57
—¿Ehlena? —La voz de Lusie llegó desde las escaleras—. Ya me voy.
Ehlena se sacudió y miró la hora en el borde inferior de la pantalla del portátil. ¿Las cuatro y media? ¿Ya? Dios, parecía como si… Bueno, a decir verdad no sabía si llevaba varias horas o varios días sentada frente al escritorio improvisado que tenía en su cuarto. A pesar de que siempre había tenido abierta la página con las ofertas de trabajo del Caldwell Courier Journal, lo único que había estado haciendo era trazar círculos con el índice sobre el ratón.
—Ya voy. —Se estiró al ponerse de pie y se dirigió a las escaleras—. Gracias por lavar los platos después de la cena de papá.
La cabeza de Lusie apareció al final de las escaleras.
—De nada. Escucha, hay alguien aquí que quiere verte.
Ehlena sintió que el corazón se le agitaba en el pecho.
—¿Quién?
—Un macho. Lo he hecho pasar.
—Ay, Dios —dijo Ehlena entre dientes. Mientras subía corriendo desde el sótano, pensó que al menos su padre estaba durmiendo profundamente después de comer, pues lo último que necesitaba ahora era que se agitara por la presencia de un extraño en la casa.
Llegó a la cocina dispuesta a decirle a Rehv o a Trez, o a quien fuera, que se marchara, pero…
Un macho rubio y extremadamente distinguido estaba de pie junto a la mesa de la cocina, con un portafolios negro en la mano. Lusie estaba junto a él, poniéndose su abrigo negro y preparando su bolso para marcharse a su casa.
—¿En qué puedo servirle? —preguntó Ehlena, con el ceño fruncido.
El macho hizo una pequeña venia, se llevó la mano al pecho con elegancia y, cuando habló, lo hizo con una voz extrañamente profunda y culta.
—Estoy buscando a Alyne, hijo de sangre de Uys. ¿Es usted su hija?
—Sí, así es.
—¿Puedo verlo?
—Está descansando. ¿De qué va todo esto y quién es usted?
El macho miró de reojo a Lusie y luego se llevó la mano al bolsillo delantero de la chaqueta y sacó una identificación escrita en Lengua Antigua.
—Soy Saxton, hijo de Tyhm, y soy el abogado que está a cargo del fideicomiso de Montrag, hijo de Rehm. Él hizo su tránsito al Ocaso recientemente, pero no dejó herederos directos y, de acuerdo con mis investigaciones genealógicas, su padre es el pariente más cercano y, por lo tanto, su único heredero.
Ehlena levantó las cejas.
—¿Perdón? —Cuando el macho repitió lo que acababa de decir, ella seguía sin entender—. Yo… ah… ¿qué?
Cuando el abogado lo intentó por tercera vez, Ehlena sintió que la cabeza comenzaba a darle vueltas. Rehm… Sí, ella ya había oído ese nombre. Lo había visto en los archivos de los negocios de su padre… y en el manuscrito. No parecía una buena persona. En lo más mínimo. Por otra parte, Ehlena tenía un recuerdo vago del hijo, pero era una imagen muy poco específica, sólo un viejo recuerdo de sus días como hembra de honor de la glymera y parte del círculo de señoritas debutantes.
—Lo siento —murmuró Ehlena—, pero esto es toda una sorpresa.
—Entiendo. ¿Puedo hablar con su padre?
—Él no… no está en condiciones de recibir visitas. De hecho, no se encuentra bien de salud. Yo soy su tutora legal. —Ehlena se aclaró la garganta—. Tuve que declararlo incapacitado bajo las Leyes Antiguas, debido a… una enfermedad mental.
Saxton, hijo de Thym, hizo una pequeña venia.
—Siento mucho oír eso. ¿Puedo preguntarle si tiene usted certificados de linaje, tanto el suyo como el de su padre? ¿Y la declaración de incapacidad?
—Lo tengo todo abajo. —Ehlena miró a Lusie—. Supongo que ya te tienes que ir.
Lusie miró de reojo a Saxton y pareció llegar a la misma conclusión a la que Ehlena había llegado. El macho parecía perfectamente normal y con ese traje, ese abrigo y ese maletín en la mano tenía todo el aspecto de un abogado. Su identificación también parecía legítima.
—Puedo quedarme un poco si quieres —dijo Lusie.
—No, estaré bien. Además, ya casi va a amanecer.
—En ese caso, adiós.
Ehlena acompañó a Lusie hasta la puerta y luego regresó con el abogado.
—¿Me disculpa un segundo?
—Tómese todo el tiempo que necesite.
