70

Nada. Absolutamente nada.

Lash se detuvo y miró dentro de otra celda fabricada con una extraña clase de vidrio. Vacía. Igual que las otras tres.

Entonces inhaló profundamente, cerró los ojos y se quedó quieto. Ningún sonido. Ningún olor aparte del de la cera mezclada con tierra fresca que había sentido todo el tiempo.

Adondequiera que hubiesen ido esos vampiros, no era ahí, maldición.

Lash volvió sobre sus pasos y, cuando regresó al lugar donde el corredor se abría en tres direcciones, bajó la mirada. Alguien acababa de pasar por allí: un rastro de puntos azules se extendía en dos direcciones, hacia la derecha y por el túnel que estaba frente a él, lo cual significaba que alguien había llegado desde uno de esos lados y había girado hacia el otro.

Lash se inclinó; pasó el índice por una de las gotas viscosas y luego frotó la sustancia contra su pulgar. Sangre de symphath. Dios sabía que había hecho que su hembra sangrara lo suficiente como para reconocer la sangre de symphath.

Entonces levantó la mano, se la llevó a la nariz e inhaló. No era sangre de su hembra. Era de otro individuo. Y no estaba claro de dónde había llegado y por dónde se había ido.

Sin tener ninguna referencia, estaba a punto de tomar a la derecha, cuando vio una llamarada roja que surgía del más estrecho de los ramales, el que seguía recto hacia el fondo. Así que se puso en pie y corrió en esa dirección, siguiendo el rastro de la sangre.

Al llegar a un recodo, vio que el brillo se intensificaba; no tenía idea de qué demonios iba a interrumpir, pero tampoco le importaba. Su princesa estaba ahí y alguien iba a tener que decirle dónde diablos encontrarla.

Sin previo aviso, se encontró con un pasadizo secreto que se desprendía del túnel y que no tenía puerta. Desde el fondo, la luz roja brillaba con tal intensidad que le ardieron los ojos y Lash se dirigió a la fuente de luz.

Y al llegar se encontró con… ¿Qué demonios?

Tirado a la entrada de la recámara estaba el cuerpo del hermano Vishous y más allá se veía una escena inexplicable:

La princesa estaba de pie, vestida con lo que él le había puesto la noche anterior; el corpiño, las medias de seda con liguero y los tacones altos parecían ridículos fuera del contexto de una alcoba. Tenía el pelo negro azulado completamente enmarañado, de sus manos escurría sangre azul y sus ojos rojos eran la fuente del brillo que lo había guiado hasta allí. Frente a ella, captando toda su atención, había algo parecido a un trozo gigante de carne, cubierto por lo que parecía ser un millón de insectos.

Mierda, esas cosas estaban por todas partes.

Y alrededor del cuerpo suspendido estaba el hermano Zsadist, Xhex, la guardia de seguridad marimacha, y otra vampira con un mechero en una mano y una lata de aerosol en la otra.

A ese grupo no le quedaba mucho tiempo en este mundo, pues las arañas y los escorpiones estaban en pleno plan de asalto, apuntando al trío que había invadido su territorio, y Lash tuvo una espeluznante premonición al imaginarse sus esqueletos limpios, sin una gota de carne sobre los huesos.

Pero ése no era su problema.

Él quería a su hembra.

Quien, evidentemente, tenía sus propias ideas. La princesa levantó su mano ensangrentada y, al instante, los insectos que se arrastraban por las paredes, el techo y el suelo se retiraron como las aguas de una inundación cuando la tierra sedienta las absorbe. Y entonces apareció Rehvenge, cuyo cuerpo pesado y desnudo colgaba de unas barras incrustadas debajo de sus hombros. Parecía un milagro que su piel no estuviese agujereada por millones de picaduras, pero era como si su cuerpo hubiese estado protegido debajo de ese manto de monstruosidades de cuatro patas y dos tenazas.

—Él es mío —gritó la princesa, sin dirigirse a nadie en particular—. Y sólo yo puedo tenerlo.

Lash contrajo el labio superior y sus colmillos se alargaron enseguida. Ella no acababa de decir eso. No podía acabar de decir eso.

Ella era su mujer.

Sin embargo, una sola mirada a la cara de la princesa le reveló la verdad. Esa enfermiza fijación que brillaba en sus ojos al mirar a Rehvenge, nunca había surgido cuando lo miraba a él, sin importar lo intenso que hubiese sido el sexo… No, él nunca había sido el objeto de esa venerable obsesión. Ella sólo había estado quemando el tiempo con él, en espera de liberarse, y no porque la enfureciera estar retenida contra su voluntad, sino porque quería regresar con Rehvenge.

