46
En el vestíbulo de la mansión, junto a la gran escalera, Wrath estaba de pie, terminando de prepararse para la reunión con la glymera. Cuando se puso sobre los hombros un chaleco antibalas, dijo:
—Casi no pesa.
—El peso no siempre garantiza que sea mejor —dijo V, al tiempo que encendía un cigarrillo y cerraba su mechero de oro.
—¿Estás seguro de eso?
—Cuando se trata de chalecos antibalas, sí. —Vishous exhaló y el humo cubrió momentáneamente su cara, antes de flotar hacia el adornado techo del vestíbulo—. Pero si eso hace que te sientas mejor, podemos amarrarte una puerta de garaje al pecho. O un coche, si prefieres.
De pronto el suntuoso vestíbulo se llenó con el eco de unas pisadas que venían de la escalera, mientras Rhage y Zsadist bajaban juntos, un par de asesinos letales, con las dagas de la Hermandad enfundadas en su arnés de pecho con la empuñadura hacia abajo. Tan pronto como se detuvieron frente a Wrath, se oyó un timbre y Fritz se apresuró a dejar entrar a Phury, que se había desmaterializado desde los Adirondacks, y también a Butch, que acababa de atravesar el jardín caminando.
Al mirar a sus hermanos, Wrath sintió una descarga que lo recorrió de arriba abajo. Aunque dos de ellos todavía no le dirigían la palabra, podía sentir la sangre común de guerreros que corría por sus cuerpos y se regocijó al sentir esa necesidad colectiva de luchar contra el enemigo, ya se tratara de un restrictor o de alguien de su propia raza.
Un suave golpeteo que provenía de las escaleras hizo que Wrath volviera la cabeza.
Tohr estaba bajando del segundo piso con cuidado, como si no confiara totalmente en que los músculos de sus piernas pudieran sostener su peso. Por lo que Wrath podía ver, el hermano se había vestido con unos pantalones de camuflaje que llevaba ceñidos a unas caderas del tamaño de las de un niño, y llevaba un suéter negro grueso y de cuello alto, que le colgaba a la altura de las axilas. No llevaba dagas sobre el pecho, pero tenía un par de pistolas colgadas de ese bendito cinturón de cuero con el que se sujetaba los pantalones.
Lassiter estaba junto a él, y, por primera vez en su vida, el ángel no estaba haciendo ninguna payasada. Aunque tampoco estaba mirando por dónde iban. Por alguna razón, tenía la vista fija en el fresco que adornaba el techo y mostraba a los guerreros luchando en medio de las nubes.
Todos los hermanos levantaron la vista hacia Tohr, pero él no se detuvo ni miró a nadie a los ojos, sólo siguió bajando hasta que llegó al suelo de mosaico. Y ni siquiera ahí se detuvo. Pasó frente a la Hermandad, se dirigió a la puerta que salía hacia la noche y se quedó esperando.
El único rastro que quedaba de lo que alguna vez había sido era la disposición de su mentón. El hueso duro y de bordes afilados se erguía paralelo al suelo, sin moverse ni un ápice. En lo que a él concernía, iba a salir con ellos y no había nada más que discutir.
Sí, pero estaba equivocado.
Wrath se acercó y le dijo en voz baja:
—Lo siento, Tohr…
—No hay razón para sentirse apenado. Vámonos.
—No.
Wrath oyó un rumor a sus espaldas, como si los hermanos se estuvieran moviendo con impaciencia porque odiaban esta situación tanto como él.
—No estás lo suficientemente fuerte. —Wrath quería poner una mano sobre el hombro de Tohr, pero sabía que eso provocaría un gesto violento, teniendo en cuenta lo tenso que parecía estar el frágil cuerpo del hermano—. Sólo espera hasta que estés listo. Esta guerra… esta maldita guerra va a durar mucho tiempo.
El reloj antiguo del estudio comenzó a dar la hora y el rítmico sonido que brotaba desde el estudio de Wrath pasó por encima de la balaustrada hasta llegar a los oídos de la concurrencia. Eran las once y media. Hora de salir, si querían revisar el lugar de la reunión antes de que llegaran los miembros de la glymera.
Wrath soltó una maldición entre dientes y miró por encima del hombro a los cinco guerreros vestidos de negro, que estaban uno junto al otro, formando una unidad. Sus cuerpos vibraban con poder y sus armas no sólo eran aquellas cosas que colgaban de las pistoleras y los arneses, sino también las manos, los pies, los brazos, las piernas y la mente. La potencia mental estaba en la sangre; el entrenamiento y la fuerza bruta estaba en sus músculos.
Se necesitaban las dos para luchar, pues la voluntad no era suficiente.
—Te quedas —dijo Wrath—. Y es mi última palabra.
