62
Un mes después…
Ehlena se despertó con el tintineo que producía la taza de té sobre el plato de porcelana y el aroma del Earl Grey. Cuando abrió los ojos, vio a una doggen uniformada, que se tambaleaba bajo el peso de una inmensa bandeja de plata. Sobre la bandeja había una rosquilla recién horneada cubierta con una tapa de cristal, un frasco de mermelada de fresa, una cucharada de queso fresco en un pequeño recipiente de porcelana y, su parte favorita, un florero.
Cada noche era una flor distinta. Esta vez era una ramita de acebo.
—Ay, Sashla, de verdad no tienes que hacer esto. —Ehlena se sentó en la cama y retiró las sábanas, que eran tan finas y perfectas que parecían más suaves que la brisa del verano sobre su piel—. Eres muy amable, pero, en serio…
La criada hizo una reverencia y sonrió con timidez.
—Señora, el desayuno es la comida más importante.
Ehlena levantó los brazos mientras le ponían sobre las piernas una base firme para apoyar la bandeja. Al mirar la plata reluciente y la comida tan exquisitamente preparada, lo primero que pensó fue que a su padre le habían llevado una bandeja igual, servida por un mayordomo que se llamaba Eran.
—Sois todos muy amables con nosotros. Todos. Nos habéis dado una bienvenida maravillosa en esta casa tan espléndida y os estamos muy agradecidos —dijo, mientras acariciaba el fino diseño del mango del cuchillo.
Cuando levantó la vista, vio que la doggen tenía los ojos aguados, pero la criada se apresuró a secárselos con un pañuelo.
—Señora… usted y su padre han transformado esta casa. Nos alegra mucho que sean ustedes nuestros amos. Ahora que están aquí… todo es diferente.
La criada no iba a decir nada más, pero a juzgar por la forma de comportarse del personal durante las dos primeras semanas, aterrorizados y temerosos, Ehlena se podía imaginar que Montrag no había sido el patrón más fácil.
Ehlena estiró la mano y le dio un apretón a la criada.
—Me alegra que todo haya salido bien para todos nosotros.
Cuando la criada dio media vuelta para seguir con sus deberes, parecía alterada, pero feliz. Al llegar a la puerta se detuvo.
—Ah, y las cosas de madam Lusie ya han llegado. La hemos instalado en la habitación de huéspedes que está al lado de la de su padre. Y el cerrajero llegará dentro de media hora, tal como usted ordenó.
—Perfecto, gracias.
Mientras la puerta se cerraba sin hacer ruido y la doggen se marchaba canturreando una tonada del Viejo Continente, Ehlena retiró la cubierta del bollito y le untó un poco de queso. Lusie había aceptado mudarse con ellos y ser enfermera y asistente personal del padre de Ehlena, lo cual era fantástico. En general, su padre se había acomodado con facilidad a esa nueva situación y su actitud y estabilidad mental parecían mejores que las de los últimos dos años, pero la supervisión permanente le daba mucha más tranquilidad a Ehlena.
Cuidarlo seguía siendo una prioridad.
En la mansión, por ejemplo, su padre no necesitaba tapar las ventanas con láminas de aluminio. En lugar de eso prefería contemplar los jardines, preciosos y exuberantes incluso después del descanso del invierno. Ehlena se preguntó si parte de ese deseo de aislarse del mundo no se debería a que a su padre no le gustaba ver el sitio donde estaban viviendo. También parecía mucho más relajado y tranquilo, mientras trabajaba regularmente en la habitación de huéspedes que estaba del otro lado. Todavía oía voces; aún prefería el orden al desorden y seguía necesitando tomarse las medicinas, pero eso era el cielo comparado con lo que habían sido los últimos dos años.
Mientras comía, Ehlena observó la habitación que había elegido y recordó la antigua mansión de sus padres. Las cortinas eran parecidas a las de la casa familiar, inmensas fajas de tela color melocotón y crema, que caían desde dinteles revestidos con encajes fruncidos y flecos. De la misma manera, las paredes estaban cubiertas por un lujoso papel de seda que tenía un diseño de rosas y combinaba perfectamente con las cortinas y con la alfombra.
Pero aunque se sentía como en casa en ese entorno, también se sentía profundamente desconcertada, y no sólo porque su vida parecía un bote encallado en aguas heladas y que de repente aparece navegando libre en los trópicos.
Rehvenge estaba siempre con ella. Constantemente.
Su último pensamiento antes de dormir y el primero al despertarse era que él estaba vivo. Y también soñaba con él y lo veía con los brazos extendidos a los lados y la cabeza colgando, mientras su silueta se recortaba contra un oscilante fondo negro. Era una absoluta contradicción, en cierta forma, pues la creencia de que estaba vivo contrastaba radicalmente con esa imagen de él, que parecía sugerir que estaba muerto.
Era como ser perseguida por un fantasma.
O, mejor, torturada por un fantasma.
Con una sensación de frustración, dejó a un lado la bandeja, se levantó y se bañó. La ropa que se puso no era nada elegante, era la misma que había comprado en el Target y en las rebajas de Macy’s por Internet antes de que todo cambiara. Los zapatos… eran las zapatillas baratas que Rehv había sostenido en sus manos.
Pero Ehlena se negaba a dedicarle energía a eso.
