60
John Matthew se dio la vuelta en la cama y se despertó cuando algo duro le golpeó la mejilla. Lanzó una maldición y levantó la cabeza. Ah, claro, él y el Jack Daniel’s habían librado un par de asaltos y todavía estaba experimentando las consecuencias de los puños del whisky: se sentía demasiado caliente aunque estaba desnudo, tenía la boca tan seca como la corteza de un árbol y necesitaba ir al baño antes de que su vejiga explotara.
Se sentó, se alisó el pelo, se restregó los ojos… y sintió la resaca en todo su esplendor.
Cuando la cabeza comenzó a palpitarle, agarró la botella que había estado usando de almohada. Sólo quedaban un par de centímetros de licor en el fondo, pero eso era suficiente para calmar esa horrible sensación. Listo para encontrar alivio, se dispuso a destapar el Jack y descubrió que no le había puesto la tapa. Suerte que se había dormido con la botella en posición vertical.
Abrió la boca y apuró el whisky. Luego se dijo que tenía que concentrarse en respirar hasta que pasaran las oleadas de náusea que había despertado ese trago amargo. Cuando en la botella sólo quedó el olor del alcohol, la dejó sobre el colchón y bajó la mirada hacia su cuerpo. Su polla estaba reposando contra el muslo y John pensó en cuándo habría sido la última vez que se había despertado sin una erección. Pero, claro, había estado con… ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Con cuántas mujeres? Dios, no tenía ni idea.
En una ocasión había usado condón. Con la prostituta. El resto había sido al natural y retirándose justo a tiempo.
De manera borrosa, recordó que Qhuinn y él habían hecho doblete con algunas de las mujeres y después había estado solo con otras. No podía recordar nada de lo que había sentido, de los orgasmos que había tenido, no recordaba las caras de las mujeres, apenas tenía una idea vaga del color de sus cabellos. Lo que sí sabía era que cuando regresó a su habitación se había dado una larga ducha caliente.
Toda esa mierda que no podía recordar le había dejado una costra sobre la piel.
John gruñó y bajó las piernas de la cama, al tiempo que dejaba que la botella cayera al suelo, al lado de sus pies. El viaje hasta el baño fue toda una odisea, pues estaba tan mareado que apenas podía mantenerse en pie… bueno, como un borracho, claro. Y caminar no era el único problema que tenía. Al acercarse al inodoro, tuvo que apoyarse en la pared para mantenerse derecho y concentrarse en que no le fallara la puntería.
Al regresar a la cama se echó una sábana sobre la parte inferior del cuerpo, a pesar de que se sentía como si tuviera fiebre. Pero aunque estaba solo, no quería quedarse ahí, tendido sobre la cama, como una estrella de cine porno en busca de actriz protagonista.
Mierda… sentía que el dolor de cabeza lo iba a matar.
Cuando cerró los ojos, pensó que debería haber apagado la luz del baño.
Sin embargo, de pronto dejó de pensar en su resaca. Con implacable claridad, recordó a Xhex sentándose a horcajadas sobre sus caderas y montándolo con un ritmo fluido y poderoso. Ay, Dios, era un recuerdo tan vívido, mucho más que un simple recuerdo. Recreó las imágenes en su mente, sintiendo cómo el cuerpo de ella se había aferrado a su polla y la fuerza con que le había mantenido los hombros contra el colchón, reviviendo esa sensación de ser dominado.
John recordaba cada movimiento, cada aroma, incluso la forma de respirar de Xhex.
Lo recordaba todo.
Entonces se volvió hacia un lado y recogió la botella de Jack del suelo, como si milagrosamente los duendes alcohólicos hubiesen convertido el vapor en licor. Pero nada…
El grito que escuchó en la habitación de al lado fue de aquellos que alguien lanza cuando es apuñalado con saña; semejante alarido logró ponerlo tan sobrio como si le acabaran de echar un cubo de agua helada. John agarró su arma, se levantó de la cama de un salto y salió a toda prisa hacia el corredor de las estatuas. A los dos lados de su habitación, Qhuinn y Blay hicieron lo mismo y todos aparecieron con la misma actitud, listos para el combate.
Al final del corredor, la Hermandad estaba reunida frente a la puerta de la habitación de Zsadist y Bella. Todos tenían una expresión sombría y triste.
—¡No! —se oyó decir a Bella en voz alta y luego volvió a gritar—: ¡No!
—Lo siento —dijo Wrath.
Desde el círculo que formaban los hermanos, Tohr miró a John. Tenía la cara pálida y tensa, y la mirada vacía.
—¿Qué ha pasado? —preguntó John por señas.
