65
—Muy bien, así están las cosas, George. ¿Ves esos malditos escalones? Son unos desgraciados, unos absolutos desgraciados. Ya sé que hemos hecho esto un par de veces, pero tampoco vamos a presumir.
Cuando Wrath golpeó el primer escalón de la escalera de la mansión con su bota, visualizó toda la extensión de la amenazante escalera, con su alfombra roja, que llevaba del vestíbulo al segundo piso.
—La buena noticia es que tú puedes ver lo que estás haciendo. ¿La mala? Que si yo me caigo, lo más seguro es que te arrastre conmigo. Y eso no es lo que queremos.
Wrath acarició de manera distraída la cabeza del perro.
—¿Vamos?
Le dio a George la señal de avanzar y empezó a subir. George se mantuvo a su lado y Wrath pudo sentir a través del asa el movimiento de los hombros del perro a medida que ascendían. Al llegar arriba, George se detuvo.
—Al estudio —dijo Wrath.
Entonces siguieron caminado hasta el estudio. Cuando el perro volvió a detenerse, Wrath se orientó por el chisporroteo del fuego en la chimenea y fue capaz de caminar con el perro hasta el escritorio. Cuando se sentó en su nuevo sillón, George también se sentó a su lado.
—No puedo creer que vayas a hacer esto —dijo Vishous desde la puerta.
—No lo creas.
—Dime que quieres que te acompañemos.
Wrath acarició el costado de George. Dios, el pelaje del perro era increíblemente suave.
—No creo que haga falta. Si te necesito, te llamaré.
—¿Estás seguro? —Wrath dejó que sus cejas arqueadas hablaran por sí mismas—. Sí, bueno. Está bien. Pero estaré todo el tiempo en el pasillo, pegado a esa puerta.
Lo creía. Y tenía la seguridad de que V no iba a estar solo detrás de esa puerta. Cuando había sonado el teléfono móvil de Bella en plena cena todo el mundo se había sorprendido: todas las personas que podían llamarla estaban en el comedor. Luego contestó y, después de un largo silencio, Wrath oyó que alguien corría una silla hacia atrás y luego pasos que se le acercaban.
—Es para ti —había dicho Bella con voz temblorosa—. Es… Xhex.
Cinco minutos después, Wrath había accedido a ver a la segunda al mando de Rehvenge, y aunque no se había mencionado nada específico, no se necesitaba ser un genio para imaginarse por qué había llamado Xhex y lo que quería. Después de todo, Wrath no era sólo el rey sino el comandante en jefe de la Hermandad.
Todos los hermanos pensaban que Wrath estaba loco por acceder a verla, pero eso era lo mejor de ser el soberano de la raza: podías hacer lo que quisieras.
Abajo, en el primer piso, se abrió la puerta del vestíbulo y la voz de Fritz resonó contra las paredes mientras escoltaba a las dos invitadas que había llevado a la mansión. Pero el viejo mayordomo no estaba solo cuando entró con las hembras, pues él mismo había sido escoltado por Rhage y Butch cuando sacó el Mercedes para ir a recogerlas.
Se oyeron muchas voces y pisadas que subían las escaleras.
George pareció ponerse tenso y trató de levantarse, mientras su respiración cambiaba sutilmente de ritmo.
—Está bien, amigo —murmuró Wrath—. Todo está bien.
El perro se tranquilizó de inmediato, lo cual hizo que Wrath mirara hacia donde estaba el animal, aunque no podía ver nada. Había algo en esa confianza incondicional que resultaba… muy agradable.
Luego oyó que golpeaban en la puerta y volvió la cabeza.
—Adelante.
La primera percepción que tuvo de Xhex y Ehlena era que estaban completamente decididas a sacar adelante su propósito. La segunda fue que Ehlena, que estaba a la derecha, estaba particularmente nerviosa.
A juzgar por el ruido de ropas, Wrath se imaginó que las dos hembras debían de estar inclinándose ante él y las palabras «Su Alteza» que siguieron le confirmaron su intuición.
—Tomad asiento —dijo Wrath—. Y quiero que todos los demás salgan del estudio.
Ninguno de los hermanos se atrevió a refunfuñar, pues en esas situaciones se imponía el protocolo. Cuando estaban en presencia de desconocidos, debían tratarlo como a su rey soberano, lo cual implicaba que nadie podía protestar ni hacer ningún gesto de insubordinación.
Tal vez deberían recibir visitas con más frecuencia.
