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Un TAC no es nada del otro mundo. Wrath sólo se sentó en una mesa fría y se quedó quieto mientras ese aparato blanco zumbaba y tosía en voz baja, al tiempo que daba la vuelta alrededor de su cabeza.

Lo jodido era la espera hasta que llegaran los resultados.

Durante el examen, la doctora Jane fue la única persona que estuvo al otro lado del cristal y, por lo que Wrath pudo ver, se pasó todo el tiempo frunciendo el ceño con los ojos fijos en una pantalla de ordenador. Después de terminar, todavía estaba haciendo lo mismo. Entretanto, Beth había entrado y ahora estaba con él en el pequeño cuarto.

Sólo Dios sabía lo que la doctora Jane había encontrado.

—No me da miedo que me operen —le dijo Wrath a su shellan—. Siempre y cuando sea esa hembra la que tenga el bisturí.

—Pero ¿ella hace cirugía de cabeza?

Buena observación.

—No lo sé.

Wrath jugaba distraídamente con el rubí saturnino de Beth, dándole vueltas en el dedo una y otra vez.

—Hazme un favor —susurró.

Beth le apretó la mano.

—Lo que quieras. ¿Qué necesitas?

—Tararea la música de Jeopardy.

Hubo una pausa. Luego Beth estalló en una carcajada y le dio un golpecito en el hombro.

—Wrath…

—Mejor, quítate la ropa y tararea mientras haces la danza del vientre. —Cuando su shellan se inclinó y le dio un beso en la frente, Wrath levantó la mirada a través de sus gafas oscuras—. ¿Crees que estoy bromeando? Vamos, los dos necesitamos un poco de distracción. Y te prometo que te daré una buena propina.

—Nunca llevas dinero en efectivo.

Wrath se pasó la lengua por el labio superior.

—Estaba pensando en pagarte en especies.

—Eres terrible. —Beth le sonrió—. Y eso me encanta.

Mientras la miraba, Wrath se sintió aterrorizado. ¿Cómo sería su vida si se quedaba totalmente ciego? ¿Cómo sería no volver a ver el cabello largo y negro de su shellan o su sonrisa?

—Muy bien —dijo la doctora Jane al entrar—. Esto es lo que sé.

Wrath trató de no gritar cuando la doctora fantasma se metió las manos en los bolsillos de su bata blanca, aparentemente muy concentrada en el caso que estaba tratando.

—No veo evidencia de tumores o hemorragias. Pero hay anomalías en varios lóbulos. Nunca antes había visto el TAC de un vampiro, así que no tengo idea de qué se considera estructuralmente «normal». Sé que quieres que sólo yo vea los resultados del examen, pero ésta no es mi especialidad y me gustaría que Havers revisara el TAC. Antes de que digas que no, te recuerdo que él ha jurado mantener el secreto profesional. No puede revelar…

—Tráelo —dijo Wrath.

—No tardaremos. —La doctora Jane les dio una palmadita en el hombro a los dos—. Está fuera porque le pedí que se quedara ahí por si había algún problema con el equipo.

Wrath observó mientras la doctora atravesaba el cuarto de los monitores y salía al corredor. Un momento después, regresó con el médico alto y delgado. Havers les hizo una venia a él y a Beth a través del cristal y luego se acercó a los monitores.

Los dos adoptaron la misma postura: con la cintura un poco doblada hacia delante, las manos en los bolsillos y el ceño fruncido.

—¿Será que les enseñan a hacer eso en la facultad de medicina? —dijo Beth.

—Curioso, yo me estaba preguntando lo mismo.

Pasó un largo rato. Larga espera. Un tiempo en que los dos médicos no hicieron otra cosa que conversar y señalar en la pantalla con sus bolígrafos. Después, los dos se enderezaron e hicieron un gesto de asentimiento con la cabeza.

Entraron juntos.

—El examen es normal —dijo Havers.

Wrath exhaló con tanta fuerza que prácticamente fue un resuello. Normal. Normal era bueno.

Luego Havers le hizo una serie de preguntas que Wrath respondió, sin prestarle mucha atención a ninguna.

—Con el permiso de su doctora particular —dijo Havers, al tiempo que le hacía una venia a la doctora Jane—, me gustaría tomarle una muestra de sangre para analizarla y hacerle un rápido examen.

La doctora Jane intervino:

—Creo que es buena idea. Las segundas opiniones siempre son buenas cuando las cosas no están claras.

—Adelante —dijo Wrath y luego besó rápidamente la mano de Beth antes de soltársela.

—Milord, ¿sería tan amable de quitarse las gafas?

