66
A unos veinticinco kilómetros al sur de Caldwell, Lash dobló por un camino de tierra y apagó los faros del Mercedes. Mientras avanzaba lentamente por la desviación llena de baches, utilizó la luz de la luna para orientarse y atajó por un sembrado de maíz abandonado.
—Sacad las armas —dijo.
En el asiento del pasajero, el señor D sacó su calibre cuarenta y, en el asiento trasero, otros dos asesinos empuñaron las armas que les habían entregado antes de que Lash los sacara a todos de la ciudad.
Tras recorrer unos cien metros, Lash pisó los frenos y deslizó su mano enguantada por el volante forrado en cuero. Lo bueno de un imponente Mercedes negro como ése era que cuando te bajabas de él parecías todo un hombre de negocios y no un mafioso cualquiera. Además, podías llevar a tus escoltas en el asiento trasero.
—Vamos.
Con absoluta sincronización, los cuatro abrieron sus puertas y se bajaron. Frente a ellos, al otro lado de un terreno cubierto de nieve, había otro imponente Mercedes.
Un AMG marrón. Precioso.
Lash no fue el único que había decidido llevar armas y municiones a la reunión. Cuando todas las puertas del AMG se abrieron, se bajaron tres tipos con calibres cuarenta y uno que parecía estar desarmado.
Aunque los coches sugerían un encuentro social en el que reinaba el civismo, o al menos eso aparentaban, los hombres que viajaban en ellos representaban el lado violento del tráfico de drogas, que no tenía nada que ver con calculadoras, cuentas en el extranjero o lavado de dinero.
Lash se acercó al hombre que no tenía armas, con las dos manos a la vista y lejos de los bolsillos de su abrigo Joseph Abboud. A medida que se acercaba, trató de leer la mente del importador suramericano que, al menos según lo que había dicho el distribuidor al que habían torturado por trabajo y por diversión, era uno de los grandes proveedores de Rehvenge.
—¿Usted era el que quería reunirse conmigo? —dijo el tipo con un fuerte acento extranjero.
Lash se llevó la mano al bolsillo delantero del abrigo y sonrió.
—Usted no es Ricardo Benloise —dijo y miró hacia el Mercedes de los otros tipos—. Y no me gusta nada que usted y su jefe quieran engañarme. Dígale a ese hijo de puta que se baje del coche ahora mismo o voy a dar media vuelta… Lo cual significa que no podrán hacer negocios con el tipo que despejó la situación en Caldwell y que va a atender el mercado que solía manejar el Reverendo.
El tipo pareció momentáneamente desconcertado y luego miró a los tres sujetos que estaban detrás de él. Después de un momento, sus ojos se clavaron por fin en el Mercedes marrón y sacudió sutilmente la cabeza.
Hubo una pausa tras la cual se abrió la puerta del pasajero y se bajó un hombre mayor y más bajito. Iba impecablemente vestido, su abrigo negro moldeaba perfectamente sus hombros estrechos y los brillantes mocasines que llevaba en los pies dejaron un camino de huellas sobre la nieve.
El hombre se aproximó con absoluta tranquilidad, como si estuviera completamente seguro de que sus hombres podían manejar cualquier eventualidad.
—Usted entenderá mi precaución —dijo Benloise, con un acento que parecía entre francés y español de Latinoamérica—. Son tiempos peligrosos.
Lash sacó la mano del abrigo y dejó su arma donde estaba.
—No tiene de qué preocuparse.
—Parece muy seguro.
—En la medida en que yo soy el que estaba matando a la competencia, estoy totalmente seguro.
El hombre miró a Lash de arriba abajo, evaluándolo.
Con la convicción de que no había tiempo que perder, Lash lo planteó todo de una sola vez:
—Quiero mover el mismo volumen de mercancía que movía el Reverendo y quiero empezar ahora mismo. Tengo muchos hombres a mi disposición y el territorio es mío. Lo que necesito es un proveedor fiable y profesional, y ésa es la razón por la que quería reunirme con usted. El asunto es sencillo, en realidad. Yo voy a ocupar el puesto del Reverendo y, como usted era la persona con la que él trabajaba, quiero hacer negocios con usted.
El viejo sonrió.
—Las cosas nunca son sencillas. Pero, claro, usted es joven y algún día lo descubrirá por sus propios medios, si vive lo suficiente.
—Voy a vivir mucho tiempo. Créame.