Cuando las puertas se cerraron, Wrath dijo:
—Decidme qué os trae por aquí.
En el momento de silencio que siguió, Wrath se imaginó que las hembras probablemente se estaban mirando la una a la otra con el fin de decidir quién hablaba primero.
—A ver si lo adivino —dijo Wrath—. Rehvenge está vivo y vosotras queréis sacarlo del agujero en que se encuentra.
‡ ‡ ‡
A Ehlena no le sorprendió el rey supiera por qué habían ido a verlo. Sentado detrás de un precioso escritorio antiguo, era exactamente igual a como lo recordaba de ese día en que casi la tira de un empujón en la clínica: cruel e inteligente al mismo tiempo, un líder en plenas capacidades físicas y mentales.
Era un macho que sabía cómo funcionaba el mundo real. Y que estaba acostumbrado a ejercer el tipo de fuerza que hay que ejercer para conseguir las cosas difíciles.
—Sí, milord —dijo Ehlena—. Eso es lo que queremos.
Las gafas oscuras de Wrath se dirigieron a ella.
—Así que tú eres la enfermera de la clínica de Havers. La que resultó ser pariente de Montrag.
—Así es.
—¿Te importa si te pregunto cómo estás metida en este lío?
—Es personal.
—Ah —dijo el rey y asintió—. Ya veo.
Ahora fue Xhex la que habló, con tono serio y respetuoso.
—Él hizo algo bueno por usted. Rehvenge hizo algo muy bueno por usted.
—No tienes que recordármelo. Por esa razón os he permitido entrar en mi casa.
Ehlena miró de reojo a Xhex, tratando de descubrir en la cara de la hembra a qué se estarían refiriendo. Pero, como era de esperarse, no logró saber nada.
—Tengo una pregunta —dijo Wrath—. ¿Cómo podemos ignorar ese correo electrónico? Él dijo que no era nada, pero evidentemente estaba mintiendo. Alguien que está al norte del estado amenazó con desenmascarar a vuestro amigo, y si él se escapa… apretarán el gatillo.
Xhex contestó:
—Yo me encargaré personalmente de garantizar que la persona que hizo esa amenaza nunca pueda volver a usar un ordenador después de que termine con ella.
—Bieeeeen.
Mientras sonreía y alargaba las vocales de la palabra, el rey se inclinó hacia un lado, parecía estar acariciando… Ehlena se sobresaltó al darse cuenta de que había un golden retriever sentado junto a él, cuya cabeza apenas se asomaba un centímetro por encima del escritorio. Caramba. Curiosa raza la que había elegido, en cierto sentido, pues el compañero del rey parecía todo lo amable y accesible que no parecía su dueño, y sin embargo, Wrath era cariñoso con el animal y su mano grande y ancha se deslizaba lentamente por la espalda del perro.
—¿Ése es el único agujero que hay que tapar en lo que se refiere a su identidad? —preguntó el rey—. Si se elimina esa fuente, ¿hay otras personas que puedan amenazar con exponerlo ante la sociedad?
—Montrag está muerto —murmuró Xhex—. Y no puedo pensar en nadie más que lo sepa. Desde luego, el rey symphath podría venir a buscarlo, pero usted puede impedirlo. Rehv también es súbdito suyo.
—Absolutamente cierto. —Wrath sonrió—. Además, el líder de los symphaths no se atrevería a interponerse en mi camino, porque si me hace enfadar podría quitarle su pequeño hogar feliz allá en el gélido norte. Él está sometido a mi autoridad, como solían decir en el Viejo Continente, lo cual significa que sólo gobierna porque yo se lo permito.
—Entonces, ¿vamos a hacerlo? —preguntó Xhex.
Hubo un largo silencio y, mientras esperaban la respuesta del rey, Ehlena echó un vistazo al hermoso salón de inspiración francesa para evitar cruzarse con los ojos de Wrath. No quería que él supiera lo nerviosa que estaba y tenía miedo de que su cara reflejara su debilidad: ella estaba totalmente fuera de su elemento allí, sentada frente al líder de la raza, presentando un plan que implicaba meterse en el corazón mismo de un lugar increíblemente peligroso. Pero Ehlena no se podía arriesgar a que el rey dudara de ella o la excluyera del plan, porque independientemente de lo nerviosa que estuviera, no se iba a echar atrás. Tener miedo no significaba que abandonabas tu objetivo. Demonios, si ella creyera en eso, su padre estaría internado en un institución en ese momento y ella podría haber terminado igual que su madre.
