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Por favor, si puedes, trata de no moverte… Así, muy bien.

La doctora Jane comenzó a examinar el ojo izquierdo de Wrath y enfocó su linterna para verle hasta el fondo del cerebro, según lo que él sentía. Cuando el haz de luz lo penetró, tuvo que luchar contra el impulso de echar la cabeza hacia atrás.

—Estás muy tenso —murmuró Jane mientras apagaba la interna.

—Así es. —Wrath se restregó los ojos y se volvió a poner las gafas oscuras, aunque, con o sin gafas, ni podía ver más que un par de esferas negras.

Entonces Beth habló.

—Pero eso no es raro. Nunca ha podido tolerar la luz.

Mientras la voz de Beth se apagaba, Wrath le agarró la mano y se la apretó para tratar de transmitirle un poco de tranquilidad, lo cual, si funcionaba, lo tranquilizaría también al él por extensión.

Vaya manera de acabar con su felicidad. Después de que quedó claro que sus ojos se habían tomado unas pequeñas vacaciones inesperadas, Beth había llamado a la doctora Jane, que estaba en su nueva clínica, en el centro de entrenamiento, pero más que dispuesta a hacer una visita a domicilio. Sin embargo, Wrath había insistido en ir hasta donde estaba la doctora. Lo último que quería era que Beth tuviera que recibir una mala noticia en su alcoba nupcial y, casi tan importante como eso, para él su habitación era un lugar sagrado. Aparte de Fritz, que entraba a hacer el aseo, nadie era bienvenido en su habitación. Ni siquiera los hermanos.

Además, la doctora Jane seguramente querría hacer algunos exámenes. Los médicos siempre querían hacer exámenes.

Cuando convenció a Beth de que lo mejor era que ellos fueran a ver a la doctora, y no al revés, Wrath se puso sus gafas oscuras y salió de la habitación, tomado del brazo de su shellan. Antes de llegar al piso de abajo, al centro de entrenamiento, donde Jane se encontraba en su nueva clínica, se había tropezado un par de veces, se había enredado con las alfombras y había calculado mal dónde estaban los escalones; ese recorrido tan accidentado había sido toda una revelación para él. No tenía idea de que dependía tanto de lo poco que veía.

Santísima… Virgen Escribana, pensó Wrath. ¿Qué pasaría si se quedara ciego para siempre?

No podría soportarlo. Sencillamente no podría.

Por fortuna, a medio camino hacia el centro de entrenamiento, la cabeza le había palpitado varias veces y de repente la luz que brotaba de las lámparas del techo del túnel había penetrado los cristales oscuros de sus gafas. O, mejor, sus ojos la habían captado. Wrath se había detenido, parpadeando, y se había quitado las gafas, pero enseguida tuvo que ponérselas de nuevo pues no soportaba ver la luz de los paneles fluorescentes.

Así que no todo estaba perdido.

Cuando la doctora Jane terminó se quedó mirándolo, con los brazos cruzados sobre el pecho. Su forma fantasmagórica parecía tan tangible como el cuerpo de él o el de Beth, y Wrath prácticamente podía sentir el olor a madera quemada que producía mientras analizaba su caso.

—Se puede decir que tus pupilas prácticamente no responden, pero eso se debe a que están casi totalmente contraídas, para empezar… Maldita sea, si te hubiera examinado la vista antes de esto podría saber algo más… ¿Dices que te quedaste ciego de repente?

—Me acosté y me desperté sin poder ver nada. No estoy seguro del momento en que ocurrió.

—¿Sientes algo distinto?

—¿Aparte del hecho de que no tengo dolor de cabeza?

—¿Has tenido mucho dolor de cabeza últimamente?

—Sí. Por la tensión.

La doctora Jane frunció el ceño. O, al menos, eso fue lo que Wrath sintió. Para él, el rostro de Jane no era más que una imagen borrosa con el pelo rubio y corto, cuyos rasgos era incapaz de distinguir.

—Quiero que te hagan un TAC en la clínica de Havers.

—¿Por qué?

—Para ver un par de cosas. Así que, veamos, te despertaste y ya no veías nada…

—¿Por qué quieres que me hagan un TAC?

—Quiero saber si hay algo anormal en tu cerebro.

Beth le apretó la mano, como si estuviera tratando de evitar que Wrath estallara, pero el pánico era más fuerte.

