71
Ehlena viajaba de regreso a casa en el asiento trasero del Escalade negro, con Rehv agazapado en su regazo. Los dos estaban apretujados en la última fila de la camioneta, pero a ella no le importaba que apenas hubiese espacio suficiente para acomodar el inmenso cuerpo de Rehvenge. Así de cerca quería tenerlo.
Necesitaba tener sus manos sobre él y quedarse así.
Tan pronto como le arrancaron los ganchos de los hombros, Ehlena hizo lo mejor que pudo para curar las horribles heridas que las varillas habían dejado en el cuerpo de Rehvenge, tapándolas rápidamente con gasa estéril pegada con esparadrapo. Cuando terminó, Zsadist alzó a Rehv y lo sacó de esa desolada cueva, escoltado por ella y por Vishous.
Mientras salían, no vieron a Xhex por ninguna parte.
Ehlena trató de tranquilizarse diciéndose que la hembra debía de haber salido a colaborar en la pelea que se estaba desarrollando afuera contra los restrictores, pero no le parecía lógico, y empezaba a estar preocupada. Xhex nunca habría abandonado a Rehvenge antes de verlo libre y a salvo de la colonia.
Cuando una punzada de miedo atravesó su pecho, Ehlena trató de calmarse acariciando la franja de pelo grueso que corría a lo largo de la cabeza de Rehvenge. En respuesta, él volvió la cara hacia ella, como si necesitara ese consuelo.
Dios, tal vez tuviera sangre symphath en su cuerpo, pero Rehv ya había demostrado dónde estaba su corazón: había destruido a la princesa y los había protegido a todos ellos de esas aterradoras criaturas que llevaban máscaras y túnicas siniestras. Lo cual probaba suficientemente de qué lado estaba, ¿no? De no haber sido porque Rehv había tomado el control de la colonia, no habría habido manera de que ninguno de ellos, ni siquiera los hermanos que estaban combatiendo contra los restrictores en el jardín, hubiese salido de allí con vida.
Ehlena miró de reojo a los otros ocupantes de la camioneta. Rhage estaba envuelto en chaquetas de cuero, desnudo y temblando, y tenía el color de la avena cuajada. Ya habían tenido que parar dos veces para que vomitara y, a juzgar por la manera como estaba tragando saliva, iban a tener que volver a parar muy pronto. Vishous estaba junto a él y no tenía mucho mejor aspecto. Tenía las piernas sobre el regazo de Rhage, la cabeza vuelta hacia un lado y los ojos apretados, y era evidente que había sufrido una contusión en el lugar donde la princesa lo había golpeado. Y en la primera fila, Butch iba en el asiento del pasajero, apestando a ese asqueroso olor dulzón que, sin duda, revolvía más el estómago de Rhage.
Tohrment iba al volante, conduciendo con firmeza y suavidad.
Al menos no tenía que preocuparse por cómo iban a llegar a casa, pensó Ehlena.
Rehvenge se estremeció y ella lo miró de inmediato. Al ver que sus ojos amatista hacían un esfuerzo por abrirse, ella sacudió la cabeza.
—Sshhh… No te muevas. —Ehlena le acarició la cara—. Shhh…
Rehv movió los hombros e hizo una mueca de intenso dolor. Mientras deseaba poder hacer más por él, Ehlena le arregló la manta con la que lo habían envuelto. Le había dado todos los analgésicos que se había atrevido a darle, así como antibióticos para las heridas de los hombros, pero había decidido no aplicarle el antídoto, en la medida en que no parecía tener picaduras.
A juzgar por la masacre que habían hecho con la princesa, aparentemente esas arañas y esos escorpiones sólo picaban cuando se lo ordenaban y a Rehv, por alguna razón, le habían ahorrado esa tortura.
Abruptamente, Rehv gruñó; se puso tenso y apoyó las manos contra el asiento.
—No, no trates de enderezarte —le dijo Ehlena, y lo empujó con suavidad hacia abajo—. Sólo quédate conmigo, ahí donde estás.
Rehvenge volvió a derrumbarse sobre su regazo y levantó una mano. Cuando ella se la agarró, él balbuceó:
—¿Por qué?
Ella no pudo evitar sonreír.
—Tú haces mucho esa pregunta, ¿lo sabías?
—¿Por qué lo has hecho?
Después de un momento, ella dijo en voz baja.