—Maldita cabrona —espetó.

La princesa se volvió a mirarlo y su pelo se agitó formando un arco.

—¿Cómo te atreves a dirigirte a mí de esa manera?

Entonces se oyeron unos disparos que resonaron como tablas sobre un suelo duro. Uno, dos, tres, cuatro. La princesa se quedó tiesa, mientras las balas entraban en su pecho, desgarrándole el corazón y los pulmones mientras la sangre salía de las heridas, salpicando la pared que estaba detrás de ella.

—¡No! —gritó Lash, al tiempo que corría hacia ella y alcanzaba a tomarla en sus brazos en el momento en que el cuerpo se desplomaba—. ¡No! —volvió a gritar, mientras la abrazaba con delicadeza.

Al levantar la vista hacia el otro lado de la caverna, vio que Xhex estaba bajando el arma, con una sonrisa en los labios, como si acabara de disfrutar de una buena comida.

La princesa se agarró de las solapas del abrigo chamuscado de Lash y el tirón lo hizo bajar los ojos hacia su rostro.

Pero ella no lo estaba mirando a él. Estaba mirando a Rehvenge… tratando de alcanzarlo.

—Mi amor… —Las últimas palabras de la princesa quedaron flotando a la deriva en la cueva.

Lash gruñó y arrojó el cuerpo de la princesa contra la pared más cercana, con la esperanza de matarla por el impacto, pues necesitaba la satisfacción de saber que él era el que había acabado con ella.

—Tú —dijo al tiempo que le apuntaba a Xhex con el dedo— me debes ahora dos cosas…

Al principio, los cánticos parecían venir de muy lejos, sólo un eco que reverberaba por los corredores exteriores, pero poco a poco se fue volviendo más fuerte e insistente, y más fuerte… y más insistente, hasta que Lash pudo oír cada sílaba que pronunciaba aquel coro compuesto por lo que debían de ser unas cien voces. Aunque no entendía nada, pues no era una lengua que él conociera, parecía ser un cántico de adoración y respeto, de eso estaba seguro.

Lash se pegó de espaldas contra la pared y se volvió a mirar hacia el lugar del que provenía el canto. Y tuvo la sensación de que los demás también se estaban preparando para lo que estaba por venir.

Los symphaths llegaron formando una fila de a dos en fondo. Sus túnicas blancas y esos cuerpos largos y delgados parecían balancearse en el aire más que caminar. Todos llevaban máscaras blancas en la cara, de esas que tienen agujeros negros para los ojos y dejan la barbilla a la vista. Cuando entraron en la cueva y comenzaron a rodear a Rehvenge, no parecían perturbados en lo más mínimo. La presencia de los vampiros, el cuerpo de la princesa, la extraña presencia de Lash… Todo parecía serles indiferente.

A medida que la fila avanzaba, fueron llenando gradualmente el espacio y obligando a los otros a retroceder hasta que todos los intrusos quedaron contra las paredes, tal como estaban Lash y el cadáver de la princesa.

Hora de salir de allí, se dijo Lash. Lo que fuera que estuviera por suceder, no era algo que necesitara presenciar. En primer lugar, porque la rabia debilitaba sus poderes. Y en segundo lugar, porque esa situación podía salirse de control en cualquier momento y él no tenía nada que ver con el asunto que había llevado allí a esos vampiros.

Pero no se iba a marchar solo. Había ido a buscar a una hembra y se iba a ir con una.

En un arranque repentino, atravesó la fila de symphaths aprovechando uno de los precisos intervalos que dejaban entre ellos y llegó hasta donde estaba Xhex. La hembra estaba observando a Rehvenge con admiración, como si esa reunión significara algo. Lo cual era precisamente la distracción que necesitaba un hombre en momentos como ése.

Entonces extendió las dos manos para convocar a una sombra de la nada y luego la extendió en el suelo como si fuera una capa.

Con un rápido movimiento, la lanzó hacia arriba, sobre la cabeza de Xhex, de manera que ella despareció de vista, aunque de hecho seguía allí. Tal como se lo esperaba, ella comenzó a forcejear, pero un puñetazo en la cabeza la dejó desmayada, lo cual facilitó la huida.

Lash sencillamente la sacó de la cueva, justo delante de las narices del todo el mundo.

‡ ‡ ‡

Cantos… cantos que se elevaban y llenaban el aire de la cueva con un golpeteo rítmico.

Pero primero había habido unos disparos.

Rehvenge abrió los ojos y tuvo que parpadear para aclarar su visión roja. Las arañas habían abandonado por completo su cuerpo y también la cueva… y habían sido reemplazadas por una congregación de sus hermanos symphath, cuyas máscaras ceremoniales y túnicas mantenían sus rasgos en el anonimato, de manera que el poder de su mente podía brillar con más claridad.

