50

Mientras hacía las compras en el supermercado al que siempre iba y que estaba abierto las veinticuatro horas, Ehlena pensó que debería estar más contenta. Las cosas con Rehv no habían podido quedar en mejores términos. Cuando él se tuvo que ir a su reunión, se había dado una ducha rápida y había permitido que ella le escogiera la ropa e incluso que le hiciera el nudo de la corbata. Luego la había abrazado y los dos se habían quedado un rato ahí, pecho contra pecho, corazón contra corazón.

Después de un rato, ella lo había acompañado afuera, hasta el pasillo, y había esperado hasta que llegó el ascensor. El aparato había anunciado su llegada con un timbre y, cuando las puertas se abrieron, Rehv las había mantenido abiertas mientras la besaba una vez, y dos y tres veces. Finalmente, había dado un paso atrás y, cuando las puertas se estaban cerrando, había levantado el teléfono, lo había señalado y luego le había apuntado con el dedo.

El hecho de que él la fuera a llamar más tarde hizo que la despedida fuera mucho más fácil. Y a Ehlena le encantaba la idea de que el traje negro, la camisa blanca y la corbata rojo sangre que llevaban hubiesen sido escogidos por ella.

Así que, sí, debería estás más contenta. Sobre todo porque su situación financiera había recibido un respiro gracias al préstamo sin intereses del Banco de Crédito de Rehvenge.

Pero Ehlena estaba endemoniadamente nerviosa.

Se detuvo frente a las filas de zumos y miró por encima del hombro. Sólo se veían más zumos a la izquierda y el surtido de galletas a la derecha. Más allá estaban las cajas registradoras, la mayoría de las cuales estaban cerradas y, más allá, las ventanas de vidrio oscuro de la tienda.

Alguien la estaba siguiendo.

Desde que había salido del apartamento de Rehv, después de vestirse y desmaterializarse en la terraza.

Ehlena metió en el carrito cuatro botellas de zumo de arándano; luego se dirigió a la zona de los cereales y después a la de las toallitas de papel y el papel higiénico. En la zona de la carne, escogió un pollo asado listo para comer, que parecía disecado más que cocinado, pero a esas alturas sólo necesitaba un poco de proteínas que no tuviera que cocinar ella misma. Luego escogió los filetes para su padre. Leche. Mantequilla. Huevos.

La única desventaja de hacer compras después de medianoche era que todas las cajas del autoservicio estaban cerradas, así que tuvo que esperar detrás de un tipo que llevaba el carrito lleno de comida congelada. Mientras la cajera pasaba por el escáner las cajas de comida, Ehlena se quedó mirando fijamente a la entrada de la tienda, mientras se preguntaba si se estaría volviendo loca.

—¿Sabes cómo se prepara esto? —le preguntó el tipo, al tiempo que levantaba uno de los paquetes.

Era evidente que el humano había malinterpretado la mirada fija de Ehlena, y estaba buscando a alguien que le calentara la carne, literalmente. Los ojos del humano parecían llenos de deseo y lo único que a Ehlena se le ocurrió fue pensar en lo que Rehvenge le haría al pobre imbécil.

Eso la hizo sonreír.

—Lea las instrucciones de la caja.

—Pero tú me las podrías leer.

Ella le respondió en voz baja y con tono de aburrimiento.

—Lo siento, pero no creo que a mi novio le guste esa idea.

El humano pareció un poco decepcionado; se encogió de hombros y le entregó la caja de comida congelada a la cajera.

Diez minutos después, Ehlena pasó las puertas eléctricas empujando su carrito y fue recibida por un golpe frío que la hizo estremecerse dentro de la chaqueta. Por fortuna, el taxi que había tomado hasta la tienda todavía estaba donde se suponía que debía estar y se sintió aliviada.

—¿Necesita ayuda? —le preguntó el conductor.

—No, gracias. —Ehlena miró a su alrededor, mientras metía las bolsas en el asiento trasero, al tiempo que se preguntaba qué diablos podría hacer el taxista si de pronto aparecía un restrictor detrás de un camión y le daba por protagonizar con ellos una película de terror.

Cuando Ehlena se sentó junto a las bolsas y el conductor arrancó, inspeccionó el aparcamiento de la tienda y la media docena de coches que estaban estacionados lo más cerca posible de la entrada. El tipo de la comida congelada estaba montado en su camioneta y el interior brillaba mientras encendía un cigarrillo.