—Algo como ¿qué? Joder, doctora, dime qué estás pensando.

—Un tumor. —Al ver que tanto Wrath como Beth contenían la respiración, la doctora Jane se apresuró a agregar—: Los vampiros no tienen cáncer. Pero ha habido casos en los que se presentan tumores benignos, y eso podría explicar los dolores de cabeza. Ahora, vuelve a contarme lo que pasó, te despertaste y… nada. ¿Pasó algo inusual antes de que te durmieras? ¿O después?

—Yo… —Maldición. Mierda—. Me desperté y me alimenté de la vena.

—¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste?

Beth respondió.

—Tres meses o un poco más.

—Mucho tiempo —murmuró la doctora.

—Entonces, ¿crees que podría ser eso? —dijo Wrath—. Llevo mucho tiempo sin alimentarme bien, por eso…

—Creo que necesitas hacerte un TAC.

La doctora Jane no iba a arriesgar ninguna hipótesis, nada que pudiera despertar polémica. Así que cuando Wrath oyó que alguien abría un teléfono y marcaba, decidió mantener la boca cerrada, aunque se sentía morir.

—Veré cuándo te puede atender Havers.

Lo cual sería enseguida, sin duda. Wrath y el médico de la raza habían tenido sus diferencias en el pasado, desde la época del asunto con Marissa, pero Havers siempre había sido muy estricto en lo que tenía que ver con sus responsabilidades profesionales, y siempre había prestado sus servicios cuando lo necesitaban.

Al oír que la doctora Jane comenzaba a hablar, Wrath la interrumpió.

—No le digas a Havers para qué es. Y tú eres la única que puede ver los resultados. ¿Está claro?

Lo último que necesitaban ahora era que surgieran dudas acerca de su capacidad física para gobernar.

Entonces Beth dijo:

—Dile que es para mí.

La doctora Jane asintió con la cabeza y dijo la mentira con soltura y, mientras hacía los arreglos pertinentes, Wrath apretó a Beth contra su cuerpo.

Ninguno de los dos dijo nada, porque ¿qué tipo de conversación podían tener en esas circunstancias? Los dos estaban aterrorizados; Wrath veía muy mal desde hacía tiempo, pero la verdad era que necesitaba lo poco que tenía. Si no veía nada, ¿qué demonios iba a hacer?

—Tengo que ir a esa reunión del consejo a medianoche —dijo en voz baja. Al sentir que Beth se quedaba rígida, sacudió la cabeza—. A nivel político, es indispensable. La situación está demasiado inestable en este momento para que no me presente o trate de postergar la reunión. Y tengo que hacer una demostración de fuerza.

—¿Y si te quedas completamente ciego en mitad de la reunión? —siseó Beth.

—Entonces fingiré que estoy bien hasta que pueda salir de allí.

—Wrath…

La doctora Jane cerró el teléfono.

—Te puede recibir ahora mismo.

—¿Cuánto tiempo tendré que quedarme en la clínica?

—Cerca de una hora.

—Bien. Tengo que estar en un sitio a la media noche.

—¿Por qué no vemos qué dice el TAC y…?

—Tengo que…

La doctora Jane lo interrumpió con una autoridad que le hizo saber que, en ese momento, él era un paciente y no el rey.

—Tener que es un término relativo. Primero vamos a ver qué está ocurriendo dentro de tu cabeza y luego podrás decidir cuántos deberes tienes.

‡ ‡ ‡

Ehlena podría haberse quedado en la terraza con Rehvenge unos veinte años, pero él le susurró al oído que tenía preparado algo de comer y la idea de sentarse frente a él a la luz de las velas le pareció igual de seductora.

Después de un último beso prolongado, entraron juntos en el apartamento, él con el brazo alrededor de la cintura de ella y ella acariciándole la espalda a la altura de los omóplatos. La calefacción estaba a tope, así que ella se quitó el abrigo y lo dejó sobre uno de los sofás de cuero negro.

—Pensé que podíamos comer en la cocina —dijo Rehv.

Bueno, no habría velas, pero ¿qué importaba? Mientras estuviera con él, ella despedía suficiente luz para alumbrar todo el apartamento.