Havers le examinó rápidamente los ojos con la linterna; luego se movió hacia un lado para examinarle los oídos y el corazón. Enseguida entró una enfermera con el equipo para sacarle sangre, pero la doctora Jane fue quien realizó el procedimiento.

Cuando todo terminó, Havers volvió a meterse las manos en los bolsillos y volvió a asumir su postura de médico, con el ceño fruncido.

—Todo parece normal. Bueno, normal para usted. Sus pupilas no responden, pero ése es un mecanismo de protección debido a que sus retinas son fotosensibles.

—Entonces, ¿cuál es la conclusión? —preguntó Wrath.

La doctora Jane se encogió de hombros.

—Tienes que llevar un diario de los dolores de cabeza. Y si vuelve a presentarse otro episodio de ceguera, todos volveremos aquí de inmediatamente. Tal vez si hacemos el TAC mientras estás ciego, podamos ver qué es lo que está pasando.

Havers le hizo otra venia a la doctora Jane.

—Le comunicaré los resultados del análisis de sangre a su doctora.

—Perfecto. —Wrath levantó la vista hacia su shellan, listo para irse, pero Beth seguía mirando a los médicos.

—Ninguno de los dos parece satisfecho de sus propias conclusiones —dijo.

La doctora Jane habló lentamente, como si estuviera escogiendo las palabras con cuidado:

—Cada vez que hay un deterioro en una capacidad funcional que no podemos explicar, me pongo nerviosa. No estoy diciendo que ésta sea una situación de gravedad. Pero no creo que podamos cantar victoria todavía sólo porque el TAC esté bien.

Wrath se bajó de la mesa de reconocimiento y agarró su chaqueta de cuero de las manos de Beth. Era fantástico eso de poder abandonar el papel de paciente en que lo habían puesto sus malditos ojos.

—No voy a hacer ninguna tontería —les dijo a los médicos—. Pero voy a seguir trabajando.

Hubo un coro de necesitas-reposar-por-un-par-de-días, qué él ignoró, mientras abandonaba la sala de reconocimiento. La cuestión era que, mientras él y Beth caminaban por el corredor, se sintió invadido por un extraño sentido de urgencia.

Tenía la inconfundible sensación de que tenía que moverse rápido, porque no le quedaba mucho tiempo.

‡ ‡ ‡

John se tomó su tiempo para llegar hasta ZeroSum. Después de salir del apartamento de Xhex, recorrió la calle Diez y caminó en medio de la nevada hasta el restaurante de comida Tex/Mex. Se sentó en una mesa al lado de la salida de emergencia y, señalando las fotos que había en el menú, pidió dos raciones de costillitas de cerdo, con un acompañamiento de puré de patatas y ensalada de col.

La camarera que le tomó el pedido y le sirvió la comida llevaba una falda tan corta que se podría considerar ropa interior, y parecía dispuesta a servirle de muchas otras maneras. De hecho, John llegó a considerarlo. Tenía el pelo rubio, no llevaba demasiado maquillaje y tenía bonitas piernas. Pero olía a carne asada y a John no le gustaba su forma de dirigirse a él, hablando lentamente, como si pensara que era idiota o algo así.

John pagó en efectivo y dejó una buena propina, pero se marchó rápidamente, antes de que ella tratara de darle su número. Al salir al frío, tomó el camino largo para llegar a la calle del Comercio. Lo cual significaba que se desvió por cada uno de los callejones que encontró.

Ningún restrictor. Ni humanos cometiendo alguna infracción.

Finalmente, entró en el ZeroSum. Al atravesar las puertas de acero y vidrio y sentir la ráfaga de luces, música y gente sospechosa vestida a la última moda, sintió que se le caía su máscara de hombre rudo. Xhex debía de estar ahí…

Sí. Y ¿qué? ¿Acaso era tan marica que no podía estar en el mismo club que ella?

John se armó de valor y se encaminó hacia la cuerda de terciopelo, pasando frente a la mirada de los gorilas, directamente hacia el salón VIP. En el fondo, en la mesa de la Hermandad, Qhuinn y Blay parecían un par de jugadores de fútbol que estuvieran en el banquillo mientras su equipo perdía en el campo de juego: estaban nerviosos y golpeaban con los dedos sobre la mesa, mientras jugaban con la servilleta que les habían llevado con sus botellas de cerveza.

Cuando se acercó, los dos levantaron la mirada y se quedaron quietos, como si alguien los hubiera congelado.

—Hola —dijo Qhuinn.

John se sentó junto a su amigo y dijo por señas:

—Hola.