Luego lanzó una maldición y se abrió paso a través del vestíbulo hasta el otro lado de la puerta. Dejar atrás a Tohr le resultaba muy doloroso, pero no había otra opción. El hermano estaba tan débil que resultaba un peligro para él mismo y, en ese sentido, constituía una fuente de distracción. ¿Qué pasaría si estaba presente en el campo de batalla? Cada uno de los hermanos estaría pensando en él, lo cual afectaría a la concentración del grupo y eso no es precisamente lo que uno quiere cuando se dirige a una reunión donde alguien va a intentar asesinar a su rey. Por segunda vez en la misma semana.
Cuando las puertas de la mansión se cerraron y Tohr se quedó al otro lado, Wrath y los hermanos se enfrentaron a las ráfagas de viento que golpeaban contra la montaña del complejo y recorrían el jardín, metiéndose por entre la fila de coches estacionados.
—Maldita sea —susurró Rhage, al tiempo que se concentraba en el horizonte.
Después de un rato, Vishous volvió la cabeza hacia Wrath y su perfil se recortó contra el cielo gris.
—Tenemos que…
El estallido de un tiro cortó el aire y el cigarrillo que V tenía entre los labios desapareció, tal vez porque V lo cortó con los dientes o porque sencillamente se evaporó.
—¿Qué mierda es eso? —gritó V, mientras daba un paso atrás.
Todos se volvieron a mirar, al tiempo que empuñaban sus armas, aunque no había ninguna posibilidad de que sus enemigos pudieran estar ni remotamente cerca de la gran fortaleza de piedra.
Tohr estaba de pie en la puerta de la mansión, con expresión serena y los pies bien plantados en el suelo, mientras sostenía con las dos manos la culata del arma que acababa de disparar.
V se abalanzó para tumbarlo, pero Butch lo agarró del pecho y lo inmovilizó.
Sin embargo, no pudo inmovilizar su boca.
—¿Qué mierda estás pensando?
Tohr bajó lentamente el cañón del arma.
—Es posible que todavía no pueda luchar cuerpo a cuerpo, pero soy el mejor tirador. Mucho mejor tirador que cualquiera de vosotros.
—¡Estás completamente loco! —le espetó V—. Eso es lo que te pasa.
—¿Realmente crees que sería capaz de meterte una bala en la cabeza? —La voz de Tohr parecía impasible—. Ya he perdido al amor de mi vida y matar a uno de mis hermanos no es el tipo de desquite que estoy buscando. Como os he dicho, soy el mejor tirador de todos, y no podéis permitiros el lujo de despreciar mi ayuda. —Tohr volvió a enfundar la pistola—. Y antes de que me preguntes por qué lo he hecho, tenía que demostrar mi opinión, y eso era mejor que quitarte de un disparo esa horrible perilla que cuelga de tu barbilla. Aunque me muero por afeitártela desde hace mucho tiempo, créeme.
Hubo una larga pausa.
De pronto Wrath estalló en una carcajada. Lo cual era, desde luego, una locura. Pero la idea de no tener que lidiar con el hecho de dejar a Tohr abandonado, como si fuera un perro que no podía viajar con el resto de la familia, le produjo un alivio tan grande que lo único que pudo hacer fue reírse.
Rhage fue el primero en unírsele y echó la cabeza hacia atrás, de manera que las luces de la mansión se reflejaron en sus rizos dorados y sus dientes ultrablancos. Mientras se reía, su enorme mano aterrizó sobre su corazón, como si esperara que tanta agitación no le produjera un cortocircuito.
Luego siguió Butch, que soltó la carcajada mientras soltaba el torso de su mejor amigo. Phury sonrió por un segundo y luego sus enormes hombros comenzaron a sacudirse, lo cual disparó la risa de Z, cuya cara llena de cicatrices se cubrió con una inmensa sonrisa.
Tohr no se rió, pero en cierta forma emitió un breve destello de la persona que solía ser, en la satisfacción con la que se volvió a plantar sobre sus talones. Tohr siempre había sido un tipo serio, la clase de tipo que está más interesado en asegurarse de que todo el mundo esté tranquilo y en forma que en hacer bromas y decir bravuconadas. Pero eso no significaba que no pudiera gastar una buena broma de vez en cuando.
Por eso era tan buen jefe de la Hermandad. Tenía las habilidades perfectas para un trabajo necesario: la cabeza bien puesta y el corazón lleno de bondad.
En medio de la risa, Rhage miró a Wrath. Sin decir palabra, los dos se abrazaron y, cuando se separaron, Wrath le dio a su hermano el equivalente masculino de una disculpa, lo cual era un buen puñetazo en los hombros. Luego se volvió hacia Z, y Z asintió una vez con la cabeza. Lo cual era su manera de decir: «Sí, te portaste como un cabrón, pero tenías tus razones y todo queda olvidado».