Tohr movió las manos con lentitud:
—Rehvenge ha muerto.
John respiró profundamente varias veces. Rehvenge… ¿muerto?
—Por Dios santo —murmuró Qhuinn.
Desde la habitación se oían los sollozos de Bella, que inundaban el corredor, y John sintió ganas de ir a abrazarla. Él recordaba lo que se sentía. Había estado en esos horribles zapatos cuando Tohr había desaparecido, justo después de que la Hermandad hiciera exactamente lo mismo que estaban haciendo ahora: dar la peor noticia que alguien podía recibir.
John también había gritado como había gritado Bella. Y había llorado como ella estaba llorando ahora.
John se quedó mirando a Tohr. Los ojos del hermano parecían llenos de todas las cosas que quería decir, de los abrazos que quería ofrecer, de los remordimientos que quería confesar.
Y durante una fracción de segundo, John estuvo tentado a acercarse.
Pero luego dio media vuelta y volvió a entrar en su habitación, cerró la puerta y echó la llave. Cuando se sentó en la cama, apoyó el peso de sus hombros sobre las manos y dejó caer la cabeza. En su mente daba vueltas el caos del pasado, pero en el centro del pecho ardía una sola palabra que lo superaba todo: No.
No podía volver a caer en eso con Tohr. Ya había pasado por eso demasiadas veces. Además, ya no era un chiquillo y Tohr nunca había sido su padre, así que toda esa mierda de papi-sálvame no tenía nada que ver con ellos.
Lo más cerca que estarían sería como guerreros compañeros de lucha.
Se olvidó de Tohr y volvió a pensar en Xhex.
Debía de estar sufriendo en este momento. Mucho.
Y John detestaba saber que no había nada que pudiera hacer por ella.
Pero enseguida cayó en la cuenta de que, aunque pudiera hacer algo, ella no querría recibir lo que él tuviera que ofrecerle. Lo había dejado perfectamente claro.
‡ ‡ ‡
Xhex estaba sentada en la cama sencilla que tenía en su casita del río Hudson, con la cabeza gacha y apoyada sobre las manos para sostener el peso del tronco. Junto a ella, sobre la manta, estaba la carta que iAm le había entregado. Después de sacarla del sobre, la había leído una vez, la había vuelto a doblar por los mismos pliegues y se había retirado a esa pequeña habitación.
Se quedó mirando hacia el río turbio y espeso, a través de la ventana helada. Hacía un frío horrible y la temperatura reducía el ritmo del cauce y congelaba las riberas llenas de piedras.
Rehv era un desgraciado.
Cuando ella le había prometido hacerse cargo de una hembra, no había pensado bien la promesa que estaba haciendo. En la carta, Rehv le recordaba ese compromiso y decía que esa hembra era ella misma: Xhex no debía ir a buscarlo ni amenazar la vida de la princesa de ninguna manera. Más aún, en el caso de que ella hiciera algún movimiento a favor de Rehv, él no iba a aceptar esa ayuda y preferiría quedarse en la colonia, independientemente de lo que ella hiciera con la intención de tratar de salvarlo. Por último, Rehv decía que si ella insistía en contrariar sus deseos y romper su promesa, iAm la seguiría hasta la colonia, lo cual pondría en peligro la vida de la Sombra.
Maldito hijo de puta.
Era una jugada maestra, digna de un macho como Rehv: tal vez Xhex se sintiera tentada a incumplir su palabra, y tal vez pensara que había manera de persuadir a su jefe, pero ella ya tenía sobre sus hombros el peso de la vida de Murhder y ahora el de Rehvenge. Sumarle a esa lista la vida de iAm sería el fin.
Además, sin duda Trez iría tras su hermano. Lo cual sumaría cuatro vidas en total.
Atrapada en esa situación, Xhex se agarró del borde del colchón con tanta fuerza que sintió que los brazos le temblaban.
De pronto, sin saber cómo, sintió el cuchillo entre sus manos; sólo después recordaría que había tenido que levantarse y caminar desnuda hasta el otro lado de la habitación, donde estaban sus pantalones de cuero, para sacarlo de la funda.
Al regresar a la cama, pensó en todos los machos que había perdido en el curso de su vida. Vio el pelo largo y negro de Murhder, sus ojos profundos y su mandíbula cuadrada… oyó su acento del Viejo Continente y recordó que siempre olía a pólvora y a sexo. Luego, los ojos amatista de Rehvenge, su penacho y la hermosa ropa que usaba… olió la colonia Must de Cartier y recordó su elegante brutalidad.
Por último pensó en los ojos azules oscuros de John Matthew y en su corte de pelo estilo militar… lo sintió moviéndose dentro de ella… oyó su respiración pesada, mientras su cuerpo de guerrero le había dado justo lo que ella deseaba.