—¿Cómo estás? —preguntó Qhuinn, al tiempo que la camarera se acercaba de manera muy oportuna—. Otras tres Coro…

John lo interrumpió.

—Quiero una cosa distinta. Dile que… quiero un Jack Daniels con hielo.

Qhuinn levantó las cejas, pero hizo el pedido y se quedó observando mientras la camarera se dirigía a la barra.

—Vas en serio, ¿no?

John se encogió de hombros y se quedó mirando a una rubia que estaba dos reservados más allá. En cuanto se dio cuenta de que la estaban observando, la mujer comenzó a exhibirse y se echó el pelo hacia atrás, sobre la espalda, mientras mostraba los senos hasta que casi se le salieron del vestidito negro que apenas la cubría.

Seguro que ésa no olía a costillitas de cerdo.

—Oye… John, ¿qué te pasa?

—¿A qué te refieres? —le contestó John por señas, sin quitarle los ojos de encima a la rubia.

—Estás mirando a esa mujer como si quisieras envolverla en pan y bañarla con tu salsa picante por todas partes.

Blay tosió un poco.

—Tú sí que eres una verdadera bestia para hablar, ¿lo sabías?

—Sólo digo las cosas tal como las veo.

Cuando la camarera regresó y puso sobre la mesa el whisky y las cervezas, John tomó su copa, se echó hacia atrás y simplemente abrió la garganta y vertió el líquido dentro de una vez, como quien echa agua en un cubo.

—Así que ¿va a ser una de esas noches? —murmuró Qhuinn—. ¿Una de esas noches en las que terminas en el baño?

—Te aseguro que sí —dijo John por señas—. Pero no porque esté vomitando.

—Entonces, por qué habrías de… Ah… —Qhuinn parecía un poco desconcertado.

Sí, así es, pensó John, mientras inspeccionaba el salón VIP, por si hubiera una candidata mejor.

En el reservado de al lado había un trío de hombres de negocios, cada uno acompañado de una mujer, y todas parecían listas para salir en la portada de Vanity Fair. Al otro lado del salón había un grupo de esnobs pretenciosos, con ínfulas de artistas, que no dejaban de esnifar cocaína e iban a cada rato al baño por parejas. En la barra había un par de nuevos ricos con sus esposas totalmente borrachas y otro grupo de adictos que estaban echándoles ojo a las putas.

John todavía estaba en medio de su inspección, cuando Rehvenge entró en el salón VIP. Mientras todo el mundo lo miraba, un cierto estremecimiento pareció recorrer el lugar, porque aunque la gente no supiera que era el dueño del club, no era muy frecuente ver tipos de dos metros de altura que anduviesen apoyándose en un bastón rojo, cubiertos con un impresionante abrigo de piel y con el pelo peinado en un penacho.

Además, aun en medio de la penumbra, se podía ver que tenía los ojos color púrpura.

Como siempre, iba acompañado por dos machos del mismo tamaño que él, que parecían desayunar con balas. Xhex no estaban con ellos, pero estaba bien. En realidad no tenía importancia.

—Yo quiero ser como ese tipo cuando crezca —dijo Qhuinn arrastrando las palabras.

—Pero no te hagas ese corte de pelo —dijo Blay—. Es demasiado hermo… Quiero decir que los penachos requieren mucho cuidado.

Mientras Blay se acababa su cerveza, los ojos dispares de Qhuinn apenas se fijaron en la cara de su mejor amigo, antes de volver a distraerse.

Después de hacerle señas a la camarera para que le sirviera otro whisky, John dio media vuelta y se acomodó de manera que pudiera ver a través de la cascada, hacia la sección del club abierta a todo el público. En la pista de baile había una cantidad de mujeres que estaban buscando exactamente lo que él quería darles. Lo único que tenía que hacer era bajar allí y escoger entre las voluntarias.

Gran plan, sólo que, sin motivo aparente, John recordó de repente las historias de todas esas mujeres que participan en algunos programas de la tele, esos que llamaban de «telerrealidad». ¿Acaso quería dejar embarazada a una mujer humana a la que no conocía? Se suponía que uno podía saber cuándo estaban ovulando, pero ¿qué demonios sabía él sobre las cosas femeninas?

Así que frunció el ceño y volvió a sentarse derecho. Agarró el whisky que acababan de servirle y se concentró en las prostitutas.

Profesionales. Gente que entendía bien las reglas del juego sexual que él quería jugar. Eso sería mucho mejor.

Se fijó entonces en una mujer morena que tenía una cara virginal. Creía haber oído que la llamaban Marie-Terese. Era la jefa de las prostitutas, pero también estaba disponible. En ese momento estaba exhibiéndose frente a un tipo con traje de tres piezas, que parecía muy interesado en la mercancía que ella estaba ofreciendo.

