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Cuando Xhex subió los escalones que llevaban hasta el salón VIP, al principio no estaba segura de qué demonios era lo que estaba viendo. Parecía como si John y Qhuinn se estuvieran dirigiendo a la parte trasera del club, en compañía de Gina. A menos, claro, que hubiese otros dos tipos igualitos a ellos, uno de los cuales tuviera un tatuaje en Lengua Antigua en la nuca y el otro unos hombros tan grandes como los de Rehv.
Pero ésa, con toda seguridad, era Gina, con su provocativo vestidito rojo.
De repente, la voz de Trez irrumpió en su oído, a través del audífono.
—Rehv está aquí y te estamos esperando.
¿Sí? Pues iban a tener que esperar un poco más.
Xhex dio media vuelta y se dirigió a la cuerda de terciopelo, al menos hasta que un tipo se le atravesó en el camino, vestido con un traje Prada de imitación.
—Hola, cariño, ¿adónde vas con tanta prisa?
Torpe jugada. El imbécil estaba completamente drogado y había elegido a la mujer equivocada para ligar.
—Quítate de mi camino antes de que te quite yo.
—¿Qué te pasa? —El tipo estiró la mano para agarrarla de la cadera—. ¿Acaso no puedes tratar con un hombre de verdad… ¡Ay!
Xhex le agarró la mano y se la retorció hasta que el pobre hombre dejó de sentir el brazo.
—Bueno —dijo ella—. Hace cerca de una hora y veinte minutos compraste setecientos dólares en cocaína. A pesar de toda la que te has metido en el baño, apuesto a que todavía te queda suficiente para que te metan a la cárcel por posesión de drogas. Así que sal de mi camino y, si alguna vez tratas de volver a tocarme, te voy a romper todos estos dedos y después seguiré con la otra mano.
Luego lo soltó y le dio un empujón que lo mandó dando vueltas contra sus amigos.
Xhex siguió de largo, salió del salón VIP y atravesó la pista de baile. Debajo de las escaleras que llevaban al entresuelo, escribió un código de seguridad en un intercomunicador y entró por una puerta en la que había un cartel en el que se leía: Sólo personal de seguridad. Luego tomó el pasillo que había detrás y que pasaba frente a los casilleros del personal hasta su destino final, la oficina de seguridad. Después de teclear otro código, entró en el cuarto de seis metros por seis donde estaba todo el equipo de monitores y ordenadores en los que se registraba digitalmente todo lo que sucedía en el club.
Excepto la oficina de Rehv y el sótano donde Rally pesaba la mercancía, los únicos dos espacios que funcionaban con un sistema de seguridad independiente, toda la propiedad era vigilada desde ese lugar y la fila de pantallas mostraba imágenes en gris y azul de todo el club.
—Hola, Chuck —le dijo Xhex al tipo que estaba detrás del escritorio—. ¿Podrías dejarme un minuto a solas?
—No hay problema. De todas maneras, tengo que ir al baño.
Xhex cambió de puesto con Chuck y se sentó en la silla del capitán Kirk, como la llamaban los chicos.
—No necesito mucho tiempo.
—Yo tampoco, jefa. ¿Quiere tomar algo?
—No, gracias, estoy bien.
Cuando Chuck hizo un gesto con la cabeza y salió, Xhex se concentró en los monitores que mostraban los baños que estaban al fondo del salón VIP…
Ay… Dios.
El trío del demonio estaba apretujado en uno, con Gina en el centro, John besándola por el cuello en dirección a los pechos y Qhuinn, que estaba detrás de ella, deslizándole las manos por delante hacia las caderas.
Atrapada entre los dos machos, Gina no parecía estar trabajando. Más bien parecía una mujer que se lo estaba pasando muy bien.
Maldición.
Aunque al menos era Gina. Xhex no tenía ningún lazo particular con ella, pues hacía poco que había comenzado a trabajar en el club, así que era como si John estuviese follando con cualquier zorrita de la pista de baile.
Xhex se recostó en la silla y se obligó a mirar los otros monitores. Por toda la pared se veían imágenes de gente bebiendo, esnifando cocaína, teniendo sexo, bailando, charlando, mirando a su alrededor, miles de imágenes que penetraron por sus ojos.
Eso era bueno, pensó Xhex. Eso era… bueno. John por fin había abandonado sus ilusiones románticas y estaba buscando nuevos rumbos. Eso era bueno…
—Xhex, ¿dónde estás? —se oyó decir a la voz de Trez por el audífono.
Xhex subió el brazo con brusquedad y le gritó a su reloj de pulsera:
—¡Ya voy! ¡Dame un maldito minuto!
