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Rehv era el tipo de macho que se enorgullecía de todo lo que hacía, ya fuera meter en el horno un par de pizzas de pan francés y cocinarlas a la perfección o servir el vino… o complacer a su Ehlena hasta dejarla convertida en un cuerpo desnudo y flácido, resplandeciente de la dicha y totalmente satisfecho.

—No siento los dedos de mis pies —murmuró ella, mientras él la besaba a medida que subía desde ese lugar entre sus piernas donde había pasado el último rato.

—¿Y eso es malo?

—En absoluto.

Cuando Rehv se detuvo para lamerle un seno, ella se arqueó en la cama y él sintió el movimiento contra su propio cuerpo. A esas alturas ya se había acostumbrado a que las sensaciones lograran penetrar esa niebla de anestesia en la que vivía sumido, y se regocijaba con el eco de esa tibieza y esa fricción, sin que le preocupara ya que su lado malo pudiese romper la jaula de dopamina en que lo encerraba. Aunque lo que alcanzaba a registrar no era tan nítido como lo que sentía cuando no estaba medicado, era suficiente para que su cuerpo se sintiera absolutamente excitado.

Rehv no podía creerlo, pero había habido muchas veces en que pensó que iba a tener un orgasmo. Entre el sabor de la vagina de Ehlena, que chupaba como un caramelo, y la manera en que ella mecía las caderas sobre el colchón, había estado a punto de perder el control varias veces.

Sólo que era mejor mantener su pene fuera del asunto. En serio, ¿cómo se le ocurría que eso podría funcionar? Qué pasaría si le decía: «No soy impotente, y es un milagro. Tú has estimulado mi instinto masculino, así que el vampiro que llevo dentro logra dominar al symphath. ¡Vaya! Desde luego, eso significa que tienes que lidiar con mi púa y con el lugar donde ha estado metido a lo largo de los últimos veinticinco años ese pedazo de carne que me cuelga entre las piernas. Pero, vamos, eso es excitante, ¿no?».

Sí, claro, Rehv tenía mucha prisa por meter a Ehlena en ese lío.

Claaaaro.

Además, eso era suficiente para él. El hecho de complacerla, de servirla sexualmente, era suficiente…

—¿Rehv…?

Rehv levantó la vista desde donde se encontraba, a la altura de los senos. Teniendo en cuenta el tono de la voz de Ehlena y el erotismo que irradiaban sus ojos vidriosos, estaba dispuesto a decir que sí a cualquier cosa.

—¿Sí? —dijo Rehv y le lamió un pezón.

—Abre la boca.

Rehv frunció el ceño, pero obedeció, mientras se preguntaba por qué…

Ehlena estiró la mano y le tocó uno de esos caninos que se habían alargado hasta el punto máximo.

—Dijiste que te gustaba complacerme y se nota. Estos colmillos son tan largos… afilados… y blancos…

Al sentir que Ehlena apretaba los muslos, como si todo lo anterior la estuviera excitando, Rehv se dio cuenta de lo que ella iba a pedirle.

—Sí, pero…

—Así que me encantaría que los usaras conmigo. Ahora mismo.

—Ehlena…

Ese brillo especial que brotaba del cuerpo de Ehlena pareció abandonar su rostro.

—¿Acaso piensas que mi sangre no es buena?

—Dios, no.

—Entonces, ¿por qué no quieres alimentarte de mi vena? —Bruscamente, Ehlena se sentó y se puso una almohada sobre los senos, mientras que su pelo rubio rojizo caía sobre su rostro formando un velo—. Ah. Claro. ¿Ya te has alimentado de… ella?

—Por Dios, no. —Preferiría chuparle la sangre a un restrictor. A la mierda con eso, preferiría beber la sangre de un venado putrefacto que se encontrara a un lado de la carretera, antes que tomar de la vena de la princesa.

—¿No te alimentas de ella?

Rehv miró a Ehlena a los ojos y negó con la cabeza.

—No, no lo hago. Y nunca lo haré.

Ehlena suspiró y se retiró el pelo de la cara.

—Lo siento. No sé si tengo derecho a hacer ese tipo de preguntas.

—Claro que sí. —Rehv le agarró la mano—. Por supuesto que tienes derecho. No es que… no puedas preguntar…

Mientras su palabras quedaban flotando en el aire, los dos mundos de Rehv se estrellaron el uno contra el otro, dejando todo tipo de escombros a su alrededor. Claro, ella podía preguntar… sólo que él no podía responder.

¿O sí podía?