Nada. No había nadie.

Ehlena se obligó a recostarse contra el asiento y decidió que estaba loca. Nadie la estaba vigilando. Nadie la estaba persiguiendo…

De repente, se llevó una mano a la garganta y sintió que el terror se apoderaba de ella. Ay, Dios… ¿y si padeciera la misma enfermedad que su padre? ¿Y si ese episodio de paranoia fuera el primero de muchos? ¿Y si…?

—¿Está usted bien? —preguntó el conductor, mientras la miraba por el espejo retrovisor—. Está temblando.

—Sólo tengo frío.

—Pondré la calefacción.

Al sentir un golpe de aire caliente en la cara, Ehlena miró por la ventana de atrás. No se veía ningún coche. Y los restrictores no podían desmaterializarse, así que… ¿Acaso se estaba volviendo esquizofrénica?

Por Dios, casi preferiría ver a un restrictor detrás de ella.

Le pidió al taxista que la dejara lo más cerca posible de la parte trasera de su casa y le dio una propina extra por ser tan amable.

—Esperaré hasta que entre —dijo el tipo.

—Gracias. —Y de verdad que estaba agradecida.

Cuando se bajó del coche, con dos bolsas de plástico colgando de cada mano, caminó rápidamente hasta la puerta, pero tuvo que descargar las bolsas porque, como toda una idiota, había estado tan absorta en sus tonterías que se le había olvidado sacar las llaves. Tan pronto como metió la mano en el bolso y comenzó a escarbar y a maldecir al mismo tiempo, el taxi arrancó.

Ehlena se quedó observando mientras las luces de los faros traseros desaparecían por la esquina. ¿Qué demon…?

—Hola.

Se quedó paralizada. La presencia estaba justo detrás de ella y sabía exactamente de quién se trataba.

Cuando dio media vuelta, vio a una hembra alta, de pelo negro, cubierta con una estrafalaria cantidad de vestiduras, que tenía unos ojos relampagueantes. Ah, sí… ésta debía ser la otra…

—Mitad de Rehvenge —terminó de decir la hembra—. Soy su otra mitad. Y lamento que tu taxi se haya tenido que ir tan rápido.

De manera instintiva, Ehlena ocultó sus pensamientos detrás de una imagen que había visto en el supermercado: una lata roja de patatas fritas, de metro y medio por un metro.

La hembra frunció el ceño, como si no entendiera lo que estaba viendo en la corteza cerebral que estaba tratando de invadir, pero luego sonrió.

—No debes tenerme miedo. Sólo pensaba compartir contigo algunas cosas acerca del macho con el que acabas de follar en ese ático tan lujoso.

A la mierda con las patatas fritas, eso no era suficiente. Para mantener la calma, necesitaba todo su entrenamiento profesional. Ésta era una situación de emergencia, se dijo a sí misma. Tenía frente a ella el cuerpo ensangrentado de un vampiro en una camilla y tenía que hacer a un lado todos sus miedos y sus emociones para lidiar con la situación.

—¿Has oído lo que te he dicho? —preguntó la hembra, arrastrando las palabras, y Ehlena pensó que hablaba de una manera que ella nunca antes había oído, alargando las eses y convirtiéndolas casi en silbidos—. Os vi a través de la ventana, hasta que él se salió justo al final. ¿Quieres saber por qué hizo eso?

Ehlena mantuvo la boca cerrada y comenzó a preguntarse cómo podría arreglárselas para sacar el aerosol de pimienta que llevaba en el bolso. Sin embargo, por alguna razón pensó que eso no iba a tener ningún efecto sobre…

¡Qué barbaridad!, ¿acaso esas cosas que le colgaban de las orejas eran… escorpiones vivos?

—Él no es como tú. —La hembra sonrió con perversa satisfacción—. Y no sólo porque sea un narcotraficante. Él no es vampiro. —Cuando Ehlena arrugó la frente, la hembra soltó una carcajada—. ¿No lo sabías?

Evidentemente, ni las patatas fritas ni todo su entrenamiento estaban haciendo muy bien la tarea.

—No le creo.