—¿Le apetecería… ah, tomar algo? ¿Un café? —Ehlena rogó que el macho dijera que no, pues lo mejor que podía ofrecerle era una taza de cerámica y él parecía la clase de tipo que estaba más acostumbrado a la porcelana de Limoges.
—Estoy bien así, pero gracias de todas maneras. —La sonrisa del macho parecía genuina y no contenía ninguna insinuación sexual. Pero, claro, sin duda él sólo debería interesarse por la clase de hembra aristocrática que ella habría sido si su situación económica fuera distinta.
Su situación económica… y también otras cosas.
—Enseguida vuelvo. Por favor, tome asiento. —Aunque esos pantalones perfectamente planchados seguramente no estarían muy contentos de que él tratara de sentarse en su vieja silla de mala muerte.
En su habitación, Ehlena buscó debajo de la cama y sacó la caja de seguridad. Mientras la llevaba arriba, se sentía aturdida, totalmente destrozada por la cantidad de problemas que habían caído sobre ella, como aviones en llamas que cayeran en picado desde el cielo. Por Dios, el hecho de que un abogado hubiese aparecido en su puerta, en busca de unos herederos, parecía… intrascendente. Que pasara lo que tenía que pasar. Y, de todas maneras, no pensaba hacerse muchas ilusiones. Teniendo en cuenta lo mal que le había salido todo últimamente, estaba segura de que esta «oportunidad de oro» se iba a terminar como todo lo demás.
En la alcantarilla.
De nuevo en la cocina, Ehlena puso la caja de seguridad sobre la mesa.
—Tengo todo aquí.
Cuando se sentó, Saxton también se sentó, puso el maletín sobre el suelo lleno de agujeros y clavó sus ojos grises en la caja. Después de marcar la combinación, Ehlena abrió la pesada tapa y sacó un sobre color crema y tres pergaminos, cada uno de los cuales tenía unas cintas de raso que colgaban de la parte interior del rollo.
—Éste es el documento donde se declara la incapacidad legal —dijo ella, al tiempo que abría el sobre y sacaba unos papeles.
Después de que el abogado estudiara la carta y asintiera con la cabeza, Ehlena desenrolló el certificado de linaje de su padre, el cual ilustraba el árbol familiar con primorosas letras en tinta negra. En la parte de abajo del documento, las cintas amarilla y azul pálido y rojo profundo estaban pegadas al documento con un sello de cera negra que tenía impreso el escudo de armas del padre del padre de su padre.
Saxton tomó su maletín, lo abrió y sacó un par de lentes de joyero. Luego se los puso sobre la nariz y miró cuidadosamente cada centímetro del pergamino.
—Es auténtico —dictaminó—. ¿Y los otros?
—Son el de mi madre y el mío. —Ehlena los desenrolló uno por uno y luego él los examinó con la misma atención.
Cuando terminó, se recostó contra el respaldo del asiento.
—¿Podría ver nuevamente los documentos en que se declara la incapacidad legal?
Ehlena se los pasó y él los leyó, con el ceño fruncido, apretando sus cejas perfectamente delineadas.
—¿Cuál es exactamente la condición médica de su padre, si me permite preguntarle?
—Padece esquizofrenia. Está muy enfermo y, para serle sincera, necesita atención las veinticuatro horas.
Los ojos de Saxton recorrieron lentamente la cocina, deteniéndose en las manchas del suelo, las láminas de papel de aluminio que cubrían las ventanas y el estado agonizante de los electrodomésticos.
—¿Tiene usted trabajo?
Ehlena se puso tiesa.
—No creo que eso sea relevante.
—Lo siento. Tiene usted razón. Es sólo que… —El macho abrió otra vez su maletín y sacó un documento encuadernado y un balance contable—. Bien, tengo la absoluta seguridad de que sus documentos son auténticos, de manera que ya estoy en disposición de certificar que usted y su padre son los parientes más cercanos de Montrag. Cuando yo firme estos papeles, usted nunca más tendrá que volver a preocuparse por dinero.
El macho puso frente a ella el documento y el balance contable; luego sacó un bolígrafo dorado del bolsillo interior de su chaqueta.
—Ahora tiene un patrimonio bastante importante.
Con la punta del bolígrafo, Saxton señaló la cifra que estaba al final de la última columna del balance.
Ehlena bajó la mirada hacia el número y parpadeó.
Luego se inclinó hasta que sus ojos quedaron a escasos centímetros de la punta del bolígrafo, del papel y… de la dichosa cifra.
—¿Eso es… ¿Cuántos dígitos tiene esa cifra? —susurró.