A veces hacer lo correcto era aterrador, pero el corazón la había llevado hasta allí y pensaba seguir adelante con sus planes… independientemente de lo que viniera después y lo que se necesitara para rescatar a Rehvenge.
Ehlena… ¿estás ahí?, se preguntó a sí misma.
Sí, por supuesto que estaba ahí.
—Un par de cosas —dijo Wrath, al tiempo que se movía en la silla y hacía una mueca de dolor, como si tuviera una herida de guerra—. Al rey no le va a gustar que nos colemos en su territorio y salgamos con uno de los suyos.
—Con el debido respeto —interrumpió Xhex—, el tío de Rehv puede irse a comer mierda.
Ehlena levantó las cejas. ¿Rehvenge era el sobrino del rey?
Wrath se encogió de hombros.
—Da la casualidad de que estoy de acuerdo, pero creo que si hacemos lo que estáis pensando se desatará un conflicto. Un conflicto armado.
—Soy buena para eso —dijo Xhex con voz impasible, como si estuvieran hablando sobre la película que pensaban ir a ver—. Muy buena.
Ehlena sintió la necesidad de intervenir en la conversación.
—Yo también. —Al ver que los hombros del rey se ponían tensos, trató de ser más diplomática, porque lo último que necesitaban era que las echaran de allí por faltarle al respeto al soberano—. Me refiero a que no podría esperarse otra cosa y estoy preparada para eso.
—¿Estás preparada para eso? Sin ánimo de ofenderte, si va a haber pelea, la presencia de un civil no es una cosa buena.
—Con el debido respeto —dijo Ehlena repitiendo la fórmula de Xhex—, yo voy a ir por él.
—¿Aunque eso signifique que yo decida no mandar a mis hombres?
—Sí. —El rey tomó aire lentamente, como si estuviera buscando una manera de apartarla con cortesía—. Usted no lo entiende, milord. Él es mi…
—Tu ¿qué?
Siguiendo un impulso y con el fin de darle peso a su posición, Ehlena dijo:
—Rehv es mi hellren. —Con el rabillo del ojo, Ehlena alcanzó a ver que Xhex se volvía a mirarla enseguida, pero ya se había lanzando al agua y la suerte estaba echada—. Él es mi compañero y… se alimentó de mi vena hace un mes. De modo que si lo tienen escondido, yo podré encontrarlo. Por otra parte, si le han hecho… lo que probablemente le han hecho, necesitará atención médica y yo puedo brindársela.
El rey siguió acariciando al perro, jugando con su oreja, deslizando el pulgar por el sedoso pelo de la cabeza del animal. Era evidente que al animal le gustaba porque se recostó contra la pierna de su amo con un suspiro.
—Nosotros tenemos un enfermero —dijo Wrath— y un médico.
—Pero no tienen a la shellan de Rehvenge, ¿o sí?
—Hermanos —gritó Wrath de forma inesperada—. Venid aquí.
Cuando las puertas del estudio se abrieron de par en par, Ehlena miró por encima del hombro mientras se preguntaba si se le habría ido la mano con la insistencia y estaría a punto de ser «escoltada» fuera de la mansión. Estaba completamente segura de que cualquiera de los diez machos tremendos que estaban entrando por la puerta podría realizar esa tarea. Los había visto a todos antes en la clínica, excepto al del pelo rubio y negro, y no le sorprendió ver que todos estaban armados hasta los dientes.
Cuando vio que ninguno de ellos tenía la intención de sacarla de allí, respiró con alivio. Por el contrario, todos se instalaron en el delicado salón de paredes azul pálido, llenando el espacio hasta las vigas. Parecía un poco extraño que Xhex no se hubiese vuelto a mirar a ninguno, pues mantuvo la vista fija en Wrath, aunque tal vez eso tenía mucho sentido. A pesar de lo fuertes que fueran los hermanos, el rey era el único cuya opinión realmente importaba.
Wrath miró a sus guerreros, aunque, con esas gafas oscuras, no había manera de saber en qué estaba pensando.
El silencio estaba cargado de tensión y Ehlena comenzó a oír las palpitaciones de su propio corazón.
Al fin el rey habló.
—Caballeros, estas encantadoras damas quieren hacer una visita al norte. Estoy dispuesto a dejarlas ir allí para traer a Rehv de vuelta a casa, con nosotros, pero no van a ir solas.
La respuesta de los hermanos fue inmediata.