—ZeroSum. En el centro. Él es el dueño. ¿Conoces ese lugar? Probablemente no, pues no tienes cara de ser de las que van por allí, lo cual, sin duda, es la razón por la que le gusta follarte. Déjame contarte lo que vende. Hembras humanas. Drogas de todas las clases. ¿Y sabes por qué? Porque él es como yo, no como tú. —La hembra se le acercó y sus ojos brillaron todavía más—. ¿Y sabes lo que soy?

Una perra asquerosa, pensó Ehlena.

—Soy una symphath, niñita. Eso es lo que él y yo somos. Y él es mío.

Ehlena comenzó a preguntarse si terminaría muerta esa noche, ahí en la puerta trasera de su casa, con cuatro bolsas de supermercado a sus pies. Aunque no sería porque esa hembra mentirosa fuese realmente una symphath, sino porque alguien que estaba tan loco como para sugerir semejante disparate debía de ser absolutamente capaz de cometer un crimen.

La hembra siguió hablando con voz estridente:

—¿Quieres conocerlo de verdad? Ve a ese club y reúnete con él allí. Oblígalo a que te cuente la verdad y entérate de lo que has dejado entrar en tu cuerpo, pequeña. Y, recuerda esto, él es todo mío, sexual y emocionalmente, todo él es mío.

Un dedo de tres falanges rozó la mejilla de Ehlena y luego la hembra sencillamente desapareció.

Ehlena comenzó a temblar con tanta intensidad que se quedó momentáneamente paralizada, pues el temblor era tan profundo que no podía moverse. El frío fue lo que la salvó. Cuando una ráfaga de viento helado arremetió contra la acera, la empujó hacia delante, haciéndola reaccionar.

Cuando finalmente la encontró, la llave de la casa parecía querer entrar en la cerradura tanto como la de la ambulancia del otro día. Le resultaba imposible…

Al fin.

Ehlena abrió la puerta, arrojó las bolsas dentro y se encerró enseguida en la casa, asegurándose de poner el cerrojo, la falleba interior y la cadena de seguridad.

Con piernas temblorosas, fue hasta la mesa de la cocina y se sentó. Cuando su padre preguntó a qué venía todo ese alboroto, ella contestó que era el viento y rogó mentalmente que no subiera a verla.

En medio del silencio que siguió, no sintió ninguna presencia en el exterior de la casa, pero la idea de que alguien como esa hembra los conociera a ella y a Rehv y supiera dónde vivía… Ay, por Dios, esa hembra perturbada los había visto haciendo el amor.

De repente se puso en pie, corrió al lavaplatos y abrió la llave del agua para enmascarar el sonido por si vomitaba. Con la esperanza de calmar su estómago, recogió un poco de agua fría en las palmas de las manos para beber unos sorbos y lavarse la cara.

El agua la ayudó a aclarar un poco los pensamientos.

Las afirmaciones que había hecho esa hembra eran total y absolutamente descabelladas, completamente irreales y, a juzgar por el brillo de sus ojos, era evidente que quería vengarse de Rehv.

Rehv no era nada de eso. Narcotraficante. Symphath. Proxeneta. ¡Vamos!

Nadie podía creer nada de lo que dijera una ex novia acosadora como ésa, ni siquiera cuál era el color favorito del macho en cuestión. En especial teniendo en cuenta que Rehv le había aclarado desde el principio que ellos no estaban juntos y le había confesado que la hembra era un problema. No era de sorprender que Rehv no hubiese querido entrar en detalles. Nadie querría contarle a la persona con la que estaba comenzando una relación que alguna vez había salido con una psicótica como ésa.

Entonces, ¿qué iba a hacer ahora? Bueno, la respuesta era obvia. Iba a contárselo a Rehv. Pero no con tono histérico o aterrado, sino más bien algo como: «Mira lo que ha pasado, y debes ser consciente de que esa persona está seriamente perturbada».

Ehlena se sintió bien con ese plan.

Hasta que trató de sacar el teléfono del bolso y se dio cuenta de que todavía estaba temblando. Su reacción podía ser lógica, tal vez sus deducciones eran perfectamente racionales, pero la verdad era que tenía la adrenalina disparada y su cuerpo no parecía interesado en lo más mínimo en entender todas esas explicaciones que estaba tratando de darse.