—Tiene ocho dígitos a la izquierda del punto decimal.
—¿Y empieza con un tres?
—Sí. También hay una propiedad grande. Ubicada en Connecticut. Usted podrá mudarse en cualquier momento, después de que termine de gestionar los papeles de la certificación, los cuales pienso redactar durante el día para pasarlos enseguida para la aprobación del rey. —El macho se recostó contra el respaldo—. Legalmente, todo el dinero, las propiedades y los efectos personales, entre ellos los objetos de arte, las antigüedades y los coches, serán de su padre hasta que él muera. Pero con este documento que la designa a usted como su tutora legal, usted estará a cargo de todo para beneficio de él. Supongo que usted figura como heredera en su testamento, ¿verdad?
—Ah… Lo siento, ¿cuál era la pregunta?
Saxton sonrió con amabilidad.
—¿Su padre ha hecho testamento? ¿Figura usted en él?
—No… no, no ha hecho testamento. Ya no tenemos patrimonio.
—¿Tiene usted hermanos?
—No, soy sólo yo. Bueno, él y yo desde que mi madre murió.
—¿No le gustaría que yo redactara un testamento a nombre de él y en su favor? Si su padre muere sin dejar testamento, todo pasará a ser suyo de todas formas, pero si tenemos el testamento legalizado de antemano será más fácil para cualquier abogado que usted contrate, porque no tendrá que esperar la firma del rey para hacer la transferencia del patrimonio.
—Eso sería… No, espere, usted debe de cobrar mucho… quiero decir, sus honorarios… No creo que podamos…
—Ahora tiene con qué pagarme —dijo Saxton y le dio un golpecito con el bolígrafo al balance contable—, créame.
‡ ‡ ‡
Mientras trataba de sobrevivir las largas y oscuras horas que siguieron al momento en que perdió la vista, Wrath se cayó por las escaleras, delante de todos los que se habían reunido en el comedor para la cena. Gracias a un movimiento torpe, salió rodando escaleras abajo, hasta caer al suelo de mosaico del vestíbulo.
Bueno, pensó, al menos no estaba sangrando, eso sí que hubiera sido terrible… Ah… no. Cuando se llevó la mano al pelo para quitárselo de la cara, sintió algo húmedo y sabía que no era saliva.
—¡Wrath!
—¡Hermano!
—¿Qué demonios…
—Puta…
Beth fue la primera de muchos en llegar hasta él y enseguida le puso las manos en los hombros, mientras la sangre caliente chorreaba desde su nariz.
Entonces otras manos llegaron hasta él en medio de la oscuridad, las manos de sus hermanos, las manos de las shellans de la casa, todas amigables, preocupadas, compasivas.
Pero Wrath los alejó a todos con un gesto furioso mientras trataba de ponerse en pie. Sin embargo, sin tener un punto de referencia que lo ayudara a orientarse, terminó poniendo un pie sobre el último escalón, lo cual hizo que perdiera de nuevo el equilibrio. Finalmente, logró agarrarse a la barandilla y pudo estabilizarse y moverse hacia atrás arrastrando los pies, pero sin saber si se dirigía a la puerta principal, a la sala de billar, a la biblioteca o al comedor. Estaba completamente perdido en un espacio que conocía como la palma de su mano.
—Estoy bien —dijo con tono brusco—. Estoy bien.
Todo el mundo se quedó callado a su alrededor, pues su voz de mando seguía intacta a pesar de la ceguera, y su autoridad como soberano era irrebatible, a pesar de que no pudiera ver.
De repente sintió que su espalda se estrellaba contra una pared y el candelabro de cristal que había quedado sobre su cabeza tintineaba por el impacto, produciendo un eco que resonó en medio del silencio.
Por Dios… Santo. No podía seguir así, estrellándose contra todo, tropezándose, cayéndose. Pero tampoco es que tuviera otra opción.
Desde que sus luces se habían apagado, había estado esperando que sus ojos volvieran a comenzar a trabajar. Sin embargo, el tiempo pasaba y ni Havers ni la doctora Jane le ofrecían ninguna respuesta concreta. En realidad, estaban desconcertados, sin saber qué hacer, y así, la verdad que Wrath había entendido con el corazón se fue abriendo camino lentamente hasta su cerebro: esa penumbra en la que se encontraba era la nueva tierra que pisaba.
O, mejor, la nueva tierra en la que se caía.
Cuando el candelabro dejó de temblar sobre su cabeza, todo su cuerpo estaba temblando y Wrath rogó que nadie, ni siquiera Beth, tratara de tocarlo o decirle que todo iba a salir bien.