En realidad, no le parecía correcto salir corriendo a gastar un montón de dinero. No sentía que le perteneciera nada de lo que la rodeaba, ni la casa ni el personal de servicio, ni los coches ni todos los ceros de su cuenta bancaria. Todavía estaba convencida de que Saxton iba a aparecer cualquier noche con cara de ay-lo-siento-mucho-me-equivoqué-y-todo-esto-le-pertenece-a-otro.
Eso sí que sería una sorpresa desagradable.
Ehlena recogió la bandeja de plata y se dirigió a ver a su padre. Cuando llegó frente a su puerta, golpeó con la punta del zapato.
—¿Padre?
—Entra, por favor, hija mía.
Dejó la bandeja sobre una mesa de caoba y abrió las puertas de la habitación que su padre usaba como estudio. Usaba su antiguo escritorio, que habían llevado desde la casa de alquiler. El anciano estaba sentado trabajando, como siempre, rodeado de papeles por todas partes.
—¿Cómo te encuentras hoy? —preguntó Ehlena, mientras se le acercaba para darle un beso en la mejilla.
—Estoy bien, muy bien. El doggen acaba de traerme mi zumo y el desayuno. —La mano elegante y huesuda de su padre señaló una bandeja de plata igual a la que ella había recibido—. Me encanta el nuevo doggen, ¿no piensas lo mismo?
—Sí, Padre, yo…
—Ah, Lusie, querida.
Al ver que su padre se ponía en pie y se alisaba la bata de terciopelo, Ehlena miró por encima del hombro. Lusie entró; llevaba un vestido largo color gris y un jersey de nudos tejido a mano. En los pies llevaba un par de zuecos y calcetines gruesos que también parecían tejidos en casa. Su cabello largo y ondulado estaba recogido con una discreta pinza a la altura de la nuca.
A diferencia de todo lo que había cambiado a su alrededor, Lusie seguía siendo la misma. Adorable y… acogedora.
—Traigo el crucigrama —dijo Lusie y levantó un New York Times que estaba doblado en cuatro partes y un lápiz—. Necesito ayuda.
—Y yo estoy a tu disposición, como siempre. —El padre de Ehlena se acercó y le acercó cortésmente un asiento a Lusie—. Siéntate aquí y veamos cuántas casillas podemos rellenar.
Lusie le sonrió a Ehlena al tiempo que se sentaba.
—No puedo hacerlos si él no me ayuda.
Ehlena entrecerró los ojos al notar el ligero rubor que cubrió el rostro de Lusie y luego se volvió a mirar a su padre, el cual también parecía radiante.
—Os dejaré para que os concentréis en el crucigrama —dijo Ehlena con una sonrisa.
Cuando salió, los dos se despidieron al unísono y Ehlena no pudo evitar pensar en que ese coro le sonaba muy bien.
Abajo, en el vestíbulo, tomó a mano izquierda en dirección al comedor formal y se detuvo a admirar todo el cristal y las vajillas que estaban exhibidas allí, así como los relucientes candelabros.
Sin embargo, no había velas en esos elegantes brazos de plata.
No había velas en la casa. Tampoco cerillas ni mecheros. Y antes de mudarse, Ehlena hizo que los doggen reemplazaran la cocina de gas por una eléctrica. De la misma forma, los dos televisores que estaban en la parte de la casa que ocupaba la familia fueron trasladadas a la zona del servicio y los monitores de seguridad fueron trasladados de un escritorio abierto en el despacho del mayordomo a un cuarto cerrado con llave.
No había razón para tentar al destino. Especialmente, teniendo en cuenta que cualquier clase de pantalla electrónica, entre otras las de los teléfonos móviles y las calculadoras, todavía ponía nervioso a su padre.
La noche que se mudaron a la mansión estuvo recorriendo la casa con su padre, mostrándole las cámaras de seguridad, los sensores y los rayos láser que había no sólo en la casa sino también en el jardín. Como no estaba segura de cómo iba a tomarse su padre el cambio de domicilio con todas esas medidas de seguridad, habían hecho el recorrido después de que él se tomara sus medicinas. Por fortuna, para su padre, el hecho de vivir en mejores condiciones representaba un regreso a la normalidad y le encantó la idea de tener un buen sistema de seguridad para tener vigilada toda la propiedad.
Ehlena pensaba que por eso no sentía la necesidad de tener las ventanas cubiertas. Sentía como si ahora lo estuvieran vigilando, pero para protegerlo.
Después de empujar la puerta giratoria, atravesó la despensa y se dirigió a la cocina. Luego se quedó charlando con el mayordomo, que acababa de comenzar a preparar la cena y felicitó a una de las criadas por el esmero con que había abrillantado la barandilla de la escalera. A continuación se dirigió al estudio que estaba al otro lado de la casa.
El viaje era largo, a través de muchas habitaciones hermosas, y mientras caminaba Ehlena acariciaba con delicadeza las antigüedades, los marcos tallados a mano y los muebles forrados de seda. Esa hermosa casa iba a hacer que la vida de su padre fuera mucho más fácil y, como resultado, ella iba a tener más tiempo y energía mental para concentrarse en sus cosas.
Pero eso no era lo que quería. Lo último que necesitaba era tener un montón de tiempo libre para pensar en todas las cucarachas que tenía en la cabeza. Y aunque quisiera ganar el concurso de la más adaptada a la nueva situación, quería ser productiva. Aunque no necesitara el dinero para conseguir un techo donde resguardar a lo que quedaba de su familia, ella siempre había trabajado y le gustaba mucho su trabajo en la clínica.
