72

A la mañana siguiente, Ehlena se despertó desnuda, en la cama en la que había dormido la noche antes de la expedición a la colonia. A su lado yacía el cuerpo inmenso y tibio de Rehvenge, tan cerca de ella como era posible, y estaba despierto.

Al menos en cierto sentido.

Ehlena podía sentir la polla de Rehvenge, ardiente y dura, restregándose contra sus piernas. Ella sabía lo que seguía después y lo recibió con gusto cuando él se montó sobre ella y se abrió camino por entre sus piernas. Mientras la penetraba hasta el fondo y comenzaba a moverse instintiva y perezosamente, el cuerpo de Ehlena adoptó ese mismo ritmo y le pasó los brazos por la nuca.

Había marcas de mordiscos en la garganta de Rehv. Un montón.

Y también había marcas en el cuello de ella.

Ehlena cerró los ojos y se perdió nuevamente en Rehvenge… en ellos.

El día que habían pasado juntos encerrados en esa habitación de la mansión de la Hermandad no sólo había estado dedicado al sexo. También había habido mucha charla. Ella le había explicado todo lo que había sucedido, entre otras cosas la historia de la herencia y cómo había descubierto todo y cómo, técnicamente, Xhex no había roto su promesa cuando había ido a buscarlo a la colonia.

Dios… Xhex.

Nadie había tenido noticias de ella. Y la dicha, el alivio y la sensación de triunfo que habían sentido al ver que todos los hermanos y Rehvenge habían vuelto a casa sin heridas graves se habían visto empañados hasta convertirse en dolor.

Rehvenge iba a ir a la colonia por la noche a buscarla, pero Ehlena podía ver en su cara que no esperaba encontrarla allá.

Todo era demasiado extraño y aterrador. Nadie había visto su cadáver, pero tampoco la habían visto salir. No la habían visto fuera de la cueva. Era como si, sencillamente, se hubiese evaporado.

—Ay, Dios, Ehlena… voy a eyacular…

Mientras el cuerpo de Rehv arremetía contra ella como un martillo neumático, Ehlena se aferró a su compañero y dejó que el sexo tomara el control, pues sabía que la ansiedad y la cruda realidad todavía estarían esperándola cuando pasara el orgasmo. Ehlena oyó que gritaban su nombre mientras Rehv eyaculaba y luego sintió un excitante tirón, cuando la púa se enganchó dentro de ella.

Y sólo necesitó pensar brevemente en eso para que su propio orgasmo estallara, lanzándola por encima del abismo.

Cuando los dos se sintieron satisfechos, Rehvenge se bajó y se acostó junto a ella, teniendo cuidado de no separarse demasiado rápido. Tan pronto como sus ojos amatista pudieron enfocar bien, acarició el rostro de Ehlena y le retiró el pelo de la cara.

—Perfecta manera de despertar —murmuró.

—Totalmente de acuerdo.

Entonces sus ojos se encontraron y, después de un rato, él dijo:

—¿Puedo preguntarte algo?

—Te escucho. —Ehlena le dio un beso rápido.

—¿Qué vas a hacer el resto de tu vida?

Ehlena contuvo la respiración.

—Creí que… habías dicho que no te podías quedar en Caldwell.

Rehv encogió sus hombros inmensos, que todavía estaban vendados.

—La cuestión es que no te puedo dejar. Eso sencillamente no va a suceder. Cada hora que paso junto a ti me hace ver esa realidad con claridad. Literalmente yo… no me voy a poder ir, a menos que tú me obligues.

—Lo cual no va a suceder.

—¿No?

Ehlena enmarcó la cara de Rehv con sus manos y él se quedó inmóvil. Eso era lo que ocurría cada vez que ella lo tocaba. Como si él siempre estuviera esperando recibir alguna orden suya… pero, claro, así eran los vampiros cuando estaban enamorados, ¿no? Sí, ellos eran más fuertes y más poderosos físicamente que sus compañeras, pero las que tenían el control eran las shellans.

—Parece que voy a pasar el resto de mi vida contigo —dijo ella contra la boca de Rehv.

Él se estremeció, como si por fin se permitiera abandonar las últimas dudas.

—No te merezco.

—Sí, claro que sí.

—Voy a cuidar de ti.

—Lo sé.

—Y, como ya dije, no voy a volver a mis antiguas ocupaciones.

—Bien.

Rehv se quedó callado, como si quisiera ofrecerle una garantía más sólida a Ehlena y estuviese buscando las palabras.

—Deja de hablar y vuelve a besarme. Mi corazón ya tomó una decisión, al igual que mi cabeza, y no tienes que decirme nada más. Sé quién eres. Eres mi hellren.

