lo único que había sobrevivido de la casa de sus padres; y, si no hubiera sido por Darius, que se había empeñado en llevarlas hasta allí, aún seguirían en el Viejo Continente. Fue D el que había encontrado al humano que había comprado los muebles después de que los restrictores vendieran el botín que obtuvieron en el ataque y los había recuperado.
Sí… y Darius también se había preocupado por traer el trono y el escritorio cuando la Hermandad cruzó el océano.
Wrath nunca había pensado usarlos.
Pero cuando él y George se sentaron… se sintió bien.
—Mierda, ¿todo el mundo siente esta misma necesidad de hacer una reverencia? —preguntó Rhage.
—Sí —dijo Butch—. Pero, claro, sólo estoy tratando de quitarle un poco de presión a mi hígado, porque creo que lo tengo enrollado alrededor de la columna.
—Te dije que necesitabas ayuda —anotó V.
Wrath dejó que sus hermanos siguieran bromeando, porque sentía que necesitaban ese momento de esparcimiento y distracción.
Las cosas no habían salido bien en esa expedición a la colonia. Sí, habían sacado a Rehv, y eso era genial, pero la Hermandad no solía dejar abandonados a sus guerreros y Xhex no aparecía por ninguna parte.
Luego se oyó otro golpe en la puerta, que Wrath también estaba esperando. En cuanto Rehv y Ehlena entraron, se oyeron una cantidad de exclamaciones y luego la Hermandad salió y sólo quedaron Wrath, Beth y George, solos con la pareja.
—¿Cuándo vas a viajar de nuevo al norte? —le preguntó Wrath a Rehv—. ¿A buscarla?
—Tan pronto como pueda soportar la luz del cielo.
—Bien. ¿Quieres refuerzos?
—No. —Se oyó un rumor, como si Rehv acabara de abrazar a su compañera porque ella se sentía incómoda—. Iré solo. Es mejor. Además de buscar a Xhex, tengo que buscar un sucesor y eso significa que las cosas se pueden poner feas.
—¿Un sucesor?
—Mi vida está aquí. En Caldwell. —Aunque Rehv hablaba con voz firme y fuerte, sus emociones revoloteaban por todas partes y a Wrath no le sorprendió. Durante las últimas veinticuatro horas, la licuadora de la vida le había dado demasiadas vueltas a ese pobre desgraciado; y si había algo que Wrath sabía de primera mano era que, a veces, los rescates daban mucho más miedo que la propia captura.
Desde luego, el resultado de los primeros era mucho más agradable. Podría ser que la Virgen Escribana le concediera ese favor a Xhex.
—Mira, acerca de Xhex —dijo Wrath—, cuenta con cualquier cosa que necesites para encontrarla, con todo el apoyo que podamos brindarte.
—Gracias.
Mientras pensaba en esa hembra y se daba cuenta de que, a estas alturas, tal vez era mejor desear que estuviera muerta, Wrath estiró el brazo y rodeó la cintura de su shellan, para asegurarse de que Beth estaba a salvo y junto a él.
—Y acerca del futuro —le dijo Wrath a Rehv—, me temo que voy a tener que intervenir.
—¿A qué te refieres?
—Quiero que tomes las riendas de la colonia.
—¿Qué?
Antes de que Rehv pudiera comenzar a decir que de ninguna manera, Wrath dijo:
—Lo último que necesito en este momento es que haya una sublevación en la colonia. No sé qué demonios está ocurriendo con Lash y los restrictores, o por qué apareció él en la colonia, o qué mierda estaba haciendo con esa princesa, pero estoy seguro de una cosa, por lo que Z me contó, ese grupo de devoradores de pecados te tienen un terror absoluto. Y aunque no vivas allí todo el tiempo, quiero que te encargues de ellos.
—Entiendo tus razones, pero…
—Yo estoy de acuerdo con el rey.
La que habló fue Ehlena y, evidentemente, le dio una buena sorpresa a su compañero, porque después de eso Rehv sólo pudo tartamudear.
—Wrath tiene razón —dijo Ehlena—. Tú debes ser el rey.
—No te ofendas —murmuró Rehv—. Pero no es la clase de futuro que me gustaría para nosotros dos. Para empezar, preferiría no tener que volver allí. Y, en segundo lugar, no estoy interesado en ser el jefe de la colonia.
Wrath sintió el trono duro debajo de su trasero y sonrió.
—Curioso, a veces yo me siento igual con respecto a mis súbditos. Pero el destino tiene otros planes para la gente como tú y como yo.
—A la mierda con eso. No tengo ni idea de cómo ser rey. Estaría volando a ciegas… —Hubo una breve pausa—. Me refiero a que… mierda, no es que no poder ver sea… Maldición.
Wrath volvió a reírse, mientras se imaginaba la cara de mortificación que debía de tener Rehv.
—No, está bien. Yo soy lo que soy. —Al sentir que Beth le agarraba la mano, él le dio un apretón para tranquilizarla—. Soy lo que soy y tú eres lo que eres. Te necesitamos allí, en el norte, haciéndote cargo de todos los asuntos. No me has fallado nunca y sé que no me vas a decepcionar ahora. Y, en cuanto a lo de saber ser rey… tengo una noticia: todos los reyes son ciegos, amigo. Pero si tienes el corazón en su sitio, siempre podrás ver el camino con claridad.
