55
—¿Lo ha pasado bien? ¿Ha sido divertido rechazarlo de esa manera?
Ehlena se detuvo y miró por encima del hombro a la guardia de seguridad.
—Teniendo en cuenta que no es de su incumbencia, no voy a responder a esa pregunta.
—Para su información, ese macho está metido en un problema muy grave por mí, por su madre y por su hermana. Para protegernos. ¿Y usted cree que es demasiado buena para él? No me diga. ¿De dónde demonios se ha sacado usted que es doña Perfecta?
Ehlena se enfrentó a la hembra aunque sería una pelea muy desigual, considerando el cuerpo que tenía la guardia de seguridad.
—Yo nunca le mentí. No digo que yo sea perfecta, sólo pienso que soy normal.
—Él hace lo que tiene que hacer para sobrevivir. Y eso es muy normal, no sólo para los de su raza sino para los symphaths. Sólo porque usted ha tenido una vida fácil…
Ehlena se detuvo y se plantó frente a ella.
—Usted no me conoce.
—Y tampoco quiero hacerlo.
—Lo mismo digo —dijo Ehlena y aunque se calló el «estúpida» con que quería concluir, el apelativo estaba implícito en el tono.
—Bueno, tranquilas. —Trez se interpuso entre ellas y las separó—. Vamos a calmarnos, ¿está bien? Déjeme llevarla a casa. Y tú —dijo y señaló a la hembra de seguridad—, ve a ver si él está bien.
La guardia de seguridad fulminó a Ehlena con la mirada.
—Tenga mucho cuidado, ¿vale?
—¿Por qué? ¿Porque usted también se va a presentar en la puerta de mi casa? No se preocupe, comparada con esa cosa de anoche es usted una Barbie inofensiva.
Tanto Trez como la hembra se quedaron rígidos.
—¿Quién fue a verla? —preguntó la guardia de seguridad.
Ehlena miró a Trez.
—¿Puedo irme a casa ya?
—¿Quién fue a verla? —preguntó Trez.
—Una muñeca salida de una película de terror y bastante agresiva.
En ese momento, los dos dijeron al unísono:
—¡Tiene usted que mudarse!
—Excelente sugerencia. Gracias. —Ehlena se puso en marcha de nuevo y se dirigió a la puerta. Cuando trató de abrir, descubrió que, por supuesto, estaba cerrada, así que lo único que pudo hacer fue esperar a que, otra vez, la dejaran salir. Sí, bueno, a la mierda con eso. Se mordió el labio inferior y empujó la puerta con fuerza, dispuesta a salir como fuera.
Por fortuna, en ese momento llegó Trez y la liberó. Ehlena salió del club como un pájaro que sale de una jaula, huyendo del calor y del ruido. Y, sobre todo, de la sensación de desesperación que amenazaba con asfixiarla.
O tal vez esa sensación de sofoco era fruto del dolor que tenía en el corazón.
En todo caso, no importaba.
Se quedó esperando junto a otra puerta, esta vez la del Bentley, mientras pensaba que ojalá no necesitara un coche para regresar a casa, pero consciente de que iba a pasar un buen rato antes de que estuviera lo suficientemente tranquila para poder respirar con normalidad. En el estado en que se encontraba no podía desmaterializarse.
A lo largo del viaje de regreso se sintió incapaz de fijarse en ninguna de las calles que pasaron, ni en los semáforos en los que se detuvieron ni en los otros coches que pasaron junto a ellos. Sólo se sentó en el asiento trasero del Bentley, absolutamente desmadejada, con la cara hacia la ventana y la mirada perdida, mientras la llevaban a su casa a toda velocidad.
Symphath. Amante de su hermanastra. Proxeneta. Traficante de drogas. Asesino, sin duda…
Curiosamente, a medida que se alejaban del centro, Ehlena sintió que tenía cada vez más dificultad para respirar. El problema era que no podía olvidar la imagen de Rehvenge, arrodillado frente a ella, con sus zapatillas baratas en la mano, mirándola con esos ojos amatista tan amables y cálidos, y esa voz tan adorable que era más dulce que la música de un violín. «¿De verdad no lo entiendes, Ehlena? Independientemente de lo que lleves puesto… para mí siempre tendrás diamantes en las suelas de los zapatos».
Esa imagen de él la perseguiría para siempre. Pero cuando lo recordara así, tierno y cálido, pensaría en su entrevista en ese club, hacía solo un momento, cuando la verdad había salido a la luz.