¿Qué era lo que estaba haciendo? Ah… claro. Rehvenge. Iba a llamar a Rehvenge.

Cuando marcó el número de Rehv, comenzó a relajarse un poco. Juntos solucionarían todo eso.

Se quedó sorprendida cuando le saltó el buzón de voz, aunque enseguida recordó que Rehv estaba en una reunión. Estuvo a punto de colgar, pero no era la clase de persona que le da vueltas a las cosas y no había razón para esperar.

—Hola, Rehv, acabo de recibir una visita de esa… hembra. Me ha dicho un montón de barbaridades sobre ti. Yo sólo… bueno, pensé que deberías saberlo. Para serte sincera, me pareció una loca de atar. En todo caso, tal vez puedas llamarme para que hablemos sobre esto. Realmente te lo agradecería. Adiós.

Ehlena colgó y se quedó mirando el teléfono, rogando que él le devolviera la llamada pronto.

‡ ‡ ‡

Wrath le había hecho una promesa a Beth y cumplió su palabra, aunque eso lo estaba matando.

Cuando los hermanos y él salieron finalmente del restaurante de Sal, Wrath fue directo a casa, junto con su guardia personal de novecientos kilos. Estaba nervioso e impaciente por pelear, enfadado y furioso, pero le había prometido a su shellan que no iba a salir al campo de batalla después de su pequeño episodio de ceguera, y pensaba cumplir su palabra.

La confianza era algo que tenías que construir poco a poco y, considerando la gotera que Wrath había abierto en los cimientos de su relación, le iba a costar mucho trabajo recuperar todo lo perdido.

Además, si no podía pelear, había otra cosa que podía hacer para aliviar la tensión.

Cuando la Hermandad entró en el vestíbulo, el sonido de las botas resonó contra las paredes y Beth salió disparada de la sala de billar, como si los hubiera estado esperando. De un salto, estuvo entre los brazos de Wrath y eso era bueno.

Después de un abrazo rápido, ella dio un paso atrás y lo apartó para mirarlo de arriba abajo.

—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo…?

Los hermanos comenzaron a hablar todos al tiempo, pero no acerca de la reunión que no había tenido lugar. Los guerreros estaban negociando sobre el territorio que cada uno iba a cubrir en las tres horas de cacería que les quedaban.

—Vamos al estudio —dijo Wrath por encima del barullo—. No puedo oír ni mis propios pensamientos.

Cuando él y Beth comenzaron a subir las escaleras, Wrath les gritó a sus hermanos:

—Gracias por guardarme las espaldas una vez más.

El grupo suspendió la charla y se volvió a mirarlo. Después de un instante de silencio, formaron un semicírculo alrededor de la gran escalera y cada uno cerró el puño de la mano con la que peleaba. Con un grito de guerra que resonó por toda la casa, apoyaron la rodilla derecha en el suelo y golpearon el piso de mosaico con los nudillos. El sonido fue como un trueno que rebotó contra las paredes de la mansión.

Wrath se quedó mirándolos: todos tenían la cabeza inclinada, esas espaldas inmensas dobladas y sus poderosos brazos plantados en el suelo. Cada uno de ellos había ido a esa reunión dispuesto a dejarse matar por él, y eso siempre sería así.

Detrás de la figura reducida de Tohr, Lassiter, el ángel caído, seguía de pie muy erguido, pero no se estaba burlando de esa demostración de lealtad. En lugar de eso, estaba observando otra vez el fresco del techo. Wrath levantó la mirada hacia los guerreros cuya silueta se recortaba contra el cielo azul, pero no pudo ver nada de las pinturas que le habían dicho que había allí.

Así que volvió a concentrarse en sus hermanos y dijo en Lengua Antigua:

—Ningún rey podría contemplar aliados más fuertes, ni amigos más fieles, ni guerreros más honorables que este grupo que tengo frente a mí, hermanos míos, sangre de mi sangre.

Entonces se escuchó un rugido de asentimiento, mientras los guerreros se incorporaban, y luego Wrath saludó con la cabeza a cada uno. No tenía más palabras que decir, pues sentía que se le había cerrado la garganta, pero ellos no parecían necesitar nada más. Todos se quedaron mirándolo con respeto, reconocimiento y determinación, y él aceptó esos enormes regalos con solemne gratitud y firmeza. Ése era el pacto de siempre entre el soberano y sus súbditos, un compromiso que las dos partes hacían con el corazón y cumplían con inteligencia y fuerza.