—Tú eres la única a la que deseo —dijo sencillamente, tratando de mantenerse tan fiel a la verdad como podía—. Eres la única en la que deseo estar. —Rehv sacudió la cabeza al darse cuenta de lo que acababa de decir—. La única con la que quiero estar, quiero decir. Mira, acerca de eso de alimentarme… ¿Quieres saber si te deseo? Mierda, sí. Pero…

—Entonces, nada de peros.

Claro que sí había muchos peros. Él tenía el presentimiento de que si tomaba de la vena de Ehlena, iba a terminar dentro de ella. Ya tenía la polla lista, aunque apenas estaban hablando del asunto.

—Esto es suficiente para mí, Ehlena. Complacerte es suficiente.

Ehlena frunció el ceño.

—Entonces debes de tener algún problema con mi linaje.

—¿Perdón?

—¿Acaso crees que mi sangre no vale nada? Para que lo sepas, puedo trazar mi linaje hasta lo más granado de la aristocracia. Es posible que mi padre y yo hayamos caído en desgracia, pero durante generaciones y durante la mayor parte de su vida, fuimos miembros de la glymera. —Al ver que Rehv la miraba extrañado, Ehlena se levantó de la cama, mientras se cubría con la almohada—. No sé de dónde desciende tu familia, pero te puedo asegurar que lo que corre por mis venas es bastante aceptable.

—Ehlena, no se trata de eso.

—¿Estás seguro? —Ehlena se dirigió al lugar donde se había quitado la ropa. Primero se puso las bragas y el sujetador y luego recogió sus pantalones negros.

Rehv no podía entender por qué el hecho de que él se alimentara de ella era tan importante, porque ¿qué beneficio podía reportarle eso a Ehlena? Pero tal vez ésa era la gran diferencia entre los dos. Ella no estaba programada para aprovecharse de la gente, así que sus cálculos no se centraban en lo que podía obtener de las cosas. Para él, incluso el hecho de complacerla tenía un beneficio tangible: verla retorcerse debajo de su boca hacía que se sintiera poderoso y fuerte, como un macho de verdad y no sólo un monstruo asexuado y sociópata.

Pero ella no era como él. Y ésa era la razón por la que la amaba.

Ay… Dios. ¿Acaso…

Sí, así era.

Darse cuenta de eso hizo que Rehv se levantara de la cama, caminara hasta donde ella estaba y le agarrara la mano, antes de que terminara de ponerse los pantalones. Ehlena se detuvo y lo miró.

—No eres tú —dijo él—. Por favor, créeme.

Rehv la atrajo hacia él y la abrazó.

—Entonces demuéstramelo —dijo ella en voz baja.

Rehv dio un paso atrás y se quedó mirándola a la cara durante un buen rato. Sentía los colmillos palpitando dentro de su boca. Y podía sentir las ansias en la boca del estómago, exigiendo, agitándose.

—Ehlena…

—Demuéstramelo.

Rehv no podía negarse. Sencillamente, no tenía la fuerza necesaria para rechazar esa oferta. Sabía que era una equivocación en muchos sentidos, pero ella era todo lo que deseaba, lo único que necesitaba.

Rehv le apartó delicadamente el pelo de la garganta.

—Tendré cuidado.

—No tienes que tenerlo.

—De todas formas, lo tendré.

Luego le tomó la cara entre las palmas de las manos y le ladeó la cabeza, dejando el descubierto una frágil vena azulada que bajaba hacia el corazón. Mientras ella se preparaba para el mordisco, el pulso se le aceleró; Rehv podía ver cómo se habían acelerado los latidos de su corazón.

—No me siento digno de tu sangre —dijo él, mientras le acariciaba el cuello con el índice—. No tiene nada que ver con tu linaje.

Ehlena se empinó para agarrarle la cara.

—Rehvenge, ¿qué sucede? Ayúdame a entender qué te pasa. Siento que… cuando estoy contigo, me siento más cerca de ti que de mi propio padre. Pero hay unos vacíos inmensos. Yo sé que hay algo… Dime qué es.

Éste sí que sería un buen momento para contárselo todo, pensó Rehv.

Y estuvo tentado. Sería tan liberador dejar de mentir… El problema era que eso sería lo más egoísta que podría hacerle a Ehlena. Si ella se enteraba de sus secretos, estaría quebrantando la ley junto con él. Sería eso o mandar a su amante a la colonia. Y si se decidía por la última opción, él estaría incumpliendo la promesa que le había hecho a su madre, pues todo quedaría al descubierto.

Rehv no era el macho para ella. Le iba a hacer daño y él lo sabía.

Tuvo la intención de dejar que se fuera.