Las cosas nunca iban a volver a estar bien. Nunca iba a recobrar la vista, independientemente de lo que los médicos trataran de hacerle, independientemente de la cantidad de veces que se alimentara, independientemente de lo mucho que reposara o lo bien que se cuidara. Porque la verdad era que, aun desde antes de que V le contara lo que había visto en una de sus visiones, Wrath sabía que eso iba a suceder: su capacidad visual venía declinando desde hacía siglos, perdiendo cada vez más agudeza. Y llevaba años teniendo esas jaquecas, que se habían vuelto más intensas en los últimos doce meses.
Wrath sabía dónde iba a terminar. Toda su vida lo había sabido y había tratado de pasarlo por alto, pero ahora la realidad por fin estaba ahí.
—Wrath. —Mary, la shellan de Rhage, fue la que rompió el silencio; su voz sonó calmada, sin ningún rastro de dramatismo o histeria. El contraste con el caos que se agitaba en su mente lo hizo volverse hacia el lugar del cual provenía el sonido, aunque no podía responderle porque se había quedado sin voz—. Wrath, quiero que estires la mano izquierda. Ahí encontrarás el marco de la puerta de la biblioteca. Acércate al marco y da cuatro pasos hacia atrás para entrar en el salón. Quiero hablar contigo, y Beth me va a acompañar.
Las palabras parecían tan ecuánimes y razonables que fueron como un mapa a través de una selva espesa y Wrath siguió las instrucciones con toda la desesperación de un viajero que se encuentra perdido. Estiró la mano… y, sí, ahí estaba el diseño de la moldura del marco. Luego se acercó al marco arrastrando los pies, usó las dos manos para encontrar el camino entre las puertas y dio cuatro pasos hacia atrás.
Luego oyó unas pisadas suaves. Dos personas. Y luego se cerraron las puertas de la biblioteca.
Podía sentir dónde estaban las hembras por el sutil sonido de su respiración. Afortunadamente, ninguna se le acercó.
—Wrath, creo que vamos a tener que hacer algunos cambios temporales. —La voz de Mary venía de la derecha—. Por si tardas en recuperar la vista más de lo que habíamos pensado.
Qué manera tan diplomática de plantearlo, pensó Wrath.
—Como qué —murmuró.
Beth respondió y Wrath se dio cuenta de que, evidentemente, las dos hembras ya habían hablado sobre el asunto.
—Un bastón que te ayude a mantener el equilibrio y un esquema que asegure que siempre haya alguien en el estudio de manera que puedas volver a trabajar.
—Y tal vez también otro tipo de ayudas —agregó Mary.
Mientras Wrath asimilaba esas palabras, las palpitaciones de su corazón retumbaron en sus oídos, aunque él trató de no prestarles atención. Cuando sintió un sudor frío por todo el cuerpo se preguntó si sería producto del miedo o del esfuerzo que estaba haciendo para no perder el control y desmoronarse frente a ellas.
Probablemente era producto de las dos cosas. La cuestión era que, aunque no ser capaz de ver era terrible, lo que realmente lo estaba matando era la sensación de claustrofobia. Sin la referencia de la vista, se sentía atrapado en el estrecho espacio que cubría su piel, preso dentro de su propio cuerpo, sin ninguna manera de salir… eso era lo que Wrath peor llevaba. Le recordaba lo que había sentido hacía mucho tiempo, cuando era un niño y su padre lo encerró en un espacio pequeño… desde donde presenció cómo los restrictores mataban a sus padres.
El recuerdo de ese doloroso suceso hizo que le temblaran las rodillas y se tambaleó hacia un lado, pero afortunadamente Beth lo agarró y lo empujó suavemente de manera que se desplomó sobre un sofá.
Mientras trataba de respirar, agarró la mano de Beth con fuerza. Ese contacto fue lo único que lo salvó de comenzar a llorar como un maldito afeminado.
Era el fin del mundo… era el fin del mundo… era el fin del…
—Wrath —dijo Mary—, te ayudaría mucho volver a trabajar, llevar una vida normal, dentro de lo que cabe, y podemos hacer que las cosas sean más fáciles para ti. Hay soluciones que pueden brindar seguridad y ayudar en el proceso de acostumbrarse a…
Mary siguió hablando, pero Wrath no la escuchaba. En lo único en lo que podía pensar era en que nunca más podría volver a pelear. Tampoco se podría mover con facilidad por la casa. Ni podría volver a tener ni siquiera una visión borrosa de lo que tenía en el plato, o quién estaba sentado a su mesa, o lo que Beth llevaba puesto. No sabría cómo afeitarse o sacar la ropa del armario, ni podría ver dónde estaban el champú y el jabón. ¿Cómo iba a ejercitarse físicamente? No podría elegir las pesas que quería usar ni encender la cinta andadora ni… mierda, ni siquiera podría atarse los cordones de las zapatillas.