—Ven conmigo —le dijo John a Qhuinn por señas.

—Adónde… Ah, está bien, ya lo entiendo. —Qhuinn se acabó su cerveza y se puso de pie—. Supongo que nos veremos en un rato, Blay.

—Sí. Que… lo paséis bien.

John tomó la delantera y se dirigió a la morena y los ojos azules de la mujer parecieron sorprenderse cuando los vio acercarse. Luego se disculpó un momento con voz seductora y se alejó un poco de su cliente potencial.

—¿Necesitáis algo? —les preguntó con tono neutro y actitud fría; pero fue amable porque sabía que John y los chicos eran invitados especiales del Reverendo. Aunque, naturalmente, no sabía por qué.

—Pregúntale cuánto —le dijo John a Qhuinn con señas—. Por los dos.

Qhuinn se aclaró la garganta.

—Él quiere saber cuánto.

La mujer frunció el ceño.

—Eso depende de la chica que elijáis. Todas tienen… —John apuntó con el dedo a la mujer—. Ah, ¿yo?

John asintió con la cabeza.

Al ver que la mujer entornaba sus ojos azules y apretaba los labios pintados de rojo, John se imaginó esa boca sobre su cuerpo y a su polla le gustó la idea, porque enseguida se puso dura. Sí, la mujer tenía una boca muy…

—No —dijo ella—. Yo no estoy disponible para vosotros.

Qhuinn respondió antes de que John tuviera tiempo de mover las manos.

—¿Por qué? Nuestro dinero es tan bueno como el de cualquiera.

—Tengo derecho a elegir con quién hago negocios. Es posible que algunas de las otras chicas piensen de otro modo. Podéis preguntarles a ellas.

John estaba seguro de que esa negativa tan tajante tenía algo que ver con Xhex. Dios sabía que había habido mucho contacto visual entre él y la jefa de seguridad del club, y Marie-Terese seguramente se había dado cuenta y no quería meterse en ese lío.

Al menos, ésa fue la explicación que John se dio a sí mismo, pues no se le ocurrió pensar que ni siquiera una prostituta pudiera soportar la idea de estar con él.

—Está bien, no hay problema —dijo John por señas—. ¿A quién nos aconsejas?

Después de que Qhuinn tradujera, ella dijo:

—Te aconsejo que regreses a tu whisky y dejes a las chicas en paz.

—Eso no va a suceder y quiero una profesional.

Qhuinn tradujo y Marie-Terese frunció el ceño todavía más.

—Seré sincera contigo. Esto suena a desquite. Como si quisieras enviar un mensaje. Si quieres tener sexo, ve y búscate una zorrita en la pista de baile o en uno de los reservados. Pero no lo hagas con alguien que trabaja con ella, ¿está bien?

Correcto. Todo esto tenía todo que ver con Xhex.

El antiguo John seguramente habría hecho lo que ella sugería. A la mierda, el antiguo John nunca habría tenido esa conversación, en primer lugar. Pero las cosas habían cambiado mucho.

—Gracias, pero creo que le preguntaremos a una de tus colegas. Cuídate.

John dio media vuelta mientras Qhuinn traducía, pero Marie-Terese lo agarró del brazo.

—Está bien. ¿Quieres portarte como un imbécil? Ve y habla con Gina, la de rojo.

John hizo una pequeña venia y luego siguió el consejo y se dirigió a una mujer de pelo negro que llevaba un traje rojo tan brillante que parecía una luz fluorescente.

A diferencia de Marie-Terese, Gina se mostró absolutamente dispuesta, incluso antes de que Qhuinn le hiciera la pregunta.

—Quinientos —dijo con una sonrisa amplia—. Cada uno. Por que supongo que son los dos, ¿cierto?

John asintió, un poco sorprendido de ver que era tan fácil. Pero claro, por eso precisamente estaban pagando: porque fuera fácil.

—¿Vamos, entonces, al fondo? —Gina se colocó entre los dos y agarró a cada uno de un brazo y todos pasaron frente a Blay, que tenía los ojos fijos en la cerveza.

Mientras recorrían el pasillo que llevaba a los baños privados, John se sintió como si tuviera fiebre: ardiendo y disociado de todo lo que lo rodeaba, sintió como si estuviera flotando y lo único que lo sujetara a la tierra fuera el delgado brazo de esa prostituta a la que estaba a punto de pagarle por dejarse follar.

Si ella llegaba a soltarlo, John estaba seguro de que saldría volando como un globo.