59
Ehlena todavía estaba completamente despierta a las diez de la mañana. Atrapada en la casa por la luz del día, se estaba paseando por su habitación, envuelta en sus propios brazos, mientras las medias que llevaba puestas no parecían surtir ningún efecto para mantenerla caliente.
Pero, claro, tenía tanto frío interior que podría estar sentada sobre un par de planchas y seguiría estando helada. La impresión de los últimos acontecimientos parecía haber bajado el termostato de su cuerpo hasta el punto de congelación.
Al otro lado del pasillo, su padre dormía profundamente y Ehlena asomaba la cabeza por su puerta de vez en cuando para cerciorarse de que estaba bien. Una parte de ella deseaba que su padre se despertara, porque quería hacerle muchas preguntas sobre Rehm, sobre Montrag y…
Pero era mejor mantenerlo al margen de toda esa historia. Preocuparlo con algo que podía acabar en nada era lo último que necesitaban. Claro, Ehlena había revisado el manuscrito y había encontrado esos nombres, pero sólo se trataba de una sencilla mención entre una cantidad de parientes. Además, lo que su padre recordaba no era sustancial. Lo importante era lo que Saxton pudiera probar.
Sólo Dios sabía lo que resultaría de eso.
Ehlena se detuvo en medio de la habitación, porque súbitamente se sintió demasiado cansada para seguir caminando. Sin embargo, no fue una buena idea. Tan pronto como se quedó quieta, su mente comenzó a pensar en Rehv, así que volvió a pasearse a pesar de los pies fríos. Joder, no le deseaba la muerte a nadie, pero casi se alegraba de que ese tal Montrag se hubiese muerto y hubiese desatado toda esa distracción del testamento. Sin eso, estaba segura de que ya se habría vuelto loca.
Rehv…
Mientras arrastraba su cuerpo hasta los pies de la cama, Ehlena miró hacia abajo. Sobre el edredón reposaba, casi con la misma placidez que su padre, el manuscrito que él había escrito. Ehlena pensó en todo lo que su padre había escrito en esas páginas y ahora entendía perfectamente de qué estaba hablando. Su padre había sido engañado y traicionado de una forma muy parecida a como ella había sido engañada. Se había dejado llevar por la apariencia de sinceridad y credibilidad, porque él mismo no era capaz de adoptar una conducta tan primitiva, calculadora y cruel. Lo mismo le sucedía a ella. ¿Sería posible que algún día volviera a confiar en su capacidad de juzgar a la gente?
¿Dónde estaba la verdad en todas las mentiras que Rehv le había dicho? ¿Acaso algo de lo que había sucedido entre ellos había sido auténtico? Mientras recreaba en su mente una serie de imágenes de Rehv, Ehlena exploró sus recuerdos preguntándose dónde estaría la línea divisoria entre los hechos y la ficción. Necesitaba saber más… El problema era que la única persona que podía completar la información era un tipo al que nunca jamás volvería a acercarse.
Mientras contemplaba un futuro lleno de preguntas apremiantes sin respuesta, se llevó las manos temblorosas a la cara y se echó el pelo hacia atrás. Luego se lo agarró con fuerza y tiró, como si así pudiera arrancarse de la cabeza todos esos pensamientos obsesivos y aterradores.
Por Dios, ¿y si el engaño de Rehv fuera equivalente a la ruina financiera de que había sido víctima su padre? ¿Que fuera el factor que terminara llevándola a la locura inevitable?
Y ésta era la segunda vez que un macho la engañaba. Su prometido había hecho algo parecido, la única diferencia era que él le había mentido a todo el mundo menos a ella.
Lo lógico sería que hubiera aprendido la lección gracias a esa primera experiencia. Pero era evidente que no.
Ehlena dejó de pasearse, en espera de que… demonios, no sabía qué estaba esperando, tal vez que su cabeza explotara o algo así.
Pero no explotó. Y tampoco tuvo suerte con eso de tirarse del pelo para modificar su esquema cognitivo. Lo único que estaba logrando era un buen dolor de cabeza y una sensible pérdida de pelo.
Al dar media vuelta, su vista se encontró con el ordenador.
Entonces lanzó una maldición, atravesó el reducido espacio que la separaba del escritorio improvisado y se sentó frente al portátil. Luego se soltó el pelo, puso el dedo sobre el ratón y desvaneció el protector de pantalla.