Sólo que ella había acabado con esa posibilidad.
Como las otras treinta habitaciones de la mansión, el estudio estaba decorado a la manera de los castillos europeos, con sutiles diseños de damasco en las paredes y sofás, abundantes borlas en las cortinas y cantidades de maravillosas pinturas que parecían ventanas que se abrían a otros mundos más perfectos. Había una sola cosa curiosa. El suelo carecía de alfombra y los sillones, el escritorio antiguo y todas las mesas y sillas reposaban directamente sobre el suelo de madera, cuya parte central parecía ligeramente más oscura que la periferia, como si antes hubiera habido allí una alfombra.
Cuando les preguntó a los doggen, le explicaron que la alfombra se había manchado, por lo que habían encargado una nueva al proveedor de antigüedades de la casa, con sede en Manhattan. No le dieron más detalles sobre lo que había ocurrido, pero teniendo en cuenta lo preocupados que todos vivían por hacer bien su trabajo, Ehlena no se podía imaginar lo que Montrag habría hecho si hubiesen cometido algún tipo de error, aunque fuera un error razonable. ¿Un té derramado sobre la alfombra? Sin duda los doggen habrían tenido un terrible problema.
Ehlena se sentó detrás del escritorio. Sobre la tapa de cuero reposaba el Caldwell Courier Journal del día, un teléfono y una hermosa lámpara francesa, al igual que una adorable estatuilla de cristal que representaba un pájaro en pleno vuelo. Su viejo ordenador, que ella había tratado de devolver a la clínica antes de mudarse a esa casa, cabía perfectamente en el cajón del centro y siempre lo mantenía allí, por si su padre entraba en el estudio.
Se suponía que podía darse el lujo de comprarse un nuevo portátil, pero, nuevamente, no quería comprarse otro. Al igual que le sucedía con la ropa, el que tenía antes funcionaba perfectamente bien y ella estaba acostumbrada a ése.
Además, tal vez se sentía más segura con las cosas que conocía. Y, joder, a veces sí que necesitaba esa seguridad.
Ehlena apoyó los codos sobre el escritorio y miró hacia el otro extremo del salón, hacia el sitio donde debería reposar un espectacular paisaje marino. Sin embargo, en lugar de estar colgado de la pared, este cuadro tenía unas bisagras que permitían abrirlo como si fuera una puerta y debajo había una caja fuerte que parecía una mujer que se hubiese estado escondiendo detrás de una glamorosa máscara de carnaval.
—Señora, el cerrajero ya está aquí.
—Por favor hazlo pasar.
Ehlena se puso en pie y se dirigió a la caja de seguridad para acariciar su suave panel frontal y el botón negro y plateado que servía para abrirla. La había descubierto sólo porque se había sentido tan atraída hacia la representación de ese sol que se ocultaba detrás del océano que había tocado el marco por casualidad. Cuando la pintura se proyectó hacia fuera, temió haber dañado el marco, pero luego miró detrás… y bueno, hizo un sorprendente descubrimiento.
—¿Señora? Éste es Roff, hijo de Rossf.
Ehlena sonrió y se acercó al hombre, que estaba vestido con un mono negro y llevaba una caja de herramientas, también negra. Cuando ella le tendió la mano, el macho se quitó la gorra y le hizo una venia, como si ella fuera algo muy especial. Lo cual era demasiado extraño. Después de años de ser una persona común y corriente, tanta formalidad la hacía sentirse incómoda, pero estaba aprendiendo que tenía que dejar que los doggen y los trabajadores siguieran las leyes de la etiqueta social. Pedirles que no lo hicieran sólo hacía que se sintieran incómodos.
—Gracias por venir —dijo Ehlena.
—Es un placer poder ayudarla. —El macho miró la caja—. ¿Es ésta?
—Sí, no tengo la combinación para abrirla —dijo Ehlena, mientras los dos caminaban hacia la caja—. Tenía la esperanza de que hubiese alguna manera de hacerlo.
El macho trató de ocultar una mueca que no auguraba nada bueno.
—Bueno, señora, conozco esta clase de cajas de seguridad y no va a ser fácil. Tendría que traer un taladro industrial para poder atravesar los pasadores y abrir la puerta y eso haría mucho ruido. Además, después de eso la caja quedaría inservible. No quisiera ser irrespetuoso, pero ¿no hay manera de recuperar la combinación?
—No sabría dónde buscarla. —Ehlena miró a su alrededor, hacia todas esas estanterías llenas de libros y luego hacia el escritorio—. Nos acabamos de mudar.
Siguiendo el ejemplo de Ehlena, el macho recorrió la habitación con los ojos.
—Por lo general los dueños dejan esas cosas en lugares ocultos. Si usted pudiera encontrarla, yo le mostraría cómo reprogramar la combinación de manera que usted pudiera usarla. Como le digo, si la abro con el taladro, habría que tirarla después.
—Bueno, revisé el escritorio cuando estaba haciendo una primera inspección después de que nos mudamos.
—¿Encontró algún compartimiento secreto?
—Eh… no. Pero sólo estaba mirando algunos documentos al azar y tratando de abrirle un espacio a mis cosas.
El macho hizo una seña con la cabeza hacia el escritorio.