—Seguí los dictados de mi corazón.
Evidentemente, eso no lo hizo muy feliz. Por el contrario, Rehv hizo una mueca, como si tuviera dolor.
—No… merezco… tu…
Ehlena se quedó rígida al ver que él comenzaba a sangrar por los ojos.
—Rehvenge, quédate quieto. —Mientras trataba de controlar el pánico, se estiró hasta la mochila llena de suministros médicos, al tiempo que se preguntaba qué tipo de crisis estaría sufriendo Rehv.
En ese momento, Rehvenge le atrapó las manos.
—Sólo son… lágrimas.
Ehlena se quedó mirando lo que parecía ser sangre y escurría por sus mejillas.
—¿Estás seguro? —Al ver que él asentía con la cabeza, ella sacó un pañuelo de papel de su chaqueta y le limpió la cara con cuidado—. No llores. Por favor, no llores.
—No debiste… haber venido por mí. Debiste… dejarme allí.
—Ya te lo he dicho —susurró Ehlena, mientras seguía secándole las lágrimas—. Todo el mundo merece ser salvado. Así veo yo las cosas. —Al ver esos hermosos ojos iridiscentes, pensó que parecían todavía más mágicos bajo el brillo de esas lágrimas rojas—. Así es como te veo a ti.
Rehv apretó los párpados, como si no pudiese soportar la compasión de Ehlena.
—Tú trataste de protegerme de todo esto, ¿no? —dijo ella—. Por eso montaste ese espectáculo en ZeroSum. —Al ver que él asentía, ella se encogió de hombros—. Entonces, ¿por qué no puedes entender mi necesidad de salvarte, si tú hiciste lo mismo por mí?
—Soy diferente… yo soy… un symphath…
—Pero no eres totalmente symphath. —Ehlena recordó el olor a macho enamorado—. ¿O sí?
Rehvenge negó con la cabeza con renuencia.
—Pero no soy suficiente… vampiro… para ti…
Una oleada de tristeza lo invadió, condensándose sobre ellos como una nube y, mientras ella luchaba por encontrar las palabras, volvió a tocarle la cara… y lo sintió demasiado frío para su gusto. Mierda… Rehv se estaba muriendo en sus brazos. Con cada kilómetro que los acercaba a la seguridad del hogar, su cuerpo parecía darse por vencido y la respiración se volvía letárgica, mientras que la frecuencia cardíaca iba disminuyendo.
—¿Harías algo por mí? —dijo ella.
—Por favor… sí —contestó él con voz ronca, aunque los párpados se le cerraban y estaba empezando a temblar. Cuando se encogió como un ovillo, Ehlena pudo ver su columna vertebral aun por encima de la manta.
—¿Rehvenge? Despierta. —Cuando él la miró, el color púrpura de sus ojos se había vuelto morado oscuro, opaco y turbio como el de un moretón—. Rehvenge, ¿querrías tomar de mi vena, por favor?
Rehv abrió los párpados enseguida con una sensación de entusiasmo y también de desconcierto, como si lo que ella acabara de decir fuese lo último que esperaba oír.
Cuando sus labios se abrieron, ella lo detuvo antes de que pudiera hablar.
—Si vuelves a preguntarme por qué, me voy a ver obligada a regañarte.
Rehv esbozó una tímida sonrisa, que se desvaneció rápidamente, y aunque sus colmillos se habían alargado y ahora enseñaban sus afiladas puntas, negó con la cabeza.
—No soy como tú —murmuró, al tiempo que se tocaba los tatuajes del pecho con una mano sin fuerza—. No soy suficientemente bueno… para tu sangre.
Ella se quitó la chaqueta y se levantó la manga del suéter.
—Déjame juzgar eso a mí, muchas gracias.
Cuando Ehlena le puso la muñeca contra la boca, él se relamió; su deseo de beber sangre hizo que el color regresara momentáneamente a sus mejillas. Sin embargo, seguía vacilando.
—¿Estás… segura?
Ehlena se acordó de pronto de ellos dos en la clínica, hacía una eternidad, enfrentándose, dando vueltas uno alrededor del otro, como en un duelo, con deseos de tomar algo pero sin atreverse a hacerlo. Entonces sonrió.
—Absolutamente. Estoy totalmente segura.