—Contad conmigo.
—Yo también me apunto.
—¿Cuándo nos vamos?
—Ya era hora.
—Ay, joder, mañana por la noche hay una maratón de Beaches, con Betty Midler y Barbara Hershey. ¿Podemos ir después de las diez para poder verla una vez completa?
Todos los presentes se volvieron hacia el tipo del pelo rubio y negro, que estaba recostado en el rincón, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Qué? —dijo el tipo—. No es Mary Tyler Moore, ¿vale? Así que ya podéis dejar de mirarme así.
Vishous, el que tenía un guante negro en una mano, fulminó al tipo con la mirada desde el otro lado del salón.
—Es peor que Mary Tyler Moore. Y decir que eres un idiota sería insultar a todos los débiles mentales del mundo.
—¿Bromeas? Betty Midler es genial. Y me encanta el mar. Demándame, si quieres.
Vishous miró al rey.
—Tú me dijiste que podía darle una paliza. Lo prometiste.
—Cuando volváis a casa —dijo Wrath, al tiempo que se ponía en pie— lo colgaremos de las axilas en el gimnasio y podréis usarlo como saco de boxeo.
—Gracias, Dios mío.
El del pelo rubio y negro sacudió la cabeza.
—Juro que uno de estos días me voy a marchar.
Como si fueran uno, todos los hermanos señalaron la puerta abierta y dejaron que el silencio hablara por sí mismo.
—Sois de lo peor…
—Bueno, ya es suficiente. —Wrath salió de detrás del escritorio y…
Ehlena se enderezó con sorpresa. La mano del rey estaba agarrada del asa de un arnés que rodeaba el pecho del perro y su cara miraba hacia delante, con la barbilla en alto, de manera que no podría estar mirando al suelo.
Estaba ciego. Y no en el sentido de que no pudiera ver con claridad. Considerando su forma de moverse, no debía de ver absolutamente nada. ¿Cuándo habría ocurrido esto?, se preguntó Ehlena. La última vez que lo había visto todavía podía ver…
Una sensación de respeto inundó el pecho de Ehlena y ella y todos los demás levantaron la vista hacia él.
—Esto va a ser difícil —dijo Wrath—. Necesitamos enviar suficientes guerreros para que unos cubran a los que van a hacer la búsqueda y el rescate, pero no queremos crear más jaleo del que sea absolutamente imprescindible. Quiero que forméis dos equipos y el segundo estará en la retaguardia. También vamos a necesitar un coche, por si Rehvenge no puede moverse y nos vemos obligados a traerlo de vuelta…
—¿De qué estáis hablando? —se oyó decir a una hembra desde la puerta.
Ehlena miró por encima del hombro y reconoció de quién se trataba: Bella, la compañera del hermano Zsadist, que solía ayudar con los pacientes de Safe Place. La hembra estaba de pie en el umbral, con su bebé en los brazos, la cara pálida y la mirada perdida.
—¿Qué sucede con Rehvenge? —preguntó, al tiempo que alzaba la voz—. ¿Qué sucede con mi hermano?
Mientras Ehlena ataba cabos, Zsadist se acercó a su shellan.
—Creo que tenéis que hablar —dijo Wrath con suavidad—. En privado.
Z asintió y escoltó a su pareja y a su hija fuera del salón. Cuando la pareja salió al corredor, la voz de Bella todavía se alcanzaba a oír y sus preguntas parecían cada vez más llenas de pánico.
Y luego se oyó un ¿Qué?, que parecía indicar que le acababan de lanzar una bomba.
Ehlena clavó la vista en la preciosa alfombra azul. Dios… ella sabía exactamente por lo que Bella estaba pasando en ese momento. Las oleadas del impacto, el replanteamiento de todo lo que sabía, la sensación de haber sido traicionada.
Eso era muy duro. Y también muy difícil de superar.
Después de que se cerrara una puerta y las voces se oyeran más amortiguadas, Wrath miró a su alrededor como dándole a todo el mundo la oportunidad de reconsiderar su decisión.
—Lo haremos mañana por la noche, porque hoy ya no hay suficiente luz para llegar con un coche hasta allí. —El rey les hizo un gesto con la cabeza a Xhex y a Ehlena—. Vosotras dos os quedaréis aquí hasta entonces.
Entonces ¿eso significaba que sí iba a ir? Gracias, Virgen Escribana. En cuanto a la idea de quedarse en la mansión de la Hermandad durante el día, tendría que llamar a su padre, pero como Lusie estaba en la casa, no le preocupaba dejarle solo.