—No creo en nadie, ni siquiera en mi familia. Y me temo que no sé de qué me está hablando. Soy un importador de arte colombiano y no tengo idea de cómo consiguió usted mi nombre o por qué me relaciona con algo de naturaleza ilegal. —El viejo hizo una ligera inclinación—. Le deseo buenas noches y le sugiero que encuentre propósitos más legítimos para poner en práctica los múltiples talentos que sin duda posee.
Lash frunció el ceño al ver que Benloise regresaba al AMG, mientras sus hombres se quedaban atrás.
¿Qué mierda significaba eso? A menos que estuviera a punto de desatarse una lluvia de plomo…
Mientras Lash sacaba su arma, se preparó para un tiroteo… pero nada. El hombre que había intentado hacerse pasar por Benloise, dio un paso adelante y le tendió la mano.
—Encantado de conocerlo.
Cuando Lash miró hacia abajo, vio que el tipo tenía algo en la palma de la mano. Una tarjeta.
Lash le estrechó la mano, cogió lo que el tipo le estaba dando y regresó a su propio Mercedes. Cuando se sentó detrás del volante, observó mientras el AMG se alejaba por el sendero, echando humo por el tubo de escape.
Luego bajó la vista hacia la tarjeta. Era un número de teléfono.
—¿Qué tienes ahí, hijo? —preguntó el señor D.
—Creo que ya hemos entrado en el negocio. —Lash sacó su móvil y marcó el número, luego arrancó el coche y comenzó a avanzar en dirección opuesta a la que había tomado Benloise.
Benloise fue el que contestó.
—Mucho más cómodo hablar sentado en un coche con calefacción, ¿no le parece?
Lash soltó una carcajada.
—Sí, así es.
—Esta es mi oferta. Una cuarta parte de la mercancía que le vendía mensualmente al Reverendo. Si es capaz de venderla en las calles sin meterse en problemas, consideraremos la posibilidad de aumentar la cantidad. ¿Estamos de acuerdo?
Era tan placentero tratar con profesionales, pensó Lash.
—Estamos.
Después de discutir detalles acerca del dinero y la entrega de la mercancía, colgaron.
—Estamos adentro —dijo Lash con satisfacción.
Mientras se oían todo tipo de celebraciones en el coche, Lash se permitió una sonrisa de oreja a oreja. La idea de establecer sus propios laboratorios estaba resultando más difícil de ejecutar de lo que esperaba, y aunque seguía trabajando en esa dirección, necesitaba un proveedor grande en el que pudiera confiar. Su relación con Benloise era la llave hacia eso. Con el dinero que ganaría, podría reclutar hombres, adquirir armas de última tecnología, comprar más propiedades, atacar a los hermanos. Tal como estaban las cosas ahora, sentía como si la Sociedad Restrictiva hubiese estado en neutro desde que tomó el mando, pero eso se había acabado, gracias al viejo del acento extranjero.
De camino a Caldwell, Lash dejó al señor D y a los otros asesinos en ese asqueroso rancho y luego siguió para su sofisticado apartamento. Mientras estacionaba en el garaje, se sintió entusiasmado por las posibilidades que le presentaba el futuro y eso lo hizo tomar conciencia de lo jodido que había estado. El dinero era importante. Significaba tener la libertad de hacer lo que querías, de comprar lo que necesitabas.
Era puro poder repartido en fajos perfectamente ordenados y sujeto con bandas de caucho.
Era lo que él necesitaba para ser quien era.
Al entrar por la cocina, se detuvo un momento a contemplar las mejoras que ya había logrado hacer. No más mesas ni estanterías vacías. Había una máquina para preparar espresso, los mejores electrodomésticos y platos y copas finas, nada de lo cual había sido comprado en Target. También había comida gourmet en la nevera, buenos vinos y licores finos en el bar.
Luego atravesó el comedor, que todavía estaba vacío, y subió las escaleras de dos en dos, mientras se aflojaba la ropa y su polla se iba endureciendo con cada paso que daba. Arriba, su princesa estaba esperándolo. Esperándolo y lista para él. Bañada y perfumada por dos de sus secuaces, lista para que la usara como la esclava sexual que era.
Joder, menos mal que los restrictores eran impotentes; de lo contrario, habría habido una racha de castraciones en la Sociedad.
Al llegar al primer rellano, se desabrochó la camisa y quedaron a la vista todos los arañazos que tenía en el pecho. Todos habían sido producidos por las uñas de su amante y Lash sonrió, listo para agregar unos cuantos más a la colección. Después de tenerla atada durante dos semanas, había comenzado a soltarle una mano y una pierna. Cuanto más pelearan, mejor.
Dios, era una hembra increíble…
Lash se quedó tieso cuando llegó al final de las escaleras, debido al olor que impregnaba el corredor. Ay… Dios, el olor dulzón era tan penetrante que parecía que hubiesen regado cientos de frascos de perfume.