Ehlena había querido creer en el cuento de hadas y lo había hecho. Pero al igual que el pobre Stephan, ahora la fantasía estaba muerta y lo único que quedaba de ella era un cuerpo golpeado y horrible, que ella tendría que curar con remedios que no olían a medicinas ni a hierbas, sino a lágrimas.
Cerró los ojos y se recostó contra el suave asiento del Bentley.
Después de un rato, el coche disminuyó la velocidad y finalmente se detuvo. Cuando Ehlena se dispuso a abrir, Trez ya estaba junto a la puerta y la ayudó a bajarse.
—¿Puedo decir algo? —murmuró.
—Claro. —De todas maneras no iba a oír nada de lo que él dijera. La niebla que la rodeaba era tan espesa que su mundo se había vuelto de repente como el de su padre y se restringía solamente a lo que la rodeaba más de cerca… que era una profunda sensación de dolor.
—No lo hizo porque sí.
Ehlena levantó la vista para mirar al Moro. Parecía tan serio y tan sincero…
—Claro que tuvo sus razones. Él quería que yo creyera en sus mentiras, pero lo desenmascararon. Y ahora ya no hay nada que esconder.
—No me refería a eso.
—¿Acaso me habría dicho algo de esto si no lo hubiesen desenmascarado? —Silencio—. ¿Lo ve?
—Las cosas son más complejas de lo que usted se imagina.
—¿Eso cree? A mí me parece que pueden ser mucho más sencillas de lo que usted piensa. ¿No le parece?
Ehlena dio media vuelta y atravesó una puerta que sí podía abrir por sus propios medios y se encerró. Mientras se dejaba caer contra el marco, miró a su alrededor, hacia todas esas cosas deterioradas que le resultaban tan familiares, y sintió ganas de desmoronarse.
No sabía cómo iba a superar eso. En realidad no sabía cómo podría hacerlo.
‡ ‡ ‡
Después de que el Bentley arrancó, Xhex se dirigió a la oficina de Rehv. Cuando golpeó una vez y no obtuvo respuesta, tecleó el código de seguridad y abrió.
Rehv estaba detrás del escritorio, escribiendo en un ordenador portátil. Al lado tenía su teléfono móvil nuevo, una bolsita de plástico que contenía unas píldoras grandes blancas y una bolsa de M&Ms.
—¿Sabías que la princesa fue a verla? —preguntó Xhex. Al ver que no le contestaba, lanzó una maldición—. ¿Por qué no me lo dijiste?
Rehv siguió escribiendo; el sonido de las teclas parecía el suave rumor de la charla en una biblioteca.
—Porque no era relevante.
—A la mierda con que no era relevante. Casi le pego a esa hembra por…
Unos amenazantes ojos púrpura la miraron por encima de la pantalla.
—Nunca te atrevas a tocar a Ehlena.
—Rehv, ella te acaba de dar una patada en el culo, sin ninguna compasión. ¿Acaso crees que me ha divertido verlo?
Rehv le apuntó con el dedo.
—No es asunto tuyo. Y nunca, jamás, te atrevas a tocarla. ¿Está claro?
Cuando los ojos de Rehv relampaguearon en señal de advertencia, como si alguien le hubiese metido una linterna por el trasero y la hubiese encendido, Xhex pensó que su jefe se encontraba al borde de un precipicio y si avanzaba un poco más iba a terminar lanzándose al vacío sin paracaídas.
—Lo que quiero decir es que me habría gustado saber de antemano que querías que ella te rechazara.
Rehv siguió escribiendo.
—Así que ésa fue la llamada de anoche —dijo Xhex—. Ahí fue cuando te enteraste de que tu novia había recibido la visita de la perra ésa.
—Sí.
—Debiste decírmelo.
Antes de que él pudiera contestar, Xhex sintió un chasquido en el oído y luego escuchó la voz de uno de sus gorilas a través del audífono.
—El detective De la Cruz está aquí y quiere verte.
Xhex levantó la muñeca y le habló al trasmisor que llevaba en el reloj.
—Llévalo a mi despacho. Voy para allá. Y saca a las chicas del salón VIP.
—¿La policía? —murmuró Rehv mientras seguía escribiendo.
—Sí.
—Me alegra que hayas acabado con Grady. No soporto a los tipos que pegan a las mujeres.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —preguntó Xhex con incomodidad, pues se sentía excluida. Ella quería ayudar, consolarlo, cuidarlo, pero quería hacerlo a su manera: a la mierda con eso de prepararle un baño de burbujas y un chocolate caliente, ella quería matar a la princesa.