—Yo no tengo problema…
—Yo me tengo que ir —dijo Xhex con voz seca—. Pero regresaré a las…
—No es una invitación de cortesía. Os quedaréis aquí para que yo sepa dónde estáis y qué estáis haciendo. Y si estás preocupada por las armas, debes saber que de eso nos sobra. Joder, el mes pasado les quitamos a los restrictores una gran cantidad de cajas llenas de armas. ¿Quieres hacer esto? Entonces te quedas aquí con nosotros hasta el anochecer.
Era absolutamente obvio que el rey no confiaba en Xhex, a juzgar por la orden que acababa de dar y por la ferocidad con que le sonreía.
—Entonces, ¿qué decides, devoradora de pecados? —dijo Wrath con tono amable—. ¿Lo hacemos a mi modo o te vas por donde has venido?
—Está bien —replicó Xhex—. Como usted quiera.
—Siempre —murmuró Wrath—. Siempre.
‡ ‡ ‡
Una hora después, Xhex estaba con los brazos extendidos frente a ella y las botas bien plantadas en el suelo, a unos cuarenta y cinco centímetros de distancia. En sus manos tenía una SIG Sauer que apestaba a talco de bebé y le estaba disparando a un objetivo con forma de hombre situado a unos veinte metros de distancia, en el campo de tiro de la Hermandad. A pesar del olor a dulce, el arma era óptima, con un gatillo suave y excelente precisión.
Mientras ponía el arma a prueba, podía sentir a los machos que estaban detrás de ella, mirándola fijamente. En su defensa, hay que decir que no le estaban mirando el trasero.
No, los hermanos no estaban interesados en su culo. Ninguno de ellos la encontraba particularmente atractiva, aunque, a juzgar por sus expresiones de reticente respeto mientras Xhex volvía a cargar el arma, estaban empezando a considerar su puntería como una ventaja.
En la cabina de al lado, Ehlena estaba probando que no había mentido cuando había dicho que tenía habilidad con las armas. Había elegido un arma automática con un poco menos de potencia, lo cual tenía sentido teniendo en cuenta que ella no era tan fuerte como Xhex. Su puntería era impresionante para ser una aficionada y, todavía mejor, manejaba el arma con esa seguridad ecuánime que sugería que no le dispararía a nadie en las rodillas por error.
Xhex se quitó el protector de oídos y se volvió hacia la Hermandad, mientras bajaba el arma contra el muslo.
—Quiero probar la otra, pero estas dos me vendrán muy bien. Y quiero que me devolváis mi cuchillo.
Se lo habían confiscado cuando fueron a buscarlas para llevarlas a la mansión en ese Mercedes negro.
—Lo tendrás —dijo alguien—, cuando lo necesites.
Contra su voluntad, sus ojos hicieron una rápida inspección de los curiosos. Los mismos de antes. Lo que significaba que John Matthew no había aparecido por allí.
Teniendo en cuenta lo grande que parecía ser el complejo de la Hermandad, se imaginó que podía estar en cualquier parte, como, por ejemplo, en otro pueblo. Cuando se terminó la reunión con el rey, había salido del estudio y Xhex no lo había vuelto a ver.
Lo cual era bueno. Por ahora necesitaba concentrarse en lo que iba a suceder al día siguiente por la noche y olvidarse de su desastrosa vida amorosa. Por fortuna, todo parecía estar saliendo bien. Había llamado a iAm y a Trez y les había dejado mensajes de voz en los que decía que se iba a tomar el día libre y ellos habían contestado diciendo que no había problema. Sin duda la buscarían más tarde, pero, si todo salía bien, con el respaldo de los hermanos ella podría entrar y salir de la colonia antes de que se dispararan los impulsos protectores de sus amigos.
Veinte minutos después, terminó de probar la otra SIG y no se sorprendió al ver que le confiscaban las dos pistolas. El viaje de regreso a la mansión fue largo y tenso y Xhex miró de reojo a Ehlena para ver cómo estaba. Era difícil no aprobar la fuerza y la decisión que se reflejaba en el rostro de la enfermera: la compañera de Rehv iba a ir a buscar a su macho y nada se podría interponer en su camino.
Lo cual era genial… pero tanta determinación también ponía nerviosa a Xhex. Estaba segura de que en los ojos de Murhder había habido esa misma clase de resolución cuando había ido a la colonia a buscarla.