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Lo que necesitaba en este momento era una dosis de realidad. Rehv era el pasado y el futuro no podía reducirse a ese elegante abogado lleno de buenas ideas. Por ahora, lo único en lo que podía confiar era en su búsqueda de empleo: si Saxton y sus papeles no tenían éxito, ella y su padre terminarían en la calle antes de un mes, a menos que encontrara pronto un empleo.
Y en eso no había nada de engañoso.
Mientras se cargaba la página, Ehlena se dijo que ella no era su padre y que Rehv era un macho con el que había estado saliendo durante ¿cuánto tiempo? ¿Unos días? Sí, él le había mentido. Pero era un seductor supersexy y ella nunca debería haber confiado en él. Sobre todo teniendo en cuenta lo que ya sabía sobre los machos.
Había cometido un error del que sólo ella era culpable. Y aunque darse cuenta de que se había dejado seducir como una estúpida no era precisamente lo más halagador, la idea de que había una lógica interna, aunque fuera deleznable, le ayudaba a sentir que estaba menos loca…
Ehlena frunció el ceño y se acercó a la pantalla. En la página principal del periódico aparecía la fotografía de una explosión. El titular decía: Explosión acaba con club local. Y debajo, en letras más pequeñas, decía: ¿Podría ser ZeroSum la última víctima de la guerra entre narcotraficantes?
Leyó el artículo sin respirar: autoridades investigando. No se sabía si había alguien en el club en ese momento. Se sospechaba que había habido múltiples detonaciones.
Un recuadro lateral detallaba los nombres de todos los supuestos traficantes de droga que habían sido hallados muertos en Caldwell a lo largo de la última semana. Eran cuatro. Todos habían sido asesinados por profesionales. La policía estaba investigando las muertes y entre los sospechosos se encontraba el dueño de ZeroSum, un tal Richard Reynolds, alias El Reverendo, que al parecer había desaparecido. El recuadro también mencionaba que Reynolds llevaba muchos años en la lista de sospechosos de tráfico de drogas de la policía, pero nunca había sido acusado formalmente de ningún delito.
Las implicaciones eran obvias: Rehv había sido el verdadero objetivo de la explosión, porque él era el que había estado matando a los demás.
Ehlena volvió a ver las fotografías del club reducido a escombros. Nadie podía sobrevivir a algo así. Nadie. La policía iba a darlo por muerto. Tal vez tardaran una semana o dos, pero terminarían por encontrar un cadáver y declararían que era el de Rehv.
De sus ojos no brotó ninguna lágrima. Y tampoco brotaron sollozos de sus labios. Estaba demasiado aturdida para llorar. Sólo se quedó sentada en silencio, con los brazos alrededor de su cuerpo y los ojos mirando fijamente la pantalla.
La idea que cruzó por su mente era extraña, pero perfectamente nítida: había sido terrible entrar en ese club y descubrir la verdad acerca de Rehv. Pero hubiera sido mucho peor no haberlo hecho porque entonces se habría enterado de todo por el periódico. Se habría muerto de pena si hubiera descubierto la verdad de esa forma… o simplemente no lo habría creído. No habría podido creerlo porque…
Porque estaba enamorada de Rehv.
Realmente le había entregado su corazón.
Ahora sus ojos sí se llenaron de lágrimas; la pantalla se volvió borrosa y las fotografías del club convertido en ruinas desaparecieron de su vista. Se había enamorado de Rehvenge. Había sido un amor rápido, furioso y de corta duración, pero los sentimientos habían florecido en su pecho con la misma intensidad.
Con un dolor intenso que le atravesaba el corazón, Ehlena recordó la sensación del cuerpo tibio de Rehv sobre el de ella, ese aroma de macho enamorado que había penetrado en su nariz, y la manera en que sus inmensos hombros se apretaban cuando estaban haciendo el amor. En esos momentos, Rehv era adorable, un amante generoso que disfrutaba sinceramente produciéndole placer a su hembra…
Sólo que eso era lo que él había querido hacerle creer y, como symphath, era bueno para manipular a las personas. Aunque, Dios, Ehlena tenía que preguntarse honestamente qué podía obtener Rehv de estar con ella. No tenía dinero, ni posición, nada que pudiera producirle un beneficio, y él nunca le había pedido nada, nunca la había usado de ninguna manera…
Ehlena se contuvo para evitar caer en una explicación romántica de lo que había sucedido. La conclusión era que Rehv no era digno de su amor, y no sólo porque fuera un symphath. A pesar de lo extraño que parecía, ella podría haber vivido con eso, aunque tal vez eso sólo demostraba lo poco que sabía acerca de los devoradores de pecados. No, lo que la mataba era el hecho de que le hubiese mentido y que fuese un traficante de drogas.