—Dios, os adoro, chicos —dijo Beth.

Se oyeron varias carcajadas y luego Hollywood dijo:

—¿Quieres que volvamos a apuñalar el suelo por ti? Los puños son para el rey, pero a la reina le corresponden las dagas.

—No quisiera que acabarais con este hermoso mosaico. Gracias, en todo caso.

—Una sola palabra tuya y quedará convertido en escombros.

Beth se rió.

—Cálmate, corazón mío.

Los hermanos se acercaron y besaron el rubí saturnino que ella llevaba en el dedo y, a medida que cada uno le presentaba sus respetos, Beth les acariciaba delicadamente el pelo. Excepto a Zsadist, al que sólo le sonrió con ternura.

—Y ahora, con vuestro permiso, chicos —dijo Wrath—. Necesitamos un momento de tranquilidad, no sé si me entendéis…

Hubo un rumor de aprobación masculina que Beth se tomó con discreción, a pesar de que se puso colorada, y luego subieron para tener un poco de intimidad.

Mientras subía las escaleras con su shellan, Wrath sentía que las cosas estaban volviendo a la normalidad. Bueno, claro, había complots para asesinarlo, componendas políticas y restrictores por todas partes, pero eso era lo normal. Y justo en ese momento, tenía a todos sus hermanos rodeándolo, a su amada compañera del brazo y a toda su gente, y a los doggen por los cuales sentía algún afecto, tan seguros como era posible.

Beth apoyó la cabeza contra el pecho de Wrath y le puso la mano en la cintura.

—Me alegro mucho de que todo el mundo esté bien.

—Qué curioso, yo estaba pensando lo mismo.

Wrath la escoltó hasta el estudio y cerró las dos puertas. El calor de la chimenea era como un bálsamo… y una invitación. Mientras Beth caminaba hacia el escritorio lleno de papeles, Wrath observó el balanceo de sus caderas.

Con un rápido movimiento de la muñeca, puso el cerrojo de la puerta y se acercó, al tiempo que ella se inclinaba para tratar de poner un poco de orden en los documentos.

—Entonces, ¿qué sucede…?

Wrath apretó sus caderas contra el trasero de Beth y susurró:

—Necesito estar dentro de ti.

Su shellan jadeó y dejó caer la cabeza hacia atrás, sobre el hombro de Wrath.

—Ay, Dios… sí…

Mientras dejaba escapar un rugido, Wrath le deslizó la mano alrededor de los senos y, al sentir que Beth contenía el aire, restregó su pene contra ella.

—Y no tengo ninguna prisa.

—Yo tampoco.

—Apóyate sobre el escritorio.

Cuando vio que Beth se tambaleaba y arqueaba la espalda, sintió ganas de maldecir. Y luego ella abrió las piernas y se le escapó un «Jodeeer…».

Porque eso era exactamente lo que pensaba hacer.

Wrath apagó la lámpara del escritorio para que sólo quedaran iluminados por la luz dorada de las llamas y sus manos acariciaron con brusquedad las caderas de Beth, impulsadas por la ansiedad. Luego se agachó detrás de ella, deslizó sus colmillos por su columna vertebral y la obligó a pasar el peso del cuerpo a un solo pie, para poder quitarle el zapato de tacón y sacarle la pernera de los pantalones. Sin embargo, estaba impaciente por hacer lo mismo del otro lado, en especial cuando levantó la vista y vio las deliciosas bragas negras que Beth llevaba puestas.

Correcto. Cambio de planes.

La penetración tendría que esperar.

Al menos la penetración con su polla.

En cuclillas, Wrath se quitó las armas con rapidez pero con cuidado y se aseguró de que todas las pistolas tuvieran el seguro puesto y las dagas estuviesen bien guardadas en la funda. Si la puerta no tuviese puesto el cerrojo, las habría tenido que guardar en la caja de seguridad del armario, sin importar lo nervioso que estuviera por estar con su hembra. Con Nalla en la casa, nadie iba a correr el riesgo de que la hija de Z y Bella encontrara por accidente ningún tipo de arma. Jamás.