—En muchos escritorios como éste suele haber al menos un cajón con un fondo falso, que esconde un compartimiento secreto. No quisiera parecer presuntuoso, pero podría tratar de ayudarla a buscar a ver si encontramos uno. De igual manera, las molduras de un salón como éste podrían esconder espacios vacíos.
—Me encantaría contar con otro par de ojos en esa búsqueda, gracias. —Ehlena se acercó al escritorio y fue sacando los cajones uno por uno y poniéndolos sobre el suelo, uno al lado del otro. Entretanto, el macho sacó una linterna y fue revisando los agujeros.
Ehlena vaciló cuando llegó al cajón inferior; no quería que el cerrajero viera lo que había allí guardado. Pero él había dicho que tenía que revisar todos los cajones, así que…
Soltó una maldición entre dientes y tiró del abridor de bronce, sin fijarse en todas las secciones del Caldwell Courier Journal que había guardado, todas dobladas para esconder los artículos que había leído y guardado, aunque no quería volverlos a leer.
Ehlena dejó el cajón en el sitio más alejado que pudo.
—Bueno, éste es el último.
El macho tenía la cabeza metida debajo del escritorio y su voz resonó con un extraño eco.
—Creo que aquí hay un… Necesito mi metro de la caja de…
—Espere, yo lo traigo.
Cuando ella le alcanzó el metro, el macho parecía asombrado de que ella le estuviera ayudando.
—Gracias, señora.
Ehlena se arrodilló a su lado, mientras él se volvía a meter debajo del mueble.
—¿Se ve algo raro?
—Parece haber… Sí, este espacio es más reducido que el de los otros cajones. Déjeme… —Se oyó un chirrido y el macho sacudió el brazo con fuerza—. Lo tengo.
Cuando se sentó, tenía una tosca cajita de madera en las manos.
—Creo que la tapa se abre así, pero dejaré que usted lo haga.
—Caramba, me siento como Indiana Jones, sólo que sin el látigo. —Ehlena levantó la tapa y…— Bueno, aquí no hay ninguna combinación. Sólo una llave. —Sacó la llave y la miró por todas partes, luego la volvió a guardar—. Será mejor que la dejemos donde la encontramos.
—Déjeme mostrarle cómo volver a guardar el cajón secreto.
El macho se marchó veinte minutos más tarde, después de que los dos inspeccionaran todas las paredes, las estanterías y las molduras, sin encontrar nada. Ehlena pensó que buscaría una última vez y, si seguía sin hallar nada, lo llamaría de nuevo para que regresara con su taladro industrial y abriera la caja.
Al regresar al escritorio, volvió a poner los cajones en su sitio y se detuvo cuando llegó al que tenía los recortes de periódico.
Tal vez era el hecho de que no tenía que preocuparse por su padre. Tal vez era que tenía un momento libre.
Pero lo más probable es que estuviera atravesando por un momento de debilidad en su lucha contra la necesidad de saber.
Sacó todos los recortes, los desdobló y los fue poniendo sobre el escritorio. Todos los artículos eran sobre Rehvenge y la explosión en ZeroSum y, sin duda, cuando abriera la edición de ese día, encontraría un nuevo artículo para añadir a la colección. Los periodistas estaban fascinados con la historia y habían escrito mucho sobre el suceso en el último mes; y no sólo se habían ocupado de ello los diarios, también había salido en las noticias de televisión.
No había sospechosos. Ningún arresto. Se habían encontrado un esqueleto entre los escombros del club. Los otros negocios de los que era dueño ahora estaban en manos de sus socios. El tráfico de drogas en Caldwell estaba suspendido. No había habido más traficantes asesinados.
Ehlena tomó uno de los artículos que estaban encima. No era uno de los más recientes, pero lo había mirado tanto que la tinta ya se había corrido. Al lado del texto había una fotografía borrosa de Rehvenge, tomada por un policía encubierto hacía dos años. No se le veía la cara, pero el abrigo de piel, el bastón y el Bentley se veían con claridad.
Las cuatro semanas que habían transcurrido habían decantado sus recuerdos de Rehvenge, desde el momento en que habían estado juntos hasta el momento en que las cosas terminaron, con esa visita suya a ZeroSum. Pero en lugar de que el tiempo desvaneciera las imágenes que tenía en la cabeza, lo que recordaba se había vuelto más nítido, como el whisky que se vuelve más fuerte con el tiempo. Y era extraño. Curiosamente, de todas las cosas que se habían dicho, buenas y malas, lo que recordaba con más frecuencia era algo que había dicho esa hembra de la seguridad, cuando Ehlena estaba saliendo del club.
«… ese macho está metido en un problema muy grave por mí, por su madre y por su hermana. Para protegernos. ¿Y usted cree que es demasiado buena para él? No me diga. ¿De dónde demonios se ha sacado usted que es doña Perfecta?».
Su madre. Su hermana. Y ella.
Mientras esas palabras daban vueltas en su cabeza una vez más, Ehlena dejó que su mirada deambulara por el estudio hasta fijarse en la puerta. La casa estaba en silencio, su padre estaba ocupado con Lusie y el crucigrama, los criados estaban ocupados en sus labores con alegría.
Por primera vez en ese mes, tenía tiempo para ella misma.
Si lo pensaba bien, debería darse un baño caliente y buscarse un buen libro… pero en lugar de eso sacó el portátil, abrió la pantalla y lo encendió. Tenía la sensación de que si seguía adelante con lo que quería hacer, iba a terminar metida en un agujero negro y profundo.