Tuvo la intención de bajar las manos, dar un paso atrás y dejar que ella terminara de vestirse totalmente. Era bueno para persuadir a los demás. Podría convencerla de que el hecho de tomar de su vena no era tan importante…

Sólo que sus labios se abrieron. Y, al mismo tiempo, de su garganta brotó un siseo que atravesó la fina barrera de aire que separaba sus colmillos de esa vena pulsante.

De repente, Ehlena jadeó y los músculos que subían desde sus hombros se tensionaron, como si él le hubiera apretado la cara con fuerza. Claro… es que eso era lo que acababa de hacer. Estaba completamente entumecido, insensible, pero no por la medicación. Cada músculo de su cuerpo se había quedado rígido.

—Te necesito —gruñó.

La mordió con fuerza y ella gritó, al tiempo que arqueaba la espalda y casi se parte por el peso del ataque. Mierda, Ehlena era perfecta. Su sangre sabía a vino espeso y potente, y con cada chupada de la boca bebía más y más.

Y entonces la llevó hasta la cama.

Ehlena no tuvo oportunidad de oponer resistencia. Y él tampoco.

Estimulados por la sangre de ella, sus instintos vampíricos pasaron por encima de todos los demás y la necesidad masculina de marcar lo que deseaba, de marcar su territorio, de dominar, superó cualquier cosa y lo obligó a arrancarle los pantalones, levantarle una pierna, acomodar su polla en el umbral de la vagina de Ehlena…

Y abrirse camino hasta su centro.

Ehlena dejó escapar otro grito agudo cuando Rehv la penetró. Era increíblemente estrecha y, temiendo que pudiera hacerle daño, él se quedó quieto para que el cuerpo de ella pudiera acomodarse.

—¿Estás bien? —preguntó, con una voz tan gutural que no estaba seguro de que ella pudiera entenderle.

—No… te… detengas… —Ehlena lo envolvió entre sus piernas y se arqueó para que él pudiera llegar más lejos.

El gruñido que brotó de la garganta de Rehv resonó en toda la habitación.

Sin embargo, aun en medio del frenesí de la pasión y la necesidad de alimentarse, Rehv tuvo cuidado con ella… Nada que ver con lo que sucedía con la princesa. Rehv entraba y salía con suavidad, asegurándose de que Ehlena estuviera cómoda con el tamaño de su polla. En cambio, cuando estaba con su chantajista, lo único que quería era causar dolor. Con Ehlena preferiría castrarse con un cuchillo oxidado antes que hacerle daño.

El problema fue que ella comenzó a moverse con él mientras él seguía tomando de la vena, y la salvaje fricción de sus cuerpos avasalló rápidamente las reservas de Rehv, de manera que sus caderas dejaron de mecerse con suavidad y comenzaron a bombear con tanta fuerza que tuvo que dejar de alimentarse o corría el riesgo de desgarrarle el cuello. Después de lamer suavemente los pinchazos, Rehv dejó caer la cabeza entre el pelo de Ehlena y siguió moviéndose con fuerza y hasta el fondo.

Ehlena tuvo un orgasmo y cuando él sintió la presión sobre el mástil de su polla, sintió que la eyaculación luchaba por salir de su… lo cual no podía ocurrir. Antes de que la púa se engarzara, Rehv se retiró y terminó eyaculando sobre la vagina y el vientre de Ehlena.

Cuando todo terminó, se dejó caer sobre ella y pasó un rato antes de que pudiera hablar.

—Ay… mierda… Lo siento, debo de resultarte muy pesado.

Ehlena le deslizó las manos por la espalda.

—De hecho, me resultas maravilloso.

—Yo… he tenido un orgasmo.

—Sí, es verdad —dijo Ehlena. Él notó que estaba sonriendo por el tono de su voz—. Vaya si lo has tenido.

—No estaba seguro de poder… ya sabes. Por eso me he salido… No esperaba… Bueno, ya sabes.

Mentiroso. Maldito mentiroso.

La felicidad que se percibía en la voz de Ehlena lo hizo sentir muy mal.

—Bueno, me alegra que lo hayas hecho. Y si vuelve a suceder, genial. Y si no, todo bien. No tienes que sentirte presionado.

Rehv cerró los ojos y sintió que el pecho le dolía. Se había salido para que ella no descubriera que tenía una púa… y porque le parecía que correrse dentro de ella era una traición, teniendo en cuenta todas las cosas que le había ocultado.

Mientras ella suspiraba y lo acariciaba con la nariz, se sintió como un absoluto y total desgraciado.