—Me siento como si estuviera muerto —dijo de repente con voz ahogada—. Si es así como van a ser las cosas de ahora en adelante… siento que la persona que he sido hasta ahora… está muerta.
La voz de Mary le llegó desde un lugar cercano, frente a él.
—Wrath, he visto a mucha gente que atraviesa exactamente por la misma situación que tú estás pasando. Mis pacientes autistas y sus padres tienen que aprender a mirar las cosas desde una nueva perspectiva. Pero no todo está perdido para ellos. No se trata de una muerte sino de vivir de otra manera.
Mientras Mary hablaba, Beth le acariciaba la parte interna del antebrazo, subiendo y bajando la mano por el tatuaje que representaba su linaje. Esas caricias lo hicieron pensar en la cantidad de machos y de hembras que habían muerto antes que él, cuyo coraje había sido puesto a prueba por desafíos internos y externos.
Entonces frunció el ceño y de repente se sintió avergonzado por su debilidad. Si su padre y su madre estuvieran vivos en este momento, se habría sentido avergonzado de que lo vieran portarse de la manera en que lo estaba haciendo. Y Beth… su adorada compañera, su shellan, su reina, tampoco debería tener que verlo así.
Wrath, hijo de Wrath, no debería dejarse aplastar por el peso que había sido puesto sobre sus hombros. Debería llevarlo con dignidad. Eso era lo que hacían los miembros de la Hermandad. Eso era lo que hacía un rey. Eso era lo que hacía un macho valiente e íntegro. Él debería estar soportando su carga, alzándose por encima del dolor y del temor, con valor y fortaleza, y no sólo por el bien de aquellos a los que amaba, sino por él mismo.
Pero en lugar de eso se estaba cayendo por las escaleras como si fuera un borracho.
Wrath se aclaró la garganta una vez y tuvo que volver a carraspear antes de poder hablar.
—Necesito… necesito ir a hablar con alguien.
—Está bien —dijo Beth—. Podemos traer a quienquiera que…
—No, yo iré por mis propios medios. Si me disculpáis… —Se puso en pie y dio un paso al frente… pero se estrelló contra la mesita. Mientras contenía una maldición y se frotaba la espinilla, dijo—: ¿Seríais tan amables de dejarme a solas? Por favor.
—¿Puedo…? —dijo Beth, pero se le quebró la voz—. ¿Puedo limpiarte la sangre de la cara?
Con un gesto automático, Wrath se pasó la mano por la mejilla y la sintió húmeda. Sangre. Todavía estaba sangrando.
—No es nada. Estoy bien.
Entonces se oyó el rumor de las dos hembras mientras caminaban hasta la puerta y luego el clic de la cerradura cuando una de ellas agarró el picaporte.
—Te amo, Beth —dijo Wrath rápidamente.
—Y yo también te amo.
—Todo… todo va a salir bien.
Luego se oyó otro clic, mientras la puerta se cerraba.
Wrath se sentó en el suelo, justo donde estaba, porque no confiaba en su capacidad de buscar un lugar mejor. Cuando se sentó, el chisporroteo del fuego que provenía de la chimenea le dio un punto de referencia… y entonces se dio cuenta de que podía visualizar la biblioteca en su cabeza.
Si estiraba la mano hacia la derecha… sí. Su mano se encontró con una de las patas de la mesa que estaba al lado del sofá. Entonces subió la mano por la pata hasta llegar a la superficie, donde encontró a tientas… sí, los posavasos que Fritz siempre mantenía allí. Y una pequeña caja de cuero… y la base de la lámpara.
Eso era reconfortante pues, en cierta forma, tenía la sensación de que el mundo había desaparecido sencillamente porque no podía verlo. Pero, de hecho, todo estaba ahí, como siempre.
Luego cerró los ojos y envió una petición.
Pasó un largo rato antes de que su petición fuese respondida, un largo, largo rato hasta que fue transportado espiritualmente y se encontró de pie, sobre un duro suelo, al lado de una fuente que parloteaba suavemente. Se había preguntado si también estaría ciego al Otro Lado y, sí, también estaba ciego. Sin embargo, al igual que le sucedía con la disposición de la biblioteca de la mansión, Wrath sabía perfectamente cómo era ese lugar, aunque no pudiese verlo. A la derecha había un árbol lleno de pájaros y frente a él, más allá de la fuente cantarina, estaba la columnata que daba paso a las habitaciones privadas de la Virgen Escribana.
