58

Veinticuatro horas en Manhattan eran suficientes para convertir en un hombre nuevo incluso al hijo del mal.

Tras el volante de su Mercedes, con el maletero y el asiento trasero lleno de bolsas de Gucci, Louis Vuitton, Armani y Hermès, Lash estaba feliz. Había dormido en una suite del Waldorf, había follado con tres mujeres, dos al mismo tiempo, y había cenado como un rey.

Cuando tomó la salida de la Autopista del Norte que llevaba a la colonia symphath, miró la hora en su nuevo y despampanante reloj de oro Cartier, con el cual había reemplazado ese otro Jacob & Co. de imitación, que le parecía tan ordinario.

Lo que mostraban las manecillas del reloj no era problema, el problema era la fecha: el rey symphath iba a darle un tirón de orejas, pero en realidad no le importaba. Por primera vez desde que había sido convertido por el Omega, se sentía como él mismo. Llevaba puestos unos pantalones de algodón de Marc Jacobs, una camisa de seda de LV, un chaleco de cachemira de Hermès y unos mocasines Dunhill. Su polla estaba satisfecha, todavía tenía el estómago lleno con la cena de Le Cirque y sabía que podía regresar a la Gran Manzana y volver a hacer lo mismo en cualquier momento.

Siempre y cuando sus chicos siguieran trabajando bien.

Al menos las cosas parecían ir por buen camino en ese frente. El señor D había llamado hacía cerca de una hora para decirle que la mercancía seguía vendiéndose con rapidez. Lo cual era, al mismo tiempo, una noticia buena y mala. Porque significaba que, si bien tenían más dinero, la mercancía se les estaba agotando a pasos agigantados.

Sin embargo, los restrictores estaban bastante familiarizados con los procesos de persuasión, razón por la cual el último traficante que había accedido a reunirse con ellos para hacerles una venta grande no había sido asesinado sino secuestrado.

El señor D y los otros iban a someterlo a un buen ejercicio físico, y no precisamente en el gimnasio.

Lo cual hizo que Lash pensara en el tiempo que había pasado en la ciudad.

La guerra con los vampiros siempre tendría su base en Caldwell, a menos que los hermanos decidieran mudarse. Pero Manhattan era una de las capitales mundiales de la droga y estaba cerca, muy cerca. A sólo una hora en coche.

Naturalmente, el viaje a la ciudad no había sido sólo para visitar las tiendas de la Quinta Avenida. Lash había pasado gran parte de la noche yendo de club en club, estudiando el panorama, buscando información sobre patrones de conducta: qué clase de gente iba a cada sitio, porque eso le podía indicar qué era lo que la gente estaba comprando. A los tecnos les gustaba el éxtasis. A los nuevos ricos les gustaban la cocaína y el éxtasis. Los universitarios preferían la hierba y los alucinógenos, pero también se les podía vender Oxycontin y metadona. Los góticos y los emos adoraban el éxtasis y las cuchillas. Y los yonquis que pululaban por los callejones que rodeaban los clubes eran aficionados al crack, el crank y la heroína.

Si lograba poner en marcha el negocio en Caldie, podría hacer lo mismo en Manhattan, con mejores resultados. Y no había razón para no pensar en grande.

Al tomar el camino de tierra que ya conocía, metió la mano debajo de la silla para sacar una reluciente SIG calibre cuarenta que se había comprado la noche anterior, cuando iba hacia la ciudad.

No había razón para cambiarse y ponerse ropa de combate. Un buen asesino no necesitaba sudar para hacer bien su trabajo.

La granja blanca seguía plantada en medio de un paisaje que ahora estaba cubierto de nieve y era un encanto, la perfecta tarjeta de Navidad para los humanos. En medio de la noche, se veía una pálida columna de humo que salía de una de las chimeneas, y las distintas espirales parecían atrapar y amplificar la suave luz de la luna, creando sombras que se movían furtivamente por el tejado. Al otro lado de las ventanas, la luz dorada de las velas oscilaba, como si una brisa sutil recorriera todos los salones. O tal vez sólo eran esas malditas arañas.

Joder, a pesar de esa apariencia tan acogedora, el lugar realmente inspiraba terror.