Cuando sus bocas se encontraron, Ehlena era muy consciente de que aún tenían que resolver muchas cosas. Si se quedaban viviendo entre los vampiros, iban a tener que seguir protegiendo la identidad symphath de Rehv. Y Ehlena no sabía qué pensaría hacer Rehv con respecto a la colonia, pues tenía la sensación de que toda esa procesión y esas demostraciones de respeto significaban que él desempeñaba una función de líder allí.

Pero, fuera lo que fuera, se enfrentarían a ello juntos.

Y eso era lo único que importaba.

Después de un rato, él se movió.

—Me voy a duchar y voy a ir a ver a Bella, ¿vale?

—Bien, me alegra. —Rehv y su hermana sólo se habían dado un tenso abrazo al llegar, antes de que todo el mundo se fuera a descansar—. Avísame si hay algo que pueda hacer.

—Lo haré.

‡ ‡ ‡

Media hora después, Rehvenge salía de la habitación, vestido con unos pantalones de chándal y un suéter grueso que le había dado uno de los hermanos. Sin saber adónde dirigirse, se acercó a un doggen que estaba pasando la aspiradora en el corredor y le pidió que le indicara dónde estaba la habitación de Bella y Z.

No era lejos. Sólo un par de puertas más allá.

Rehv fue hasta el final del corredor lleno de estatuas grecorromanas y llamó a la puerta que le habían indicado. Al ver que no había respuesta, lo intentó en la siguiente puerta, a través de la cual podía oír el llanto suave de Nalla.

—Adelante —dijo Bella.

Rehv abrió lentamente la puerta del cuarto de la niña, sin saber qué clase de recibimiento iba a encontrar.

En el otro extremo de la habitación decorada con conejitos en las paredes, Bella estaba sentada en una mecedora, dándose impulso con el pie, con la pequeña en los brazos. A pesar de todos los mimos que estaba recibiendo, Nalla no parecía muy feliz y lloraba con amargura.

—Hola —dijo Rehv, antes de que su hermana levantara la vista—. Soy yo.

Los ojos azules de Bella se clavaron en los suyos y Rehv vio cómo pasaban toda clase de emociones por el rostro de su hermana.

—Hola.

—¿Te molesta si entro?

—No, por favor.

Rehv cerró la puerta al entrar, pero luego se preguntó si ella no se sentiría nerviosa de estar a solas con él. Pero, cuando la fue a abrir de nuevo, ella lo detuvo.

—Así está bien.

Rehv no estaba completamente seguro de eso, así que permaneció lejos de su hermana, mientras veía que Nalla registraba su presencia y le tendía los brazos.

Un mes antes, hacía toda una vida, se habría acercado y habría tomado a la pequeña entre sus brazos. Pero ahora no. Probablemente nunca volvería a hacerlo.

—Está muy inquieta hoy —dijo Bella—. Y estoy muy cansada para seguir paseándola. Ya no puedo dar ni un paso con ella en los brazos.

—Sí.

Hubo un largo silencio, mientras los dos se concentraban en Nalla.

—No sabía lo tuyo —dijo Bella después de un rato—. Nunca me lo habría imaginado.

—No quería que lo supieras. Y mahmen tampoco. —Tan pronto como salieron esas palabras de su boca, Rehv oró mentalmente por su madre, con la esperanza de que lo perdonara por el hecho de que ese horrible y sórdido secreto hubiera salido a la luz. La cuestión era que la vida había jugado sus cartas de esa manera y Rehv no había podido impedir que todo se descubriera.

Dios sabía que había hecho todo lo que había podido para mantener el velo de mentiras en su lugar.

—¿Ella fue…? ¿Cómo sucedió? —preguntó Bella en voz baja—. ¿Cómo… naciste?

Rehvenge pensó en cuál sería la mejor manera de explicarlo, incluso ensayó mentalmente algunas frases y cambió unas palabras por otras. Pero la imagen de su madre no dejaba de interponerse y al final sólo miró a su hermana y sacudió lentamente la cabeza. Al ver que Bella palidecía, Rehv se dio cuenta de que lo había adivinado todo. Era sabido que, en el pasado, los symphaths solían raptar hembras de la población general. En especial, a las más hermosas y refinadas.

Ésa era una de las razones por las que los devoradores de pecados habían sido desterrados a la colonia.

—Ay, Dios… —Bella cerró los ojos.

—Lo siento. —Rehv tenía tantas ganas de acercársele.

Cuando ella volvió a abrir los ojos, se secó las lágrimas y luego echó los hombros hacia atrás, como si estuviera reuniendo fuerzas.

—Mi padre… —Bella se aclaró la garganta—. ¿Él sabía la verdad sobre ti cuando se apareó con ella?

—Sí.