Lash corrió hasta la puerta de la habitación. Si le había ocurrido algo a…
La carnicería era impresionante y había manchas de sangre negra por toda la alfombra nueva y el papel de colgadura: los dos asesinos que había dejado vigilando a su hembra estaban sentados en el suelo, al otro lado de la cama con dosel y cada uno tenía un cuchillo en la mano derecha. Los dos tenían múltiples heridas en el cuello, pues se habían apuñalado una y otra vez, hasta que perdieron tanta sangre que se quedaron sin fuerza.
Lash miró enseguida hacia la cama. Las sábanas de satén estaban arrugadas y las cuatro cadenas que el rey symphath le había dado para que la atara colgaban sueltas de las esquinas.
Lash dio media vuelta para mirar a sus hombres. Los restrictores sólo se morían cuando los apuñalabas en el pecho con algo de acero inoxidable, así que los dos habían quedado incapacitados, pero todavía estaban vivos.
—¿Qué diablos ha pasado?
Dos bocas empezaron a modular, pero él no pudo entender nada, pues los desgraciados no tenían aire en los pulmones, debido a que el aire se les escapaba por todos los agujeros que se habían hecho ellos mismos en el cuerpo.
Malditos débiles mentales…
Ay, demonios, no. Ay, no, ella no se atrevería.
Lash se acercó a las sábanas arrugadas y encontró el collar de su antiguo rottweiler. Se lo había puesto a la princesa en el cuello para indicar que era de su propiedad y se lo mantenía puesto incluso cuando se alimentaba de su vena mientras la follaba.
Pero ella lo había cortado por el frente en lugar de desabrochar la hebilla. Lo había dañado para siempre.
Lash arrojó el collar sobre la cama, se volvió a abrochar la camisa y se la metió en el pantalón. De la cómoda antigua que había comprado hacía tres días, sacó otra pistola y un cuchillo largo que sumó a la colección de armas que llevaba encima para su encuentro con Benloise.
Sólo había un lugar al que ella podía ir.
Y él iba a presentarse allí para traer de regreso a su maldita perra.
‡ ‡ ‡
Con George como guía, Wrath salió de su estudio a las diez en punto y bajó las escaleras con una seguridad que lo sorprendió. La cosa era que estaba comenzando a confiar en el perro y a anticiparse a las señales que George le transmitía a través del asa del arnés: cada vez que llegaban al pie de las escaleras, George se detenía y permitía que Wrath encontrara el primer escalón. Al llegar al final, el perro se detenía otra vez para que Wrath supiera que habían llegado al vestíbulo. Y luego venía la espera hasta que Wrath anunciaba qué dirección tomarían.
En realidad era… un sistema muy bueno.
Mientras George y él bajaban las escaleras, los hermanos se fueron reuniendo abajo, al tiempo que revisaban sus armas y charlaban. En el grupo estaban V, que estaba fumando su tabaco turco, Butch, que estaba rezando entre dientes unas cuantas avemarías, y Rhage, que estaba desenvolviendo un caramelo. Las dos hembras estaban con ellos y Wrath las reconoció por sus olores. La enfermera estaba nerviosa pero no histérica y Xhex estaba ansiosa por empezar la pelea.
Cuando Wrath llegó al suelo de mosaico, agarró el asa con fuerza y los músculos de su antebrazo se tensionaron. Joder, él y George se tenían que quedar. Y eso era una mierda.
Qué ironía, ¿no? Hacía sólo unos pocos días se había sentido muy mal por dejar a Tohr en casa como si fuese un perro. Vaya cambio de papeles. Ahora era Tohr el que se iba… y él quien se iba a quedar.
De repente, Tohr silbó con fuerza para callar a todo el mundo.
—V y Butch, vosotros iréis con Xhex y Z en el primer grupo. Rhage, Phury y yo iremos en el segundo grupo y os cubriremos a todos. Según el mensaje que acabo de recibir de Qhuinn, Blay, John y él ya han llegado al norte y están en posición, a unos tres kilómetros de la entrada a la colonia. Estamos listos…
—¿Y qué hay de mí? —preguntó Ehlena.
Tohr le respondió con amabilidad.
—Tú vas a esperar con los chicos en la Hummer…
—Claro que no. Vais a necesitar servicio médico…
—Y Vishous tiene entrenamiento como paramédico. Por eso precisamente va a entrar primero con los demás.
—Junto conmigo. Yo puedo encontrarlo, él se alimentó de…
Wrath estaba a punto de intervenir, cuando se oyó la voz de Bella por encima de la discusión.