Rehvenge la tomó de la mano y la condujo a través del comedor y de la puerta giratoria que llevaba a la cocina. Los muebles de la cocina eran de acero inoxidable, muy sofisticados y modernos, y en un extremo de la encimera, donde había un saliente, había dos servicios, perfectamente arreglados, frente a dos taburetes. Una vela blanca irradiaba su perezosa luz desde un pedestal cada vez más pequeño.

—Ay, qué bien huele… —Ehlena se sentó en uno de los taburetes—. Algo italiano. Y dijiste que sólo sabías preparar una cosa.

—Sí, no te imaginas el trabajo que me costó hacer esto. —Rehv se volvió hacia el horno y con un elegante movimiento de la mano sacó una lata con…

Ehlena soltó una carcajada.

—Pizza.

—Para ti, sólo lo mejor.

—¿Pizza congelada de Di Giorno?

—Por supuesto. Y te he comprado la especial. Supuse que podías quitarle lo que no te gustara. —Rehv utilizó un par de pinzas de plata para pasar las pizzas a los platos y luego volvió a poner la caja en el horno—. También tengo vino tinto.

Mientras se acercaba con la botella en la mano, Ehlena se quedó mirándolo y sonrió.

—¿Sabes? —dijo Rehv mientras le servía una copa a Ehlena—. Me gusta cuando me miras así.

Ella se tapó la cara con las manos.

—No puedo evitarlo.

—No lo hagas. Esa mirada hace que me sienta muy alto.

—Y no eres precisamente pequeño, para empezar. —Ehlena trató de contenerse, pero sólo sentía ganas de reírse mientras él llenaba su propia copa, dejaba la botella a un lado y se sentaba junto a ella.

—¿Seguimos? —dijo Rehv, al tiempo que agarraba cuchillo y tenedor.

—Ay, por Dios, me alegra que tú también hagas eso.

—Hacer ¿qué?

—Comer pizza con cuchillo y tenedor. Las otras enfermeras en el trabajo me… —Ehlena dejó la frase sin terminar—. En todo caso, me alegra que haya alguien como yo.

Luego se oyó el crujido de la masa que cedía bajo la hoja de los cuchillos, mientras los dos se comían la pizza.

Rehvenge esperó a que ella se llevara el primer pedazo a la boca y dijo:

—Déjame ayudarte mientras buscas trabajo.

Había calculado el tiempo perfectamente, pues ella nunca hablaba con la boca llena, así que tuvo suficiente tiempo para continuar.

—Déjame que me haga cargo de ti y de tu padre hasta que encuentres un trabajo donde ganes tanto como ganabas en la clínica. —Cuando ella comenzó a negar con la cabeza, él levantó la mano—. Espera, piénsalo un momento. Si yo no fuera tan imbécil, tú no habrías hecho lo que hiciste para que te despidieran. Así que es justo que te recompense y, si eso ayuda, piénsalo desde el punto de vista legal. De acuerdo con las Leyes Antiguas, estoy en deuda contigo, y soy una persona absolutamente cumplidora de la ley.

Ehlena se limpió la boca.

—Es que me parece… raro.

—¿Que alguien te ayude en lugar de que siempre seas tú la que ayuda a los demás?

Bueno, maldición, sí.

—No quiero aprovecharme de ti.

—Pero tú no me estás pidiendo nada, soy yo quien se está ofreciendo. Y, créeme, tengo suficientes medios para hacerlo.

Cierto, pensó ella, a juzgar por el abrigo de piel, los cubiertos de plata con los que estaban comiendo, la vajilla de porcelana y…

—Tienes unos modales perfectos —murmuró Ehlena sin ninguna razón en particular.

Él se detuvo un momento.

—Gracias a mi madre.

Ehlena le puso una mano en el hombro.

—¿Te puedo decir otra vez cuánto lo siento?

Rehv se limpió la boca con la servilleta.

—Hay algo mejor que puedes hacer por mí.

—¿Qué es?

—Déjame cuidarte. Para que puedas buscar un trabajo que te guste en lugar de aceptar cualquier cosa sólo para poder pagar las cuentas. —Rehv levantó los ojos al techo y se agarró el pecho como si estuviera a punto de desmayarse—. Eso aliviaría mucho mi sufrimiento. Tú eres la única que tiene el poder de salvarme.