Olía a sangre fresca.

Rehvenge miró enseguida hacia… Ay, gracias, Virgen Escribana. Ehlena todavía estaba de pie y Zsadist la protegía de cerca, como un chaleco antibalas. Ésa era la buena noticia. ¿Y la mala? Que los dos estaban justo al otro lado de la puerta, separados de la salida por, ay, tal vez cien devoradores de pecados.

Aunque a juzgar por la manera como ella lo miraba a los ojos, Ehlena no se iba a marchar de allí sin él.

—Ehlena… —susurró Rehv con voz ronca—. No.

Ella asintió y, modulando las palabras con los labios, dijo: «Te vamos a sacar de aquí».

Rehv desvió la mirada con desesperación, mientras observaba el vaivén de las túnicas, pues comprendía, mejor de lo que Ehlena podía hacerlo, cuál era el significado exacto de esta procesión y los cánticos.

Puta… mierda. Pero ¿cómo?

La pregunta recibió respuesta inmediata cuando vio el cadáver de la princesa contra la pared. Al ver sus manos manchadas de azul, Rehv supo el porqué: ella había asesinado a su tío, a su marido… al rey.

Rehv se despabiló y se preguntó cómo lo habría hecho. No debía de haber sido fácil, pues atravesar la guardia real era casi imposible y su tío era un personaje astuto y desconfiado.

Sin embargo, la venganza era una mierda, porque aunque no había encontrado la muerte a la manera de los symphaths, que preferían hacer que sus víctimas cometieran suicidio involuntario, le habían disparado en el pecho cuatro veces y, a juzgar por la precisión de los disparos y la disposición de las heridas, Rehv se imaginó que había sido Xhex la que la había matado.

Xhex siempre marcaba a sus víctimas y los cuatro puntos cardinales: N, S, E, O eran una de sus formas favoritas de marcarlos cuando usaba armas de fuego.

Pero luego Rehv se volvió a concentrar en Ehlena. Ella todavía lo estaba mirando fijamente, con unos ojos increíblemente tiernos. Por un momento se permitió perderse en esa compasión, pero luego su lado vampiro entró en acción. Y como macho enamorado, la seguridad de su compañera se volvió su prioridad más urgente, de manera que, a pesar de lo débil que estaba, su cuerpo se sacudió contra las cadenas que lo mantenían suspendido en el aire.

«¡Vete!», le dijo moviendo los labios, y al ver que ella negaba con la cabeza, la miró y dijo, moviendo apenas los labios: «¿Por qué no?».

Ehlena se puso la mano en el corazón y le respondió: «Porque no».

Rehv dejó caer la cabeza a pesar de que tenía el cuello rígido. ¿Qué la habría hecho cambiar de opinión?, se preguntó. ¿Cómo era posible que ella hubiese ido a buscarlo después de todo lo que le había hecho? ¿Y quién habría sido el que había abierto la boca y le había contado la verdad?

Iba a matar al que fuera.

Suponiendo que alguien saliera de allí vivo.

Los symphaths dejaron de cantar y se quedaron quietos. Después de un momento de silencio, se volvieron con precisión militar para mirarlo y se inclinaron ante él.

Rehv evocó entonces recuerdos olvidados hacía mucho tiempo… Todos eran gente que recordaba del pasado lejano, su familia extendida.

Ellos querían que fuera rey. Independientemente de la voluntad de su tío, lo estaban eligiendo a él.

Las cadenas de las que colgaba se sacudieron abruptamente y luego comenzaron a bajarlo, mientras que el dolor en sus hombros rugía y su estómago se revolvía por la agonía. Pero Rehv no podía mostrarse débil en ese momento. Rodeado de sus hermanos sociópatas, sabía que esa respetuosa postración no iba a durar mucho y, si parecía vulnerable en algún aspecto, estaría perdido.

Así que hizo lo único que tenía sentido.

Cuando sus pies tocaron el frío suelo de piedra, dejó que sus rodillas se doblaran suavemente y se obligó a mantener el tronco erguido, como si la clásica posición contemplativa de los reyes fuera exactamente la que había decidido adoptar, en lugar de ser lo único que podía hacer, considerando que llevaba suspendido de las clavículas…

¿Cuánto tiempo? No tenía idea.

Rehv bajó la mirada hacia su cuerpo. Estaba más delgado. Mucho más delgado. Pero su piel seguía intacta, lo cual, teniendo en cuenta el ejército de alimañas que había tenido encima, era un absoluto milagro.