Pero no podía contenerse.
Había guardado los resultados de las búsquedas que había hecho sobre Rehv y su madre en los registros de la clínica y, en la medida en que los dos ya habían sido declarados muertos, esos documentos eran, técnicamente, de dominio público. Así que no sintió que estuviera profanando su intimidad cuando abrió los dos archivos.
Ehlena estudió primero los registros de la madre y encontró algunas cosas que ya había visto la primera vez que los había revisado, cuando tenía curiosidad por saber algo de la hembra que lo había traído al mundo. Ahora, sin embargo, Ehlena los revisó con más cuidado, en busca de algo específico, aunque sólo Dios sabía qué era lo que estaba buscando.
Las notas más recientes no contenían nada especial, sólo comentarios de Havers acerca de los exámenes anuales que se hacía, o los tratamientos para algún virus ocasional. Mientras miraba una página tras otra, comenzó a preguntarse por qué estaba perdiendo su tiempo… hasta que llegó a una nota sobre una cirugía de rodilla que le habían practicado a Madalina hacía cinco años. En las notas prequirúrgicas, Havers había mencionado algo acerca de que el deterioro de la articulación era resultado de varias lesiones por trauma crónico.
¿Trauma crónico? ¿Una respetable dama de la glymera? Eso sonaba más apropiado para un jugador de fútbol, por Dios, no para la honorable y distinguida madre de Rehvenge.
No tenía sentido.
Ehlena siguió bajando y bajando a lo largo de más notas corrientes… y luego, al llegar a las entradas de hacía veintitrés años, empezó a ver unas notas curiosas. Una tras otra. Huesos rotos. Moretones. Contusiones.
Si no supiera de quién se trataba… Ehlena juraría que se trataba de un caso de violencia doméstica.
En todas las ocasiones, Rehv era el que llevaba a su madre a la clínica. La llevaba y se quedaba con ella.
Ehlena regresó a la última de esas entradas que parecía sugerir que la hembra había sido maltratada por su hellren. En esa ocasión, Madalina había estado acompañada de su hija Bella. No de Rehv.
Ehlena se quedó mirando la fecha, como si allí hubiese alguna revelación que debía manifestarse en cualquier momento. Cuando seguía mirando la fecha, cinco minutos después, sintió como si las sombras de la enfermedad de su padre se estuviesen arrastrando por el suelo y las paredes de su mente. ¿Por qué diablos estaba obsesionada con eso?
Y, a pesar de toda esa resistencia, decidió seguir un impulso que sólo empeoraría su obsesión. Abrió los resultados de la búsqueda sobre Rehv.
Y comenzó a bajar y bajar para buscar las entradas más viejas… Rehv había comenzado a necesitar la dopamina más o menos por la misma época en que su madre había dejado de entrar a la clínica por distintas lesiones traumáticas.
Tal vez sólo era una coincidencia.
Mientras sentía que se estaba enloqueciendo, Ehlena abrió Internet y entró en la base de datos de los registros públicos de la raza. Tras teclear el nombre de Madalina, encontró el registro de su muerte y luego buscó el de su hellren, Rempoon…
Ehlena se inclinó hacia delante y contuvo la respiración. Sin querer creer lo que veían sus ojos, regresó a los registros de Madalina.
Su hellren había muerto la misma noche en que ella había llegado herida a la clínica por última vez.
Con la sensación de estar a punto de encontrar respuestas, Ehlena pensó en la coincidencia de esas fechas a la luz de lo que esa hembra de seguridad había dicho sobre Rehvenge. ¿Y si él había asesinado a su padre para proteger a su madre? ¿Y si la guardia de seguridad lo supiera? ¿Y si…?
Por el rabillo del ojo, Ehlena vio la fotografía de Rehvenge que había publicado el CCJ, la cara en sombras, su despampanante coche y ese bastón de proxeneta eran tan llamativos…
Entonces lanzó una maldición, cerró el portátil, lo volvió a guardar en el cajón y se puso en pie. Era posible que no pudiera controlar su subconsciente, pero sí podía tomar el control de sus horas de vigilia y no estimular la insensatez.
En lugar de seguir volviéndose loca, iba a subir a la habitación principal en la que solía dormir Montrag y haría una pequeña búsqueda para ver si encontraba la combinación de la caja fuerte. Más tarde, cenaría con su padre y con Lusie.
Y luego tenía que ponerse a pensar en qué iba a hacer durante el resto de su vida.
‡ ‡ ‡
—«… sugiere que los recientes asesinatos de traficantes de la zona pueden haber llegado a su fin con la probable muerte de Richard Reynolds, el dueño del club y supuesto zar de las drogas». —Se oyó el ruido del periódico cuando Beth lo dejó sobre el escritorio—. Ése es el final del artículo.
Wrath movió las piernas para soportar con mayor comodidad el peso de su reina sobre su regazo. Hacía un par de horas que había regresado de ver a Payne y estaba muy cansado.
—Gracias por leérmelo.
—De nada. Ahora déjame que vaya a ocuparme de la chimenea. Tenemos un leño que está a punto de salir rodando sobre la alfombra. —Beth lo besó; cuando se puso en pie, el asiento de mariquita dejó escapar un crujido de alivio.
Mientras Beth atravesaba el estudio hasta la chimenea, el reloj antiguo dio la hora.