—Ella nunca lo quiso. Al menos yo nunca vi que lo quisiera. —Al ver que Rehv guardaba silencio, porque estaba decidido a no hablar de ese asunto si podía evitarlo, Bella frunció el ceño—. Si él sabía la verdad sobre ti… y amenazó con denunciaros a menos que ella se sometiera a él… Fue eso, ¿verdad?

El silencio de Rehv pareció ser suficientemente concluyente, porque su hermana asintió con la cabeza.

—Eso tiene más sentido. Me enfurece… pero ahora puedo entender por qué se quedó con él. —Hubo una pausa—. ¿Hay algo más que no me hayas dicho, Rehvenge?

—Escucha, lo que sucedió en el pasado…

—¡Es mi vida! —Al sentir que la pequeña protestaba, Bella bajó la voz—. Es mi vida, maldita sea. Una vida de la que todo el mundo parece saber más que yo misma. Así que será mejor que me lo digas todo, Rehvenge. Si quieres que exista alguna relación entre nosotros, será mejor que me lo digas todo.

Rehv exhaló con fuerza.

—¿Y qué quieres saber primero?

Su hermana tragó saliva.

—Esa noche que murió mi padre… Yo llevé a mahmen a la clínica. La llevé porque se había caído.

—Lo recuerdo.

—No se había caído, ¿verdad?

—No.

—Nunca se cayó.

—No.

Los ojos de Bella brillaron llenos de lágrimas y, como si tratara de buscar una distracción, se concentró en atrapar las manos de Nalla.

—Tú… Esa noche, tú…

Rehv no quería responder esa pregunta, pero ya estaba harto de mentirles a sus seres queridos.

—Sí. Algún día iba a terminar matándola. Era él o mahmen.

Una lágrima tembló en las pestañas de Bella y cayó sobre la mejilla de Nalla.

—Ay… Dios…

Mientras veía cómo su hermana se encogía, como si tuviera frío y necesitara abrigo, Rehv sintió deseos de señalar que todavía lo tenía a él. Que él iba a estar siempre ahí para ella, si ella quería. Que él seguía siendo su hermano, su protector. Pero él ya no era el mismo para ella y nunca volvería a serlo: aunque no había cambiado, la percepción que tenía de él se había visto completamente alterada y eso significaba que él se había convertido en una persona distinta.

Un desconocido, con una cara extrañamente conocida.

Bella se secó los ojos.

—Siento como si no supiera nada de mi propia vida.

—¿Puedo acercarme? No te voy a hacer daño, ni a ti ni a la niña.

Rehv esperó una eternidad por la respuesta.

Y un poco más.

Bella apretó la boca como si estuviera tratando de contener unos sollozos desgarradores. Luego le tendió la mano con la que se había secado las lágrimas.

Rehv se desmaterializó hasta el otro extremo de la habitación, porque correr hasta allí le habría llevado demasiado tiempo.

Entonces se arrodilló junto a ella, agarró la mano de Bella entre las suyas y se llevó esos dedos helados a la cara.

—Lo lamento tanto, Bella… Lo siento tanto por ti y por mahmen…Yo traté de disculparme con ella por haber nacido… Te juro que lo hice. Es sólo que… hablar sobre eso era demasiado doloroso para ella y para mí.

Los luminosos ojos azules de Bella se clavaron en Rehvenge y las lágrimas que los inundaban parecían magnificar la belleza de su mirada.

—Pero ¿por qué tendrías que disculparte? Nada de esto fue culpa tuya. Tú eras inocente… completamente inocente. No fue culpa tuya, Rehvenge. No lo fue.

Rehv sintió que el corazón se le paralizaba al darse cuenta de que… eso era lo que siempre había necesitado oír. Toda su vida se había culpado por haber nacido y había querido reparar el crimen del cual su madre había sido víctima y que había dado como resultado… su nacimiento.

—No fue culpa tuya, Rehvenge. Y ella te quería. Mahmen te quería con todo su corazón.

Rehv no supo cómo sucedió, pero de repente su hermana estaba entre sus brazos, con la cabeza contra su pecho, resguardada con su bebé en ese refugio de fuerza y amor que él le ofrecía.

La canción de cuna salió de sus labios apenas como un suspiro… sin poder acompañar la tonada con la letra sencillamente porque su garganta se negaba a abrirse. Lo único que brotó de él fue la melodía de aquella antigua poesía.

Pero eso era todo lo que necesitaban, unas palabras tácitas que fueron suficientes para traer el pasado al presente y volver a unirlos como hermano y hermana.

Cuando Rehvenge se sintió incapaz de continuar canturreando, aunque lo que brotaba de sus labios era apenas un murmullo, apoyó la cabeza en el hombro de su hermana y siguió tarareando en voz muy baja…

Mientras la siguiente generación dormía profundamente, rodeada de su familia.