Un traficante de drogas. De repente Ehlena recordó a todos los pacientes con sobredosis que había visto llegar a la clínica de Havers, esas jóvenes vidas puestas en peligro sin razón. Algunos de esos pacientes se habían recuperado, pero no todos lo lograban y, aunque sólo una persona hubiese muerto a causa de lo que Rehvenge vendía, eso ya sería demasiado.
Ehlena se secó las lágrimas y se limpió las manos en los pantalones. No más llanto. No se podía dar el lujo de ser débil. Tenía que ocuparse de su padre.
Pasó la siguiente media hora presentando solicitudes de trabajo.
A veces el hecho de que te vieras obligado a ser fuerte era suficiente para volverte fuerte.
Cuando sus ojos por fin protestaron y comenzaron a confundir las cosas debido al cansancio, Ehlena apagó el portátil y se estiró en la cama, al lado del manuscrito de su padre. Cuando cerró los párpados, tuvo la sensación de que no se iba a dormir. Tal vez su cuerpo estuviera exhausto, pero su cerebro no parecía interesado en jugar el mismo juego.
Mientras yacía acostada en medio de la oscuridad, trató de tranquilizarse pensando en la antigua casa en la que ella y sus padres habían vivido antes de que todo cambiara. Se vio a sí misma caminando por esos grandes salones, mirando las hermosas antigüedades, deteniéndose un momento para olfatear un ramo de flores recién cortadas del jardín.
El truco funcionó. Se fue relajando lentamente y sus pensamientos comenzaron a disminuir el ritmo hasta detener la marcha por completo.
Justo cuando se sintió totalmente relajada, la más extraña convicción penetró en el centro de su pecho, dispersándose por todo su cuerpo.
Rehvenge estaba vivo.
¡Rehvenge estaba vivo!
Mientras combatía la marea del cansancio, Ehlena luchaba por pensar racionalmente y encontrar la razón de esa extraña creencia, pero el sueño terminó por apoderarse de ella y alejarla de todo lo demás.
‡ ‡ ‡
Wrath estaba sentado detrás de su escritorio, deslizando suavemente las manos por la superficie. Teléfono, correcto. Abrecartas en forma de daga, correcto. Papeles, correcto. Más papeles, correcto. ¿Dónde estaba el…?
Entonces se oyó un golpe y algo que caía. Correcto, ahí estaba la jarra con los bolígrafos y todos los bolígrafos…
Estaban por todas partes.
Mientras recogía lo que había tirado, oyó las suaves pisadas de Beth sobre la alfombra, acercándose rápidamente para ayudarlo.
—Está bien, leelan —le dijo Wrath—. Ya acabo.
Podía sentirla merodeando alrededor del escritorio, pero le alegró que no interviniera. Aunque pareciera una estupidez, necesitaba limpiar sus propios desastres.
Buscó a tientas todos los bolígrafos y cuando creyó haber encontrado el último, preguntó:
—¿Hay alguno en el suelo?
—Uno. Al lado de tu pie izquierdo.
—Gracias. —Wrath se agachó y comenzó a explorar el suelo a tientas, hasta que cerró su puño alrededor de una cosa lisa y con forma de cigarro, que tenía que ser un Montblanc—. Éste habría sido difícil de encontrar.
Cuando se enderezó, tuvo cuidado de localizar primero el borde del escritorio y asegurarse de que tenía espacio suficiente para levantarse sin darse un golpe en la cabeza, lo cual representaba una mejoría con respecto a lo que había hecho hacía sólo unas horas. Cierto, había tirado la jarrita de los bolígrafos, pero lo estaba haciendo mejor en otras cosas. No era un balance perfecto, pero al menos no estaba maldiciendo ni sangrando.
Así que, considerando lo que había sucedido durante la cena, las cosas iban por buen camino.
Wrath terminó su inspección del escritorio cuando encontró la lámpara, que estaba a la izquierda, y el sello real y la cera que usaba para sellar los documentos.
—No llores —dijo en voz baja.
Beth dejó escapar un sollozo.
—¿Cómo lo has sabido?
Wrath se dio un golpecito en la nariz.
—Puedo olerlo. —Entonces echó la silla hacia atrás y se dio una palmada en el regazo—. Ven a sentarte aquí. Déjame abrazarte.