Ehlena presionó su muñeca contra los labios de Rehv, sabiendo que él no podría resistirse. Sin duda trató de combatir sus deseos… pero fracasó. Rehvenge la mordió y comenzó a beber con fuerza, mientras dejaba escapar un gemido y entornaba los ojos de placer.
Ehlena le acarició el pelo que le había crecido a los lados del penacho y se regocijó en silencio mientras él se alimentaba.
Eso lo iba a salvar.
‡ ‡ ‡
Ella lo iba a salvar.
No su sangre; lo que lo iba a salvar era su corazón.
Mientras se alimentaba de la muñeca de su amante, Rehvenge se sintió abrumado y sobrecogido, a merced de emociones más poderosas que su mente. Ella había ido a buscarlo. Lo había sacado de la colonia. E incluso sabiendo todo lo que sabía de él, le estaba permitiendo alimentarse y lo miraba con ternura.
Pero ¿y si ese comportamiento fuera una manifestación de la clase de persona que era ella más que una demostración de lo que sentía por él como macho? ¿Y si fuera una demostración de deber y compasión más que de amor?
Rehv estaba demasiado débil para percibir las proyecciones emocionales de Ehlena. Al menos al comienzo.
Pero al tiempo que su cuerpo revivía, su mente también comenzó a revivir y pudo sentir lo que ella sentía…
Deber. Compasión.
Y amor.
Una compleja sensación de felicidad estalló en su corazón. Parte de él se sentía como si le hubiese tocado la lotería. Pero en el fondo sabía que lo que él era terminaría por alejarlos, aunque el resto de la sociedad vampira nunca llegara a enterarse de que él era un mestizo, no podría salir bien, pues se suponía que ahora él era el jefe de la colonia.
Y la colonia no era lugar para Ehlena.
Rehv dejó de tomar de la vena y se relamió. Dios… la sangre de Ehlena estaba deliciosa.
—¿Quieres más? —preguntó ella.
Sí.
—No. Ya he tomado suficiente.
Ehlena volvió a acariciarle el pelo, rascándole el cuero cabelludo con las uñas. Rehv cerró los ojos y sintió cómo sus músculos y sus huesos se fortalecían, a medida que lo que ella le había dado con tanta generosidad revivía su cuerpo.
Sí, y sus brazos y sus piernas no era lo único que estaba reviviendo. Su polla también se hinchó y las caderas se estremecieron, aunque todavía estaba medio muerto y sentía un dolor intenso en los hombros. Pero lo normal era que los machos se excitaran cuando se alimentaban de la vena de sus compañeras.
Era una reacción biológica y él no podía evitarlo.
Cuando sintió que su temperatura corporal se estabilizaba, Rehv se estiró y, al hacerlo, se le cayó una parte de la manta con que lo habían envuelto. Preocupado por estar dando un espectáculo pornográfico, bajó las manos para tratar de volverse a cubrir.
Pero Ehlena se le adelantó.
Y sus ojos brillaron en la oscuridad mientras volvía a poner la manta en su sitio.
Rehv tragó saliva un par de veces, con el sabor de la sangre de Ehlena todavía en la boca.
—Lo siento.
—No tienes por qué sentirlo. —Ehlena sonrió y lo miró a los ojos—. No puedes evitarlo. Además, eso significa que probablemente ya estás fuera de peligro.
Y dentro del terreno erótico. Genial. Nada como los extremos para darle sabor a la vida.
—Ehlena… —Rehv dejó escapar el aire muy lentamente—. Las cosas no pueden volver a ser como eran.
—Si te refieres a dejar de ser un narcotraficante y un proxeneta, te confieso que no lo lamento.
—Ah, esa mierda ya se acabó, en todo caso. Pero no, no puedo regresar a Caldwell.
—¿Por qué no? —Al ver que él no respondía, le dijo—: Espero que regreses. Quiero que regreses.
El vampiro enamorado que llevaba dentro reaccionó enseguida con entusiasmo, diciendo que sí, pero Rehv tenía que ser práctico.
—No soy igual que tú —dijo nuevamente, como si fuera su estribillo.
—No, no lo eres.
Debido a que tenía que convencerla de lo que le estaba diciendo y no se le ocurrió ninguna otra manera de demostrar su opinión, Rehv agarró la mano de Ehlena y la metió debajo de la manta hasta ponerla sobre su polla. El contacto lo hizo estremecerse de placer y sus caderas se sacudieron, pero enseguida le recordó a su libido que lo que estaba haciendo tenía el propósito de mostrarle a ella con exactitud lo distintos que eran.