Cuando quedó totalmente desarmado, se quitó las gafas y las arrojó sobre el escritorio. Luego deslizó las manos por la parte de atrás de los suaves muslos de su compañera. Mientras le abría las piernas, se metió debajo de ella y levantó la boca hasta el algodón que cubría el centro dentro del cual quería estar muy pronto.

Cuando le hizo presión con la boca, sintió el calor que brotaba de allí a través del algodón de las bragas y el aroma de Beth lo hizo enloquecer de tal manera que la polla comenzó a palpitarle con tanta fuerza entre los pantalones de cuero que creía que acababa de tener un orgasmo. Pero acariciarla con la nariz y lamerla a través de las bragas no era suficiente… así que agarró el algodón entre los dientes y le frotó el sexo con él, a sabiendas de que la costura lateral estaba masajeando exactamente el punto que él se moría por chupar.

Se oyeron unos golpecitos cuando Beth acomodó mejor las palmas de las manos sobre el escritorio y un murmullo de papeles que caían al suelo.

—Wrath…

—¿Qué? —preguntó él, mientras seguía acariciándola con la nariz—. ¿No te gusta?

—Cállate y vuelve a…

Cuando la lengua de Wrath se deslizó por debajo de las bragas, Beth no pudo seguir hablando… y Wrath pensó que tal vez debía ir más despacio. Ella estaba tan húmeda y suave, tan dispuesta, que él casi no podía controlar el impulso de arrojarla sobre la alfombra y penetrarla hasta el fondo.

Pero luego los dos echarían de menos la diversión del preámbulo.

Así que movió el algodón con la mano y le besó esa piel rosada, antes de hundirse en ella. Beth estaba, ay, absolutamente lista para él, y lo supo por la miel que pudo saborear mientras la lamía de arriba abajo, lentamente.

Pero eso no era suficiente y el hecho de tener que mantener las bragas a un lado representaba una distracción.

Entonces perforó las bragas con un colmillo y las rasgó totalmente por el centro, dejando que las dos mitades colgaran a lado y lado de las caderas. Y luego subió las palmas de las manos hasta las nalgas de su compañera y las apretó, antes de comenzar a trabajar seriamente en la vagina de Beth con la boca. Wrath sabía exactamente lo que a ella le gustaba, cómo quería que la lamiera, la besara y la penetrara con la lengua.

Luego cerró los ojos y lo absorbió todo: el aroma, el sabor y la sensación de ella estremeciéndose contra él, al tiempo que alcanzaba el clímax y se desmadejaba. Detrás de la bragueta de sus pantalones de cuero, Wrath sentía que su polla gritaba pidiendo atención, y el roce del cuero no resultaba suficiente para satisfacer sus exigencias. Su erección iba a tener que calmarse un rato, porque eso era demasiado dulce para dejar de hacerlo.

Cuando a Beth se le doblaron las rodillas, Wrath la acostó en el suelo y le levantó una pierna, mientras se mantenía en su puesto, al mismo tiempo que le subía la camiseta hasta el cuello y le metía la mano por debajo del sujetador. Al llegar otra vez al orgasmo, Beth se agarró de una de las patas del escritorio y tiró con fuerza, mientras apoyaba el otro pie sobre la alfombra. La persecución de Wrath los fue empujando cada vez más lejos debajo del escritorio en el que él cumplía con sus deberes soberanos, hasta que él mismo tuvo que encogerse para poder pasar los hombros.

Después de un rato la cabeza de Beth asomó por el otro lado del escritorio; ahora se agarró de la silla en la que él se sentaba, pero también terminaron arrastrándola.

Cuando ella gritó su nombre una vez más, Wrath miró con odio la estúpida silla.

—Necesito algo más pesado en que sentarme.

Eso fue lo último coherente que dijo. Luego su cuerpo encontró la entrada al de Beth con una facilidad que revelaba toda la práctica que habían tenido y… Ay, sí, seguía siendo tan bueno como la primera vez. Mientras la envolvía entre sus brazos, Wrath la montó con ferocidad y ella estuvo ahí, con él, cuando la tormenta que recorría su cuerpo se acumuló en los testículos hasta que le dolieron. Juntos, él y su shellan comenzaron a moverse como si fueran uno, dando, recibiendo y moviéndose cada vez más rápido, hasta que Wrath eyaculó y siguió moviéndose y volvió a eyacular, y siguió moviéndose hasta que algo le golpeó la cara.