Wrath levantó sus ojos inservibles hacia la cara de su shellan.
—Eso me dijo una vez una hembra extraordinariamente sabia. Y tenía mucha, pero mucha razón.
‡ ‡ ‡
Maldito hijo de puta, pensó Rehv mientras miraba al respetado y magnífico Rey Ciego de la raza vampira. El tipo estaba sentado en la clase de trono antiguo en el que esperarías ver sentado a un líder… La cosa era un mueble de madera monumental y el escritorio tampoco era ninguna mesita insignificante. Y mientras estaba sentado ahí, todo imponente, el maldito arrojaba tranquilamente sus bombas con la seguridad indolente de un monarca que sabe que sus órdenes siempre serán cumplidas.
Por Dios, era como si esperara que siempre lo obedecieran, aunque estuviera diciendo estupideces.
Lo cual significaba que… bueno, al menos Wrath y él parecían tener algo en común.
Sin tener ninguna razón en particular, Rehv visualizó el lugar desde donde gobernaba el rey de los symphaths. Sólo una silla, ubicada sobre un pedestal de mármol blanco. Nada especial, pero, claro, lo que más se respetaba en la colonia eran los poderes de la mente; las manifestaciones externas de autoridad no se consideraban tan impresionantes.
La última vez que había estado en la sala del trono fue cuando degolló a su padre; y Rehv recordaba cómo goteaba la sangre azul del macho por la piedra fina y prístina, como una botella de tinta derramada.
Pero no le gustó esa imagen, aunque el hecho de que no le gustara no tenía nada que ver con que estuviera avergonzado por lo que había hecho. Era sólo que… si accedía a hacer lo que Wrath quería, ¿sería ése su futuro? ¿Alguien de su familia terminaría algún día cortándole la cabeza?
¿Sería ése el destino que lo aguardaba?
Mientras pensaba en eso, Rehv miró a Ehlena en busca de ayuda… y ella le dio exactamente la clase de fortaleza que necesitaba. Se quedó mirándolo con un amor tan firme y ardiente que Rehv decidió que tal vez no debería tener una visión tan sombría del futuro.
Y cuando volvió a mirar a Wrath, vio que el rey tenía abrazada a su shellan de una manera muy parecida a como él estaba abrazando a Ehlena.
Era el modelo a seguir, pensó Rehv. Justo frente a él estaba la imagen de la persona que quería ser: un líder bueno y fuerte, con una reina que siempre estaba a su lado y gobernaba tanto como él.
Sólo que los súbditos de Rehv no se parecían a los de Wrath. Y Ehlena nunca podría formar parte de la colonia. Jamás.
Aunque sería una estupenda consejera. Porque los suyos serían los únicos consejos que querría escuchar… aparte de los de ese maldito vampiro que estaba sentado en el trono al fondo del salón.
Rehv tomó las manos de Ehlena entre las suyas y dijo:
—Escúchame con atención. Si hago esto, si decido ser el líder, mi relación con la colonia será sólo asunto mío. Tú no puedes ir allá. Y te prometo que va a haber cosas feas. Cosas realmente feas. Cosas que tal vez te hagan cambiar la opinión que tienes de mí…
—Perdóname, yo ya he estado allí y sé cómo son las cosas. —Ehlena negó con la cabeza—. Y sin importar lo que pase, tú eres un buen macho y eso siempre prevalecerá… La historia lo ha demostrado una y otra vez, lo cual es la única garantía que podemos tener.
—Dios, te amo.
Y aunque Ehlena pareció resplandecer al oír esas palabras, Rehv sintió la necesidad de asegurarse:
—¿Estás segura? Porque, una vez que saltemos…
—Estoy absoluta y totalmente segura —dijo Ehlena, mientras se ponía de puntillas y le daba un beso.
—Estupendo. —Wrath aplaudió como si su equipo de fútbol preferido acabara de marcar un gol—. Me encantan las hembras valientes.
—Sí, a mí también. —Con una sonrisa, Rehv envolvió a su shellan entre sus brazos, sintiendo que el mundo era mucho mejor en muchos aspectos. Ahora, si pudieran encontrar a Xhex…
No, no si pudieran, se dijo Rehv. Mejor, cuando pudieran…
Cuando Ehlena recostó la cabeza contra su pecho, Rehv le acarició la espalda y miró a Wrath. Después de un momento, el rey se volvió en su dirección, como si hubiese sentido que Rehv lo estaba mirando.
En medio de la tranquilidad de ese hermoso estudio de paredes azules, se produjo una extraña comunión entre los dos. Aunque eran muy distintos en muchos aspectos, aunque no compartían muchas cosas y sabían muy poco el uno del otro, estaban unidos por un vínculo común que no tenían con ninguna otra persona en el planeta.
Eran gobernantes que permanecían solos en sus tronos.
Eran… reyes.
—La vida no es más que un glorioso desastre, ¿no crees? —murmuró Wrath.
—Sí —dijo Rehv, al tiempo que besaba a Ehlena en la cabeza y pensaba que, antes de conocerla, habría suprimido la palabra «glorioso» de esa frase—. Eso es exactamente lo que es.