—Wrath, hijo de Wrath —dijo la Virgen Escribana, aunque Wrath no la oyó aproximarse, pero, claro, la madre de la raza siempre levitaba de manera que sus vestiduras negras jamás tocaran el suelo—. ¿Con qué propósito acudes a mí?
Ella sabía perfectamente bien cuál era la razón de que él estuviera allí y Wrath no tenía ganas de seguirle el juego.
—Quiero saber si tú me has hecho esto.
Los pájaros guardaron silencio, como si estuvieran asombrados por su temeridad.
—Hacerte ¿qué? —La voz de la Virgen Escribana resonó con el mismo tono distante y desinteresado con el que le había hablado en la Tumba, aquel día con Vishous. Lo cual podía ser bastante irritante para un tipo que tenía dificultades para bajar las escaleras de su propia casa.
—Mi maldita vista. ¿Acaso me la has quitado en castigo por salir a luchar? —Wrath se quitó las gafas oscuras con brusquedad y las arrojó al suelo—. ¿Tú me has hecho esto?
En otras épocas, ella lo habría castigado hasta hacerlo sangrar por semejante insubordinación, y mientras esperaba las consecuencias de su actitud, Wrath casi rogó que la Virgen Escribana le chamuscara el trasero con uno de sus rayos.
Sin embargo, no hubo ninguna reprimenda.
—Lo que va a suceder, sucede. El hecho de que hayas salido a luchar no tiene nada que ver con que hayas perdido la vista, y yo tampoco tengo nada que ver en ese asunto. Ahora, regresa a tu mundo y déjame en paz en el mío.
Wrath se dio cuenta de que la Virgen Escribana había dado media vuelta porque su voz se fue desvaneciendo mientras avanzaba en la dirección opuesta.
Wrath frunció el ceño. Iba preparado para tener una pelea y quería tener una pelea. Pero en lugar de eso no había obtenido nada contra lo que se pudiera rebelar, ni siquiera una regañina por su deliberada falta de respeto.
El cambio de actitud era tan radical que por un momento Wrath se olvidó de su ceguera y dijo:
—¿Se puede saber qué te pasa?
Pero no obtuvo ninguna respuesta, sólo el sonido de una puerta que se cerraba con suavidad.
En ausencia de la Virgen Escribana, los pájaros se quedaron callados, de modo que el delicado sonido del agua era lo único que le permitía orientarse. Hasta que alguien más se aproximó.
Instintivamente, Wrath se volvió hacia el lugar del que provenían las pisadas y adoptó la posición de combate, sorprendido al descubrir que no estaba tan indefenso como pensaba. Aunque no podía ver, su sentido del oído compensaba la ausencia de la vista describiéndole un panorama que ya no percibía con los ojos: Wrath sabía dónde estaba la persona por el rumor que producían sus vestiduras y un curioso tic, tic, tic y… mierda, hasta podía oír los latidos de su corazón.
Fuertes. Firmes.
¿Qué diablos estaba haciendo un macho allí?
—Wrath, hijo de Wrath —dijo una voz femenina, no masculina. Y sin embargo la sensación que proyectaba era masculina.
—¿Quién eres tú? —preguntó Wrath.
—Payne.
—¿Quién?
—No importa. Dime una cosa, ¿acaso planeas hacer algo con esos puños? ¿O sólo te vas a quedar ahí quieto?
Wrath bajó los brazos, pues era absolutamente inapropiado levantarle la mano a una hembra…
De pronto sintió un puñetazo que le golpeó la barbilla con tanta fuerza que le hizo girar la cabeza y los hombros. Desconcertado, más por la sorpresa que por el dolor, trató de recuperar el equilibrio. Pero tan pronto como lo hizo, oyó un zumbido y fue golpeado de nuevo, esta vez debajo de la mandíbula, de manera que su cabeza salió disparada hacia atrás.
No obstante, ésos fueron los únicos golpes que recibió sin defenderse, pues su instinto de conservación y sus años de entrenamiento lo ayudaron a reaccionar y, aunque no podía ver nada, su sentido del oído reemplazó a los ojos y fue diciéndole dónde estaban cosas como los brazos y las piernas. Así que Wrath agarró una muñeca sorprendentemente delgada y le dio la vuelta a la hembra…
En ese momento ella le dio una patada en la espinilla con el talón y Wrath sintió cómo el dolor subía por su pierna, al tiempo que sintió algo parecido a una cuerda rozándole la cara. Wrath la agarró y, con la esperanza de que fuera una trenza que estaba pegada a la cabeza de la hembra…
Le dio un tirón y sintió cómo el cuerpo de la hembra se contorsionaba hacia atrás. Sí, ahora la tenía agarrada de la cabeza. Perfecto.