Como todo un animal, Wrath gruñó y volvió la cabeza con los colmillos afuera.

Pero sólo eran las cortinas.

Mientras follaban, se habían ido deslizando desde debajo del escritorio hasta la pared.

Beth soltó una carcajada al igual que él y luego los dos se abrazaron. Wrath se acostó de lado y abrazó a su compañera contra el pecho, mientras le bajaba la camiseta y el suéter para que no tuviera frío.

—Entonces, ¿qué pasó en la reunión? —dijo ella después de un rato.

—No apareció nadie del consejo. —Wrath vaciló, mientras se preguntaba cuánto debería revelarle a su compañera acerca de Rehv.

—¿Ni siquiera Rehv?

—Él sí estaba, pero los demás no se presentaron. Evidentemente, el consejo me tiene miedo, lo cual no es malo. —De repente, Wrath le agarró las manos—. Escucha, Beth, ah…

La tensión era patente en la respuesta de Beth.

—¿Sí?

—Quieres que sea completamente sincero, ¿verdad?

—Claro.

—Lo cierto es que sí sucedió algo. Algo que tiene que ver con Rehvenge… con su vida… pero no me siento cómodo contándote los detalles porque es algo que sólo le incumbe a él. No a mí.

Beth dejó salir el aire.

—Si no te implica a ti ni a la Hermandad…

—Sólo nos implica en la medida en que nos pone en una situación difícil. —Y Beth quedaría en la misma posición si tuviera acceso a la información. Porque proteger la identidad de un symphath reconocido sólo era la mitad del problema. La última vez que Wrath había indagado sobre el asunto, Bella no tenía idea de lo que era su hermano. Así que Beth también tendría que ocultarle esa información a su amiga.

Beth frunció el ceño.

—Si pregunto por qué esa información es un problema, me enteraría del asunto, ¿es así?

Wrath asintió con la cabeza y se quedó esperando.

Beth le acarició la mandíbula.

—Y tú me lo dirías si yo te lo preguntara…

—Sí. —No le gustaría hacerlo, pero lo haría. Sin vacilar.

—Está bien… No voy a preguntar. —Luego se inclinó para darle un beso—. Y me alegra que me hayas dado la oportunidad de elegir.

—¿Lo ves? Me puedes educar. —Wrath le cogió la cara con las manos y puso su boca sobre la de ella un par de veces, mientras sentía la sonrisa que iluminaba sus labios.

—Y hablando de educar, ¿no quieres comer algo? —dijo ella.

—Ay, te adoro.

—Voy a por alguna cosa a la cocina.

—Pero creo que será mejor que te limpie primero. —Wrath se quitó su camisa negra y le limpió con delicadeza las piernas y la vagina.

—Parece que estás haciendo algo más que limpiarme —dijo ella arrastrando las palabras, mientras él le frotaba los muslos con la mano.

Wrath se incorporó e hizo el ademán de volverse a montar sobre ella.

—¿Puedes culparme? Mmmm…

Beth se rió, pero no lo dejó.

—Primero comida. Después, más sexo.

Wrath le mordisqueó la boca, mientras pensaba que eso de alimentarse era una costumbre sobrevalorada. Pero luego oyó cómo rugía el estómago de Beth y de inmediato su prioridad fue darle de comer, mientras su instinto de protector y proveedor superaba al instinto sexual.

Al tiempo que ponía su mano enorme sobre el vientre plano de Beth, Wrath dijo:

—Déjame traerte…

—No, quiero cuidarte. —Beth le volvió a acariciar la cara—. Quédate aquí. No tardaré.

Mientras se ponía en pie, Wrath se acostó de espaldas y se metió la polla entre los pantalones, a pesar de que todavía estaba dura después de tanto uso.

Beth se inclinó para recoger sus vaqueros y, mientras lo hacía, le enseñó un panorama fabuloso, que lo hizo preguntarse si sería capaz de esperar aunque fuera cinco minutos antes de volver a estar dentro de ella.

—¿Sabes de qué tengo ganas? —murmuró Beth mientras se ponía los pantalones.