—Dejadla entrar con los demás. —Al oír la voz de la hermana de Rehvenge se produjo un silencio inmediato—. Quiero que ella entre con los demás.
—Gracias —dijo Ehlena en voz baja, como si ya estuviera decidido.
—Tú eres su compañera —murmuró Bella—. ¿Verdad?
—Sí.
—La última vez que lo vi estaba pensando en ti. Era evidente lo que sentía por ti. —La voz de Bella se volvió más intensa—. Ella tiene que ir. Porque, si al final lo encontráis, él sólo vivirá por ella.
Wrath, que realmente nunca había estado muy convencido de que la enfermera formara parte del grupo de rescate, abrió la boca para descartar la idea… pero luego se acordó de esa ocasión, hacía uno o dos años, en que había recibido un disparo en el estómago y Beth había estado todo el tiempo a su lado. Había sobrevivido sólo gracias a ella. Su voz, sus caricias y el poder del vínculo que compartían habían sido las únicas cosas que lo habían hecho salir al otro lado.
Sólo Dios sabía qué le habrían estado haciendo los symphaths a Rehv allá en la colonia. Si todavía estaba respirando, era posible que estuviera en las últimas.
—Ella va —dijo Wrath—. Es posible que sea lo único que logre sacarlo de allí con vida.
Tohr carraspeó.
—No creo que…
—Es una orden.
Hubo un largo silencio de desaprobación, que sólo se rompió cuando Wrath levantó la mano derecha y enseñó el inmenso diamante negro que habían usado todos los reyes de la raza.
—Está bien. Correcto. —Tohr se aclaró la garganta—. Z, quiero que tú la protejas.
—Entendido.
—Por favor… —dijo Bella con voz ronca—. Traed a mi hermano a casa. Traedlo a donde pertenece.
Hubo un momento de silencio.
Luego Ehlena dijo:
—Así será. De un modo u otro.
No se necesitaba aclarar eso último. La hembra se refería a traerlo vivo o muerto y todo el mundo, incluida la hermana de Rehvenge, lo sabía.
Wrath dijo algunas palabras en Lengua Antigua, cosas que podía recordar haberle oído a su padre cuando hablaba con la Hermandad. Sin embargo, la voz de Wrath tenía un tono distinto. A su padre no le importaba quedarse en casa sentado en el trono.
Pero eso estaba acabando con Wrath.
Después de despedirse, los hermanos y las hembras salieron en medio de un estruendo de botas contra el suelo de mosaico.
La puerta del vestíbulo se cerró.
Beth le agarró la mano que tenía libre.
—¿Cómo estás?
A juzgar por la tensión de su voz, ella sabía exactamente cómo estaba, pero Wrath no se enfadó al oír la pregunta. Beth estaba preocupada por él. Y en esas situaciones lo único que se podía hacer la mayor parte de las veces era preguntar.
—He estado mejor. —Wrath la atrajo hacia su pecho y mientras Beth se recostaba contra su cuerpo, George le metió la cabeza debajo de la mano para que lo acariciara.
Pero incluso con ellos dos a su lado, Wrath estaba solo.
Mientras permanecía en ese vestíbulo cuya magnificencia y colorido ya no podía ver, Wrath pensó que había terminado precisamente en el lugar en que nunca había querido encontrarse. Salir a pelear a pesar de ser el rey no era algo que hubiese hecho motivado solamente por la inminencia de la guerra y el bien de la especie. También lo había hecho por él mismo. Quería ser más que un aristócrata que sólo lidiaba con papeles.
Evidentemente, sin embargo, el destino estaba empeñado en encajonarlo en un trono, de una manera u otra.
Wrath apretó la mano de Beth, pero luego la soltó y le dio la orden al perro de que avanzara hacia delante. Cuando George y él llegaron al final del vestíbulo, Wrath abrió las distintas puertas hasta que salió de la casa.
Con la cara hacia el jardín, se quedó en medio del viento frío, mientras que su pelo ondeaba con la brisa. Al tomar aire sintió el olor de la nieve, pero no sintió nada en las mejillas. Al parecer, la tormenta por ahora sólo era una promesa.
George se sentó mientras Wrath escudriñaba el cielo que ya no podía contemplar. Si iba a nevar, ¿ya estaba nublado? ¿O todavía se veían las estrellas? ¿En qué fase estaba la luna?
La nostalgia que se desató en su pecho lo hizo forzar sus ojos inservibles, en un intento por descubrir alguna forma o figura en el mundo. Solía funcionar… Le producía una jaqueca terrible, pero solía funcionar.