—Ah, qué bien —dijo Beth—. Escucha, Mary debe de estar a punto de llegar y te trae algo.
Wrath asintió y comenzó a deslizar los dedos por la superficie del escritorio hasta que encontró la copa de vino rojo que se estaba tomando. A juzgar por el peso de la copa, se dio cuenta de que ya casi se lo había terminado y, teniendo en cuenta su estado de ánimo, seguramente iba a querer más. Ese asunto de Rehv lo había estado mortificando mucho últimamente.
Después de terminar el burdeos, puso la copa sobre el escritorio y se restregó los ojos debajo de las gafas oscuras que todavía usaba. Podía resultar extraño el hecho de que siguiera usándolas, pero no le gustaba la idea de que los demás vieran sus pupilas desenfocadas mientras él ni siquiera podría saber si lo estaban mirando.
—¿Wrath? —Beth se acercó y, al oír el tono de su voz, Wrath se dio cuenta de que estaba tratando de controlar el miedo para que no se le notara en la voz—. ¿Estás bien? ¿Acaso te duele la cabeza?
—No. —Wrath le dio un tirón a su reina para volverla a sentar sobre sus piernas y el asiento volvió a crujir, mientras que sus delicadas patas se tambalearon—. Estoy bien.
Beth le retiró el pelo de la cara.
—Pero no pareces estar bien.
—Es sólo que… —Wrath le agarró una mano y se la apretó—. Mierda, no lo sé.
—Sí, sí lo sabes.
Wrath frunció el ceño.
—No tiene nada que ver conmigo. Al menos, no directamente.
Hubo una larga pausa y luego los dos hablaron al mismo tiempo:
—¿Qué sucede? —dijo ella.
—¿Cómo está Bella? —dijo él.
Beth carraspeó, como si le sorprendiera la pregunta.
—Bella… lo está llevando lo mejor que puede. No la dejamos sola mucho tiempo y por fortuna Zsadist se ha tomado unos días libres. La verdad es que es muy duro que los haya perdido a los dos en tan poco tiempo. Me refiero a su madre y su hermano…
—Esa mierda sobre Rehv es mentira.
—No entiendo.
Wrath estiró la mano para buscar el periódico y le dio un golpecito al artículo que ella acababa de terminar de leer.
—Me parece difícil de creer que alguien le haya puesto una bomba. Rehv no era ningún tonto y ¿esos dos Moros que lo protegían? ¿Y esa jefa de seguridad? Jamás habrían permitido que alguien se acercara a ese club con una bomba. Además, Rhage dijo que él y V habían ido el otro día al Iron Mask para traer a John a casa y que los tres estaban trabajando allí: iAm, Trez y Xhex todavía están juntos. Por lo general, la gente tiende a dispersarse después de una tragedia. Pero éstos siguen ahí, donde siempre han estado, como si estuvieran esperando a que él regrese.
—Pero encontraron un esqueleto entre los escombros, ¿no?
—Podría ser de cualquiera. Claro, era el esqueleto de un macho, pero ¿qué más sabe la policía? Nada. Si yo quisiera desaparecer del mundo humano y, joder, incluso del mundo vampiro, plantaría un cadáver y volaría en pedazos mi propiedad. —Wrath sacudió la cabeza, mientras pensaba en Rehv acostado en esa cama, en su casa de campo, horriblemente enfermo… y aun así con suficiente energía para mandar a su asesina a encargarse del tipo que quería matar al rey—. Joder, ese hijo de puta me ayudó mucho. Tuvo todas las oportunidades del mundo de joderme, cuando Montrag se reunió con él. Estoy en deuda con ese tipo.
—Pero, espera… ¿por qué razón querría él fingir su propia muerte? Rehv amaba a Bella y a su sobrina. Joder, prácticamente crió a su hermana y no puedo creer que quisiera hacerle daño de esa manera. Además, ¿adónde podría ir?
A la colonia, pensó Wrath.
Wrath quería contarle a su reina todo lo que estaba pensando, pero vaciló, porque desde hacía algún tiempo había estado coqueteando con una decisión que iba a complicarlo todo. La conclusión era que ese correo electrónico acerca de Rehv tenía algo que ver en el asunto. La intuición de Wrath le decía que Rehv había mentido. Era demasiada coincidencia que el correo llegara un día y al día siguiente Rehv apareciera «muerto». El correo tenía que ser auténtico. Pero con Montrag muerto, ¿quién podría haberlo escrito?
Se oyó un crujido intenso y luego los dos fueron a dar al suelo.
Mientras Beth gritaba, Wrath soltó una maldición: ¿Qué demonios había pasado?
Enseguida, Wrath tanteó con sus manos alrededor y se encontró rodeado de astillas de una madera vieja y delicada.
—¿Estás bien, leelan?
Beth soltó una carcajada y se puso de pie.
—Ay, Dios… hemos roto la silla.
—Más bien la hemos pulverizado.
Luego se oyó un golpe en la puerta y Wrath se levantó con dificultad, en medio de gruñidos de dolor, lo cual se estaba volviendo una costumbre. Payne siempre lo golpeaba en las espinillas y la pierna izquierda lo estaba matando. Pero claro, él le había devuelto el favor. Después de esta última sesión, era muy posible que ella hubiese terminado con una contusión.
—Entra —dijo Wrath.