Todos se habían ido, aunque al menos dos de ellos todavía estaban vivos. Pero la gente no tenía que estar muerta para salir de tu vida.
Xhex bajó la mirada hacia la hoja peligrosamente afilada y brillante y la movió para atrapar un débil rayo de sol que la cegó por un momento. Ella era buena con los cuchillos. De hecho, eran su arma favorita.
Un golpecito en la puerta la hizo levantar la cabeza.
—¿Estás bien ahí adentro?
Era iAm, que no sólo había hecho las veces de cartero de Rehv, sino que evidentemente estaba encargado de cuidarla como si fuera un bebé. Ella había tratado de echarlo de su casa, pero él se había convertido en sombra y había asumido una forma que ella no podía asir y, mucho menos, echar a patadas por la puerta.
Trez también estaba allí, sentado en el salón de la cabaña, pero se habían invertido totalmente los papeles. Cuando ella se había encerrado en su habitación, él se había quedado inmóvil, sentado en un asiento de rígido respaldo, mirando hacia el río en medio de un silencio impenetrable. Después de la tragedia, los hermanos parecían haber intercambiado personalidades y ahora iAm era el único que hablaba. Por lo que Xhex podía recordar, Trez no había dicho ni una sola palabra desde el momento en que se enteraron de la noticia.
Sin embargo, todo ese silencio no tenía que ver con que estuviera de duelo. La energía que proyectaban sus emociones estaba impregnada de rabia y frustración, y Xhex tenía la sensación de que, en toda su maldita sabiduría, Rehv también había encontrado la manera de atrapar a Trez con las cadenas de la impotencia, al prohibirle actuar. Al igual que ella, el Moro estaba tratando de encontrar una salida, pero, conociendo a Rehv, no debía de haber ninguna. Él era un maestro de la manipulación, siempre lo había sido.
Y además le había dedicado mucha reflexión a su plan para desaparecer. Según iAm, todo estaba arreglado, no sólo a nivel personal sino económico. A iAm le había dejado el restaurante de Sal; Trez había recibido el club Iron Mask y ella había recibido una gran cantidad de dinero en efectivo. Ehlena también había recibido una pensión, pero iAm dijo que él se ocuparía de eso. El grueso de las propiedades familiares había pasado a Nalla, con millones y millones de dólares a nombre de la pequeña, junto con toda la herencia familiar que, de acuerdo con los derechos de primogenitura, le pertenecía a Rehv y no a Bella.
Rehv había desaparecido limpiamente, clausurando para siempre los negocios de drogas y apuestas asociados con ZeroSum. El otro club tenía prostitutas, pero ni allí ni en el restaurante de Sal se efectuaba ninguno de los negocios ilícitos que se hacían en ZeroSum. Con la desaparición del Reverendo, todos ellos quedaban casi completamente limpios a los ojos de la ley.
—Xhex, di algo para saber que estás viva.
No había manera de que iAm pudiera atravesar la puerta o desmaterializarse para entrar a mirar si ella todavía estaba respirando. El cuarto estaba totalmente forrado de acero y era impenetrable. Había incluso una fina malla de acero alrededor de la puerta, de manera que iAm tampoco podía deslizarse como sombra.
—Xhex, hoy hemos perdido a Rehv. Si tú también desapareces, soy capaz de volverte a matar.
—Estoy bien.
—Ninguno de nosotros está bien.
Al ver que ella no respondía, iAm lanzó una maldición y se alejó de la puerta.
Tal vez más tarde podría tenderles una mano a esos dos. Después de todo, ellos eran los únicos que entendían lo que estaba sintiendo. Ni siquiera Bella, que había perdido a su hermano, podía entender la tortura tan exquisita que iban a tener que soportar ellos tres por el resto de sus días. Bella pensaba que Rehv estaba muerto, así que podría llorar a su hermano y, de alguna forma, seguir con su vida después.
Pero ¿en el caso de Xhex, iAm y Trez? Ellos iban a tener que vivir para siempre el infierno de saber la verdad y no poder hacer nada para cambiarla, lo cual implicaba que la princesa estaría en libertad de torturar a Rehvenge hasta el último minuto de su vida.
Al pensar en el futuro, Xhex se aferró a la empuñadura del cuchillo.
Y la apretó con más fuerza cuando apoyó el cuchillo contra su piel.
Cerró la boca con fuerza para contener el dolor, prefiriendo derramar su propia sangre antes que llorar.
En todo caso, tampoco había ninguna diferencia. Las lágrimas de los symphaths eran rojas, al igual que la sangre.