El Moro le respondió con su calma característica.
—¿Estás bien?
—Yo… Mira, lo siento. Voy corriendo.
Sí, igual que Gina. Por Dios.
Xhex se levantó del puesto de mando y sus ojos regresaron a la pantalla que se había propuesto no mirar.
Las cosas habían progresado. Rápidamente.
Ahora John estaba moviendo las caderas.
Justo cuando Xhex hizo una mueca y comenzó a dar media vuelta para marcharse, John clavó los ojos en la cámara de seguridad. Era difícil saber si sabía que había una cámara allí o simplemente sus ojos terminaron allí por casualidad.
Mierda. En todo caso, tenía una expresión sombría, con la mandíbula apretada y una mirada perdida que le rompió el corazón a Xhex.
Aunque trató de no interpretar ese cambio como lo que era, no lo logró y pensó que ella era la culpable de esa situación. Tal vez no era la única razón por la cual John parecía ahora una estatua de piedra, pero sin duda tenía mucho que ver.
John desvió la mirada.
Ella dio media vuelta.
En ese momento, Chuck asomó la cabeza por la puerta.
—¿Necesita más tiempo?
—No, gracias. Ya he visto suficiente.
Xhex le dio una palmadita en el hombro a su empleado y se marchó. Tomó a la derecha y al final de pasillo llegó hasta una puerta negra reforzada. Tecleó otro código más, tomó el pasadizo que llevaba a la oficina de Rehv y, cuando atravesó la puerta, los tres machos que estaban alrededor del escritorio la miraron con cautela.
Xhex se apoyó contra la pared negra que estaba frente a ellos.
—¿Qué?
Rehv se recostó en la silla, cruzó los brazos sobre el pecho y dijo:
—¿Vas a entrar pronto en el periodo de necesidad?
Mientras hablaba, Trez y iAm hicieron el gesto que hacían las Sombras para protegerse del peligro.
—Dios, no. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque, no te ofendas, pero estás de un mal humor insoportable.
—No es cierto. —Cuando los machos se miraron entre ellos, Xhex vociferó—: Y dejad de hacer eso.
Ah, genial, ahora todos evitaban mirarse de manera deliberada.
—¿Podemos seguir con la reunión? —dijo ella, mientras trataba de moderar el tono.
Rehv descruzó los brazos y se inclinó hacia delante.
—Sí. Dentro de un rato tengo que salir a la reunión del consejo.
—¿Quieres que vayamos contigo? —preguntó Trez.
—Siempre y cuando no tengamos ningún negocio grande programado para después de medianoche.
Xhex negó con la cabeza.
—El último que teníamos programado para esta semana tuvo lugar a las nueve y se desarrolló normalmente. Aunque tengo que decir que nuestro comprador estaba extremadamente nervioso y eso fue antes de que la policía hallara el cadáver de otro narcotraficante.
—¿Así que de los seis grandes distribuidores que nos compraban a nosotros sólo quedan dos? Joder, sí que estamos frente a una guerra complicada.
—Y quienquiera que esté moviendo los hilos, probablemente va a tratar de llegar hasta el final de la cadena.
Trez dijo:
—Razón por la cual iAm y yo pensamos que debes estar acompañado las veinticuatro horas del día, por lo menos hasta que pase esta mierda.
Rehv parecía molesto, pero estuvo de acuerdo.
—¿Tenemos alguna idea de quién es el que está dejando ese reguero de cuerpos?
—Bueno, es obvio —dijo Trez—. La gente cree que eres tú.
—Pero eso no tiene lógica. ¿Por qué querría matar a mis propios compradores?
Ahora fue Rehv el que sintió las miradas de todos sobre él.
—Ay, vamos —dijo—. No soy tan malvado. Bueno, está bien, pero sólo con los que tratan de joderme. Y, lo siento, pero ¿los cuatro distribuidores que han muerto? Eran hombres de negocios muy correctos. Gente seria. Eran buenos clientes.
—¿Has hablado con tus proveedores? —preguntó Trez.
—Sí. Les dije que estuvieran tranquilos y les confirmé que esperaba mover la misma cantidad de mercancía. Esos tipos que murieron serán reemplazados rápidamente por otros, porque los distribuidores de droga crecen como la mala hierba. Siempre resurgen.
Luego hablaron un poco sobre el mercado y los precios y después Rehv dijo:
—Antes de que se nos acabe el tiempo, me gustaría saber si ha pasado en el club algo que yo deba saber.
Bueno, excelente pregunta, pensó Xhex. Sí que había pasado… pasaba que seguramente John Matthew estuviera en ese mismo momento de rodillas frente a Gina.