Wrath oyó que su shellan caminaba alrededor del escritorio y el aroma de sus lágrimas se fue intensificando porque, a medida que se acercaba, más lloraba. Como siempre hacía, Wrath la agarró de la cintura con el brazo y la atrajo hacia él. Sonrió cuando el raquítico asiento dejó escapar un chirrido al sentir el peso extra.
—Me gusta tocarte. —Wrath dejó que sus manos encontraran el pelo ondulado de Beth y la acarició.
Beth se estremeció y se recostó contra él, cosa que le gustó. A diferencia de esos momentos en que tenía que usar las manos para reemplazar los ojos o estaba recogiendo algo que había tirado, cuando sentía el cuerpo tibio de Beth contra el suyo, se sentía fuerte. Grande. Poderoso.
Eso era lo que necesitaba y, a juzgar por la manera como Beth se dejó caer sobre su pecho, ella también lo necesitaba.
—¿Sabes qué voy a hacer después de que terminemos con estos papeles? —murmuró Wrath.
—¿Qué?
—Te voy a llevar a la cama y te voy a tener allí durante todo el día. —Al sentir que la fragancia de Beth se volvía más fuerte, Wrath se rió con satisfacción—. No te molesta, ¿verdad? Aunque te voy a desnudar y te voy a tener así todo el tiempo.
—En lo más mínimo.
—Bien.
Así se quedaron largo rato, hasta que Beth levantó la cabeza del hombro de Wrath.
—¿Quieres trabajar un poco ahora?
Wrath movió la cabeza de forma que, de haber podido ver, habría quedado mirando el escritorio.
—Sí, creo que… mierda, necesito hacerlo. No sé por qué. Sólo necesito hacerlo. Empecemos con calma… ¿Dónde está la bolsa con el correo que subió Fritz?
—Aquí, al lado del asiento viejo de Tohr.
Cuando Beth se inclinó para alcanzar la bolsa, su trasero se clavó contra la polla de Wrath de una manera completamente placentera; Wrath gruñó, la tomó de las caderas y se pegó contra ella.
—Mmm, ¿no hay nada más en el suelo que tengas que recoger? Tal vez debería volver a tirar los bolígrafos. También puedo tirar el teléfono, si lo prefieres.
La risa gutural de Beth fue más sexy que cualquier pieza de ropa íntima.
—Si quieres que me agache, sólo tienes que pedirlo.
—Dios, te amo. —Cuando ella se enderezó, Wrath le volvió la cabeza y la besó en los labios, deleitándose con la suavidad de sus labios y lamiéndola furtivamente… lo cual lo excitó muchísimo—. Revisemos esos papeles rápido para poder llevarte a donde te quiero tener.
—¿Y dónde sería eso?
—Sobre mí.
Beth se volvió a reír y abrió la bolsa de cuero que Fritz utilizaba para guardar las peticiones que llegaban por correo. Se oyó un ruido de sobres y luego su shellan suspiró profundamente.
—Muy bien —dijo Beth—. Veamos qué tenemos aquí.
Había cuatro peticiones de apareamiento, que tenían que ser firmadas y selladas, lo cual antiguamente le habría tomado minuto y medio. Ahora, sin embargo, el proceso de la firma y el sello real requería un poco de coordinación con Beth, pero era divertido hacerlo con ella sentada sobre sus piernas. Luego había una serie de extractos bancarios. Seguidos de varias facturas. Facturas y más facturas. Todas las cuales irían a parar a la mesa de V, para que las pagara por Internet, gracias a Dios, pues Wrath no era muy bueno para manejar todos esos números.
—Queda una última cosa —dijo Beth—. Un sobre grande que viene de una oficina legal.
Cuando ella se inclinó sobre el escritorio, seguramente para tomar el abrecartas en forma de daga, Wrath le acarició los muslos, bajando por la parte externa y subiendo por la parte interna.
—Me encanta sentir cómo te quedas sin aliento cuando hago esto —dijo Wrath, mientras le acariciaba la nuca con la nariz.
—¿Lo abro?
—Claro que sí. —Wrath siguió acariciándola, mientras se preguntaba si no debería dar la vuelta simplemente a su shellan para acomodarla encima de su erección. Dios sabía que podía cerrar la puerta con el pensamiento desde donde estaba—. ¿Qué hay en el sobre, leelan? —Wrath deslizó una mano entre las piernas de Beth y la acarició allá. Esta vez Beth gimió y susurró su nombre, lo cual era muy sexy—. ¿Qué tienes ahí, mujer?