Ahora sólo consiguió que le doliera la cabeza.
Desde atrás, Beth dijo:
—¿Quieres que te traiga una chaqueta?
Wrath sonrió y miró por encima del hombro, mientras se la imaginaba de pie, en la puerta de la mansión, su silueta enmarcada por las luces del interior.
—¿Sabes? —dijo Wrath—. Por eso te quiero tanto.
—¿A qué te refieres? —dijo Beth con un tono conmovedoramente cálido.
—No me dices que tengo que entrar porque hace frío. Sólo quieres facilitarme la posibilidad de estar donde quiero estar. —Wrath dio media vuelta para quedar frente a ella—. Para serte sincero, todo el tiempo me pregunto por qué demonios todavía estás conmigo. A pesar de toda esta mierda… —Wrath hizo un gesto con el brazo hacia la fachada de la mansión—. Las constantes interrupciones de la Hermandad, la guerra, las obligaciones como soberano. El hecho de que haya sido tan imbécil de ocultarte cosas. —Wrath se tocó brevemente los lentes—. La ceguera… Te juro que vas camino de la santidad.
Cuando ella se acercó, la fragancia a rosas nocturnas se volvió más fuerte, incluso a pesar de la brisa.
—Eso no es así.
Beth le tocó las dos mejillas y, cuando él se inclinó para besarla, ella lo detuvo. Le agarró la cabeza, le levantó las gafas oscuras y le acarició las cejas con la mano que tenía libre.
—Estoy contigo porque, puedas ver o no, yo veo el futuro en tus ojos. —Los párpados de Wrath temblaron cuando ella le acarició suavemente el puente de la nariz—. El mío. El de la Hermandad. El de la raza… Tienes unos ojos tan hermosos… Y ahora me pareces incluso más valiente que antes. No necesitas pelear con tus manos para tener coraje. O para ser el rey que tu pueblo necesita. O para ser mi hellren. —Beth le puso la mano en el centro del pecho—. Tú vives y gobiernas desde aquí. Desde este corazón.
Wrath parpadeó.
Curioso, los sucesos transformadores de la vida no siempre ocurrían de acuerdo con una programación y a veces ocurrían de manera inesperada. Sí, claro, la transición te transformaba en un macho. Y cuando pasabas la ceremonia de apareamiento, te volvías parte de un todo, ya no eras sólo tú. Y la muerte y el nacimiento de otras personas a tu alrededor te hacían ver el mundo de manera diferente.
Pero de vez en cuando, como por arte de magia, alguien lograba llegar hasta el fondo de tu alma y cambiaba tu forma de verte a ti mismo. Si tenías suerte, era tu pareja… y la transformación te recordaba nuevamente que estabas con la persona correcta: porque lo que esa persona decía no te tocaba por venir de donde venía, sino por el contenido del mensaje.
Los golpes de Payne lo habían despertado.
George le había ayudado a recuperar su independencia.
Pero Beth le había entregado su corona.
Beth podía llegar hasta él siempre, fuera cual fuera su estado de ánimo. Aunque él no quisiera. ¿Cómo podía ser? La respuesta estaba en el corazón. Beth acababa de demostrárselo.
Él había hecho algunas cosas desde que era rey. Pero en el fondo de su alma, se sentía como un guerrero atrapado en un trabajo de escritorio. Y el resentimiento lo volvía irritable. Lo que realmente le gustaba era salir a pelear.
Pero si no podía ver. Tampoco podía salir.
De pronto, vio las cosas de otra manera. ¿Y si así era como tenía que ser? ¿Y si perder la vista fuera exactamente lo que necesitaba para ser… el verdadero rey de la raza?
¿Y no sólo un hijo cargando con las obligaciones del padre?
Si era cierto que la pérdida de la vista aguzaba otros sentidos, tal vez su corazón era el que marcaba la diferencia. Y si eso era cierto…
—El futuro —susurró Beth— está en tus ojos.
Wrath abrazó a su shellan y la apretó tanto que la absorbió totalmente dentro de su cuerpo. Mientras permanecían ahí, unidos contra el viento helado, la oscuridad que invadía su cuerpo fue penetrada por un rayo de luz.
El amor de Beth era la luz en medio de su ceguera. Tocarla era el cielo que no necesitaba ver para conocer. Y si ella tenía tanta fe en él, también era su valor y su propósito.
—Gracias por quedarte conmigo —le dijo él con voz ronca.
—No quisiera estar en ningún otro lugar. —Beth apoyó la cabeza contra el pecho de Wrath—. Tú eres mi hombre.