—¿De seguir haciendo el amor con tu hellren?

Dios, cómo le gustaba hacerla reír.

—Bueno, sí, claro —dijo Beth—, pero, hablando de comida… quiero estofado.

—¿Pero ya está hecho? —Por favor, que así sea…

—Hay carne que quedó de… ¡Mira esa cara!

—Prefiero que pases menos tiempo en la cocina y más tiempo en mi… —Está bien, no iba a terminar la frase.

De todas maneras, Beth pareció entenderlo.

—Hummm, seré rápida.

—Hazlo, leelan, y te prometo darte un postre que te hará enloquecer.

Beth bamboleó las caderas para Wrath mientras se dirigía a la puerta, una pequeña danza que lo dejó gruñendo y, cuando llegó al umbral, se detuvo y lo miró, al tiempo que la luz de fuera la iluminaba.

Y su vista borrosa le dio a Wrath el mejor regalo de despedida: gracias al resplandor de las luces del pasillo, alcanzó a ver cómo caía sobre los hombros de su shellan ese pelo largo y negro, y vio su cara ruborizada… y ese cuerpo esbelto y alto, con todas sus curvas.

—Eres tan hermosa… —dijo en voz baja.

Beth pareció resplandecer y el olor de su felicidad se intensificó hasta que lo único que Wrath respiró fue esa fragancia a rosas nocturnas que era exclusivo de Beth.

Luego Beth se llevó los dedos a esa boca que él ansiaba y le mandó un beso.

—Ahora vuelvo.

—Te estaré esperando. —Y considerando lo excitado que estaba, lo más probable era que pasaran otro largo rato debajo del escritorio.

Después de que Beth se marchó, Wrath se quedó un rato acostado, mientras la oía bajar por las escaleras. Luego se levantó del suelo, puso la silla de mariquita en su sitio y se sentó detrás del escritorio. Buscó sus gafas para evitarles a sus ojos el suave resplandor del fuego de la chimenea y dejó caer la cabeza hacia atrás.

El golpe en la puerta hizo que sus sienes palpitaran con una sensación de frustración. Joder, no podía tener ni dos segundo de paz. Y a juzgar por el aroma a tabaco turco, ya sabía quién era.

—Entra, V.

Cuando el hermano entró, el aroma del tabaco se mezcló con el sutil olor a humo que despedían los leños que ardían en la chimenea.

—Tenemos un problema —dijo Vishous.

Wrath cerró los ojos y se masajeó el puente de la nariz, con la esperanza de que ese dolor de cabeza no tuviera la intención de quedarse con él toda la noche, como si fuera el huésped de un hotel.

—Habla.

—Alguien nos envió un correo electrónico sobre Rehvenge. Nos dan veinticuatro horas para entregarlo en la colonia symphath o de lo contrario revelarán su secreto ante la glymera y se asegurarán de dejar muy claro que todos nosotros, incluido tú, conocíamos su identidad pero no hicimos nada.

Wrath abrió los ojos como platos.

—¿Qué?

—Ya estoy investigando la dirección de la que llegó el correo. Si tengo éxito, podré acceder a la cuenta y averiguar de quién se trata.

—Mierda… hasta aquí llegaron las esperanzas de que nadie más hubiese leído ese documento. —Wrath tragó saliva, pues la presión en la cabeza le produjo náuseas—. Mira, llama a Rehv, y cuéntale lo del correo. Pregúntale qué piensa. La glymera está dispersa y asustada, pero si ese tipo de información llega hasta sus oídos, no tendremos otra opción que hacer algo; de lo contrario podríamos tener una sublevación entre manos y no sólo de la aristocracia, sino de todos los civiles.

—Entendido. Te seguiré informando.

—Muévete rápido.

—Oye, ¿estás bien?

—Sí. Ve a llamar a Rehv. Maldita sea.

Después de que la puerta volvió a cerrarse, Wrath gruñó. La luz suave del fuego empeoraba la agonía de sus sienes, pero no quería apagar las llamas: la oscuridad total no era una opción que le interesara, no después de ese pequeño aviso de por la tarde, cuando lo único que le quedó fue la oscuridad.

Wrath cerró los párpados y trató de ir más allá del dolor. Un poco de descanso. Eso era todo lo que necesitaba.

Sólo un poco de descanso.