Rehv volvió a levantar la vista del ordenador.
—Como te dije anoche, voy a pedirte que te encargues de alguien.
Xhex tuvo que ocultar su decepción. Si Rehv le fuera a pedir que asesinara a la princesa, no habría habido razón para arrastrar a su novia hasta el club, montar todo un espectáculo para contarle la verdad sobre todas las mentiras que le había dicho y dejar después que ella lo tirara a la basura como si él fuera carne podrida.
Mierda, tenía que ser la novia. Rehv le iba a pedir que se asegurara de que a Ehlena no le pasara nada. Y, conociéndolo, seguramente también iba a tratar de mantenerla económicamente; a juzgar por la ropa tan sencilla que llevaba, la ausencia de joyas, y esa actitud centrada y sensata, la chica no parecía venir de una familia pudiente.
Qué divertido. Lograr que esa hembra recibiera dinero de un macho al que odiaba iba a ser toda una fiesta.
—Lo que necesites —dijo Xhex con voz seria al salir.
Mientras atravesaba el club, Xhex rogó que nadie se le atravesara de mala manera, en especial considerando que había policías en las instalaciones.
Cuando llegó finalmente a su despacho, le puso freno a la sensación de frustración y abrió la puerta, mientras se obligaba a esbozar una sonrisa.
—Buenas noches, detective.
De la Cruz dio media vuelta. En la mano llevaba una pequeña planta de hiedra, del tamaño de la palma de su mano.
—Le traigo un regalo.
—Ya le dije que no soy buena con las cosas vivas.
El policía dejó la planta sobre el escritorio.
—Sin embargo, tal vez podamos comenzar con algo pequeño.
Cuando Xhex se sentó en la silla, se quedó mirando la planta diminuta y frágil y sintió una punzada de pánico.
—No creo que…
—Antes de que me diga que no le puedo dar nada porque soy un empleado público —dijo De la Cruz y se sacó un recibo del bolsillo—, déjeme decirle que costó menos de tres dólares. Menos que un café de Starbucks.
El policía puso un recibo al pie de la maceta de plástico verde oscura.
Xhex carraspeó.
—Bueno, aunque le agradezco mucho su preocupación por mi sentido de la decoración interior…
—Esto no tiene nada que ver con su falta de gusto por los muebles —dijo el policía y se sentó—. ¿Sabe por qué estoy aquí?
—¿Porque encontró al hombre que asesinó a Chrissy Andrews?
—Sí, lo encontré. Y, si usted me disculpa la crudeza, el tipo estaba frente a la tumba de Chrissy y tenía la polla cortada y metida entre la boca.
—Caramba. Qué horror.
—¿Le importaría decirme dónde estuvo anoche? ¿O quiere llamar antes a un abogado?
—¿Por qué habría de necesitar un abogado? No tengo nada que esconder. Y estuve aquí toda la noche. Puede preguntarle a cualquiera de los gorilas.
—Toda la noche.
—Sí.
—Encontré pisadas alrededor de la escena del crimen. Y hay unas huellas pequeñas, de botas de combate. —El policía miró hacia el suelo—. Una botas como las que usted usa.
—He ido a visitar la tumba. Claro que sí. Estoy de duelo por la muerte de una amiga. —Xhex levantó sus botas para que el policía pudiera mirar las suelas, pues sabía que eran de un estilo y una marca distinta a las que llevaba la noche anterior. También eran de otro número, pues éstas tenían un relleno interior que le permitía usar un número mayor.
—Hummm. —Después de inspeccionar las suelas, De la Cruz se recostó contra el respaldo y juntó los dedos, con los codos apoyados sobre los brazos de acero inoxidable de la silla—. ¿Puedo ser sincero con usted?
—Sí.
—Creo que usted lo mató.
—¿De verdad?
—Sí. Fue un crimen violento y todos los detalles sugieren que fue cometido con el objetivo de cobrar venganza. Verá, el forense piensa, al igual que yo, que Grady estaba vivo cuando fue… digamos, mutilado. Y no fue ningún trabajo chapucero, no. Al tipo lo desmembraron de manera muy profesional, como si el asesino hubiese sido entrenado para matar.
—Éste es un barrio muy duro y Chrissy tenía muchos amigos. Cualquiera de ellos pudo haberlo hecho.