Respiró profundo… y sacó fuerzas de su naturaleza vampira para impulsar su mente symphath: teniendo en cuenta que la vida de su shellan estaba en peligro, encontró unas reservas a las que no habría podido recurrir por nadie más.

Rehvenge levantó la cabeza, iluminó la cueva con sus ojos amatista y aceptó la adulación.

Cuando las velas que estaban afuera se encendieron con luz brillante, Rehv sintió una corriente de poder que lo recorrió de arriba abajo, mientras que de su interior surgía una ola de autoridad y dominación y su vista pasaba del rojo al púrpura. Se concentró con todas sus fuerzas y marcó a cada symphath que habitaba en la colonia con la idea de que él podía obligarlos a hacer cualquier cosa. Cortarse el cuello. Follar a la compañera del vecino. Cazar y matar animales o humanos, o cualquier otro ser viviente.

El rey era como la CPU de la colonia. El cerebro principal. Y estos ciudadanos habían aprendido bien esa lección de la mano de su tío y de su padre: los symphaths eran sociópatas con un profundo sentido de conservación, y la razón por la que escogían a Rehvenge, un mestizo, era porque querían mantener alejados a los vampiros. Con él al mando, podrían seguir viviendo recluidos en la colonia.

De un rincón, llegó el ruido de alguien que se movía y un gruñido.

La princesa se puso en pie a pesar de todas las heridas que tenía, con el pelo hecho una maraña alrededor de su cara de loca y la ropa interior manchada por el brillo de su propia sangre azul.

—Ellos son míos y yo soy su líder —dijo con voz aguda pero decidida, mientras su obsesión parecía brindarle suficiente fuerza para reanimar lo que estaba o debería estar muerto—. Es mi reino y tú eres mío.

La congregación de symphaths levantó la cabeza y la miraron. Luego volvieron a mirar a Rehv.

Mierda, se había roto el hechizo mental.

Rehv les comunicó rápidamente con el pensamiento a Ehlena y a Zsadist que bloquearan su corteza cerebral pensando en algo, cualquier cosa, y que lo hicieran con fuerza. Inmediatamente sintió que los dos se ponían a pensar en otras cosas; Ehlena pensó en… ¿el óleo que había en el estudio de Montrag?

Rehv volvió a concentrarse en la princesa.

La cual parecía haber visto a Ehlena y se dirigía hacia ella con una daga en la mano.

—¡Él es mío! —barbotó y un chorrito de sangre azul le brotó de la boca.

Rehvenge enseñó sus colmillos y siseó como una serpiente gigante. Con la fuerza de su voluntad, irrumpió en la mente de la princesa, arrasando incluso las defensas que había podido levantar, y tomó el control hasta destapar sus ansias de gobernar y tenerlo como compañero. Dominada por sus deseos, la princesa se detuvo y se volvió hacia él, con esos ojos de loca llenos de amor, temblando en medio de visiones extasiadas, a merced de su debilidad…

Rehv esperó hasta que llegara el momento oportuno y la golpeó con un solo mensaje contundente: «Ehlena es mi reina adorada».

Esas cinco palabras acabaron con la princesa, de forma más efectiva que si hubiese sacado un arma y le hubiese taladrado otra brújula en el pecho.

Él era lo que ella quería ser.

Él era lo que ella quería tener.

Y ella se iba a quedar sin nada.

La princesa se llevó las manos a los oídos, como si estuviera tratando de contener el rumor que resonaba en su cabeza, pero en ese momento Rehv hizo que su mente girara más y más rápido.

Con un grito, la princesa tomó el cuchillo que tenía en la mano y se lo enterró en el vientre hasta la empuñadura. Pero como no estaba dispuesto a permitir que se detuviera ahí, Rehv la hizo girar el arma con un movimiento rápido hacia la derecha.

Y luego invocó la ayuda de sus amigos.

Formando una marea negra que brotó de todas las fisuras de las paredes, la multitud de arañas y escorpiones regresó. Y aunque antes estaban bajo el control de su tío, las hordas estaban ahora bajo el dominio de Rehvenge y se apresuraron a rodear a la princesa.

Rehv les ordenó que la picaran y eso hicieron.

Entonces la princesa gritó y trató de quitárselos de encima, pero sucumbió y cayó sobre un colchón de criaturas que la destruirían.

Los symphaths lo observaron todo.

Mientras Ehlena volvía la cabeza contra el hombro de Zsadist, Rehv cerró los ojos y se quedó inmóvil como una estatua, en el centro de la caverna, al tiempo que les prometía a todos y cada uno de los ciudadanos que tenía frente a él que les pasaría algo peor si no le obedecían. Lo cual, en el retorcido sistema de valores de los symphaths, sólo confirmaba que no se habían equivocado al elegir a su líder.