Lash estacionó el Mercedes junto al cartel de la orden monástica y se bajó del coche. Cuando la nieve cubrió sus mocasines nuevos, sacudió los pies, al tiempo que maldecía y se preguntaba por qué demonios los malditos symphaths no habían sido recluidos en Miami.

Pero, claaaaaro, los devoradores de pecados tenían que vivir casi en la frontera con Canadá.

Desde luego, nadie los quería, de manera que este destierro helado era lógico.

La puerta de la granja se abrió y apareció el rey, con sus vestiduras blancas ondeando a su alrededor y esos ojos rojos resplandecientes, que esa noche eran extrañamente brillantes.

—Llegas tarde. Varios días tarde.

—En todo caso, todavía tienes las velas encendidas.

—¿Y acaso mi tiempo es menos valioso que la cera derramada?

—Yo no he dicho eso.

—Pero tus actos hablan por ti, fuerte y claro.

Lash subió las escaleras con el arma en la mano, muy consciente de que el rey observaba todos sus movimientos. Muy consciente de la energía que vibraba entre ellos, que chisporroteaba como una hoguera en medio del aire helado.

Maldición. Esa situación era realmente incómoda.

—Entonces, ¿nos ocupamos de nuestro asunto? —murmuró Lash, mientras miraba esos ojos rojos y trataba de no sentirse atraído.

El rey sonrió y se llevó sus dedos de tres falanges a la gargantilla de diamantes que llevaba al cuello.

—Sí, creo que podemos hacerlo. Ven por aquí y te llevaré hasta tu objetivo. Está en la cama…

—Pensé que sólo te vestías de rojo, Princesa. Y ¿qué demonios haces tú aquí, Lash?

Al ver que el rey se ponía rígido, Lash dio media vuelta, siempre con el arma en la mano. A través del césped, avanzaba hacia ellos… un macho enorme con resplandecientes ojos color amatista y un inconfundible peinado de penacho en la cabeza. Rehvenge, hijo de Rempoon.

El maldito no parecía sorprendido de estar en suelo symphath, en lo más mínimo. Por el contrario, parecía sentirse en casa. Y también se veía que estaba furioso.

¿Princesa?

Una rápida mirada por encima del hombro le mostró a Lash… lo mismo que había visto antes. Un tipo delgado, vestido con una túnica blanca y con el pelo recogido sobre la cabeza, como el de… ¿una hembra?

En estas circunstancias, le alegró el hecho de que lo hubiesen engañado. Era mucho mejor querer follar con una hembra mentirosa que tener que enfrentarse al hecho de ser un… Sí, no había razón para pensar en eso, ni en broma.

Entonces Lash se dio cuenta de que esa pequeña interrupción inesperada resultaba perfectamente oportuna. Si sacaba a Rehv del negocio de las drogas, liberaría todo el mercado de Caldwell para su beneficio.

Todo sucedió en unos segundos. Lash movió el dedo dispuesto a apretar el gatillo y entonces el rey se abalanzó sobre él y agarró el cañón del arma.

—¡A él no! ¡A él no!

‡ ‡ ‡

Mientras que el disparo retumbaba en medio de la noche y la bala iba a clavarse en el tronco de un árbol, Rehvenge observó a Lash y a la princesa forcejeando por el control del arma. En cierta forma, le importaba un pito cuál de los dos ganara, o si alguien resultaba muerto en el proceso, y tampoco estaba muy interesado en saber cómo era posible que un chico que había sido asesinado pareciera estar tan vivo. Su vida estaba llegando a su fin exactamente dónde había sido concebida: en la colonia. Ya fuera que muriera esa noche, o a la mañana siguiente, o al cabo de cien años; ya fuera que lo asesinara la princesa o terminara matándolo Lash, el fin ya estaba decidido, así que los detalles no importaban.

Aunque tal vez esa actitud de impasibilidad era resultado de su estado de ánimo. Después de todo, era un macho enamorado que había perdido a su compañera, así que, si pensaba en su vida como en un viaje, él ya había hecho la maleta, había dejado la habitación del hotel y estaba en el ascensor camino del infierno.