—Los asistentes al funeral eran casi todas mujeres.
—¿Y usted cree que las mujeres no son capaces de hacer algo como eso? Me parece un concepto más bien sexista, detective.
—Ah, yo sé que las mujeres pueden cometer crímenes. Y… usted parece la clase de mujer que puede hacerlo.
—¿Me está encasillando? ¿Sólo porque uso ropa de cuero negra y trabajo como jefe de seguridad de un club?
—No. Yo estaba con usted cuando identificó el cadáver de Chrissy. Vi cómo la miraba y eso es lo que me hace pensar que usted lo hizo. Usted tiene un motivo, vengarse, y la oportunidad, porque cualquiera se puede escapar de este lugar durante una hora, hacer lo que tiene que hacer y regresar. —El detective se puso en pie y se dirigió a la puerta, pero se detuvo cuando puso la mano en el picaporte—. Le aconsejo que se busque un buen abogado. Lo va a necesitar.
—Está buscando en el lugar equivocado, detective.
El hombre sacudió la cabeza lentamente.
—No lo creo. Verá, la mayor parte de las personas con las que hablo cuando hay un cadáver de por medio, lo primero que me dicen, ya sea cierto o no, es que no lo hicieron. Y usted no me ha dicho nada parecido.
—Tal vez porque no siento la necesidad de defenderme.
—Tal vez usted no tenga remordimientos porque Grady era un hijo de puta que golpeó a una jovencita hasta matarla y ese crimen le parece tan horrible como a cualquiera de nosotros. —Los ojos de De la Cruz parecían cansados y tristes, cuando abrió la puerta—. ¿Por qué no nos dejó ir tras él? Lo habríamos atrapado y mandado a la cárcel. Debió dejar que nosotros nos encargáramos.
—Gracias por el consejo, detective.
El tipo hizo un gesto con la cabeza, como si ya se hubiesen definido las reglas y el campo del juego.
—Consiga ese abogado. Pronto.
Cuando la puerta se cerró, Xhex se recostó en el asiento y miró la hiedra. Tenía un precioso color verde, pensó. Y también le gustaba la forma de las hojas: la simetría de las puntas resultaba agradable a la vista y las venas diminutas formaban un bonito diseño.
Pero estaba segura de que iba a terminar matando a esa pobre criatura inocente.
Un golpecito en la puerta la hizo levantar la mirada.
—Entre.
Marie-Terese olía a Euphoria de Calvin Klein y llevaba unos vaqueros sueltos y una camisa blanca. Era evidente que todavía no había empezado su turno.
—Acabo de entrevistar a dos chicas.
—¿Y te ha gustado alguna?
—Una está escondiendo algo. No estoy segura de qué. La otra está bien, aunque tiene los senos operados y le quedan fatal.
—¿Deberíamos mandarla a ver al doctor Malik?
—Eso creo. Es bastante bonita y puede hacer buen dinero. ¿Quieres conocerla?
—Ahora no, pero, sí. ¿Qué tal mañana por la noche?
—Le pediré que venga, sólo dime la hora…
—¿Puedo preguntarte algo?
Marie-Terese asintió sin vacilar.
—Lo que sea.
En medio del silencio que siguió, Xhex estuvo a punto de mencionar la pequeña sesión de John y Gina en el baño. Pero ¿qué más quería saber? Sólo había sido una transacción económica, algo muy común en el club.
—Yo fui la que se lo mandó a Gina —dijo Marie-Terese en voz baja.
Xhex la miró enseguida.
—¿A quién?
—John Matthew. Yo se lo mandé a Gina. Pensé que así sería más fácil.
Xhex jugueteó con el Caldwell Courier Journal que tenía sobre el escritorio.
—No tengo idea de qué estás hablando.
Marie-Terese la miró con una cara de lo-que-tú-digas.
—Entonces, ¿a qué hora mañana?
—Para ¿qué?
—La reunión con la chica nueva.
Ah, cierto.
—Digamos que a las diez de la noche.
—Perfecto. —Marie-Terese dio media vuelta.
—Oye, ¿me harías un favor? —Cuando la mujer giró sobre los talones, Xhex le alcanzó la pequeña hiedra—. ¿Te llevarías esto a tu casa por mí? Y… no sé, trata de que sobreviva.
Marie-Terese miró la planta y se encogió de hombros.
—Vale. Me gustan las plantas.
—Entonces a esta maldita cosa acaba de tocarle la lotería. Porque a mí no me gustan.