Tan pronto como se abrió la puerta, Wrath supo de quién se trataba… pero no estaba sola.
—¿Quién está contigo, Mary? —preguntó Wrath, al tiempo que se llevaba la mano al cuchillo que siempre llevaba en la cadera. El olor no era humano… pero tampoco era un vampiro.
Se oyó un tintineo sutil y luego su shellan soltó un adorable suspiro, como si estuviera contemplando algo que le gustaba mucho.
—Éste es George —dijo Mary—. Por favor, guarda tu arma. Él no te va a hacer daño.
Wrath mantuvo la daga en la palma de su mano y abrió las fosas nasales. El olor era…
—¿Es un perro?
—Sí. Está entrenado para ayudar a los ciegos.
Wrath se sintió muy mal al oír la palabra ciego, pues todavía tenía que hacer un esfuerzo para aceptar que ese calificativo se refería a él.
—Me gustaría acercártelo —dijo Mary, con ese tono tan ecuánime que siempre usaba—. Pero no lo haré hasta que guardes el arma.
Beth guardó silencio y Mary se quedó donde estaba, lo cual fue un gesto muy prudente. Las neuronas de Wrath estaban trabajando a toda máquina, disparando pensamientos en todas direcciones. El último mes había traído una gran cantidad de triunfos y también muchas pérdidas horribles. Aquel día, cuando había regresado de su primer encuentro con Payne, había sabido que iba a ser un proceso difícil, pero había sido más largo y extenuante de lo que había pensado.
Los dos problemas más grandes eran que él odiaba tener que depender tanto de Beth y sus hermanos y que sentía que volver a aprender algunas cosas era sencillamente agotador. Cosas como… joder, prepararse una tostada con mantequilla se había vuelto toda una proeza. Ayer había vuelto a intentarlo y había logrado romper el plato de cristal en el que estaba la mantequilla. Lo cual, naturalmente, había sido muy engorroso de limpiar.
Sin embargo, la idea de usar un perro para moverse era… demasiado.
La voz de Mary atravesó el estudio con el equivalente vocal de un acercamiento cauteloso.
—Fritz ha recibido entrenamiento para controlar al perro y él y yo estamos dispuestos a trabajar contigo y con George. Hay un periodo de prueba de dos semanas, después de las cuales, si no te gusta o la cosa no funciona, podemos devolver el animal. Aquí no hay ninguna obligación, Wrath.
Estaba a punto de decirles que se llevaran al perro, cuando oyó un gemido y otra vez ese tintineo.
—No, George —dijo Mary—. No puedes acercártele.
—¿Quiere acercarse a mí?
—Lo entrenamos con una camisa tuya. Así que conoce bien tu olor.
Hubo un largo momento de silencio y luego Wrath negó con la cabeza.
—No sé si soy una persona afín a los perros. Además, ¿qué hay de Boo?
—Boo está aquí con nosotros —dijo Beth—. Está sentado al lado de George. En cuanto olió al perro, bajó al primer piso y desde entonces no se ha separado de George. Creo que son buenos amigos.
Maldición, ni siquiera el gato estaba de su lado.
Más silencio.
Wrath volvió a guardar lentamente su daga y dio dos pasos grandes hacia la izquierda para salir de detrás del escritorio. Luego caminó hacia el frente y se detuvo en el centro del estudio.
George gimió un poco y luego se oyó ese sonido metálico de nuevo.
—Déjalo acercarse —dijo Wrath con tono serio, como si lo estuvieran presionando y no le gustara la sensación.
Luego oyó al animal acercarse, el golpeteo de las patas acolchadas y el tintineo del collar y luego…
Un hocico tan suave como el terciopelo acarició la palma de su mano y una lengua rasposa le lamió rápidamente la piel. Después el perro se metió debajo de su mano y se restregó contra la pierna.
Las orejas eran sedosas y calientes y el pelo de la nuca parecía ligeramente rizado.
Era un perro fornido, con una cabeza grande y cuadrada.
—¿Qué raza es?
—Un golden retriever. Fritz fue el que lo eligió.
El doggen habló desde la puerta, como si tuviera miedo de entrar al estudio, considerando la tensión que reinaba.
—Pensé que era la raza perfecta, señor.
Wrath bajó la mano por el costado del animal y encontró el arnés que le rodeaba el pecho y el asa de la que se agarraba el ciego.
—¿Y qué puede hacer?
Mary fue la que habló.
—Lo que necesites. Puede aprender la disposición de la casa y si tú le das la orden de que te lleve a la biblioteca, él lo hará. Puede ayudarte a orientarte en la cocina, a contestar el teléfono, a encontrar objetos. Es un animal muy inteligente y si te entiendes bien con él puedes ser tan independiente como sé que te gustaría ser.
Maldita hembra. Sabía exactamente qué era lo que más le preocupaba. Pero ¿acaso la respuesta era un animal?
George gimió, como si estuviera desesperado por obtener el trabajo.
Wrath soltó al perro y retrocedió, al tiempo que todo su cuerpo comenzaba a temblar.
—No sé si puedo hacerlo —dijo con voz ronca—. No sé si puedo… ser ciego.
Beth carraspeó, como si ella también se estuviera ahogando.
Después de un momento, con su estilo amable pero firme, Mary dijo lo que había que decir, aunque resultara muy duro:
—Wrath, tú estás ciego.