Al menos así razonaba su naturaleza vampira. Sin embargo, la otra parte de su personalidad estaba despertando: los dramas mortales siempre eran un estímulo para su lado perverso y Rehv no se sorprendió cuando el symphath que llevaba dentro triunfó sobre la última dosis de dopamina que corría por sus venas. En un segundo, su visión perdió el espectro cromático y se volvió plana, las vestiduras de la princesa volvieron a ser rojas y los diamantes que llevaba al cuello se tornaron rubíes rojos como la sangre. Evidentemente siempre se vestía de blanco, pero como él sólo la había visto con sus ojos de devorador de pecados, había creído que se vestía con ropa del color de la sangre.

Como si le importara el color del guardarropa de la princesa.

Después de que aflorara su lado perverso, Rehv no pudo evitar involucrarse en la pelea. Mientras las sensaciones inundaban su cuerpo, sacando a sus brazos y a sus piernas de la armadura del adormecimiento, Rehv saltó al porche. El odio lo impulsaba y, aunque no tenía ningún interés en tomar partido por Lash, quería joder a la princesa; y no precisamente en el buen sentido.

Así que se situó detrás de ella, la agarró por la cintura y la levantó del suelo. Lo cual le dio a Lash la posibilidad de quitarle el arma y alejarse.

El desgraciado se había convertido en un macho grande después de la transición. Pero ésos no eran los únicos cambios que había sufrido. Apestaba a ese dulce olor de la maldad que animaba a los restrictores. Evidentemente, había sido rescatado de la muerte por el Omega, pero ¿por qué? ¿Cómo?

Eran preguntas que no le preocupaban mucho. Sin embargo, estaba fascinado apretando la caja torácica de la princesa con tanta fuerza que ella tenía que hacer un esfuerzo para respirar. Mientras le clavaba las uñas en los antebrazos, por encima de la camisa de seda, Rehv estaba seguro de que también lo habría mordido de haber podido hacerlo, pero él no pensaba darle la oportunidad. También la tenía agarrada del moño, con el fin de mantenerle la cabeza bajo control.

—Funcionas muy bien como escudo, perra —le dijo Rehv al oído.

Mientras ella trataba de hablar, Lash se alisó la ropa, cuya elegancia saltaba a la vista, y levantó el arma que tenía en la mano hasta dejarla apuntando hacia la cabeza de Rehv.

—Me alegro mucho de verte, Reverendo. Iba a ir a buscarte, pero acabas de ahorrarme el viaje. Tengo que decir, sin embargo, que verte escondido detrás de una hembra-macho, o lo que sea, no le hace justicia a tu reputación de matón.

—Esto no es un macho, y si no me diera tanto asco le rasgaría las vestiduras para que lo vieras con tus propios ojos. Y, oye, cuéntame algo, ¿quieres? La última vez que tuve noticias tuyas estabas muerto.

—Pero no fue por mucho tiempo. —El tipo sonrió y mostró un par de colmillos largos y blancos—. Así que se trata realmente de una hembra, ¿eh?

La princesa se sacudió, pero Rehv la sometió dándole un tirón al moño que casi le arranca la cabeza. Al sentir que ella jadeaba, Rehv dijo:

—Así es. ¿Acaso no sabías que los symphaths son prácticamente hermafroditas?

—No sabes el alivio que siento al saber que me mintió.

—Vosotros dos formáis la pareja ideal.

—Pienso lo mismo. Ahora, ¿por qué no sueltas a mi amiga?

—¿Tu amiga? Me parece que vas un poco rápido, ¿no? Y creo que voy a pasar de soltarla. Me gusta la idea de que nos mates a los dos.

Lash frunció el ceño.

—Pensé que eras un guerrero. Pero supongo que no eres más que un marica. Debería haber ido a tu club y meterte un tiro sin más ni más.

—De hecho, hace cerca de diez minutos que estoy oficialmente muerto. Así que me importa un bledo lo que hagas. Aunque me gustaría saber por qué querías matarme.

—Conexiones. Y no precisamente de tipo social.

Rehv levantó las cejas. ¿Entonces Lash era el que había estado matando a todos esos traficantes? ¿Para qué? Aunque… el maldito había tratado de vender drogas en ZeroSum hacía cerca de un año y por eso lo habían echado a patadas del club. Era evidente que ahora que había caído en manos del Omega estaba volviendo a sus viejos hábitos de hacer dinero.