Cuando la princesa dejó de gemir y se quedó quieta, Rehv abrió los ojos y retiró a su guardia de insectos. Al marcharse, las criaturas dejaron a la vista el cuerpo hinchado y lleno de picaduras de la princesa y quedó claro que ya nunca volvería a levantarse, pues el veneno que corría por sus venas había detenido al corazón y le había tapado los pulmones.

Ya no había manera de reanimar ese cuerpo.

Rehv les ordenó tranquilamente a sus súbditos enmascarados que se retiraran a sus cuarteles y meditaran sobre lo que acababan de ver. En respuesta, recibió la versión symphath del amor: todos le tenían un miedo absoluto y, por lo tanto, lo respetaban.

Al menos por el momento.

Como si fueran uno solo, los symphaths comenzaron a salir; Rehv miró a Ehlena y a Z y sacudió la cabeza, rogando que hicieran lo que él quería que hicieran, es decir, quedarse justo donde estaban.

Con suerte, sus hermanos de las máscaras asumirían que él quería matar a los intrusos a solas.

Rehv esperó hasta que salió el último devorador de pecados, no sólo de la cueva sino de los corredores exteriores. Y luego se relajó.

Al tiempo que su cuerpo se desplomaba sobre el suelo, Ehlena corrió hacia él; su boca se movía como si le estuviera hablando, pero Rehv no podía oírla y sus ojos color caramelo tenían un brillo muy raro a través de los lentes rojizos de sus ojos de symphath.

«Lo siento», dijo Rehv modulando las palabras con los labios. «Lo siento».

En ese momento algo pasó: se le nubló la vista y empezó a tener extrañas visiones: Ehlena buscaba algo en una mochila que llevaba y… Por Dios, ¿Vishous también estaba allí?

Rehv entraba y salía del estado de conciencia, mientras que le hacían millones de cosas y le inyectaban cantidades de medicinas. Un poco después, volvió a oírse un zumbido agudo.

¿Dónde estaba Xhex?, se preguntó Rehv en medio de la inconsciencia. Probablemente se había ido a despejar la salida después de matar a la princesa. Ella siempre era así, siempre pensando en la estrategia de salida. Dios sabía que ésa era una práctica que había definido su vida.

Mientras pensaba en su jefa de seguridad, en su camarada y amiga… se enfadó al pensar que ella había roto la promesa que le había hecho, pero no se sorprendió. La pregunta era cómo había logrado llegar hasta la colonia sin los Moros. A menos que ellos también estuviera allí.

El zumbido se detuvo; Zsadist se sentó sobre los talones y negó con la cabeza.

A cámara lenta, Rehv bajó la vista hacia su cuerpo.

Ah, todavía estaba atado a las barras que se incrustaban en sus hombros y sus amigos no podían cortar las cadenas. Conociendo a su tío, los eslabones debían de estar hechos de un material más fuerte de lo que cualquier sierra pudiera atravesar.

—Dejadme… —susurró—. Marchaos, por favor. Marchaos…

El rostro de Ehlena volvió a aparecer frente al suyo y sus labios se movían con deliberación, como si estuviera tratando de explicarle algo…

Entonces, el hecho de tenerla tan cerca activó al macho enamorado que llevaba en la sangre y la profundidad de campo regresó parcialmente a su vista; y Rehv se sintió aliviado al ver que la cara de Ehlena comenzaba a adquirir los contornos y los colores… normales.

Rehv levantó una mano temblorosa, mientras se preguntaba si ella le permitiría tocarla.

Pero Ehlena hizo más que eso. Le agarró la palma de la mano con fuerza, se la llevó a los labios y se la besó. Todavía le estaba hablando y, aunque él no podía oír lo que ella estaba diciendo, trató de concentrarse. «Quédate conmigo». Eso era lo que parecía estar tratando de comunicarle. O tal vez eso era lo que él creía, a juzgar por la manera como le apretaba la mano.

Ehlena estiró el brazo y le retiró el pelo de la cara; Rehv tuvo la impresión de que le decía: «Respira hondo».

Rehv tomó aire para hacerla feliz y, cuando lo hizo, ella miró a alguien o algo que estaba detrás y asintió rápidamente con la cabeza como si estuviera dando una señal.

En ese momento, el dolor estalló en su hombro derecho y todo su cuerpo se retorció, mientras abría la boca para gritar.

Rehv no se oyó gritar. Y tampoco vio nada más, pues se desmayó debido a la intensa agonía.