Es difícil saber quién comenzó, pero de pronto alguien le pasó el brazo por los hombros a alguien, y luego otro hizo lo mismo hasta que quedaron formando un círculo. En medio del viento helado, el círculo parecía dispar, formado por tipos de estaturas y medidas distintas, con brazos de distinta longitud. Pero, juntos, todos ellos formaban una unidad.
Estando allí, cadera contra cadera con sus hermanos, Wrath sintió que esa experiencia que alguna vez había dado por sentada era en realidad algo muy raro y especial: tener a la Hermandad otra vez unida.
—¿No queréis compartir un poco de ese amor fraternal?
La voz de Lassiter los obligó a levantar la cabeza. El ángel estaba en los escalones de la mansión y su resplandor proyectaba una hermosa luz hacia la noche.
—¿Puedo golpearlo? —preguntó V.
—Más tarde —dijo Wrath, al tiempo que rompía el círculo—. Y muchas, muchas veces.
—No era exactamente eso lo que estaba pensando —murmuró el ángel, mientras uno por uno se iba desmaterializando hacia la reunión y Butch tomaba el coche para reunirse más tarde con ellos.
‡ ‡ ‡
Xhex tomó forma en una hilera de pinos que estaba a unos noventa metros de la tumba de Chrissy. Eligió ese lugar no porque esperara encontrar a Grady al lado de la lápida, lloriqueando contra la manga de su chaqueta de águila, sino porque quería sentirse todavía peor de lo que ya se sentía y no se le ocurrió un mejor lugar para eso que el sitio donde terminaría el cuerpo de la chica cuando llegara la primavera.
Para su sorpresa, sin embargo, no estaba sola. Por dos razones.
El coche estacionado al otro lado de la esquina, en un lugar que tenía plena vista de la tumba era, sin duda, el coche de De la Cruz o de uno de sus subordinados. Pero también había alguien más.
De hecho, parecía una fuerza maligna.
Todos sus instintos de symphath le advirtieron que se moviera con cuidado. Por lo que podía sentir, esa cosa era un restrictor con una inyección de ácido nitroso en su motor de perversión y, obedeciendo al impulso de su instinto de conservación, Xhex se aisló y se mezcló con el paisaje…
Vaya, vaya, vaya… parecía que aún iba a haber más movimiento.
Desde el norte se aproximaba un grupo de hombres, dos un poco más altos y uno de baja estatura. Todos iban vestidos de negro y estaban tan pálidos que parecían escandinavos.
Genial. A menos que hubiese una nueva pandilla en la ciudad, una formada por matones fanáticos del Preference de L’Oreal, esos rubios debían de ser restrictores.
El Departamento de Policía, la Sociedad Restrictiva y algo peor, ¿todos merodeando por la tumba de Chrissy? ¿Qué estaría ocurriendo?
Xhex esperó mientras observaba cómo los asesinos se separaban y buscaban árboles para esconderse.
Sólo podía haber una explicación: Grady había caído en manos de los restrictores. Lo cual no era ninguna sorpresa, teniendo en cuenta que, por lo general, reclutaban criminales, en especial los más violentos.
Xhex dejó pasar unos minutos mientras se comía un caramelo para pasar el tiempo, en espera de un estallido que resultaría inevitable en una película con esos protagonistas. La estaban esperando en el club, pero las cosas tendrían que funcionar sin ella, porque ahora no podía marcharse de allí.
Grady debía de estar en camino.
Pasaron unos cuantos minutos más, durante los cuales no cesaron las ráfagas de viento helado y muchas nubes oscuras y claras cruzaron sobre la cara de la luna.
Y luego, de manera inesperada, los restrictores se marcharon.
Y la presencia maligna también se desmaterializó.
Tal vez se habían dado por vencidos, pero no parecía muy probable. Por lo que sabía, los restrictores eran muchas cosas, pero no sufrían de déficit de atención. Así que eso significaba que, o bien había surgido algo más importante, o habían cambiado de…
Xhex oyó un ruido que venía del otro lado.
Al mirar por encima del hombro, vio a Grady.
Se estaba protegiendo del frío con los brazos metidos entre una chaqueta gruesa negra que le quedaba muy grande y venía arrastrando los pies por encima de la fina capa de nieve. Miraba a todas partes, como si estuviera buscando entre las tumbas la más reciente y, si seguía como iba, rápidamente iba a encontrar la de Chrissy.
Desde luego, eso también significaba que iba a ver al policía que estaba en el coche sin identificación. O que el policía lo iba a ver a él.
Correcto. Hora de moverse.
Suponiendo que los asesinos se hubiesen ido, Xhex podía encargarse de la policía.
No estaba dispuesta a perder esta oportunidad. De ninguna manera.
Así que apagó el teléfono y se preparó para ponerse a trabajar.