Con la fluidez que da ver las cosas en perspectiva, las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar de repente. Los padres de Lash habían sido las primeras víctimas de los ataques realizados por los restrictores durante el verano anterior. Mientras familia tras familia terminaba muerta en sus casas, supuestamente secretas y protegidas, la pregunta que todo el mundo se hacía: el consejo, la Hermandad y todos los civiles, era cómo habían caído en manos de la Sociedad todas esas direcciones.

Sencillo: Lash había sido reclutado por el Omega y era el que había dirigido la operación.

Rehv apretó todavía más a la princesa, mientras desaparecían los últimos rastros del adormecimiento producido por la dopamina.

—Así que estás tratando de introducirte en mi negocio, ¿no? Fuiste tú el que mató a todos esos traficantes.

—Sólo estaba subiendo los eslabones de la cadena alimenticia, por decirlo de alguna manera. Y contigo muerto, estoy en la cima, al menos en Caldwell. Así que ¿por qué no la dejas ir y te disparo en la cabeza para que todos podamos seguir con nuestras vidas?

Una oleada de terror azotó el porche y cayó sobre Rehv, la princesa y Lash.

Rehv desvió la mirada y se quedó tieso. Bueno, bueno, bueno, vaya sorpresa… Esto iba a terminar mucho antes de lo que había pensado.

A través del césped cubierto de nieve, se acercaba una patrulla de siete symphaths, perfectamente formados y vestidos con túnicas color rojo rubí. En el centro del grupo, apoyándose en un bastón y con la cabeza adornada con un tocado de rubíes y arpones negros, iba un macho encorvado y debilucho.

El tío de Rehv. El rey.

Parecía mucho más viejo pero, a pesar del deterioro y la debilidad de su cuerpo, su alma seguía tan fuerte y maligna como antes, lo cual hizo que Rehv se estremeciera y la princesa dejara de forcejear. Hasta Lash tuvo el buen sentido de retroceder.

La guardia privada del rey se detuvo al pie de las escaleras que conducían al porche y sus túnicas ondearon en medio de la brisa helada que Rehv ahora sí podía sentir contra su rostro.

El rey habló con voz débil, alargando las eses aflautadas.

—Bienvenido a casa, querido sobrino. Y, saludos, forastero.

Rehv se quedó mirando a su tío. No lo había visto en… Dios, mucho tiempo. Mucho, mucho tiempo. Desde el funeral de su padre. Evidentemente los años habían dejado su amarga huella en el rey, y Rehv sonrió al imaginarse a la princesa teniendo que compartir la cama con ese cuerpo fofo y retorcido.

—Buenas noches, tío —dijo Rehv—. Y, por cierto, éste es Lash. Por si no lo sabías.

—No nos habían presentado formalmente, no, aunque conozco el propósito de su presencia en mis tierras. —El rey clavó sus ojos rojos y aguados en la princesa—. Mi querida niña, ¿acaso pensabas que no era consciente de tus visitas regulares a Rehvenge? ¿Y crees que desconocía tus planes más recientes? Me temo que estaba muy apegado a ti y por eso permitía tus encuentros con tu hermano…

—Medio hermano —anotó Rehv con tono cortante.

—… Sin embargo, esta traición con un restrictor es algo que no puedo permitir. Verdaderamente, me asombra mucho tu osadía, teniendo en cuenta que he anulado el documento en que te legaba el trono. Pero ya no me dejaré dominar más por mi antigua adoración. Tú me subestimaste y, por esa falta de respeto, te condenaré a un castigo congruente con tus necesidades y anhelos.

El rey hizo una señal de asentimiento con la cabeza e, impulsado por el instinto, Rehv giró sobre sus talones. Pero fue demasiado tarde. Detrás de él había un symphath con una espada en alto, cuyo brazo ya comenzaba a descender; y aunque lo que se dirigía hacia él no era la hoja de la espada, eso sólo representaba una mínima mejoría, pues la empuñadura le dio justo en la cabeza.

El impacto fue la segunda explosión de la noche, pero, a diferencia de la primera, esta vez Rehv no quedó de pie después de que se desvanecieran las chispas y el ruido.