Ehlena se rió, pero no pudo mantener esa felicidad por mucho tiempo. Debajo de esa apariencia jovial, ella podía sentir que Rehv estaba sufriendo; el dolor se notaba en las bolsas negras que había debajo de sus ojos y en la tensión de su barbilla. Era evidente que estaba haciendo un esfuerzo para comportarse como si no hubiese pasado nada para que ella no se sintiera mal, pero, aunque se lo agradecía, no sabía cómo decirle que dejara de hacerlo sin que él se sintiera presionado.

En realidad eran un par de desconocidos. A pesar de todo el tiempo que habían pasado juntos en los últimos dos días, ella no sabía realmente mucho sobre él. ¿Qué sabía de su linaje? Cuando estaba con él, o cuando estaban hablando por teléfono, sentía como si supiera todo lo que necesitaba saber, pero, en realidad, ¿qué era lo que tenían en común?

Rehv frunció el ceño, bajó las manos y cortó otro pedazo de pizza.

—No pienses en eso.

—¿Perdón?

—Lo que estás pensando. Eso no es bueno para ti ni para mí. —Le dio un sorbo a su copa de vino—. No voy a hacer la grosería de leerte el pensamiento, pero puedo percibir lo que estás sintiendo, y creo que te estás distanciando de mí. Eso no es lo que estoy buscando. No cuando se trata de ti. —Los ojos amatista de Rehv se clavaron en ella—. Puedes confiar en que te voy a cuidar, Ehlena. Nunca lo dudes.

Al mirarlo, Ehlena creyó en él. Absolutamente. No tenía ninguna duda.

—Eso hago. Confío plenamente en ti.

Algo cruzó rápidamente por la cara de Rehvenge, pero él lo ocultó.

—Bien. Ahora, termina la cena y convéncete de que lo más correcto es que yo te ayude.

Ehlena volvió a comer, avanzando lentamente con su pizza. Cuando terminó, dejó los cubiertos sobre el extremo derecho del plato, se limpió la boca y le dio un sorbo a su copa.

—Está bien. —Luego lo miró—. Te dejaré ayudarme.

Cuando vio que él sonreía de oreja a oreja porque se estaba saliendo con la suya, ella le aguó la fiesta.

—Pero hay ciertas condiciones.

Rehv se rió.

—¿Le estás poniendo límites al regalo que quiero darte?

—No es un regalo. —Ehlena lo miró con absoluta seriedad—. Es sólo hasta que encuentre un trabajo, aunque no sea el trabajo de mis sueños. Y quiero pagarte.

La sensación de satisfacción de Rehv pareció disminuir.

—No quiero tu dinero.

—Y yo siento lo mismo con respecto al tuyo. —Ehlena dobló su servilleta—. Ya sé que no te hace falta el dinero, pero sólo aceptaré tu ayuda si aceptas esta condición.

Rehv frunció el ceño.

—Pero sin intereses. No voy a aceptar ni un centavo de intereses.

—Trato hecho. —Ehlena le tendió la mano y se quedó esperando.

Rehv maldijo unas cuantas veces.

—No quiero que me devuelvas el dinero.

—Entonces no hay trato.

Después de decir entre dientes algunas groserías, sacó la mano y estrechó la de Ehlena.

—Es difícil negociar contigo, ¿lo sabías? —dijo él.

—Pero me respetas por eso, ¿no?

—Sí, bueno. Y me dan ganas de verte desnuda.

—Ah…

Ehlena se puso roja de pies a cabeza, mientras él se ponía de pie y le agarraba la cara con las manos.

—¿Me vas a dejar llevarte a mi cama?

Teniendo en cuenta la forma en que brillaban esos ojos color púrpura, Ehlena estaba dispuesta a permitir que le hiciera el amor en el suelo mismo de la cocina, si se lo pedía.

—Sí.

Luego se oyó cómo brotaba un rugido de su pecho, mientras la besaba.

—¿Sabes una cosa?

—¿Qué? —dijo ella con la respiración entrecortada.

—Ésa era la respuesta correcta.

Rehvenge tiró de ella con suavidad para levantarla del taburete y la besó. Con el bastón en la mano, la llevó hasta el otro extremo del apartamento, a través de habitaciones que ella no vio y pasando junto a ventanas con una vista espectacular que tampoco pudo apreciar. Lo único que sentía era esa sensación de expectativa, pulsante y densa, por lo que él le iba a hacer.