Hacerle perder el equilibrio fue fácil, pero, joder, era una hija de puta increíblemente fuerte. Apoyada solamente en una pierna, logró saltar, girar y golpearlo en el hombro con la rodilla.
Wrath oyó cómo caía y comenzaba a escapar gateando, pero la mantuvo agarrada del pelo, mientras la dominaba. Pero ella era como el agua, siempre en movimiento, y lo golpeó una y otra vez hasta que él se vio obligado a tumbarla y maniatarla.
Parecía que por fin la fuerza bruta le estaba ganando a la destreza.
Mientras resollaba, Wrath miró ese rostro que no podía ver y dijo:
—¿Cuál es tu problema?
—Estoy aburrida. —Al decir eso, la hembra le dio un cabezazo directo en la nariz.
El dolor hizo que se sintiera como si fuera montado en un carrusel y aflojó un poco la presión, lo que ella aprovechó para liberarse, de manera que un segundo después era Wrath el que estaba en el suelo, con el brazo de ella alrededor de la garganta, apretándosela con una fuerza tan descomunal que debía de estar agarrándose la muñeca con la otra mano para hacer palanca.
Wrath comenzó a luchar para respirar. Puta mierda, si ella seguía haciendo eso, iba a matarlo. De verdad que lo iba a matar.
Hasta que de repente, del fondo de su ser, de lo más profundo de su médula espinal y la doble hélice de su ADN, Wrath sintió cómo surgía la respuesta. No estaba dispuesto a morir allí mismo y en ese momento. De ninguna manera. Él era un superviviente. Era un guerrero. Y quienquiera que fuera esa maldita perra, él no iba a permitir que le expidiera un billete al Ocaso.
Wrath lanzó un grito de guerra a pesar de la barra de acero que le hacía presión sobre la garganta y se movió con tanta rapidez que ni siquiera se dio cuenta de lo que hizo. Lo único que supo fue que, en una fracción de segundo, la hembra quedó de cara contra el mármol, con los dos brazos detrás de la espalda, fuertemente retorcidos.
Sin tener ninguna razón en particular, Wrath pensó en aquella última noche en que había descoyuntado los brazos de un asesino en un callejón, antes de matarlo.
Iba a hacerle exactamente lo mismo a esta…
Pero de repente el sonido de una carcajada que venía desde abajo lo hizo detenerse. La hembra… se estaba riendo. Y no como alguien que hubiese perdido la razón. Se estaba riendo porque de verdad lo estaba pasando bien, aunque sin duda debía de haberse dado cuenta de que estaba a punto de desmayarse gracias al dolor infinito que él le iba a causar.
Wrath redujo ligeramente la presión sobre los brazos.
—Eres una maldita desquiciada, ¿lo sabías?
El cuerpo duro de la hembra se sacudió debajo del trasero de Wrath, mientras seguía riéndose.
—Lo sé.
—Si te suelto, ¿vamos a terminar otra vez aquí?
—Puede ser. O tal vez no.
Era curioso, pero a Wrath realmente le gustaba tentar al destino, así que después de un momento la soltó como quien suelta a un semental bastante irritable: rápidamente y retirándose enseguida del camino. Cuando Wrath volvió a plantar sus pies en el suelo, estaba listo para que ella volviera a atacarlo y, en cierta forma, abrigaba la esperanza de que lo hiciera.
Sin embargo, la hembra se quedó donde estaba, sobre el suelo de mármol, y Wrath volvió a escuchar ese sonido metálico.
—¿Qué suena? —preguntó.
—Tengo la costumbre de golpear la uña de mi dedo anular contra la del pulgar.
—Ah, bien.
—Oye, ¿piensas volver pronto por aquí?
—No lo sé. ¿Por qué?
—Porque hoy me he divertido más que en… mucho, mucho tiempo.
—¿Quién eres tú? ¿Y por qué no te había visto antes por aquí?
—Sólo digamos que Ella nunca ha sabido qué hacer conmigo.
A juzgar por el tono de la hembra, era evidente a quién se estaba refiriendo.
—Bueno, Payne, volveré si quieres.
—Excelente. Que sea pronto. —Wrath oyó que ella se ponía en pie—. Por cierto, tus gafas están al lado de tu pie izquierdo.
Luego se oyó un rumor de vestiduras y una puerta que se cerraba con suavidad.