Y mira lo mal que habían salido las cosas.
Pero, claro, fiel a su personalidad, él había ido solo, sin refuerzos. Al menos ella y Ehlena habían tenido la prudencia de buscarse una buena ayuda y lo único que se podía esperar era que eso marcara una diferencia.
De regreso en la mansión, Xhex comió algo en la cocina y luego la llevaron a una de las habitaciones de huéspedes del segundo piso, ubicada sobre un corredor lleno de estatuas.
Comer. Beber algo. Ducharse.
Dejó encendida la luz del baño por precaución, dado que no conocía la habitación; se metió en la cama desnuda y cerró los ojos.
Cuando la puerta se abrió, cerca de media hora después, se sobresaltó un poco, pero no le sorprendió ver la sombra enorme que se recortaba contra la luz del pasillo en el umbral.
—Estás borracho —dijo.
John Matthew entró sin ser invitado y cerró la puerta con llave sin pedir permiso. Estaba borracho, en efecto, pero eso no era ninguna novedad.
El hecho de que estuviera sexualmente excitado tampoco era noticia de primera página.
Cuando dejó la botella que llevaba en la mano sobre la cómoda, Xhex sabía que se estaba llevando las manos a la bragueta de los vaqueros y pensó que había más o menos cien mil razones por las cuales debería decirle que se estuviera quieto y que se largara de su habitación.
Pero, en lugar de eso, Xhex se quitó el edredón de encima y puso las manos detrás de la cabeza, mientras que sus senos se estremecían por el golpe de frío y también por otras razones.
A pesar de todas las justificaciones para no hacer lo que iban a hacer, había una realidad que lo superaba todo y desmoronaba los cimientos del impulso de tomar una decisión razonable: había una buena posibilidad de que, al final de la noche siguiente, uno de ellos, o los dos, no regresaran a casa.
Aun con el apoyo de la Hermandad, ir a la colonia era una misión suicida, y Xhex estaba segura de que, en ese momento, debía de haber mucha gente haciendo el amor en la mansión. A veces tienes que darle un buen mordisco a la vida antes de llamar a las puertas de la muerte.
John se quitó los vaqueros y la camisa. Cuando se le acercó, su cuerpo estaba magnífico bajo el resplandor de la luz: tenía la polla dura y lista y su cuerpo musculoso era todo lo que una hembra podía desear en su cama.
Pero Xhex no estaba pensando en eso cuando él se subió al colchón y se montó sobre ella. Quería verle los ojos.
Sin embargo, no tuvo suerte. La cara de John quedó envuelta en sombras, en la medida en que la luz del baño le caía por detrás. Por un momento se sintió tentada a encender la lámpara que había en la mesilla, junto a ellos, pero luego se dio cuenta de que en realidad no quería ver toda esa insensible frialdad que, sin duda, debía de reflejar su mirada.
Entonces Xhex se dio cuenta de que con lo que estaba a punto de suceder no iba a obtener lo que estaba buscando. Esto no tenía nada que ver con el hecho de sentirse vivo.
Y tuvo razón.
No hubo ningún preludio. Nada de caricias ni de seducción. Ella abrió las piernas y él la penetró y luego Xhex se relajó y lo aceptó por razones biológicas. Mientras la follaba, John mantuvo la cabeza sobre la almohada, junto a la de Xhex, pero estaba mirando hacia el otro lado.
Ella no alcanzó el orgasmo. Él sí. Eyaculó cuatro veces.
Cuando se bajó de encima de ella y se acostó de espaldas, con la respiración entrecortada, Xhex sintió que tenía roto el corazón. Aquel día en su apartamento, cuando lo había abandonado sin decir nada, ya había sentido que el corazón se le partía en dos, pero hoy, con cada arremetida de John, Xhex había sentido que su corazón se iba astillando hasta quedar completamente destrozado.
Unos minutos después, John se levantó, se vistió, agarró su botella y se marchó.
Cuando la puerta se cerró, Xhex se tapó con el edredón.
No trató de controlar el temblor que asaltó su cuerpo y tampoco trató de contener el llanto. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, escurriéndose por sus sienes. Algunas aterrizaban en las orejas. Otras se deslizaban por el cuello y eran absorbidas por la almohada. Otras le nublaban la vista, como si no quisieran salir de sus ojos.
Xhex se sintió ridícula y se llevó las manos a la cara para tratar de contenerlas y quitársela con el edredón.
Y lloró así durante horas.
Sola.