—Es… un certificado… de descendencia —dijo Beth con voz ronca, mientras que sus caderas comenzaban a mecerse—. Para la asignación de un legado.
Wrath movió su pulgar sobre ese punto tan dulce de Beth y le mordisqueó el hombro.
—¿Quién se ha muerto?
Después de volver a gemir, ella dijo:
—Montrag, hijo de Rehm. —Al oír ese nombre, Wrath se quedó quieto y Beth se puso tensa—. ¿Lo conocías?
—Era el que quería matarme. Lo cual significa que, según las Leyes Antiguas, todas sus posesiones son ahora mías.
—Maldito desgraciado. —Beth lanzó unas cuantas maldiciones más, mientras parecía estar hojeando unas páginas—. Bueno, tenía una cantidad de… Caramba. Sí. Era muy rico. Oye… mencionan a Ehlena y a su padre.
—¿Ehlena?
—Es una de las enfermeras de la clínica de Havers. La hembra más encantadora que te puedas imaginar. Ella fue la que le ayudó a Phury a evacuar al personal de las antiguas instalaciones cuando los ataques, ¿recuerdas? Evidentemente ella, bueno, en realidad su padre, es el pariente más cercano, pero está muy enfermo.
Wrath frunció el ceño.
—¿Qué le pasa?
—Aquí dice que tiene una limitación mental. Ella es su tutora legal y la persona que lo cuida y eso debe de ser difícil. No creo que tengan mucho dinero. Saxton, el abogado, ha escrito una nota manuscrita… Ah, esto es interesante…
—¿Saxton? Lo conocí la otra noche. ¿Qué dice?
—Dice que está muy seguro de que el certificado de linaje del padre de Ehlena es auténtico y que está dispuesto a arriesgar su reputación por ellos. Espera que tú ordenes la asignación de las propiedades pronto, pues le preocupan las condiciones tan malas en que están viviendo. Dice que… dice que son personas dignas del golpe de suerte que se les ha presentado de manera inesperada. La palabra «inesperada» está subrayada. Luego agrega que… ninguno de ellos había visto a Montrag desde hacía un siglo.
Saxton no le había parecido ningún tonto. Todo lo contrario. Aunque todo el asunto del asesinato había quedado sin confirmar esa noche en el restaurante de Sal, Wrath estaba seguro de que esa nota manuscrita era una forma sutil de instarlo a no ejercer sus derechos como monarca… para favorecer a unos parientes que se habían sorprendido al enterarse de que eran los beneficiarios más cercanos, que además necesitaban dinero… y no tenían nada que ver con la conspiración.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Beth, al tiempo que le quitaba el pelo de la cara.
—Montrag se merecía lo que le pasó, pero sería genial que saliera algo bueno de todo esto. No necesitamos las propiedades y si esa enfermera y su padre…
Beth le dio un beso en la boca.
—Te adoro.
Wrath se rió y la mantuvo pegada contra sus labios.
—¿Quieres demostrármelo?
—Cuenta con ello después de que firmes esta aprobación.
Para sellar el testamento, tuvieron que volver a usar la vela, la cera y el sello real, pero esta vez Wrath tenía prisa y sentía que no podía esperar un minuto más para estar dentro de su hembra. La firma todavía se estaba secando y el sello todavía se estaba enfriando, cuando volvió a besar a Beth en la boca…
El golpe en la puerta lo hizo gruñir, mientras miraba con odio hacia el lugar del que provenía el sonido.
—Largo de aquí.
—Traigo noticias. —La voz amortiguada de Vishous parecía tensa. Lo cual le agregaba el calificativo «malas» a lo que acababa de decir.
Wrath abrió las puertas con el pensamiento.
—Habla. Pero que sea rápido.
La reacción de susto de Beth le dio una idea de la expresión que debía tener V.
—¿Qué ha pasado? —murmuró ella.
—Rehvenge está muerto.
—¿Qué? —preguntaron los dos al unísono.
—Acabo de recibir una llamada de iAm. Pusieron una bomba en ZeroSum y, según el Moro, Rehv estaba dentro. Dada la magnitud de la explosión, es imposible que haya podido sobrevivir.
Hubo un momento de silencio mientras todos asimilaban esa información.
—¿Bella ya lo sabe? —dijo Wrath con tono serio.
—Todavía no.