—Xhex, ¿se puede saber qué te pasa?
—Nada. —Xhex se obligó a concentrarse y presentó un breve resumen de los incidentes ocurridos hasta ese momento. Trez informó sobre lo ocurrido en el nuevo club, el Iron Mask, del cual estaba encargado, y luego iAm habló sobre las finanzas y sobre el restaurante Sal’s, otra de las empresas de Rehv. En general, el negocio fluía normalmente, teniendo en cuenta que estaban rompiendo varias leyes humanas que los llevarían a la cárcel si los atrapaban.
Xhex seguía bastante distraída y, cuando llegó el momento de marcharse, fue la primera en salir por la puerta, aunque normalmente era la última.
Y salió de la oficina justo en el momento oportuno…
Si quería recibir una patada en el estómago.
En ese momento, Qhuinn apareció al fondo del pasillo que llevaba a los baños privados, con los labios rojos e hinchados, el cabello revuelto y envuelto en un olor a sexo, orgasmos y actos indecentes que lo precedía varios metros.
Xhex se detuvo, aunque era una estupidez.
Luego salió Gina, que parecía que necesitaba tomar algo fuerte… muy fuerte. La mujer estaba desmadejada y no sólo porque estuviera caminando con su característico paso provocativo, sino porque parecía que había tenido una buena sesión de ejercicio y Xhex pensó que tenía una sonrisa demasiado íntima y sincera para su gusto.
John fue el último en aparecer, con la cabeza en alto, la mirada clara y los hombros hacia atrás.
Había estado espléndido. Xhex estaba segura de que… había estado espléndido.
John volvió la cabeza y se encontró con los ojos de Xhex. Ya no quedaba nada de esa mirada tímida, el rubor de las mejillas y los torpes coqueteos. Sólo la saludó con un gesto de la cabeza y desvió la mirada, tranquilo… y listo para tener más sexo, a juzgar por la manera como devoró con los ojos a otra de las prostitutas.
Una tristeza incómoda y desconocida irrumpió en el pecho de Xhex, alterando el ritmo regular de su corazón. En su intento por salvarlo del caos que había tenido que sufrir su último amante, Xhex le había hecho mucho daño; al alejarlo de ella, lo había despojado de algo precioso.
De su inocencia.
Xhex se llevó el reloj de pulsera a la boca.
—Necesito un poco de aire.
La respuesta de Trez resonó con aprobación.
—Buena idea.
—Regresaré antes de que os vayáis a la reunión del consejo.
‡ ‡ ‡
Cuando Lash regresó de la guarida de su padre, sólo se dio diez minutos para reponerse antes de subirse al Mercedes y arrancar para el rancho de mierda donde habían empaquetado las drogas. Estaba tan aturdido que iba pensando que era un milagro que no se hubiese estrellado, cuando casi tuvo un accidente, al saltarse un semáforo en rojo, mientras se restregaba los ojos al tiempo que trataba de marcar un número en su teléfono.
Así que dejó el teléfono y se concentró en la carretera. De todas maneras, tal vez lo mejor era no hablar con el señor D, debido a que todavía estaba sumido en esa niebla paterna, como Lash decía.
Mierda, la calefacción lo aturdía todavía más.
Lash bajó las ventanas y apagó la brisa de aire caliente que brotaba desde el tablero hacia el asiento delantero. Cuando llegó a la casucha del rancho, ya estaba mucho más alerta. Aparcó detrás, de manera que el Mercedes quedara oculto tras el porche y el garaje, y entró por la puerta de la cocina.
—¿Dónde estáis? —gritó—. ¿Qué ha pasado?
Silencio.
Miró en el garaje y, cuando vio sólo el Lexus, se imaginó que el señor D, Grady y los otros dos aún no habría regresado, después de liquidar a ese otro traficante. Lo cual significaba que tenía tiempo de comer algo. Mientras se dirigía al refrigerador que tenía abastecido con cosas para él, marcó el teléfono del tejano. Sonó una vez. Dos veces.
Estaba sacando un emparedado de pavo y mirando la fecha de caducidad, cuando se oyó la grabación del buzón de voz.
Lash se enderezó y se quedó mirando el teléfono. El señor D nunca conectaba el buzón de voz. Jamás.
Desde luego, tal vez la reunión se había alargado.
Lash comió y esperó, calculando que deberían llamarlo en unos minutos. Cuando eso no sucedió, fue a la sala y abrió el portátil para entrar al sistema GPS que localizaba todos los teléfonos de la Sociedad Restrictiva en el mapa de Caldwell. Comenzó una búsqueda con el número del señor D y descubrió que…
El hombrecillo se dirigía rápidamente hacia el este. Y los otros dos restrictores estaban con él.