Wrath recogió las gafas oscuras y dejó que sus piernas se tomaran un descanso, mientras se sentaba en el suelo de mármol. Era curioso, pero estaba disfrutando del dolor en la pierna y de la punzada que tenía en el hombro y de las palpitaciones que sentía en cada uno de los moretones que le había dejado la pelea… Todo eso le resultaba familiar, parte de su historia y su presente, y era lo que iba a necesitar para enfrentarse a ese futuro aterradoramente oscuro y desconocido.
Su cuerpo seguía siendo suyo. Todavía funcionaba. Todavía podía pelear y tal vez, con práctica, podría volver a tener la agilidad que alguna vez había tenido.
No estaba muerto.
Todavía estaba vivo. Sí, no podía ver, pero todavía podía tocar a su shellan y hacerle el amor. Y todavía podía pensar, caminar, hablar y oír. Sus brazos y sus piernas funcionaban perfectamente, al igual que sus pulmones y su corazón.
No iba a ser fácil adaptarse. Una pelea realmente asombrosa no iba a despejar el camino hacia lo que serían meses y meses de un aprendizaje difícil y lleno de frustraciones, rabia y pasos en falso.
Pero ahora tenía perspectiva. A diferencia de esa nariz reventada que se había ganado al caerse por las escaleras, la sangre que chorreaba ahora de su nariz no parecía un símbolo de todo lo que había perdido. Era más bien una representación de todo lo que todavía tenía.
Cuando volvió a tomar forma en la biblioteca de la mansión de la Hermandad, estaba sonriendo y, cuando se puso en pie, se rió entre dientes al darse cuenta de lo que le dolían las piernas a causa de la pelea.
Entonces se concentró, dio dos pasos cojeando hacia la izquierda y… encontró el sofá. Luego dio diez pasos hacia delante y… encontró la puerta. Abrió la puerta, dio quince pasos hacia el frente y… encontró la barandilla de la escalera.
Podía oír la comida que se estaba desarrollando en el comedor, el tintineo suave de los cubiertos sobre la porcelana, que llenaba el vacío de lo que normalmente era una charla animada. Y podía oler el… ah, sí, cordero. Eso era.
Así que dio treinta y cinco pasos cortos hacia la izquierda, como si fuera un cangrejo, y comenzó a reírse, en especial cuando se limpió la cara y sintió que la sangre le chorreaba por las manos.
Wrath se dio cuenta del momento exacto en que todos lo vieron, porque los cubiertos y los cuchillos cayeron rebotando sobre los platos, y las patas de las sillas rechinaron sobre el suelo cuando todos se pusieron de pie y un coro de maldiciones llenó el ambiente.
Pero Wrath sólo siguió riéndose y riéndose sin parar.
—¿Dónde está mi Beth?
—Ay, Dios santo —dijo ella, cuando se le acercó—. Wrath… ¿qué ha pasado?
—Fritz —gritó Wrath mientras apretaba a Beth contra su cuerpo—. ¿Tendrías la bondad de traerme un plato? Tengo hambre. Y tráeme una toalla para limpiarme. —Le dio un apretón a Beth—. ¿Quieres llevarme a mi silla, mi amor?
El comedor quedó sumido en un silencio que decía qué-mierda-es-esto.
Hollywood fue el que se atrevió a preguntar:
—¿Quién demonios usó tu cara como balón de fútbol?
Wrath sólo se encogió de hombros y acarició la espalda de su shellan.
—He hecho una nueva amistad.
—¡Vaya amistad!
—Así es, ella es toda una amiga.
—¿Ella?
El estómago de Wrath dejó escapar un rugido.
—Bueno, ¿puedo sentarme a comer con vosotros o no?
La referencia a la comida hizo que todo el mundo volviera a concentrarse en lo que estaban haciendo y entonces se desató un murmullo de comentarios. Beth lo llevó hasta el otro extremo del comedor y Wrath se sentó; alguien le puso una toalla mojada en las manos y luego sintió el celestial aroma del cordero justo frente a su nariz.
—Por Dios santo, ¿queréis sentaros? —dijo Wrath, mientras se limpiaba la cara y el cuello. Cuando se oyó ruido de sillas, encontró al tacto el cuchillo y el tenedor y comenzó a pinchar lo que había en el plato para identificar qué era el cordero y qué las patatas y… los guisantes. Sí, las bolitas eran guisantes.
El cordero estaba delicioso. Tal como le gustaba.
—¿Estás seguro de que fue una amiga? —dijo Rhage.
—Sí —dijo Wrath, al tiempo que apretaba la mano de Beth—. Estoy seguro.