Así que llevó la mano de Ehlena hasta su púa, hasta ese lugar en la base de sus genitales que tenía una ligera protuberancia.
—¿Sientes eso?
Por un momento, Ehlena parecía estar conteniendo el mismo impulso erótico que él, pero finalmente dijo:
—Sí…
El tono ronco de la voz de Ehlena hizo que Rehv se sacudiera y su erección se agitara dentro de la palma de ella. Y cuando se quedó sin aire y su corazón empezó a palpitar, la voz de Rehv se volvió más profunda.
—Esto se engancha dentro de la vagina cuando yo… cuando yo eyaculo. Soy muy distinto de los otros machos que conoces.
Mientras Ehlena lo exploraba con la mano, Rehv trató de mantenerse inmóvil, pero el poder que iba adquiriendo su cuerpo después de alimentarse, sumado a la excitación que le producía el lugar donde ella tenía la mano, resultó demasiado difícil de contener. Así que comenzó a bombear contra la mano de Ehlena, arqueándose sobre su regazo y sintiéndose extrañamente a su merced.
Lo cual lo excitaba todavía más.
—¿Por eso te saliste antes de eyacular? —preguntó ella.
Rehv volvió a relamerse al recordar lo que había sentido cuando estaba dentro de ella…
En ese momento, el Escalade pisó un bache de la carretera y él recordó abruptamente que la oscuridad de la última fila de la camioneta sólo era semiprivada; en realidad no estaban solos.
Pero Ehlena no retiró la mano.
—¿Ésa fue la razón?
—Yo no quería que supieras nada de esto. Yo quería… ser normal para ti. Quería que te sintieras segura conmigo… y quería estar contigo. Por eso te mentí. No quería enamorarme de ti. No quería eso para ti…
—¿Qué has dicho?
—Yo… estoy enamorado de ti. Lo lamento, pero es lo que siento.
Ehlena se quedó tan callada que Rehv se asustó al pensar que, en medio de su delirio, hubiese malinterpretado completamente todo lo que había entre los dos. ¿Acaso sólo estaba proyectando sobre Ehlena lo que su debilidad necesitaba encontrar?
Salvo que en ese momento ella bajó la boca hacia la de Rehvenge y susurró:
—Nunca te vuelvas a esconder de mí. Te amo tal como eres.
Una oleada de gratitud superó cualquier pensamiento lógico y Rehv se incorporó, la acercó con suavidad y la besó. En ese momento se olvidó de todas las complicaciones que había y que superaban su control, cosas que volverían a separarlos con la misma certeza con que sabía que el sol saldría al final de la noche.
Sin embargo, el hecho de ser aceptado… de ser aceptado y amado exactamente tal como era y por la persona que él amaba era una dicha demasiado grande para que la fría realidad pudiera tocarla.
Mientras se besaban, Ehlena comenzó a mover la mano debajo de la manta, masajeando la polla de Rehv hacia arriba y hacia abajo.
Y cuando él trató de retirarse, ella volvió a capturar sus labios y dijo:
—Ssshhhh… confía en mí.
Rehvenge se dejó arrastrar por la pasión, entregándose a la ola de sensaciones que ella estaba despertando en su cuerpo y dejándola hacer exactamente lo que quería con él. Así que trató de mantenerse en silencio, pues no quería que los demás se dieran cuenta, y rogó que al menos los dos que iban en el asiento de adelante se hubiesen dormido.
No pasó mucho tiempo antes de que sus testículos se apretaran y sus manos se crisparan dentro del pelo de Ehlena. Mientras jadeaba contra la boca de ella, Rehv se sacudió una última vez y eyaculó con fuerza, sobre la mano de su amante.
Al sentir que ella bajaba la mano hacia la púa y comprobaba cómo se había abierto, Rehv se quedó frío, rogando que Ehlena no sintiera repugnancia por su cuerpo.
—Quiero sentir esto dentro de mí —susurró ella, contra los labios de Rehv.
A medida que esas palabras se asentaban en su conciencia, el cuerpo de Rehvenge volvió a estallar en un orgasmo.
Joder… no veía la hora de llegar a donde fuera que se dirigieran.