Entonces, ¿por qué no contestaba el maldito teléfono?
Lleno de sospechas, Lash volvió a marcar, mientras recorría la casa y el teléfono sonaba y sonaba. No parecía haber nada fuera de lugar, por lo que podía ver. La sala estaba igual y las dos habitaciones y la alcoba principal estaban en orden, con todas las ventanas cerradas y las persianas bajadas.
Estaba llamando al tejano por tercera vez, cuando tomó el pasillo que llevaba hacia la entrada principal de la casa.
Lash se detuvo a medio camino y volvió la cabeza hacia una puerta que no había abierto y por la cual se colaba una brisa helada.
No necesitaba abrir la puerta para saber lo que había ocurrido, pero de todas maneras lo hizo. La ventana estaba rota y había manchas negras alrededor del alféizar, marcas de unas suelas de caucho, no de sangre de restrictor.
Al mirar rápidamente hacia fuera por el hueco de la ventana, Lash vio unas pisadas en la fina capa de nieve que se dirigían hacia la calle. No cabía duda de que ese desgraciado no debía de haber tenido que correr mucho. En ese vecindario abundaban los coches que podías encender sin llave y esa mierda no tenía misterio para ningún criminal que se respetara.
Grady había huido.
Pero era una movida extraña. Aunque no era el tipo más brillante del mundo, la policía lo estaba buscando. Entonces, ¿por qué querría arriesgarse a tener a otro grupo de desgraciados detrás de él?
Lash se dirigió a la sala y frunció el ceño al mirar hacia el sofá, donde Grady había dejado esa caja de pizza grasienta y… el periódico que había estado leyendo.
El cual estaba abierto en la página de los obituarios.
Al recordar los puños tensos de Grady, Lash se acercó y agarró el diario…
Había un cierto olor en las páginas. Old Spice. Ah, así que al menos al señor D también se le había ocurrido mirar el diario…
Lash estudió la lista de muertos. Un montón de humanos de setenta y ochenta años. Uno de sesenta. Dos de cincuenta. Nadie que llevara el apellido Grady ni en primer ni en segundo lugar. Tres personas de fuera de la ciudad con familia en Caldie…
Y finalmente ahí estaba: Christianne Andrews, 24 años. No se mencionaba la causa de muerte, pero el deceso había sido el domingo y el funeral había sido esa tarde, en el cementerio Campo de Pinos. Y ¿la clave? «Se ruega no enviar flores. Agradecemos enviar una donación al Fondo para las Víctimas de la Violencia Doméstica del Departamento de Policía de Caldwell».
Lash corrió al portátil y revisó la ubicación del GPS. El Focus del señor D iba disparado hacia… Bueno, mira qué casualidad… El cementerio Campo de Pinos, donde la adorable Christianne iba a descansar el resto de la eternidad, en brazos de los ángeles.
Ahora sí quedaba clara la historia de Grady: el imbécil suele golpear a su mujercita regularmente, hasta que un día se le va la mano. Ella se muere y la policía encuentra el cuerpo y comienza a buscar al novio expendedor de drogas, que suele llevar el estrés del trabajo a casa para desquitarse con su mujer. No era ninguna sorpresa que la policía lo estuviera buscando.
Y el amor lo supera todo… hasta el sentido común de los criminales.
Lash salió de la casa y se desmaterializó hacia el cementerio, listo para tener un feliz encuentro no sólo con ese idiota humano, sino con los malditos asesinos que deberían haberlo vigilado mejor.
Tomó forma a unos ocho metros de un coche estacionado y el tipo que estaba adentro estuvo a punto de verlo. Pero Lash se escondió rápidamente detrás de la estatua de una mujer con túnica y examinó el vehículo: dentro había un humano, a juzgar por el olor. Un humano que había tomado toneladas de café.
Un policía encubierto. Quien, sin duda, debía de estar esperando que el hijo de puta de Grady hiciera exactamente lo que estaba haciendo: es decir, ir a presentarle sus respetos a la chica que había asesinado.
Sí, bueno, los dos podían esperarlo juntos.
Lash sacó su teléfono y tapó la pantalla con la palma de la mano. El mensaje que le envió al señor D decía que se retirara y Lash rogó que el maldito lo recibiera a tiempo. Con la policía allí presente, prefería encargarse de Grady por su cuenta.
Y luego iba a ocuparse del imbécil que había dejado solo al humano permitiendo así que pudiera escaparse.