Expectativa y… culpa. Porque ¿qué podía darle a cambio? Ahí estaba ella, deseándolo sexualmente otra vez, pero él no iba a obtener nada de esa relación. Aunque decía que sí obtenía algo, Ehlena sentía como si…

—¿En qué estás pensando? —dijo Rehv cuando entraron en la habitación.

Ella lo miró.

—Quiero estar contigo, pero… No lo sé. Siento como si te estuviera usando o…

—No me estás usando. Créeme, sé muy bien qué significa que te usen. Y lo que sucede entre nosotros no tiene nada que ver con eso. —Rehv se apresuró a seguir para impedir que ella le preguntara lo que estaba pensando—: No, no te voy a explicar nada más, porque necesito que… Mierda, necesito estar contigo de una manera sencilla. Sólo tú y yo. Estoy cansado del resto del mundo, Ehlena. Estoy tan cansado de todo…

Debía de ser esa otra hembra, pensó Ehlena. Y si él no quería que quienquiera que fuera se entrometiera entre los dos, ella no iba a llevarle la contraria.

—Sólo necesito que esto sea correcto —dijo Ehlena—. Las cosas entre tú y yo. Quiero que tú también sientas algo.

—Claro que siento algo. A veces no puedo creerlo, pero siento algo.

Rehv cerró la puerta detrás de ellos, apoyó el bastón contra la pared y se quitó el abrigo de piel. El traje que llevaba debajo era otra obra maestra de doble botonadura, pero esta vez era gris oscuro con líneas negras muy finas. La camisa era negra y tenía los dos botones de arriba desabrochados.

Seda, pensó Ehlena. Esa camisa tenía que ser de seda, porque ningún otro material irradiaba esa luz.

—Eres muy hermosa —dijo Rehv, mientras la miraba fijamente—. Estás tan guapa ahí, bajo el reflejo de esa luz…

Ehlena bajó la mirada hacia sus pantalones negros y su sencillo suéter de cuello alto.

—Debes de estar ciego.

—¿Por qué? —preguntó Rehv, mientras se le acercaba.

—Bueno, me siento como una imbécil por decir esto —dijo Ehlena y se alisó los pantalones—. Pero me gustaría tener una ropa mejor. Así sí estaría guapa.

Rehvenge se detuvo.

Y Ehlena se quedó aterrada cuando vio que se arrodillaba delante de ella.

Al levantar la vista para mirarla, tenía una sonrisa en el rostro.

—¿De verdad no lo entiendes, Ehlena? —Con manos delicadas, Rehv le acarició la pantorrilla y le levantó un pie. Mientras le desataba los cordones de sus zapatillas de deporte baratas, susurró—: Independientemente de lo que lleves puesto… para mí, siempre tendrás diamantes en las suelas de los zapatos.

Cuando le quitó el zapato y se quedó mirándola fijamente, ella estudió el rostro duro y atractivo de Rehv, desde esos ojos espectaculares hasta la barbilla y los pómulos orgullosos.

Se estaba enamorando de él.

Y como cualquier salto al vacío, no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Ya había saltado el precipicio.

Rehvenge inclinó la cabeza.

—Yo me siento honrado de que me aceptes.

Las palabras resonaron con tanta humildad, que parecía increíble que provinieran de alguien con unos hombros tan fuertes.

—¿Cómo podría no hacerlo?

Rehv sacudió la cabeza lentamente.

—Ehlena… —dijo con un tono tan profundo que parecía que hubiese más palabras detrás de esa invocación, pero no pudiera pronunciarlas.

Aunque Ehlena no entendió lo que quería decirle, sabía muy bien lo que quería hacer.

Retiró el pie de entre las manos de Rehv, se arrodilló y lo abrazó con fuerza. Y se quedó abrazándolo mientras él se pegaba a ella; le acarició la nuca y el penacho de pelo suave que formaba una línea sobre su cabeza.

Parecía tan frágil que Ehlena se dio cuenta de que, si alguien trataba de hacerle daño, aunque él podía defenderse perfectamente bien solo, ella estaría dispuesta a matar. Para protegerlo, estaría dispuesta a matar.

Y esa convicción parecía tan sólida como los huesos de su esqueleto.

Hasta los más poderosos necesitaban a veces protección.