Aunque no lo dijo explícitamente, el ya-es-hora-de-que-lo-aceptes resonó en la cabeza de Wrath, al tiempo que arrojaba un poco de luz sobre esa realidad que había venido arrastrando todo ese tiempo. Claro, ya había dejado de despertarse todos los días con la esperanza de haber recuperado la vista y había estado peleando con Payne y haciendo el amor con su shellan para no sentirse físicamente débil, y también había estado trabajando, cumpliendo escrupulosamente con sus deberes de soberano. Pero nada de eso significaba que las cosas fueran fantásticas. Se movía con dificultad, vivía estrellándose, tirando cosas… dependiendo de su shellan, que no había vuelto a salir de la casa desde hacía un mes por culpa de él… usando a sus hermanos para que lo llevaran de un lado a otro… siendo una carga para todo el mundo.
Darle una oportunidad a ese perro no significaba que estuviera feliz con el hecho de estar ciego, se dijo Wrath. Pero podría ayudarle a moverse por sus propios medios.
Wrath se volvió de manera que él y George quedaran mirando en la misma dirección y luego se acercó al perro. Se agachó hacia un lado para buscar el asa y la agarró.
—¿Y ahora qué hacemos?
Después de un momento de asombro, como si hubiese dejado boquiabiertos a todos los que estaban con él, hablaron un poco sobre lo que podían hacer y le hicieron una demostración, aunque Wrath sólo oyó y asimiló una cuarta parte. Sin embargo, evidentemente fue suficiente, pues él y George dieron enseguida una vuelta por el estudio.
Ajustaron el asa, que tuvieron que subir hasta el límite para que Wrath no tuviera que inclinarse para agarrarse y el perro lo hizo mucho mejor que su dueño en ese primer intento. Pero después de un rato, los dos salieron del estudio y recorrieron el corredor. Y el siguiente paso fue aventurarse escaleras abajo y volver a subir.
Solos.
Cuando Wrath regresó a su oficina, se enfrentó al grupo que se había congregado y que ahora estaba formado por un montón de gente, pues aparentemente cada uno de sus hermanos, al igual que Lassiter, se habían unido a Beth, a Fritz y a Mary. Wrath percibió el olor de cada uno de ellos… y la esperanza y la preocupación que todos albergaban.
No podía culparlos por sentirse así, pero tampoco le gustaba ser el centro de tanta atención.
—¿Por qué elegiste esta raza, Fritz? —dijo Wrath, pues necesitaba llenar el silencio y no había razón para hacer caso omiso del elefante que había entrado por la puerta.
O, en ese caso, del perro amarillo.
La voz del viejo mayordomo vaciló un poco, como si él, al igual que todos los demás, estuviera tratando de controlar la emoción.
—Yo, ah… lo escogí… —El doggen se aclaró la garganta—: Preferí esta raza al labrador porque éste cambia más de pelo.
Wrath parpadeó.
—¿Y por qué eso habría de ser una ventaja?
—Porque a sus empleados les encanta pasar la aspiradora. Y creí que sería un bonito regalo para ellos.
—Ah, claro… por supuesto. —Wrath se rió entre dientes y luego soltó una carcajada. A medida que los demás también comenzaron a reírse, parte de la tensión desapareció—. ¿Por qué no pensé en eso?
Beth se acercó y lo besó.
—Vamos a ver cómo te va, ¿vale?
Wrath acarició la cabeza de George.
—Sí. Está bien. —Luego levantó la voz—. Bueno, basta ya de charla. ¿Quién está de guardia esta noche? V, necesito un informe financiero. ¿John todavía está en cama durmiendo la borrachera? Tohr, quiero que te pongas en contacto con las familias de la glymera que quedan para ver si podemos conseguir que regresen algunos alumnos…
Mientras daba órdenes, era bueno recibir respuestas y que la gente se moviera a su alrededor. Todo pareció volver a la normalidad. Fritz se marchó a recoger los platos de la comida y Beth se acomodó en la vieja silla de Tohr.
—Ah, y voy a necesitar otra silla —dijo, mientras él y George caminaban hasta el escritorio.
—Caramba, por fin has acabado con esa estúpida sillita, ¿no? —dijo Rhage arrastrando las palabras.
—Puedo hacerte algo si quieres —sugirió V—. Soy bastante bueno tallando.
—¿Qué tal una silla reclinable? —dijo Butch.
—¿Quieres esta silla? —preguntó Beth, refiriéndose al sillón en que estaba sentada.
—¿Podría alguien alcanzarme ese sillón, el que está en el rincón, al lado de la chimenea? —dijo Wrath.
Cuando Phury le acercó el sillón, Wrath se sentó y empujó hacia delante… pero se golpeó las dos rodillas contra el cajón.
—Bueno, eso duele —murmuró Rhage.
—Necesitamos algo más bajito —dijo alguien.
—Este sillón estará bien —dijo Wrath con tono cortante, mientas retiraba la mano del asa de George y se masajeaba las rodillas—. No me importa dónde me siente.
Mientras la Hermandad se ponía a trabajar, Wrath se sorprendió poniendo la mano sobre la cabeza enorme del perro y acariciándole el pelo… jugando con una oreja… bajando más hasta encontrar el pelo ondulado que caía del pecho fuerte y ancho del animal.
Aunque nada de eso significaba que se fuese a quedar con el perro, desde luego.
Sólo era una sensación agradable, nada más.